P: Ya no se qué se puede hacer, es increíble.
R: Nada. Cuando todo es visto como la ilusión que realmente es uno se da cuenta que nada puede hacer ni nada ha hecho. Sólo se puede «hacer que se hace», es decir, actuar según se sienta, según las circunstancias que se presenten, pero sin perder el centro inamovible, sin sumergirse en el maremoto que se despierta a base de pensamientos que intentaron, intentan e intentarán desvirtuar la calma que realmente nos preside y habita.
Del sueño siempre se sale, siempre, aunque parezca pesadilla cuando abres los ojos y lo evalúas mediante filtros mentales siempre erróneos, contaminados, dirigidos a desviarte de tu Hogar.
P:No se, no sé nada.
R: Precisamente cuando nada se sabe, tampoco se sabe qué hacer, y por ello lo mejor, lo único realmente efectivo, es mantenerse en ese puro centro, donde los saberes mundanos no encuentran acomodo porque todo se resuelve sin esfuerzo.
P: Es que ahora no hay esfuerzo que valga, eso sería antes de toda esta locura.
R:Exacto. Tú lo has dicho, no hay esfuerzo que valga, ni lo hubo nunca antes, ni lo habrá, sólo la ilusión de que haciendo según qué cosas algo se produce y obra por nosotros, lo cual es mucho decir a poco que repasemos esfuerzos anteriores. El éxito aparente de un esfuerzo solo es la constatación de que el mismo se acomodó al flujo que la vida desarrollaba en esa situación en particular, nada más… Ni nada menos!
P: Uff ya no se…
R: Cuando no se sabe ¿Qué se puede hacer salvo esperar y observar, aprender desde una visión ampliada el curso de los acontecimientos que realmente discurren como imágenes en una gran pantalla? Hemos perdido la confianza en la aparente inacción. La mente siempre nos empuja a «hacer algo» aunque realmente no sirva de nada.
P: He perdido la confianza total en el ser humano, no valemos para nada, estamos donde estamos por eso, yo incluida que no he hecho nada salvo quejarme.
R: Por supuesto que la hemos perdido, porque esa confianza estaba depositada en una ilusión, en unos personajes a los que les hemos otorgado cualidades que no les correspondían y que son incapaces de ver más allá de su propia nariz, siguiendo el discurso que a cada instante, cada mañana, comienza al abrir los ojos tras el sueño nocturno, reiterado a cada momento, adaptado a cada personaje, siempre el mismo, diferente en grado, intensidad y lenguaje empleado, idéntico en forma, fuente y autor.
Es como esperar que un títere siga actuando cuando el titiritero suelta y echa a un lado los hilos que le movían y cae al suelo del escenario donde se desarrollaba la representación. Es pensar, nunca mejor dicho, que somos autores, fuente y vaso, pluma, tinta y papel, de las ideas que constantemente nos bombardean sobre cualquier situación que se nos presenta, es beber agua del oscuro pozo dejando de probar la que el cielo deja generosamente caer para nuestro verdadero sustento.
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