Una de las primeras enseñanzas del Buda es que todas las cosas compuestas son impermanentes por naturaleza. Con la claridad de la omnisciencia iluminada, el Buda vio que todo lo que parece estable está cambiando continuamente. Incluso lo que parece más sólido y permanente es insustancial y poco fiable: Todas las condiciones y circunstancias con las que contamos, ya sean internas o externas, están incluso ahora en transición.
La verdadera importancia de esta afirmación reside en el papel fundamental que desempeña la impermanencia en nuestras vidas. La impermanencia es una función del Tiempo, el monstruo que se come nuestros momentos uno a uno, robándonos nuestros placeres y consumiendo nuestra energía. Tratar de aferrarnos a una sola emoción o estado mental es como intentar atrapar un arcoíris: nuestros estados mentales y emocionales cambian incluso antes de que podamos identificarlos y responder a ellos. Una y otra vez nos decimos a nosotros mismos que lo que valoramos (nuestra salud, nuestros amigos, nuestra juventud, nuestro trabajo) perdurará, pero poco a poco el tiempo nos los va arrebatando. A medida que pasan los años, las relaciones llegan a su fin, los lazos familiares se disuelven y adquieren nuevas configuraciones, la vitalidad física declina y las oportunidades se vuelven más esquivas.
Tratar de aferrarse a una sola emoción o estado mental es como esperar alcanzar un arcoíris.
A pesar de la evidencia constante de los sentidos y de nuestra experiencia pasada, nunca aprendemos a aceptar la impermanencia. Aún tenemos la esperanza de que de alguna manera podamos aferrarnos a lo que tenemos. Hacemos un nuevo amigo o tomamos un nuevo amante y nos negamos a admitir que un día podemos ser enemigos acérrimos. Nos negamos a creer que envejeceremos y, sin embargo, como por arte de magia maligna, los signos de la edad que antes parecían afectar sólo a los demás de repente comienzan a afectarnos. La infancia nos abandona antes de que tengamos la oportunidad de disfrutarla; la juventud se va antes de que nos demos cuenta. Aparecen arrugas en nuestro rostro; primero surge una cana y luego otra. Aunque podemos tratar de ignorar o camuflar los signos sutiles de la edad que se nos van acercando, la naturaleza de la impermanencia garantiza que la juventud pase inevitablemente y que progresemos de manera constante hacia la vejez.
El ejemplo más devastador de la impermanencia es la muerte . Cuando llegamos a la edad adulta, la inevitabilidad de la muerte se ha vuelto obvia, pero aun así, tratamos de escondernos de saber que moriremos. Tal vez esperamos que al hacernos parecer y actuar como jóvenes, la muerte nos pase de largo. El énfasis occidental en la juventud presenta una gran barrera para abordar honestamente la impermanencia y nuestra muerte inevitable.
Por lo tanto, es vital despertar a las implicaciones de la impermanencia y ver que la realidad del cambio continuo señala la inutilidad de seguir los deseos de esta vida. Los amigos se convierten en enemigos, los enemigos en amigos. Los amantes no durarán. La riqueza y la fama son efímeras. Todo en el mundo es inestable. Con este conocimiento, se vuelve claro que dar prioridad al camino del Bodhisattva sobre la familia y los amigos es la mayor demostración de amor. Solo si renunciamos a las cosas impermanentes de esta vida podemos despertar, y solo si nos convertimos en Bodhisattvas podemos ser de verdadera ayuda para los demás.
Las transiciones verdaderamente importantes de nuestra vida, incluida la transición final de la muerte misma, se nos presentan cuando estamos solos. En esos momentos, ¿qué recursos tendremos para sostenernos? ¿Cómo podemos prepararnos ahora para lo que con seguridad llegará algún día?
Volviéndose hacia la práctica
El punto de partida de la práctica espiritual es reflexionar sobre lo valioso que es estar vivo y ver con claridad las posibilidades que nos ofrece la vida. Si podemos comprender nuestra propia naturaleza y apreciar esta oportunidad de darle un verdadero sentido a nuestra vida, podemos aprender a aprovechar al máximo cada momento. En lugar de intentar aferrarnos al pasado o controlar el futuro, podemos hacer que el momento presente sea más rico y saludable. Al reflexionar sobre que todo lo que apreciamos algún día desaparecerá, podemos abordar los acontecimientos de nuestra vida con una claridad y un compromiso que nos ayudan a nosotros y también a los demás. El cambio es seguro; la muerte llegará. Al ver esto, sabemos que debemos tomarnos la vida en serio. En lugar de esperar impotentes un destino desconocido, en lugar de perder el tiempo en placeres que se disipan y se vuelven amargos, podemos mirar hacia nuestro interior y aprender la naturaleza de nuestra mente.
El cambio es seguro, la muerte llegará. Viéndolo así, sabemos que debemos tomar la vida en serio.
Tal vez esto suene egoísta, pero es una respuesta realista a una situación extrema. El pasado es sólo un recuerdo; el futuro nunca resultará como esperamos. ¿Nos marcharemos de este momento presente con las manos vacías? Si buscamos seguridad, seguramente acabaremos frustrados; si no sabemos apreciar nuestras oportunidades presentes, cada oportunidad de realización se nos escapará de las manos. En medio del caos y la confusión, ¿podemos encontrar la claridad necesaria para reconocer lo que tiene valor? ¿Podemos ver a través de los patrones de esperanza y miedo y volver nuestra mente hacia la posibilidad de la iluminación?
Dejar atrás las preocupaciones de esta vida es aceptar la futilidad de prepararse también para el futuro. Sin embargo, esa aceptación total de la impermanencia es solo para quienes están dispuestos a aceptar las consecuencias: si vives en una cabaña en el desierto y no recoges leña para el invierno, la muerte puede ser el resultado. Por otro lado, incluso si recoges leña, no puedes estar seguro de vivir para disfrutar del fuego.
De El camino de los héroes: el nacimiento de la iluminación , de Zhechen Gyaltsab Padma Gyurmed Namgyal: con instrucciones prácticas y reflexiones de Tarthang Tulku . Traducido por Deborah Black , © 1995 por Dharma Publishing .