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Uno asentado en el sueño de la Superconciencia, una concentrada Inteligencia, bienaventurado, y gozoso de la Bienaventuranza… Este es el omnipotente, éste es el omnisciente, éste es el control interior, éste es la fuente de todo.
Mandukya Upanishad
Por lo tanto, hemos de considerar a esta Supermente omni-continente, omni- originadora, y omni-consumante como la naturaleza del Ser Divino, no por cierto en su auto-existencia absoluta, sino en su acción como el Señor y Creador de sus propios mundos. Esto es la verdad de lo que llamamos Dios. Obviamente no se trata de la demasiado personal y limitada Deidad, el magnificado y supernatural Hombre de la ordinaria concepción occidental; pues esa concepción erige un Ídolo demasiado humano de una cierta relación entre la Supermente creadora y el ego. Debemos ciertamente no excluir el aspecto personal de la Deidad, pues lo impersonal es solo una cara de la existencia; el Divino es Omni-existencia, pero es también el único Existente, —es el único Ser-Consciente, pero aún un Ser–. No obstante, ahora no nos referimos a este aspecto; lo que procuramos hacer es sondear la impersonal verdad psicológica de la Conciencia divina; esto es lo que hemos de fijar en una amplia y clarificadora concepción.
La Verdad-Conciencia está presente por doquier en el universo como un ordenante auto-conocimiento por el cual el Uno manifiesta las armonías de su infinita multiplicidad potencial. Sin este ordenante auto-conocimiento, la manifestación sería meramente un caos cambiante, precisamente porque la potencialidad es infinita, –(que por si misma solo conduciría a un juego de incontrolada probabilidad ilimitada)–. Si sólo hubiese potencialidad infinita, –(sin alguna ley de guiadora verdad y armoniosa auto-visión, sin alguna Idea predeterminadora en la simiente misma de las cosas, originada para la evolución)–, el mundo no sería sino una incertidumbre abundante, amorfa y confusa. Pero el Conocimiento que crea, puesto que lo que crea o libera son formas y poderes de sí mismo y no cosas diferentes de él mismo, posee en su propio ser la visión de la verdad y la ley que gobierna cada potencialidad, y junto con ella un intrínseco entendimiento de su relación con otras potencialidades y las armonías posibles entre ellas; tiene todo esto prefigurado en la general armonía determinante que la total Idea rítmica de un universo debe contener en su nacimiento mismo y en su auto-concepción y que, por lo tanto, debe inevitablemente estructurarse mediante la interrelación de sus componentes. Es la fuente y custodia de la Ley en el mundo; pues esa ley no es nada arbitrario, —(es la expresión de una auto-naturaleza que está determinada por la pujante verdad de la Idea real que cada cosa contiene en su inicio)–. Por lo tanto, desde el principio, el desarrollo total está predeterminado en su auto-conocimiento y en todo instante en su auto-elaboración; cada cosa es lo que debe ser en cada instante mediante su propia y original Verdad inherente; y se desplaza hacia lo que debe ser en el instante siguiente, mediante su propia y original Verdad inherente; y al fin será lo que estaba contenido y propuesto en su simiente.
Este desarrollo y progreso del mundo acorde a una verdad original de su propio ser, implica una sucesión de Tiempo, una relación en el Espacio y una regulada interacción de cosas relacionadas en el Espacio, al cual la sucesión del Tiempo le brinda el aspecto de Causalidad. El Tiempo y el Espacio, conforme con la metafísica, solo tienen una existencia conceptual y no real; pero dado que todas las cosas y no solo éstas son formas asumidas por el Ser-Consciente en su propia conciencia, la distinción no es de gran importancia. El Tiempo y el Espacio son ese único Ser-Consciente viéndose en extensión, subjetivamente como Tiempo, objetivamente como Espacio. Nuestro punto de vista mental de estas dos categorías está determinado por la idea de medida que es inherente en la acción del analítico movimiento divisorio de la Mente. El Tiempo es para la Mente una móvil extensión medida por la sucesión de pasado, presente y futuro en la que la mente se sitúa en un cierto punto de observación desde el que mira el antes y el después. El Espacio es una estable extensión medida por la divisibilidad de la sustancia; en cierto punto de esa divisible extensión la Mente se ubica y contempla la disposición de la sustancia en su derredor.
