El trauma ancestral silenciado hace referencia a vivencias muy dolorosas o siniestras que vive algún miembro de una generación y sobre las que calla. El mismo trauma que pasaría a trasmitirse de generación en generación de manera inconsciente.
El concepto de trauma ancestral silenciado empezó a cobrar importancia hace apenas un par de décadas. Aunque corrientes, como el psicoanálisis, ya se habían fijado en el papel que podía jugar la represión en la historia familiar, fue el interés de la neurociencia lo que de verdad le dio protagonismo.
Antes se creía que la información genética era inmutable: nuestra suerte o destino. Se nacía con ello y punto. Hoy se sabe que los genes se activan o no influidos por la experiencia, en función de estados y conductas, como el estrés o la exposición a la contaminación. Los abusos, el estrés postraumático y experiencias similares también actúan como inhibidores o desencadenantes de la manifestación de buena parte de nuestra información genética.
Cada persona nace con una impronta filogenética, una impronta que puede condicionar, más allá de la enfermedad, nuestras vidas de manera importante. El trauma ancestral silenciado es una de esas realidades que llegan a tener un peso elevado en la conducta de alguien. Lo hacen, por ejemplo, particularmente sensible a la frustración, o más ansioso sin motivo, etc.
“Nos es lícito entonces suponer que ninguna generación es capaz de ocultar a la que le sigue sus procesos anímicos de mayor sustantividad”.
-Sigmund Freud-
La transmisión transgeneracional
Los antecedentes del concepto de trauma ancestral silenciado están en la obra de Sigmund Freud, quien llegó a intuir algunas de las ideas con las que hoy trabajamos, pero que no desarrolló a fondo.
Nicolas Abraham, Mária Török, Françoise Dolto, Anne Ancellin Shützenberger y Didier Dumas analizaron varios casos de delirios en los niños. Descubrieron que en ellos había contenidos que también estaban presentes en sus padres y abuelos. Entonces, dieron forma a la idea de que había un “inconsciente de clan” y que algunos niños eran “representantes de una carga emocional ajena”.
Desde entonces comenzó a incorporarse la idea de “herencia transgeneracional”. Esta idea plantea que los contenidos inconscientes y, en particular los conflictos silenciados, se transmiten para que generaciones posteriores los resuelvan. Así que esos conflictos aparecen en los descendientes, en forma de síntoma.
El trauma ancestral silenciado
El trauma ancestral silenciado se refiere a una condición en la que los acontecimientos o experiencias del núcleo familiar no pueden ser procesados por quien los vive y, por lo tanto, se transmiten de manera inconsciente a las generaciones que le siguen (transmisión transgeneracional). Quien recibe esa carga, sin saberlo, la experimenta como un vacío o una incapacidad de adaptarse y vivir en paz.
Las cargas ancestrales tienen que ver con hechos traumáticos que provocan horror, vergüenza, sufrimiento excesivo y represión. Por diversas razones el afectado no puede hablar de ello y, por lo tanto, el contenido no se elabora. En lugar de ello, queda encriptado y se convierte en algo de lo que jamás se puede hablar.
En la segunda generación, el acontecimiento o lo que tenga que ver con él se vuelve “innombrable”. Los miembros de esa segunda generación intuyen que existe, pero no conocen su contenido. Por ser inconsciente, se trata de un legado que se ha recibido, pero que no se ha aceptado.
En la tercera generación, lo “innombrable” se convierte en “impensable”. Se sabe que “algo” existe, pero esto se percibe como totalmente inaccesible a la conciencia. No hay la posibilidad de darle una representación verbal o simbólica. ¿Qué sucede entonces?
Los efectos de lo no compartido
Como se ve, en esta perspectiva el trauma ancestral silenciado alcanza a las dos generaciones posteriores. Cuando se llega, en la tercera, al registro de “lo impensable”, los afectos ligados a lo reprimido ya se han transformado en un padecimiento sordo que induce a un malestar radical. Lo que ocurre entonces es que el depositario de ese “secreto” innombrable e impensable se ve obligado a eludir o evitar todas aquellas palabras o ideas que remitan al hecho originario, al que ocasionó el trauma.
A su vez, la carga lo impele a romper el silencio. En ese punto, construye un discurso incongruente, porque es la única vía posible para referirse al tema. De lo que no se puede hablar, pero está ahí y pesa, se manifiesta como contenido desorganizado. A veces esto se transforma en psicosis o en una enfermedad grave.
La repetición
El trauma ancestral silenciado en realidad no ha estado totalmente en silencio. Todo lo reprimido retorna, pero no lo hace de forma organizada, sino que toma otros vestidos; en general, se vuelve a vivir a través de actos para los que no hay palabras.
Esa repetición adopta cinco formas:
- Repetición pura. Los sucesos se repiten de igual manera. Por ejemplo: Mi abuelo estuvo preso sin saber por qué. Yo cometo delitos.
- Repetición por interpretación. La persona repite lo que interpreta que ha pasado. Por ejemplo: Mi abuela se golpeó la cabeza (¿la golpearon?). Yo sufro de migrañas.
- Repetición por identificación. Se repite la manifestación de un padecimiento. Por ejemplo: Mi abuelo era alcohólico, mi padre tenía problemas en el hígado y yo me contagio de hepatitis.
- Repetición por oposición. Se pretende repetir lo contrario de lo que pasó. Por ejemplo: Mi abuela fue víctima de una violación, yo no tengo relaciones sexuales con nadie.
- Repetición por compensación. Se intenta reparar lo que pasó. Por ejemplo: Mi abuelo murió en circunstancias extrañas a manos de unos delincuentes. Yo soy policía.
Sobre la transmisión transgeneracional y el trauma ancestral hoy todavía sabemos muy poco y las especulaciones siguen fusionándose en algunas parcelas con el conocimiento que en realidad tenemos. Es un terreno relativamente nuevo y todavía inexplorado. Terminemos diciendo que cada uno puede explorar la historia de su familia y encontrar en ella elementos valiosos para comprender una buena parte de su forma de actuar.
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