A menudo se proponen ideas nuevas para paliar o reducir significativamente la crisis climática que vivimos. Generalmente se habla de energías más limpias, basadas en nueva tecnología. Incluso, y está es una de las ideas dominantes entre CEOs de las grandes compañías de tecnología, se propone como lo más prudente y excitante construir naves espaciales y desarrollar tecnología para habitar otro planeta. Siempre la solución parece tener que ver con un invento, con el uso de cierta tecnología o energía que nos salve del problema en el cual el uso de cierta tecnología nos ha colocado.
En realidad el problema ecológico, es un problema económico (economía y ecología son estrictamente sinónimos). Pero antes que dejar de crecer económicamente, las grandes corporaciones que parecen dominar nuestra actividad humana, tomando decisiones en base a estadísticas y algoritmos, prefieren abandonar el planeta y encontrar una forma de subsistencia extraplanetaria. Este es el caso, por ejemplo, de Jeff Bezos, el CEO de Amazon, que ve como más esencial al ser humano la innovación y el crecimiento que incluso la propia Tierra. Muchos de estos CEOs quieren ser pioneros, no importa lo que cueste, y una de las grandes fronteras que cruzar, colonizar y capitalizar es el espacio sideral.
En gran medida, la solución al problema ecológico del planeta es simplemente dejar de crecer económicamente. En otras palabras, dejar de consumir de manera irracional. La gran fantasía de la modernidad es que el consumo de objetos materiales está ligado de alguna manera misteriosa con la felicidad. Esto es evidentemente falso, y, más aún, peligroso.
Uno de los pensadores más lúcidos en lo que respecta a las ciencias ambientales, es sin duda el profesor Vaclav Smil. Smil ha notado, sin medias tintas, que la innovación tecnológica simplemente no es capaz de proveer fuentes de energía al ritmo necesario para evitar la catástrofe ambiental. Es necesario y más importante que se reduzca el nivel de consumo en todo el planeta, pero particularmente en los países occidentales que de alguna manera crean la demanda para la producción de todo tipo de cosas que no son indispensables. Como, por ejemplo, tener que tener frambuesas todo el año o camionetas de lujo.
Así, entonces, la dura realidad implica algo muy sencillo. Es necesario reducir el consumo. Smil cree que podríamos sobrevivir este gran trance ecológico si implementáramos un sistema global, en el cual tendríamos que consumir entre el 30 y el 50% menos de lo que consumimos actualmente. Esto en realidad no sería una gran pérdida de la calidad de vida -quizá sólo de la calidad de vida ilusoriamente percibida-. Y esto no requeriría ninguna invención. Tendría que ver con una frugalidad inteligente, incluso podría ahorrar dinero.
Seguramente sería prudente empezar a racionar el consumo, pero parece que el apego es más fuerte que la razón. Esto es algo que ya se ha hecho en numerosos países a lo largo de la historia y es algo completamente natural para la conservación de la sociedad. En teoría, según muchos economistas, esto sería un desastre económico, pero lo que muchas personas no logran entender es que no hay más desastre económico que el que ya estamos viviendo, es decir, el desastre ecológico, la destrucción del hogar.
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