De hecho, la Mente mide al Tiempo por suceso y al Espacio por Materia, pero es posible en una pura mentalidad descartar el movimiento de sucesos y la disposición de la sustancia y darse cuenta del puro movimiento de la Fuerza-Consciente que constituye el Espacio y el Tiempo; estos dos son, entonces, simplemente dos aspectos de la fuerza universal de la Conciencia que en su entrelazada interacción comprehenden la urdimbre y la trama de su acción sobre Si. Y a una conciencia superior que la Mente, la cual considerara nuestro pasado, presente y futuro en una sóla visión, –(conteniéndolos y no contenida en ellos)–, no situada en un particular momento del Tiempo para su punto de prospección, el Tiempo bien podría ofrecersele como un eterno presente. Y a la misma conciencia no situada en un particular punto del Espacio, pero conteniendo todos los puntos y regiones en él mismo, el Espacio también podría ofrecerse como una extensión subjetiva e indivisible, —(no menos subjetiva que el Tiempo)–. En ciertos momentos llegamos a ser conscientes de una indivisible observación manteniendo mediante su inmutable unidad auto-consciente las variaciones del universo. Pero no debemos ahora preguntar cómo los contenidos del Tiempo y del Espacio se presentarían allí en su verdad trascendente; pues esto nuestra mente no puede concebirlo, —y está siempre presta para negar a este Indivisible cualquier posibilidad de conocimiento del mundo en algún otro modo que no sea éste de nuestra mente y sentidos–.
Lo que tenemos que comprender, y podemos hasta cierto punto concebir, es la única visión y omni-comprehensiva observación por las que la Supermente abarca y unifica las sucesiones del Tiempo y las divisiones del Espacio. Y primeramente, si no existiese este factor de las sucesiones del Tiempo, no habría cambio ni progresión; se manifestaría perpetuamente una perfecta armonía, –(coexistente con otras armonías en una suerte de eterno momento no sucesivo a ellas)–, en el movimiento desde el pasado al futuro. En lugar de eso tenemos la constante sucesión de una armonía desarrollándose en la que una variedad surge de otra que la precedió y oculta en sí la que ha reemplazado. O, si la auto-manifestación fuera a existir sin el factor del Espacio divisible, no habría relación mutable de formas o entrechocar de fuerzas; todo existiría sin estructurarse, —(una auto-conciencia inespacial, puramente subjetiva, contendría todas las cosas en una infinita captación subjetiva como en la mente de un poeta o soñador cósmico, pero no se distribuiría a través de todo en una indefinida auto-extensión objetiva)–. O de otro modo, si solo el Tiempo fuera real, sus sucesiones serían un puro desarrollo en el que una variedad surgiría de otra en una libre espontaneidad subjetiva como en una serie de sonidos musicales o en una sucesión de imágenes poéticas. En lugar de eso, tenemos una armonía estructurada por el Tiempo en términos de formas y fuerzas que permanecen relacionadas unas con otras en una omni-continente extensión espacial; una incesante sucesión de poderes y figuras de cosas y sucesos en nuestra visión de la existencia.
