La dialéctica del amo y el esclavo es uno de los pasajes más famosos de la filosofía hegeliana. En este fragmento, Hegel describe la lucha entre dos conciencias que buscan ambas el reconocimiento de la otra. La dialéctica del amo y el esclavo termina en una dominación y en un reconocimiento imperfecto. Un tipo de relación que, a pesar de no ser universal, describe perfectamente muchas de las dinámicas en las que estamos inmersos.
Por Javier Correa Román
Georg Wilhelm Friedrich Hegel es uno de los filósofos más importantes de la historia de Occidente. Nacido en 1770 en Stuttgart, es el máximo exponente del idealismo alemán. Desarrolló una amistad con el poeta Hölderlin y el filósofo Schelling y fue el intelectual más importante de su época.
Pese a que sus primeros escritos son teológicos y religiosos, no tardará en adentrarse en la filosofía. En 1801, Schelling le invita a Jena, el centro cultural más importante de la Alemania en aquel tiempo. Allí dio clases hasta 1807, cuando publicó su Fenomenología del espíritu, el que es considerado su libro más importante. Es en esta obra donde se localiza el pasaje que vamos a analizar.
La dialéctica del amo y el esclavo
En la dialéctica del amo y el esclavo, Hegel inserta a la conciencia en un escenario social. Un escenario en el que la conciencia no está sola, sino que entra en contacto con otra conciencia. Cuando la conciencia está sola, no se siente amenazada como certeza de conocimiento (nadie duda de ella). En el momento en que aparece otra conciencia, en cambio, esta seguridad tambalea. Cuando estamos solos determinamos la verdad sin oposición de nadie más, pero cuando llega otra conciencia no podemos estar tan seguros.
Para Hegel, los demás son fundamentales en la constitución de nuestra propia identidad. A pesar de que suponen una amenaza para nuestra certeza y nuestro deseo de ser la verdad del mundo, sin los demás no podríamos formar nuestra identidad. ¿Por qué? Porque para formar nuestra identidad es necesario el reconocimiento y esto solo lo puede proporcionar otro ser humano.
En el momento en que aparece otra conciencia, nos sentimos amenazados como certeza del mundo
En la dialéctica del amo y esclavo hay un concepto que es fundamental: el deseo. Hegel llama deseo al movimiento de la conciencia hacia el exterior. El deseo de la conciencia es para Hegel el proceso por el que la conciencia sale de sí misma y conoce el mundo. Ocurre que, visto de esta manera, el deseo es siempre una negación porque, cuando conoce los objetos, los agota. En otras palabras, la conciencia descubre un objeto nuevo y lo conoce («¡oh, una mesa!») y, en ese mismo instante, ese objeto se consume, se agota (porque ya lo ha conocido).
En un mundo conformado solo por objetos, el deseo es pura insatisfacción. El motivo es que los objetos se agotan en cuanto los conocemos. El deseo de la conciencia es su movimiento hacia el mundo, pero según conoce un objeto, necesita pasar a otro para mantener el deseo.
Cuando llega un ser humano —otra conciencia— para la conciencia supone una amenaza. Hasta ahora era nuestra conciencia la que determinaba la verdad del mundo: esto es una silla, esto está bien, esto está mal. El mundo no opone resistencia cuando lo conocemos (el bolígrafo no grita: «¡No soy un bolígrafo!»). La llegada de otro ser humano supone la llegada de alguien que puede empezar a dudar de nuestras verdades en el mundo («yo creo que en esto te equivocas»). La seguridad que tenía nuestra conciencia como garante y certeza del conocimiento empieza a tambalear.
La conciencia no tolera esto. Para Hegel, el deseo de la conciencia quiere ser absoluto e independiente. Cada ser humano quiere tener la verdad sin que haya nadie que desafíe su conocimiento. El ser humano que llegó en segundo lugar quiere también ser lo que determina la verdad del mundo. Este es el verdadero conflicto: dos conciencias que quieren ser las que determinan la verdad de las cosas.
Sin embargo, a pesar de ser una amenaza, la llegada de otro ser humano es también una oportunidad. ¿Oportunidad? ¿Por qué? Porque, como dijimos antes, los objetos se consumen en el mismo instante en el que conciencia los conoce. No dan más juego y, por eso, nuestra conciencia estaba insatisfecha. La conciencia de otro ser humano, en cambio, no se agota. En otras palabras, cuando sentenciamos: «Esto es así», el mundo no nos aplaude ni nos verifica. Si otra conciencia dice: «Tiene razón, es así», nuestra conciencia se siente reconocida y satisfecha.
Se abre entonces una oportunidad para que nuestra conciencia pueda estar satisfecha. La oportunidad pasa por el reconocimiento de otro ser humano, por el hecho de que otro ser humano reconozca que tenemos razón, que somos la verdad del mundo. El conflicto surge porque, en este encuentro entre dos seres humanos, ninguno quiere ceder. Ambos quieren ser reconocidos como la certeza del conocimiento.
