Cuando comenzamos a hacernos contemplativos, nos damos cuenta de que la Realidad está en lo Desconocido. Para que la mente se abra a la contemplación, tenemos que estar preparados para perder lo conocido como referente. Y nos asunta abandonar ese territorio. Pero, poco a poco, dejamos de darle tanta importancia a lo que ya conocemos y nos permitirnos deslizarnos por la corriente no mental, hacia lo que es Real.
Lo conocido reside en la mente, y lo delimitamos, lo vallamos y solemos no salir de ese lugar delimitado. Pero llega un momento en que la llamada de lo que es esencial, que ocurre desde lo desconocido, se hace oír de tal forma, que no podemos dejar de responder rompiendo las vallas…aunque nos encontramos al principio, con sorpresa, ante una cuestión insoslayable: ¿podemos conocer lo desconocido?
No. Porque lo desconocido, no es un conocimiento que aún no he adquirido…es algo que siempre estará fuera de lo conocido por la mente.
Nos equivocamos entonces cuando tratando de alcanzar un logro espiritual pensamos que vamos a acumular otro conocimiento insólito, que vamos a lograr una experiencia nueva para sumar a “lo que he hecho espiritualmente bien”.
Lo desconocido afecta TODO, aun a quien conoce. Ese “yo” que quiere llegar a conocer, es ya conocido, y no puede como “yo” llegar mentalmente a lo desconocido como si fuera conocimiento.
Sin embargo, la fragancia de lo desconocido va impregnando la mente que poco a poco se torna contemplativa, y comienza a vislumbrar zonas que habitualmente no se tocan con la mente racional…y comienzan a abrirse puertas. Pero como primer paso, tengamos en cuenta que, si no hemos observado atentamente lo conocido, esas puertas no se abrirán. He aquí la importancia que se adjudica a la atención plena y la observación como prácticas de acceso hacia lo desconocido. «Primero lo primero», dice el proceso, y quien no aprende a observar lo conocido, pierde las señales hacia lo desconocido.
¿Hemos observado lo suficiente el mundo que conocemos? Si no lo hemos observado en profundidad, nos queda tarea pendiente. Y una vez realizada esa tarea, sepamos que a lo sagrado, que reside en lo desconocido, no se puede llegar si nos creemos un yo separado de lo Divino, sino cuando, por contacto consciente directo, me doy cuenta de lo que es Real, cuando contemplo lo que es Dios, cuando descubro lo infinito e insondable…Y lo soy.
No hay métodos o técnicas para abrirnos más a lo desconocido.
La Vida se mueve sola…y se abren las puertas a la mente contemplativa cuando lo que no es mente responde con luz a una llamada interior que se emite constantemente.
No es un acto voluntario de un yo buscador…sino un rendirnos a la Voluntad mayor, que arrastrando en su corriente falsas identidades y abrazándonos en un ámbito sagrado en donde la voluntad individual se deshace, reina por sobre todo intento de iluminación o logro personal.
Lo desconocido…está fuera del campo de lo ilusorio que creemos ser.
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