El ser humano es insaciable como el fuego. Busca respuestas a sus preguntas y soluciones a sus problemas. Allí donde enfoca ese don divino de su fuego creador -y destructor- encuentra nuevas vías para su insaciable avance. Perfecto. El conocimiento es poder y sin conocimiento la existencia humana no se sostiene. La cuestión es quién conoce y a quién sirve el conocimiento: si quien conoce es el Hombre, con mayúsculas -lo más noble, lo más justo, lo más bueno en cada uno- bien. Si se sirven a los ideales del Ser Humano, bien. El problema es cuando quien conoce son nuestros prejuicios, mediocridades y lo que se busca con este conocimiento no es la verdad, sino dar más solidez a nuestras opiniones. La historia de la ciencia demuestra que los verdaderos avances de la misma -más que de la tecnología- surgen a pesar y con la oposición de las “academias”.
Los arqueólogos excavan la tierra para hallar testigos de un pasado del que muchas veces se carecen de textos escritos. Grandes esfuerzos económicos humanos se destinan a buscar estos “tesoros” que muchas veces no se pueden interpretar, o lo que es peor, que se interpretan de acuerdo a las alienaciones del momento, atribuyendo, por ejemplo, los dólmenes a una aristocracia “esclavista” y haciéndolos símbolos de poder -y ya está- en vez de preocuparse “con toda el alma” de entender qué era para estos autores megalíticos el poder, el por qué de estas construcciones, y a quiénes estaban destinadas. Es evidente que el conocimiento sin amor no es fértil y que generalmente se convierte en una maldición. También es evidente que cuando se ama, lo que se ama es un símbolo, una puerta abierta hacia aquello que está más allá. Lo que se ama no es una puerta abierta en un desierto sin caminos, sino una puerta que lleva al verdadero ser del amado Esto ocurre, por ejemplo, con los dólmenes. Se ha dicho que quien busca la verdad debe ser apasionado como un amante, enamorado como un poeta, tenaz como el mayor de los ambiciosos y escrupuloso y objetivo como un científico. Recuerdo haber visitado este dolmen en el mes de julio y a pleno sol de mediodía pasar varias horas buscando el más ínfimo de sus símbolos grabados en sus piedras erguidas. Tanteando a veces el megalito para hallar imágenes que nos negara la vista, y filmado con pasión sus blancas y desnudas piedras. Y ciertamente que así, y sólo así, podríamos encontrar petroglifos que no aparecieran en los libros de texto. Quien no ama no busca, hace que busca. Y el que no busca no encuentra.
Querría, aprovechando la temática de “lugares mágicos” de esta Gaceta de Andalucía, esbozar el retrato de “un amor de verano” y poder reflexionar sobre los símbolos que aparecen en sus duras piedras. Símbolos que han demostrado durar más, y por lo tanto ser más fieles, que ningún libro.
H.P. Blavatsky nos enseñó que los símbolos son más profundos cuanto más antiguos y nos alentó a trabajar con ellos abriendo una a una las puertas que su presencia hace vivir en la imaginación. También enseñó que cada símbolo expresa una cualidad divina de la naturaleza, y que por lo tanto, investigarlos nos hace profundizar en la raíz divina del ser humano, que es también la raíz divina de esta misma naturaleza.
Este dolmen recibe su nombre de la finca donde se encontró, cuatro kilómetros al sur de Villamartín, a los pies de la sierra de Cádiz, en una llanura que forma la cuenca del río Guadalete. Si miramos un mapa topográfico lo encontraremos en la hoja 1035 (Montellano) entre las lomas del Tesorillo y el Cerro de Alberite. El dolmen está clasificado como “dolmen de corredor”, caracterizado por una galería o pasillo que llega hasta una sala. Pero al verlo excavado, o al observar su planta parece más un barco de piedra bogando en la llanura gaditana. Con sus 20 metros de “eslora” mirando al oeste y 3 metros aproximadamente de anchura, está formado por 65 grandes piedras de tres materiales distintos: calizas, areniscas y biocalcarenitas. Es frecuente encontrarnos en los dólmenes con piedras distintas e incluso de canteras distintas, lo que acentúa la importancia “mágica” de los materiales utilizados, tal y como insiste L. Charpentier en su obra “Los Gigantes y el misterio de los orígenes”. Y entiendo por “magia” el conocimiento y uso de leyes inexploradas de la naturaleza.
Este es un dolmen que, como la mayor parte de ellos, se ha encontrado ya muy alterado, al ser usado como “lugar sagrado” y enterramiento hasta la época medieval incluso. Lo que hace más difícil identificar el móvil original. Es como si los arqueólogos del futuro al excavar se encontrasen, por ejemplo, con catedrales góticas y no supiesen si se trata de una necrópolis convertida en santuario, o si de un templo en que se enterrarían los personajes principales de la ciudad, como de hecho ocurre. Para colmo ha sufrido saqueo desde épocas antiguas, romana (?) y medieval.
