Las actitudes vitales son un concepto central en el análisis transaccional. Este es un enfoque de psicoterapia derivado de la psicología humanista que surgió en los años 50 del siglo XX. Su creador fue Eric Berne, un médico y psicólogo canadiense, influenciado hasta cierto punto por el psicoanálisis freudiano.
Según el análisis transaccional existen tres estados del yo: Niño, Padre y Adulto. El Niño motivaría la conducta impulsiva y centrada en lo inmediato. El Padre se asocia con los prejuicios, opiniones, normas y leyes que han transmitido los progenitores. El Adulto es el estado de autonomía.
A partir de estas tres instancias surgen las actitudes vitales. Para Eric Berne, las actitudes vitales son una especie de “guiones”, es decir, formas de actuar estereotipadas. Estas son inconscientes y determinan la forma en que una persona se relaciona con el mundo. Tales actitudes son las siguientes.
“Pensamos que nos relacionamos con los demás… pero en realidad estamos jugando”.
-Eric Berne-
1. Yo estoy mal-Tú estás bien, la primera de las actitudes vitales
El análisis transaccional plantea que esta es la primera de las actitudes vitales que esgrime un ser humano. En particular, esta actitud se estructuraría durante el primer año de vida y de manera inconsciente. Esta actitud vital surge del estado de indefensión en el que está un niño frente a los adultos que le rodean. Él es quien necesita de ellos porque no puede atender a sus necesidades y además es muy vulnerable. A veces su llamada será atendida y otras veces no.
En la vida adulta se puede mantener esta actitud, a veces porque hubo sobreprotección en esa etapa y más adelante no se avanzó en el desarrollo emocional. Quien mantiene esta postura se torna muy demandante con el mundo. Quiere atención, ayuda, protección. Fomenta una actitud depresiva, de inferioridad y sin confianza en sí mismo.
2. Yo estoy mal-Tú estás mal
En la segunda de las actitudes vitales existe una estructura en la que predomina la idea de un malestar generalizado. Uno está mal, pero los demás también. Muchos definen a esta actitud como nihilista. Se configura en el segundo año de vida, una etapa en la que el niño recibe menos atención y caricias que durante el primer año.
En esa etapa aparecen las reprimendas, pero además la exploración del mundo lleva a que el niño tenga más tropiezos, caídas y experiencias de dolor. Se puede crear la idea de que “todo está mal”. Una infancia dolorosa o trágica hace que esta actitud eche raíces.
Cuando persiste esta actitud en el adulto, predomina la desesperanza, la apatía y la angustia. Hay tendencias autodestructivas y se impone la falta de motivación o de interés para avanzar o solucionar problemas. No están dispuestos a arriesgar o a luchar. Una de sus frases recurrentes es: “todo da igual”.
3. Yo estoy bien-Tú estás mal
Esta actitud vital se configura entre los 2 y 3 años y corresponde a la etapa en la que el niño compensa el dolor que le provocan las reprimendas con caricias que él mismo se hace. Se trata de una postura de autocompensación en la que el otro es relativamente rechazado, despreciado o anulado.
Los niños que sufren una condición de abandono o violencia en esta etapa son más susceptibles de desarrollar esta actitud vital de forma muy intensa. Puede terminar reflejándose en la infancia y en la vida adulta como una postura perseguidora o salvadora. Así pues, los demás están mal y por tanto hay que eliminarlos o rescatarlos.
Esta posición se refleja en la vida adulta como ausencia de autocrítica, convicción de que se tiene siempre la razón y tendencia a culpar a los demás de todo. Genera personas dominantes, dadas a enjuiciar a los demás, pelear o pasar por encima de la gente.
4. Yo estoy bien-Tú estás bien
Esta actitud vital tiene dos caras diferenciadas. La primera es insana y tiene que ver con una posición maniaca: todo está bien, todo es maravilloso, no hay nada malo en mí ni en nadie. Estas personas, por lo general, recibieron demasiada atención durante la infancia. El efecto de esto es la irresponsabilidad y la falta de compromiso. También hay una impulsividad feliz y sin precauciones. Lo usual es que cuando estas personas tienen una experiencia decididamente negativa pasen al extremo opuesto: la posición nihilista.
Por otro lado, esta actitud vital también puede representar al realista. En este caso lo que hay es algo así como: “yo estoy más o menos bien y tú estás más o menos bien”. Corresponde a quienes logran encauzar su desarrollo personal de forma autónoma y se aprecian tanto a sí mismos como a los demás.
En el análisis transaccional, las actitudes vitales determinan la calidad de las relaciones con los demás. Estas, a su vez, influyen de forma decisiva en el sentimiento de bienestar o malestar frente a la vida y en las posibilidades de evolucionar.
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