Las diferentes potencialidades están corporizadas, ubicadas y relacionadas en este campo del Tiempo y el Espacio, cada una con sus poderes y posibilidades enfrentando otros poderes y posibilidades, y como resultado, las sucesiones del Tiempo llegan a ser, en su apariencia ante la mente, una estructura productora de cosas mediante impacto y lucha, y no por espontánea sucesión. En realidad, existe una espontánea producción de cosas desde dentro y el impacto y lucha externos son solo el aspecto superficial de esta elaboración. Pues la interior e inherente ley del uno y el todo, que necesariamente es una armonía, gobierna las otras y causales leyes de las partes o formas que parecen estar en colisión; y esta mayor y más profunda verdad de la armonía está siempre presente para la visión supramental. Esto, que es una aparente discordia para la mente debido a que considera cada cosa separadamente en si, es un elemento de la siempre-presente y siempre-en-desarrollo armonía general de la Supermente, pues ésta ve todas las cosas en una múltiple unidad. Además, la mente solo ve un tiempo y espacio dados, y contempla muchas posibilidades sin orden ni concierto como más o menos realizables todas en ese tiempo y espacio; la Supermente divina ve toda la extensión del Tiempo y el Espacio y puede abarcar todas las posibilidades de la mente y muchísimas más, no visibles para la mente, pero sin ningún error, vacilación o confusión; pues percibe cada potencialidad en su propia fuerza, necesidad esencial y relación correcta con las otras y con el tiempo, lugar y circunstancia de su gradual realización y de su última realización. Ver las cosas como permanentes y contemplarlas como un todo no es posible para la mente; sin embargo, esa es la naturaleza misma de la Supermente trascendente.
Esta Supermente, en su visión consciente, no sólo contiene todas las formas de si misma que su fuerza consciente crea, sino que también las penetra como una Presencia inmanente y una Luz auto-reveladora. Está presente, aunque oculta, en cada forma y en cada fuerza del universo; es la que determina soberana y espontáneamente la forma, la fuerza, y el funcionamiento; pone límites a las variaciones que impone; y todo esto se hace de acuerdo con las leyes primeras que su auto-conocimiento ha fijado en el nacimiento mismo de la forma, en el punto de partida mismo de la fuerza. Está asentada dentro de cada cosa como el Señor en el corazón de todas las existencias, quien los hace girar como un motor mediante el poder de su Maya ; está dentro de ellas y las abarca como el Divino Vidente que variadamente dispuso y ordenó los objetos, cada uno correctamente de acuerdo con lo que es, desde los años sempiternos.
Por lo tanto, cada cosa en la Naturaleza, animada o inanimada, mentalmente auto-consciente o no auto-consciente, está gobernada en su ser y en sus operaciones por una Visión y un Poder inmanentes, subconscientes o inconscientes para nosotros porque no tenemos conciencia de ella, que no es inconsciente de si, sino más bien profunda y universalmente consciente. Por lo tanto, cada cosa parece hacer los trabajos de la inteligencia, aun sin poseer inteligencia, porque obedece, subconscientemente como en la planta y el animal, o semi-conscientemente como en el hombre, la Real-idea de la Supermente divina dentro de ella. Mas no es una Inteligencia mental la que informa y gobierna todas las cosas; es una auto-sabedora Verdad del ser en la que el auto-conocimiento es inseparable de la auto-existencia; es esta Verdad-conciencia que no ha de examinar la cosas, sino estructurarlas con el conocimiento, de acuerdo a la impecable auto-visión y a la inevitable fuerza de la única y auto-realizante Existencia. La inteligencia mental examina porque es simplemente una fuerza reflectora de la conciencia, que no sabe, pero busca conocer; sigue en el Tiempo paso a paso, la labor de un conocimiento superior a ella, un conocimiento que existe siempre, único y total, que sostiene al Tiempo asido, que ve pasado, presente y futuro con una simple mirada.
Este es, entonces, el primer principio operativo de la Supermente divina; es una visión cósmica que es omni-comprehensiva, omni-penetrante y omni-habitante. Porque comprehende todas las cosas en el ser y en el estático auto-conocimiento, subjetivo, intemporal, inespacial, por lo tanto comprehende todas las cosas en el conocimiento dinámico y gobierna su objetiva auto-encarnación en el Espacio y el Tiempo.
