http://servibrante.com/2016/04/22/reconocete-reconciliate/
¿Ya te ha pasado alguna vez sentirte molesto, un tanto incomodado, quizá incluso exhausto, al percibirte inserto en un mundo de apariencias? ¿Has sentido la satisfacción de haber construido la imagen que presentas, pero de algún modo, paradójicamente, has notado una especie de insatisfacción, allá en lo más hondo? Construir relaciones y conservarlas, mantener la vida social, la imagen y el poder de consumo, resulta en una buena dosis de esfuerzo y eventuales desgastes, y eso alguna que otra vez puede parecer que no condice con tu esencia. No es algo extraño y tampoco sorprende que haya conflicto entre el ser y el estar – la participación en el mundo de las apariencias sin perderte de tu propia esencia.
Tratemos este interesante tema. Seguir un guión para vivir la novela social, con una buena cantidad de personajes a disposición – uno para cada naturaleza de relación (profesional, triunfador, amigo, hermano, persona feliz, etc.), puede ser natural y habitual, lo cual significa que en algún punto del camino el sujeto se ha acostumbrado a representar para poder adecuarse, para ocupar su lugar en el intrincado, competitivo, eventualmente hostil y complejo tejido colectivo. Entre tanto, aunque parezca normal e incluso natural, el malestar denuncia el conflicto que he mencionado hace poco. Esto ocurre principalmente porque existe la necesidad íntima de vivir en armonía con la propia esencia, pero también resulta de la inadvertida fusión entre el sujeto y el personaje de que se sirve.
No hace falta dejar de vivir los papeles que componen el guión de vida construido hasta el momento, por tanto, cualquier acto de rebeldía y de abandono de los deberes, compromisos, personajes vividos, está destacadamente descartado. El problema no es el papel, lo aparente, el personaje, sino confundirse con lo aparente, pues esto aleja todavía más al individuo de aquello que es – una unidad esencial consciente y virtuosa. Actuar en el mundo sin ser el mundo, es exactamente eso: ser, sin perderse de uno mismo, actuando en todos los medios. En este punto surge una excelente pregunta: “¿de qué modo rescato mi percepción esencial y me armonizo con lo que verdaderamente soy?” Veamos.
En esencia, tú eres una individualidad sin igual, única e individualizada en el Todo Real. En cambio, en el mundo aparente, ilusorio, tú eres la multiplicidad de papeles, acciones y personajes – puedes valerte de esa percepción para distinguir lo que tú ERES de lo que tú ESTÁS. Aparte de esto, y con destacada relevancia, teniendo en vista la armonización del actuar finito con el infinito y para el rescate de la percepción esencial, adopta una actitud impecable, virtuosa. Mantén los más elevados valores y practícalos, vive la virtud, los principios sostenidos por la ética – ahora lo más importante de todo – para ti mismo. Tú tienes que saber que tu actitud es impecable; necesitas reconocer, en medio de las relaciones sociales, que tu posicionamiento y tus referencias son impecables: tus palabras, tus actos, tus sentimientos, y principalmente tus pensamientos. Tú no te alejas de ti mismo cuando vives consciente de tus elecciones y de tu actitud impecable, tú haces las paces con tu propio núcleo, contigo mismo.
A medida en que tu referencia se consolida en la virtud, y tu percepción se orienta a partir de decisiones de ella derivadas, te sentirás cada vez más cómodo al participar en los medios, utilizar los papeles sociales y actuar en el mundo aparente. Con cada oportunidad experimentada, en cada relación, en cada decisión, sentirás más y más armonía entre el mundo del ser y el mundo del estar. Considera que ya estás en casa, y que todo está muy bien. Si te parece que falta algo, complétalo con la conciencia de tu alianza con la virtud y la fidelidad a tus más elevados valores. Vívelos para ti, independientemente de la apreciación o incluso de los beneficios que serán ofrecidos al mundo circundante.
Reconócete y reconcíliate- son palabras esdrújulas. Ahí están los acentos donde corresponden. . . Es de escuela primaria. . . no es tan difícil escribir bien . . .