El verdadero conflicto son dos conciencias que quieren ser las que determinan la verdad de las cosas
En un primer momento, en el choque inicial, los dos seres humanos —las dos conciencias— se ven la una a la otra. Se reconocen. Una ve a la otra y ve que la está viendo. Hegel dice: «El movimiento es, por tanto, sencillamente el movimiento duplicado de ambas autoconciencias. Cada una de ellas ve a la otra hacer lo mismo que ella hace». Es decir, las dos conciencias saben que lo que ven no es un objeto, saben que la otra conciencia también le está mirando. En este punto, ¿qué ocurre? ¿Cómo reaccionan las dos conciencias una respecto a la otra?
Lo que quiere cada conciencia es doblegar a la otra para que la reconozca como verdad del mundo. La conciencia de cada ser humano, dice Hegel, es egoísmo total y su único deseo es determinar la verdad del mundo. En este choque, entonces, cada una se siente amenazada. La conciencia no quiere matar a la otra conciencia porque la dejaría otra vez en un mundo de objetos sin ningún tipo de reconocimiento. La conciencia necesita afirmarse, someter a la otra conciencia. En resumidas cuentas, y como señala el profesor Darín McNabb:
«El deseo no desea la muerte del otro, sino que desea el deseo del otro, desea que el otro lo reconozca. El paso de la postura del deseo a la postura del reconocimiento da un giro a la maquinaria dialéctica introduciendo una nueva dinámica que resultará no en la muerte de uno, sino en una peculiar relación entre los dos, uno como amo y el otro como esclavo».
¿Y quién es el amo y quién es el esclavo? La conciencia que se erigirá como ganadora, la que llamaremos «el amo», será aquella que en la lucha no le tenga miedo a nada. Aquella que no tenga miedo a desprenderse de sus «contingencias», aquella —dice Hegel— que no le tenga miedo ni a la muerte. Por poner un ejemplo más cotidiano, en una relación de pareja el amo es aquel o aquella que no muestra miedo a que la relación se acabe. La conciencia-amo es la que puede «mostrar que no está vinculado a ninguna existencia determinada, [ni siquiera] a la vida».
Esta lucha es fundamental para las dos conciencias porque la identidad de cada una depende de que la otra la reconozca. En otras palabras, la conciencia se ha dado cuenta de que su identidad solo puede constituirse a través del otro, a través de su reconocimiento. A diferencia de los animales —y este es un punto clave de la tesis hegeliana—, nuestra conciencia no desea objetos (pues estos dejan a la conciencia insatisfecha), sino que nuestra conciencia desea el deseo del otro, su reconocimiento. Desea que reconozcan sus verdades y sus certezas. «El ganador es el amo —resume McNabb— y el que se rinde, el esclavo. Lo que este pierde y el amo gana es el honor, el reconocimiento».
La conciencia que se erigirá como ganadora, la que llamaremos «el amo», será aquella que en la lucha no le tenga miedo a nada
Pasemos a analizar la relación entre amo y esclavo. El amo es ahora reconocido como tal. Es, en palabras de Hegel, un «ser para sí». Es la certeza del mundo y no lo es porque él lo diga, sino porque otro —y esta es la clave— también lo cree así. Lo que el amo sentencia como verdad, el esclavo lo reconoce. Este último, habiéndose dejado llevar por su miedo a la muerte y a la finitud, se ha convertido en un «ser para un otro» más que en un «ser para sí». El esclavo es, en este punto, una conciencia que se niega a sí misma como verdad del mundo.
Para el amo, lo mejor del esclavo es que a él no tiene que negarlo, porque el esclavo se niega a sí mismo. La derrota del esclavo en la lucha de ambos significa que el esclavo no es absoluto e independiente, sino que es un ser más débil que el amo. El esclavo lo reconoce como dueño y certeza del mundo y le reafirma constantemente. Pero hay más: en esta nueva situación, el amo ahora puede disfrutar los objetos o cosas que antes le causaban tanto problema porque el esclavo se ocupa de ellos mediante el trabajo. En esta nueva relación el esclavo trabaja para el amo.
Ahora, el amo domina al esclavo consumiendo lo que produce. Mientras que el primero se siente libre y disfruta del trabajo del esclavo, este trabaja para él. Para el amo, es una situación perfecta. Ha conseguido imponerse y ahora disfruta de los beneficios. Sin embargo, ¿es esta situación tan idílica? ¿Está satisfecho el deseo del amo? No del todo porque en esta relación empiezan a surgir problemas.
Con el paso del tiempo, el amo se da cuenta de que su reconocimiento descansa en un otro —el esclavo— que es un ser insignificante, una conciencia dependiente. ¡Un esclavo! ¡Un ser miedoso y débil! ¿Qué valor tiene que nos reconozca una persona débil y cobarde, dice Hegel? De repente, el amo no tiene la certeza de ser verdaderamente el amo. Le entran dudas. Que sea un esclavo el que lo confirme no le da ninguna seguridad. El amo ahora descubre las consecuencias indeseables de esta situación: el reconocimiento de un ser sumiso no tiene apenas valor.