En esta conciencia; conocedor, conocimiento y conocido no son diferentes entidades, sino fundamentalmente una sola. Nuestra mentalidad hace una distinción entre estos tres porque no puede proseguir sin distinciones; al perder sus medios apropiados y su fundamental ley de acción, se torna inmóvil e inactiva. Por lo tanto, aun cuando me contemplo mentalmente, todavía tengo que hacer esta distinción. Yo soy, en tanto que conocedor; aquello que observo en mí mismo, lo contemplo como objeto de mi conocimiento; yo mismo como objeto de conocimiento todavía no soy yo mismo; el conocimiento es una operación por la cual vinculo al conocedor con lo conocido. Mas la artificialidad, la puramente práctica y utilitaria característica de esta operación es evidente; es evidente que no representa la verdad fundamental de las cosas. En realidad, yo el conocedor soy la conciencia que conoce; el conocimiento es esa conciencia, yo mismo operando; lo conocido es también yo mismo, una forma o movimiento de la misma conciencia. Los tres son claramente una sola existencia, un solo movimiento, indivisible aunque parezca dividido, no distribuido entre sus formas aunque parezca distribuirse y permanecer separado en cada una. Mas éste es un conocimiento al que la mente puede arribar, puede aplicarle la lógica y al que puede sentir, mas no puede raudamente hacerlo la base práctica de sus operaciones inteligentes. Y con respecto a los objetos externos a la forma de la conciencia que llamo yo mismo, la dificultad llega a ser casi insuperable; incluso para sentir la unidad se requiere un esfuerzo anormal, y para retenerla y actuar sobre ella continuamente sería necesaria una nueva y extraña acción que no pertenece propiamente a la Mente. La Mente puede a lo más sostenerla como una verdad entendida así como para corregir y modificar mediante ella sus propias actividades normales que aun se basan en la división, algo así como conocer intelectualmente que la tierra gira alrededor del sol y mediante eso ser capaz de corregir pero no abolir la artificial y físicamente práctica ordenación según la cual los sentidos persisten en considerar al sol como en movimiento alrededor de la tierra.
Mas la Supermente posee y actúa siempre, fundamentalmente, sobre esta verdad de la unidad que para la mente es solo una posesión secundaria o adquirida y no la base misma de su visión. La Supermente ve al universo y su contenido como ella misma en un simple e indivisible acto de conocimiento, un acto que es su vida, que es el momento mismo de su auto-existencia. Por lo tanto, esta comprehensiva conciencia divina en su aspecto de Voluntad, no tanto guía o gobierna el desarrollo de la vida cósmica como lo consuma en si misma, mediante un acto de poder que es inseparable del acto de conocimiento y del movimiento de auto-existencia, es, ciertamente, uno y el mismo acto. Pues hemos visto que la fuerza universal y la conciencia universal son una sola —la fuerza cósmica es la operación de la conciencia cósmica–. De igual manera el divino Conocimiento y la divina Voluntad son uno solo; ellos son el mismo movimiento fundamental o acto de la existencia.
Esta indivisibilidad de la comprehensiva Supermente que contiene toda la multiplicidad sin hacer a un lado su propia unidad, es una verdad sobre la que siempre hemos de insistir, si hemos de entender al cosmos y desembarazarnos del error inicial de nuestra mentalidad analítica. Un árbol evoluciona a partir de la semilla en la que está ya contenido, la semilla sale del árbol; una ley fija, un proceso invariable reina en la permanencia de la forma de la manifestación a la que llamamos árbol. La mente considera este fenómeno, este nacimiento, vida y reproducción de un árbol, como una cosa en sí misma y sobre esa base lo estudia, clasifica y lo explica. Explica al árbol por la semilla, a la semilla por el árbol; declara una ley de la Naturaleza. Pero no ha explicado nada; sólo ha analizado y anotado el proceso de un misterio. Suponiendo incluso que llegue a percibir una secreta fuerza consciente como el alma, el ser real de esta forma y el resto como simplemente una operación establecida y una manifestación de esa fuerza, aun tiende a considerar a la forma como una existencia separada con su separada ley de la naturaleza y su proceso de desarrollo. En el animal y en el hombre con su mentalidad consciente, esta separativa tendencia de la Mente lo induce a considerarse también como una existencia separada, el sujeto consciente, y a las otras formas como objetos separados de su mentalidad. Esta útil disposición, necesaria para la vida y base principal de toda su práctica, es aceptada por la mente como un hecho real y de ahí procede todo el error del ego.
