Por qué nos cuesta ser felices, según la ciencia

Aunque la felicidad es un estado que alcanzamos muy de vez en cuando, hay quien nunca experimenta dicha emoción y navega en un estado permanente de insatisfacción. La ciencia nos explica las variables responsables de estas fluctuaciones.
Por qué nos cuesta ser felices, según la ciencia

Si nos preguntamos por qué nos cuesta ser felices, la respuesta no es fácil. Hay infinidad de factores que pueden apagar, difuminar e incluso vetar por completo el poder sentir esta emoción tan enriquecedora e intensa. Sin embargo, hay otro hecho evidente, y no es otro que nuestra constante obsesión por alcanzar este estado, esta cumbre emocional y personal.

Vivimos en un momento que podríamos definir casi como de “tiranía de la felicidad“. Hay que serlo sí o sí, y quien no la experimente es un marginado social.

Lo recomendable es ir con cuidado con muchos de esos mensajes que pululan por nuestras redes sociales y en la industria de los libros de autoayuda. Porque lo opuesto a la felicidad no siempre es la tristeza. De un extremo a otro hay espacios intermedios en los que podemos habitar sintiéndonos en calma y bien con nosotros mismos.

No obstante, otro aspecto evidente es navegar siempre en la insatisfacción crónica, en el malestar que no se apaga y no poder disfrutar ni siquiera una vez de un breve instante de felicidad.

Teniendo en cuenta esto, la ciencia tiene una respuesta al por qué algunas personas no llegan nunca a sentir ese abrazo cálido de bienestar y de la alegría de vivir. Lo analizamos.

“La felicidad en las personas inteligentes es la cosa más rara que conozco”. 

-Ernest Hemingway-

Hombre triste preguntándose ¿Por qué nos cuesta ser felices?

La razón de por qué nos cuesta ser felices

Una de las peculiaridades del ser humano son los desafíos que tiene que afrontar para cuidar de su bienestar emocional. No es algo nuevo.

Hay quien señala —a modo de ironía—, que todo empezó con Copérnico. Fue él quien nos reveló que no éramos el centro del universo y que la Tierra era un planeta más girando alrededor del Sol. Más tarde, Darwin desplazó a la humanidad de esa posición privilegiada y absolutista en el árbol de la vida.

Así, y por si no fuera bastante, más tarde llegó Sigmund Freud para indicar lo irracionales y vulnerables que podemos llegar a ser. En efecto, no somos más que una pequeña mota insignificante en el centro del cosmos, criaturas imperfectas, volubles y frágiles. Es más, si hay algo que nos define es ser muy propensos al sufrimiento en todas sus formas: el emocional, el social, el existencial…

¿Hay quizá algún “fallo” en nosotros que explique el por qué nos cuesta ser felices? En absoluto, no hay defecto alguno. En primer lugar, hay algo que debemos considerar. Disponemos de un cerebro para el cual la felicidad no es una prioridad: lo más importante es sobrevivir. Por otro lado, hay que considerar el hecho de que hay muchas personas que sí son felices, resilientes y definidas por un gran optimismo.

Ahora bien, si por algo ha mostrado interés la ciencia en los últimos años ha sido por comprender por qué hay tanta gente que no tiene esa facultad. Las tasas de ansiedad, depresión y suicidios aumentan cada año. ¿Cuál es la razón? Un estudio reciente nos lo explica.

Aunque dispongamos de un cerebro que prioriza la supervivencia a la felicidad, no podemos descuidar uno de sus potenciales: la plasticidad. Gracias a ella podemos aprender recursos que nos permitirán cambiar y alcanzar así el bienestar.

Los genes frente a tus circunstancias y tu actitud

Uno de los trabajos más decisivos sobre el estudio de la felicidad fue publicado en el 2005 por la doctora Sonja Lyubomirsky y su equipo de la Universidad de California, en Estados Unidos. En él, se nos revelaba lo siguiente:

  • El 50 % de la felicidad de las personas está determinada por sus genes. Es decir, todos venimos al mundo con una predisposición determinada para procesar la realidad y reaccionar ante ella de un modo más optimista o pesimista.
  • El 10 % de nuestra felicidad depende también de nuestras circunstancias personales, de las experiencias vividas, esas que nadie puede controlar. Nacer en entornos conflictivos, sufrir abusos, experiencias traumáticas serían ejemplo de ello, y una de las razones de por qué nos cuesta ser felices.
  • El 40 % restante parte de nuestra capacidad para disfrutar de la felicidad parte de cómo actuemos ante lo que nos sucede. Es aquí donde entran factores como la actitud, las habilidades emocionales que desarrollemos, las estrategias de afrontamiento, etc.

Ahora bien, cabe señalar que este estudio fue muy criticado. La razón de por qué nos cuesta tanto ser felices no está tan determinada por la genética como señala este trabajo. Es más, a día de hoy se pone el foco en el tercer factor: en la capacidad de responder ante lo que nos pasa.

Chica en campo de lavanda pensando en por qué nos cuesta ser felices

Aprender a vivir con lo que nos pasa, clave de bienestar

Son múltiples las razones que explican por qué nos cuesta ser felices. Está la genética, cierto, pero también los traumas de infancia, el estrés psicosocial, la personalidad, la baja autoestima, el estilo de pensamiento y también la falta de herramientas psicoemocionales para manejar lo que nos sucede.

Existe todo un compendio de elementos que pueden recortar esa capacidad para sentirnos bien con nosotros mismos. Ahora bien, ¿significa esto que estamos biológica y psicológicamente limitados para ser felices? Una vez más, la respuesta es no. Todos tenemos la capacidad para cambiar. Todos podemos trabajar en nuestro bienestar a pesar de las circunstancias que nos rodeen.

Decía el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, que las personas nos pasamos la vida tejiéndonos a nosotros mismos con cabos de lana biológicos, sociales, afectivos, psicológicos y sociales. Tenemos la capacidad para transformarnos y encarar lo que nos ocurre con nuevas herramientas y estrategias. Solo así tejeremos telas mentales más fuertes y resistentes.

A final, felicidad es aprender a vivir de la mejor manera con aquello que nos sucede. Bien es cierto que hay circunstancias a nuestro alrededor que no podemos controlar  y que determinan nuestro bienestar y nuestro estado de ánimo. Sin embargo, tenemos la obligación de encararlas del mejor modo que podamos: con nuevos y valiosos recursos.

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