Quim Torra hizo este domingo un segundo intento de hablar por teléfono con Pedro Sánchez. Le dijeron que el presidente en funciones estaba reunido. Es un ejemplo más de la falta de diálogo entre instituciones y cargos electos que, por mucho que discrepen, deberían estar obligados a mantener abiertas las vías de comunicación. Aunque sea para decirse directamente lo mal que se caen.
No es Moncloa el único sitio en que Torra ha perdido toda capacidad de ser relevante en la crisis iniciada con la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo. Lo más llamativo, quizá no del todo sorprendente, es que el president de la Generalitat es abiertamente criticado ahora, cuando no ridiculizado, en medios catalanes.
La situación política de fondo es que la movilización contra la sentencia se produce en un momento en el que el Govern ha perdido el control de la situación. Las protestas «evidencian la falta de unidad estratégica del independentismo en un momento clave», como dice el diario ARA en su portada del domingo. Y si un Gobierno se ve desbordado por lo que ocurre en la calle, las miradas se centran en su presidente, con independencia de cómo haya llegado al poder.
«El activista Torra no ha sido capaz de ocupar el espacio efectivo de la presidencia de la institución, y el hecho de no querer ocupar tampoco físicamente el despacho se ha convertido en una metáfora de la situación», escribió el domingo la directora del ARA, Esther Vera. Lo que en estos casos suele significar que no hay nadie al volante. El vehículo circula por inercia chocando con cualquier obstáculo que se aparezca en el camino. Si la situación se torna dramática, puede acabar en el fondo de un barranco.
Torra tuvo la oportunidad de tomar la iniciativa en la semana de la sentencia. Todo estaba previsto para que el jueves un pleno del Parlament ofreciera la respuesta a la dura condena a los responsables políticos del procés. Además, esa misma noche iba a ser entrevistado en TV3 en horario de máxima audiencia, para lo que hubo que sacar de la parrilla al programa ‘Polònia’, una de las estrellas de la cadena. Gran expectación en ambos casos, pésimos resultados.
En su intervención en el Parlament, Torra lanzó la propuesta de celebrar un referéndum de independencia en esta legislatura («habrá que volver a poner las urnas para la autodeterminación») sin haberlo consultado antes con Esquerra, sus propios socios de gobierno. Pero no sólo ERC. También hubo dirigentes de JxCat que quedaron sorprendidos, incluidos algunos que forman parte del Gobierno que presidente Torra. Fue una demostración del ‘gobierno de coalición’ que mantienen por su cuenta Torra y Puigdemont en el que a ERC se le asigna un papel secundario. Los diputados de ERC salieron del pleno con cara de preferir estar en otro sitio.
«Toda una chapuza», dijo el director de elnacional.cat, Josep Antich, al que ya se le habían acabado las razones para apoyar a Torra. El discurso «más trascendente de la legislatura» acababa en un fiasco y su resultado era «división, malas caras y reproches» en la mayoría independentista del Parlament.
El jefe de un Gobierno puede ser vilipendiado, atacado o demonizado por sus rivales, pero no puede permitirse el lujo de ser ridiculizado por sus socios y partidarios. Antich llegaba a la conclusión de que Torra está «cada vez más aislado». En esas condiciones, un presidente no tiene mucho futuro.
La entrevista en TV3 fue aun peor. Un columnista de elnacional.cat la definió como «Torra sacando el violín e interpretando las obras completas del famoso compositor japonés Huyomucho Porpeteneras». No respondía a las preguntas del entrevistador y demostraba que no tenía ningún plan medianamente coherente.
Después de una noche del viernes especialmente violenta, la del sábado lo fue mucho menos y ofreció una imagen de gran valor. Manifestantes que habían respondido a la llamada del colectivo En Peu de Pau se interpusieron como barrera humana entre la policía y otros congregados dispuestos a emplearse de forma menos pacífica. Es la clase de iniciativas que podrían haber sido promovidas con insistencia desde el Govern en un momento en que ya no valen las apelaciones genéricas a la protesta cívica. Pero aquí hay que recordar un aspecto que se tiende a olvidar: cuando vuelan las piedras y los policías sacan las porras, los políticos comienzan a perder su capacidad de influir en lo que pasa en la calle.
La debilidad de Torra hace que el Gobierno central no lo tome muy en serio y lo pueda utilizar en beneficio propio en la guerra de propaganda. Desde Moncloa, se insiste en que el president debe condenar la violencia que se ha producido en las calles de Barcelona, como si alguien como Torra pudiera tener alguna influencia en jóvenes dispuestos a quemar contenedores. Hubo que esperar a una intervención improvisada a media noche del miércoles para que Torra dijera que la violencia «se tiene que parar ahora mismo». Sólo lo hizo cuando Carles Puigdemont y Oriol Junqueras publicaron antes tuits con ese mensaje. Él no creía tener autoridad suficiente para adelantarse. Y no sirvió de nada.
Pedro Sánchez, encerrado en Moncloa
El ministro de Interior se ha convertido estos días en el auténtico portavoz del Gobierno y su principal misión consiste en hacer frente a las críticas del PP y Ciudadanos sobre la supuesta pasividad del Ejecutivo ante la violencia callejera. De ahí que este domingo Marlaska volviera a acusar a Torra de negarse a condenar la violencia «sin equidistancias». Es curioso que el ministro utilice el mismo argumento contra los independentistas que estos han empleado en muchas ocasiones contra el PSC.
Moncloa confiaba en que la sentencia y la previsible reacción airada de los independentistas fueran favorables para Pedro Sánchez. Los mensajes del Gobierno se ocuparían de presentar al presidente como el gran defensor de la Constitución y la unidad de España. Las cosas no han salido de la forma en que esperaban los estrategas que apostaron por la repetición electoral, como parecen demostrar las encuestas. Ante la duda, Pedro Sánchez interrumpió sus mítines hace una semana –los reanuda este lunes– y no ha salido de Moncloa desde entonces más que para cumplir obligaciones institucionales.
Eso hace que la respuesta del PSOE no sea tan diferente a la del Gobierno de Rajoy. «Se trata de un problema estrictamente de orden público», dijo Marlaska. El PP estaba convencido de que los tribunales solventarían el conflicto catalán. Ahora un ministro socialista anuncia que es la Policía y los Mossos quienes se ocuparán de todo.
Lo ocurrido esta semana en Barcelona va más allá de los disturbios y no se entiende pensando sólo en la violencia. Pero en la Generalitat un presidente como Quim Torra no ha sido capaz de presentar su propio mensaje con coherencia. Bastante con que consiga conservar el puesto, aunque él no ha ocultado que está de paso en el Govern. En el bloque independentista, hay muchos que están convencidos de que eso es ahora más cierto que nunca.
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