Mas la Supermente actúa de modo distinto. El árbol y su proceso no serían lo que son, no podrían ciertamente existir, si fueran una existencia separada; las formas son lo que son por la fuerza de la existencia cósmica, se desarrollan como lo hacen como resultado de su relación con ella y con todas sus otras manifestaciones. La ley separada de su naturaleza es solo una aplicación de la ley y verdad universales de toda la Naturaleza; su desarrollo particular está determinado por su lugar en el desarrollo general. El árbol no explica a la semilla, ni la semilla al árbol; el cosmos explica a ambos y Dios explica al cosmos. La Supermente, penetrando y habitando a la vez la semilla y el árbol y todos los objetos, vive en este conocimiento mayor que es indivisible y uno, aunque con una modificada y no una absoluta indivisibilidad y unidad. En este conocimiento comprehensivo no hay centro independiente de la existencia, no hay un separado ego individual tal como lo vemos en nosotros mismos; la totalidad de la existencia es para ese auto-conocimiento una uniforme extensión, una en la unidad, una en la multiplicidad, una en todas las condiciones y por doquier. Aquí el Todo y el Uno son la misma existencia; el ser individual no pierde ni puede perder la conciencia de su identidad con todos los seres y con el Ser Único; pues esa identidad es inherente a la cognición supramental, una parte de la auto-evidencia supramental.
En esa espaciosa igualdad de la unidad, el Ser no está dividido ni distribuido; uniformemente auto-extendido, penetrando su extensión como Uno, habitando como Uno la multiplicidad de las formas, es por doquier, al mismo tiempo, el único y mismo Dios o Brahman. Pues esta expansión del Ser en el Tiempo y el Espacio, y esta penetración y habitación están en Intima relación con la Unidad absoluta de la que procede, que es ese absoluto Indivisible en el que no hay centro ni circunferencia sino solo el Uno carente de espacio y tiempo. Esa alta concentración de unidad en el no-extendido Brahman debe necesariamente traducirse en la extensión por esta penetrante concentración igual, por esta indivisible comprehensión de todas las cosas, por esta no-distribuida inmanencia universal, por esta unidad que ningún despliegue de multiplicidad puede abrogar ni disminuir. “Brahman está en todas las cosas, todas las cosas están en Brahman, todas las cosas son Brahman,” es la triple formula de la comprehensiva Supermente, una simple verdad de auto-manifestación en los tres aspectos que mantiene juntos e inseparables en su auto-visión como el conocimiento universal desde el que procede al juego del cosmos.
¿Pero cuál es entonces el origen de la mentalidad y la organización de esta conciencia inferior en los términos triples de Mente, Vida y Materia que es nuestra visión del universo? Pues dado que todas las cosas que existen deben proceder de la acción de la omni-eficiente Supermente, de su operación en los tres términos originales de Existencia, Fuerza-Consciente y Bienaventuranza, debe existir alguna facultad de la creadora Verdad-Conciencia que opere de tal forma que los proyecte dentro de estos nuevos términos, dentro de este inferior trío de mentalidad, vitalidad y sustancia física. Esta facultad la hallamos en un secundario poder del conocimiento creador, su poder de una conciencia proyectante, confrontante y aprehendente en la que el conocimiento se centraliza, y se mantiene tras sus obras, observándolas. Y cuando hablamos de centralización, significamos para distinguirla de la uniforme concentración de la conciencia de la que hemos hablado hasta ahora, una desigual concentración en la que existe el principio de auto-división, —o de su apariencia fenoménica–.
