La felicidad según Sigmund Freud

Para Freud, la felicidad del ser humano se orienta únicamente a saciar sus necesidades. Esto nos aboca a experimentar un bienestar momentáneo y fugaz. Lo que explica nuestra insatisfacción continuada.
La felicidad según Sigmund Freud

La felicidad según Sigmund Freud define un comportamiento que no nos es ajeno ni desconocido. El padre del psicoanálisis definió al ser humano como una figura orientada a la búsqueda del placer continuada. Es un anhelo constante por la gratificación inmediata. Lo hacemos para escapar de la sensación de represión que nos genera nuestra sociedad.

La definición es cuánto menos interesante. Además, difiere de todos esos enfoques que en la actualidad intentan explicarnos cómo se hace eso de “ser feliz”, como es el caso de la psicología positiva de Martin Seligman o Mihaly Csikszentmihalyi. Mientras estos últimos nos hablan de factores como el optimismo, la resiliencia, la creatividad o la sabiduría, Freud difirió en esa perspectiva.

Ahora bien, debemos entender que Freud era hijo de su tiempo y de ese contexto en el que la psicología estaba viviendo su amanecer; su poderoso despertar. Sin embargo, esto no resta interés ni valor a su aportación. En las páginas de El malestar en la cultura (1930) traza una serie de realidades que, incluso con el paso de los años, son fáciles de identificar…

“Lo que llamamos felicidad, en el sentido más estricto, proviene de la satisfacción (preferiblemente repentina) de necesidades que están siendo reprimidas”.

-Sigmund Freud-
imagen para simbolizar la felicidad según Sigmund Freud
Según Freud, experimentamos un anhelo constante por la gratificación inmediata.

¿En qué se basa la felicidad según Freud?

La felicidad, señalaba Freud, proviene de la satisfacción de nuestras necesidades ignoradas o no atendidas. A esta conducta la definió como principio del placer y, si lo pensamos bien, sirve de espejo para muchas de las conductas que observamos en la actualidad. Buscar la satisfacción y el refuerzo de dopamina es una constante en buena parte de nuestra población.

El principio del placer nos invita a experimentar un sentimiento muy breve y puntual de satisfacción. Somos esa sociedad que no sabe (o no puede) retrasar o sacrificar su necesidad de gratificación inmediata para poder obtener recompensas más duraderas a largo plazo. Lo que deseamos lo debemos lograr aquí y ahora y en caso contrario, surge el malestar.

Tal y como nos indicaba Freud en su día, debido a ese “apetito” constante por obtener refuerzos a nuestros instintos, difícilmente alcanzaremos un bienestar real y duradero. Cabe señalar, como ya podemos intuir, que nuestro célebre psiquiatra austríaco siempre albergó una visión muy pesimista sobre el concepto de la felicidad

El malestar de la cultura, un libro muy relevante

Para entender qué era la felicidad para Freud es imprescindible leer El malestar de la cultura (1930) junto con la Psicología de las masas y el análisis del yo. Son dos textos muy decisivos de la psicología social e incluso del siglo XX en general. ¿La razón? En estos trabajos nos explica que, en realidad, el ser humano no puede ser feliz dentro de la civilización (aunque tampoco puede estar sin ella).

La civilización y la propia sociedad nos dan seguridad, pero nos reprimen. Esa represión es la que oprime, silencia y regula nuestros instintos más básicos. De ese modo, solo cuando podemos liberarlos de vez en cuando, logramos la felicidad. Por ejemplo, el sexo era una forma evidente de felicidad para Sigmund Freud.

Las personas únicamente buscan dos cosas: evitar el sufrimiento y buscar a toda costa alguna manera de obtener placer. Esto, que nos puede parecer rudimentario y elemental, define una parte amplia de las conductas de las personas. Pensemos que el placer lo conseguimos con cosas tan simples como al saciar el hambre, al atender nuestras necesidades de filiación o al obtener determinados recursos materiales.

La felicidad según Sigmund Freud es algo que siempre buscaremos

La felicidad según Sigmund Freud es algo que siempre intentamos alcanzar y que nunca logramos prolongar. Es como buscar luciérnagas en la noche. Nos cautivan por su luz, nos hechizan, pero cuando las cogemos su destello se apaga muy pronto. La verdad es que el padre del psicoanálisis asumía que el ser humano no tenía precisamente fácil alcanzar ese bienestar permanente y enriquecedor.

Tal y como nos explicó en El malestar en la culturahay 3 factores que median en esa dificultad para lograr la felicidad. La primera es por nuestro cuerpo y nuestra psique. Somos seres cuyo cuerpo enferma y envejece, y somos vulnerables ante las adversidades.

El segundo factor es el mundo exterior, la civilización, un escenario difícil, contradictorio y a menudo destructivo. Y la tercera variable que orquesta en nuestra dificultad para ser felices son las relaciones humanas.

mujer representando la felicidad según Sigmund Freud
El sufrimiento es una constante en la vida del ser humano, según Sigmund Freud.

Crítica a la visión de Freud: satisfacción y felicidad no son lo mismo

Hay un hecho innegable. La felicidad según Freud ejemplifica buena parte de nuestra conducta presente. Buscamos la felicidad intentando satisfacer nuestras necesidades, y esto nos hace caer en comportamientos que, lejos de darnos bienestar, traen el sufrimiento.

Compramos cosas que no necesitamos pensando que con ello nos sentiremos mejor. Pero no ocurre. Somos adictos a las redes sociales, buscamos el like y el reconocimiento a cada instante creyendo que así lograremos la felicidad. Pero no sucede. Estamos cumpliendo lo que Freud definió como principio del placer, ese que nos conduce a un sufrimiento irremediable.

¿Cuál es la solución, entonces? Vale la pena recordar aquí lo que nos dijo el psicólogo cognitivo Daniel Kahneman, Premio Nobel de economía en 2002. Según él, es necesario diferenciar entre satisfacer las necesidades y la felicidad; porque no son la misma cosa.

Nuestras necesidades siempre estarán ahí, pidiéndonos atención. Satisfacerlas solo nos dará una sensación de recompensa puntual. Y al poco, volverá el hambre, el deseo, la necesidad…

La auténtica felicidad requiere dar forma a otro tipo de satisfacción, esa en la que invertimos en metas a largo plazo y no en recompensas inmediatas. Saber aplazar las gratificaciones, y esforzarnos en alcanzar propósitos más elevados, puede conducirnos a una sensación de bienestar más perdurable.

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