Por los fragmentos óseos que han aparecido en el más antiguo de los niveles se trata de un enterramiento colectivo del IV o del III milenio a.C. Entre los hallazgos que se han hecho en el dolmen cabe destacar: 4 láminas de sílex, 2 grandes escoplos o rejas pulimentadas en rocas subvolcánicas, 1.100 cuentas de collar, 3 ídolos betilos y un gran prisma de cristal de roca, una paleta caliza para ocre y numerosos machacadores. Formalmente es similar a los distintos focos dolménicos del centro oeste andaluz, como el de Antequera, Ronda y dólmenes sevillanos de la tierra subbética. Es interesante recordar que según ciertas tradiciones esotéricas el cristal de roca es uno de los materiales usados en el ceremonial, dadas sus propiedades, d las que, en lo físico, la piezoelectricidad es una muestra. Transforma los impulsos mecánicos en eléctricos y viceversa. Si hay algo inequívoco en los dólmenes, es que siempre -o casi siempre- aparecen enterradas hachas de piedra -hachas rituales, que se demuestra no haber sido usadas, o sea, símbolos de poder, a veces incluso con el agujero para llevar como colgante- y cuarzo o cristal de roca, a veces en su forma prismática. Recordemos también, por ejemplo, el valor que le dan los romanos al cuarzo en sus ofrendas funerarias. Los objetos con él tallados, por ejemplo, palomas, eran más preciados que el oro y n distintivo de la más alta nobleza.
¿Qué símbolos aparecen en el dolmen? ¿Qué significado tienen? El significado conjunto no lo sabemos. ¿Por qué aparecen soles con rayos en determinada piedra y no en otra? Parecen reconstruir y evocan la trama viva de las estrellas, soles unidos en el espacio por la luz que irradian. Para qué las repetidas “cazoletas”, multitud de concavidades que, según algunos investigadores, y por analogía, harían de “espejos mágicos” donde se reflejan las constelaciones. Y es que lo más parecido a estas distribuciones en la piedra son los astros en el cielo. En una de las piedras hay grabado, en relieve, un casquete esférico que evoca, a la altura que está, un Sol poniente. Una figura con forma humana, esbozada en líneas arañando la piedra, aguarda en una de las jambas de entrada al dolmen, como si fuera un guerrero vigilante velando el sueño de la muerte de almas nobles y fuertes. Alabardas, rasgos como de un lenguaje ininteligible, representaciones de armas curvas, que se parecen a las falcatas ibéricas. Tres semiesferas formando un triángulo, imágenes como de serpiente…
Pero la imagen más sorprendente de todas es la que muestra un “espermatozoide penetrando en un óvulo”, para lo que aprovecharon un agujero natural de la piedra. Esta imagen, cualquiera que sea su significado es una imagen que se repite, por ejemplo, en los petroglifos gallegos. Serpientes con forma de espermatozoides en laberintos tienen el mismo significado. Quizás esboce el proceso de gestación de un universo, de un ser vivo, etc, etc… En textos antiguos tibetanos se dice que existen cometas portadores de vida que intervienen en la formación de sistemas solares. Los físicos reconocen que debe haber algo que rompa la quietud y estabilidad del plasma original para iniciar un movimiento de diferenciación y de rotación. Esta es una idea del esoterismo tradicional y debe referirse a la misma enseñanza. Que los constructores de dólmenes quisieran evocar esto parece un despropósito, pero quizás llegue el momento en que revisemos nuestras ideas sobre ellos. Y si no, pensemos en el dolmen de Menga y en sus bloques megalíticos de más de doscientas toneladas arrastrados por la sierra varios kilómetros. El lector común sin conocimientos de ingeniería desconocerá quizás el esfuerzo, inteligencia, organización y logística que requiere un trabajo como este, pero es una tarea ciertamente compleja.
Justo encima de la imagen antes comentada hay una minúscula nave con forma de serpiente o más bien de dragón y una figuración del cielo, una nube u otra serpiente “celeste”. La nave con forma de serpiente o dragón es una imagen mítica repetida en muchas civilizaciones. En la India, por ejemplo, se representa legando desde una de estas naves a los agnishvattas, los Señores del Fuego, que dotaron a la humanidad del Conocimiento. Lo triste es no saber lo suficiente para “leer” todas estas imágenes con su orden y significación precisa. El único medio del que disponemos es la analogía con otras civilizaciones y el presupuesto lógico e intuitivo a la vez de un trasfondo común para todas las creencias, cultos y religiones de la humanidad. Decía la filosofía antigua que lo bello es la puerta de lo verdadero, y si no somos capaces de hallar el significado ultérrimo de estos símbolos y de estas construcciones, que en sí mismas son símbolos; debemos al menos abrirnos a su belleza como la tierra a la que hace fértil la lluvia.
Jose Carlos Fernández