En este momento, el amo materialmente apenas tiene carencia, pero espiritualmente está vacío. Su espíritu se rebaja al mero consumo de cosas que el esclavo prepara para él con su trabajo. Respecto al esclavo, ¿qué es lo que le va a permitir alcanzar la libertad? Su servidumbre consiste en tres pilares: el miedo, el servicio y el trabajo. En la lucha a vida o muerte el esclavo sintió miedo, un miedo no tanto a su oponente, como ya dijimos, sino miedo a la muerte. Esta experiencia de miedo, a la conciencia del esclavo le ha:
«Disuelto interiormente, le ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto de fijo había en ella. Pero este movimiento universal puro, la fluidificación absoluta de toda subsistencia, es la esencia simple de la autoconciencia, la negatividad absoluta, el ser-para-sí-puro».
El primer paso para la liberación del esclavo es ser consciente de su condición de esclavo. Cuando el esclavo acepta su miedo, entonces se da cuenta de su propia situación de esclavitud. En otras palabras, el esclavo empieza a dejar de ser esclavo en el momento en que es consciente de su servidumbre. A partir de aquí, las cosas empiezan a cambiar poco a poco. Veamos lo que ocurre en el ámbito del trabajo del esclavo.
Lo que es distintivo del esclavo es que su actividad, el trabajo, no agota ni extingue los objetos como antes hacía el amo, sino que los trabaja y, así, los transforma. Volvamos a la relación de pareja: la conciencia-ama tan sólo consume los regalos hechos por la conciencia-esclava. Esta última, sin embargo, no consume objetos, sino que los hace y esto es una diferencia crucial. Es fundamental porque con esto la conciencia-esclava forja con su trabajo un mundo a su imagen y semejanza. Con el trabajo, el esclavo plasma su propia subjetividad en el objeto; expande su identidad a los objetos con los que trabaja. Estos dejan de ser meros objetos naturales para convertirse en productos humanos.
El trabajo, dice Hegel, condena al esclavo, pero también le libera. El amo dejaba que el esclavo tratase con los objetos del mundo porque él aspiraba a la independencia de los objetos y al reconocimiento del esclavo. Y el amo, recordamos, quería esto para tener su deseo satisfecho. Pero ahora el esclavo experimenta una relación con los objetos de forma diferente y mucho más positiva, ya que mediante su trabajo es cómo el esclavo se encuentra a sí mismo.
El amo descubre las consecuencias indeseables de esta situación: el reconocimiento de un ser sumiso no tiene apenas valor
En resumen, el esclavo atisba su independencia personal a través de su trabajo. Cuando trabaja, el esclavo ejerce su libertad para dar la forma que quiere a los objetos. El mundo va tomando la forma que él lo da. Esta es la razón principal de que el esclavo deje de sentirse enajenado de sí mismo. Volviendo a nuestro ejemplo: fabricar objetos para que el otro los consuma en la pareja puede ser servil, pero en este hacer, en este fabricar, uno se da cuenta de sus propios gustos y se desarrolla a sí mismo.
La relación ya no queda entonces tan clara. El esclavo es un poco más independiente y ha encontrado una forma de lidiar con los objetos (el trabajo) de forma que estos no se consumen y, a la vez, le permiten desarrollarse. El amo, en cambio, se ha descubierto más dependiente, pues depende del reconocimiento de alguien inferior. No debemos pensar que es el esclavo el que sale ganando, porque, desde el punto de Hegel, hacia finales de este apartado no hay mucha diferencia entre el amo y el esclavo: ninguno de los dos es totalmente libre ni totalmente dependiente.
Llegados a este punto, la dialéctica no ha producido lo que los dos buscan: la libertad, la independencia y el reconocimiento del otro. El reconocimiento en esta dinámica ha sido sesgado y parcial, no mutuo (¡ha sido una lucha!), lo que ha dejado a los dos en una condición terriblemente insatisfecha e infeliz.
Conclusiones
Varias cosas resultan importantes de este pasaje. El primero es constatar que la identidad necesita el reconocimiento del otro para constituirse. Esto ha influido enormemente en los movimientos políticos de nuestra época. Estos, según autoras como Nancy Fraser, han variado desde las peticiones económicas hacia reivindicaciones identitarias y de reconocimiento.
Otra cosa importante a tener en cuenta es que Hegel no postula que así sean todas las relaciones entre humanos, pues —como hemos visto— el reconocimiento que se da no es un reconocimiento simétrico. El contexto que describe Hegel es el de un reconocimiento imperfecto y de lucha. Para llegar a una situación de reconocimiento igualitario la conciencia tendrá que recorrer aun varios capítulos de la Fenomenología del espíritu .
F+ ¿Necesitamos el reconocimiento del otro para forjar nuestra identidad?