«Cada mañana, al despertarnos, y varias veces a lo largo de la jornada, pensad en el Alma universal como un diapasón con el que debéis poneros en resonancia. De esta manera entraréis poco a poco en la armonía cósmica. Imaginaos que sois un instrumento de música y que debéis hacer todo un trabajo de ajuste con el fin de convertiros, también vosotros, en un instrumento bien afinado.
Diréis: «¿Un instrumento de música?». Sí, un violín, por ejemplo, porque en este instrumento en particular podemos descubrir analogías con el ser humano. Sobre la caja de madera que representa el cuerpo físico, hay cuatro cuerdas: sol corresponde al corazón, re al intelecto, la al alma y mi al espíritu; y el arco que se mueve sin cesar sobre estas cuatro cuerdas para hacerlas vibrar representa la voluntad. El violín sólo producirá sonidos armoniosos si está afinado. Por eso el violinista no empieza nunca a tocar sin haber antes afinado su instrumento. Igual que él, nosotros no debemos empezar a «tocar» sin haber afinado nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu, y también debemos velar para que durante el transcurso de la jornada las cuerdas del violín estén siempre bien tensadas.»
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