“Es lo que hay”, la trampa de la resignación

Es lo que hay.

Lo asumes, aunque sea a regañadientes.

Te convences de que no puedes hacer nada para cambiarlo. Y te resignas.

Muchas veces resignarse parece la mejor opción. Otras veces parece la única posible. Sin embargo, detrás de ese aparente estoicismo se esconde una trampa.

¿Qué implica realmente vivir con resignación?

La resignación tiene múltiples acepciones. Ninguna de ellas positiva.

Se puede entender como la aceptación de la desesperación, el acto de rendirse para soportar lo que venga como mejor podamos. Desde esta perspectiva, resignarse es levantar bandera blanca, deponer las armas, dejar de luchar y ponerse en manos del destino.

Desde el punto de vista etimológico, la resignación es una acción que implica la entrega del poder. Implica, por tanto, un retroceso y, a la vez, la renuncia a nuestra capacidad para cambiar lo que nos incomoda o daña. Es el equivalente a llorar sobre la leche derramada asumiendo la fatalidad de brazos cruzados.

Cuando caemos en un estado de resignación nos sentimos derrotados e incapaces de generar el cambio que necesitamos. De hecho, la resignación se acompaña de pensamientos como “ tendré que soportarlo ” o “ no me queda otra alternativa ”.

Vivimos la resignación, por tanto, como una fuerza que nos presiona y asfixia. Nos sentimos atrapados en las circunstancias e impotentes para cambiarlas porque hemos cedido nuestro poder. A veces, el nivel de resignación es tal que ni siquiera lo intentamos, y cuando se presentan oportunidades de cambio, las perdemos porque hemos caído en un estado de indefensión aprendida .

Lo contradictorio es que muchas veces recurrimos a la resignación para evitar el sufrimiento. Creemos que resignándonos la carga será más pesada. Pero si nos resignamos a algo que nos hace daño, es probable que ese sufrimiento solo aumente con el paso del tiempo. Por tanto, la resignación termina convirtiéndose en una trampa que nos tendemos a nosotros mismos, una trampa que prolonga el dolor y la indefensión.

El paso de la resignación a la aceptación

Cuando sucede algo que no nos gusta, no sacamos ningún provecho de negar la realidad o fingir que no está ocurriendo nada. Sin embargo, aceptar lo ocurrido no es lo mismo que vivir con resignación. 

Resignarse a algo no es lo mismo que aceptarlo genuinamente. Cuando decidimos que “es lo que hay” y nos sometemos a las circunstancias, por muy injustas que nos parezcan, nos resultará difícil asumir una actitud proactiva que saque de esa condición. La resignación a menudo implica negarnos el derecho a ser felices, sentirnos satisfechos o plenos o incluso cambiar lo que nos está dañando.

En cambio, la aceptación es ver las cosas como son, mantener la capacidad para diseñar nuestro plan de acción. La resignación es decidir que es así y no podemos hacer nada para cambiarlo. Resignarnos es quejarnos porque está lloviendo, aceptarlo es tomar nota de que está lloviendo y tomar el paraguas.

No podemos detener la lluvia. Eso es un hecho. Podemos resignarnos a pasar un día “terrible” o, al contrario, tomar medidas para que la lluvia arruine lo menos posible nuestros planes. La resignación agrega el peso de la derrota. La aceptación es neutral y preserva nuestra capacidad para ser proactivos.

De hecho, no es casual que un estudio realizado en la Universidad de New Brunswick concluyera que “l a aceptación está asociada a niveles más bajos de dolor, discapacidad y estrés ”, particularmente en las personas que sufren dolor crónico y tienen que acostumbrarse a vivir con esa condición.

Entonces, ¿cómo pasar de vivir con resignación a la aceptación?

La aceptación implica tomar nota de la realidad y, en muchos casos, reconocer lo que no podemos hacer o lo que escapa de nuestro control. Pero no termina ahí. A diferencia de la experiencia pasiva de la resignación, la aceptación es un estado activo en el que validamos nuestros sentimientos sobre lo que está ocurriendo desde la comprensión y la compasión.

Acto seguido, buscamos alternativas. A diferencia de la resignación, en la que nos invade la sensación de impotencia, la aceptación nos permite centrarnos en lo que podemos hacer. Porque siempre hay algo que podamos hacer. Aunque no podamos cambiar las circunstancias, modificar nuestras expectativas o reacciones puede implicar un cambio radical en la manera de lidiar con ellas y, sobre todo, en su impacto sobre nuestro bienestar psicológico.

Fuente:

LaChapelle, DL et. Alabama. (2008) El significado y el proceso de aceptación del dolor. Percepciones de las mujeres que viven con artritis y fibromialgia. Pain Res Manag ; 13 (3): 201–210.

“Es lo que hay”, la trampa de la resignación

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