En primer término, el Conocedor se mantiene concentrado en el conocimiento como sujeto, y contempla su Fuerza de la conciencia como si continuamente procediese de él bajo la forma de él mismo, como si continuamente trabajase en él, continuamente retrocediese de él mismo, y continuamente se extendiera hacia delante otra vez. De este singular acto de auto-modificación proceden todas las distinciones prácticas sobre las que se basa el punto de vista relativo y la acción relativa del universo. Se ha creado una distinción práctica entre Conocedor, Conocimiento y Conocido; entre el Señor, Su fuerza y los frutos y obras de la Fuerza; entre el Disfrutador, el Disfrute y lo Disfrutado; entre el Ser-en-sí, Maya y el devenir del Ser-en-sí.
En segundo lugar, esta Alma consciente concentrada en el conocimiento, este Purusha que observa y gobierna la Fuerza que ha ido adelante desde él, su Shakti o Prakriti, se repite en cada forma de sí. Acompaña, como si estuviera su Fuerza de la conciencia en sus obras y reproduce allí el acto de auto-división del que nace esta conciencia aprehendente. En cada forma esta Alma mora con su Naturaleza y se observa en otras formas desde ese centro artificial y práctico de la conciencia. En todo está la misma Alma, el mismo Ser divino; la multiplicación de los centros es solo un acto práctico de la conciencia tendente a instituir un juego de diferencia, de mutualidad, de conocimiento mutuo, de mutuo choque de fuerza, de mutuo disfrute, una diferencia basada en la unidad esencial, una unidad realizada sobre una práctica base de diferenciación.
Podemos hablar de este nuevo estado de la Supermente omni-penetrante como una posterior salida de la verdad unitaria de las cosas y de la indivisible conciencia que constituye inalienablemente la unidad esencial a la existencia del cosmos. Podemos ver que perseguida un poco más lejos puede llegar a ser verdaderamente Avidya, la gran Ignorancia que parte de la multiplicidad como la realidad fundamental y, a fin de efectuar su recorrido inverso hacia la real unidad, ha de comenzar con la falsa unidad del ego. Podemos también ver que una vez que el centro individual es aceptado como punto de apoyo determinante, como conocedor, sensación mental, inteligencia mental, acción mental de la voluntad y todas sus consecuencias, no puede frustrarse su llegar a ser. Pero asimismo hemos de ver que en tanto en cuanto el alma actúa en la Supermente, la Ignorancia no ha empezado todavía; el campo del conocimiento y la acción es todavía la verdad-conciencia, la base es todavía la unidad.
Pues el Ser-en-sí aun se contempla como uno en todo y a todas las cosas como devenires en sí y de sí; el Señor aun conoce su Fuerza como él mismo en el acto y todo ser como él mismo en el alma y él mismo en la forma; es aún su propio ser que el Disfrutador disfruta, aunque sea en una multiplicidad. El único cambio real ha sido una desigual concentración de la conciencia y una múltiple distribución de la fuerza. Hay una distinción práctica en la conciencia, mas no hay diferencia esencial de la conciencia ni división verdadera en su visión de sí. La Verdad-conciencia ha arribado a una posición que prepara nuestra mentalidad, pero no es aun la de nuestra mentalidad. Y es esto lo que debemos estudiar a fin de captar a la Mente en su origen, en el punto en que efectúa su gran deslizamiento desde la elevada y vasta amplitud de la Verdad-conciencia hasta dentro de la división y la ignorancia. Afortunadamente, esta Verdad-conciencia aprehendente es mucho más fácil que la captemos por su proximidad a nosotros, por su prefiguración de nuestras operaciones mentales, que la más remota realización que hasta ahora hemos pugnado por expresar en nuestro inadecuado lenguaje del intelecto. La barrera que ha de cruzarse es menos formidable.