¿Dejamos de aprender alguna vez? La respuesta es no. Nunca dejamos de adquirir conocimiento; además, parece que tenemos diferentes formas de aprender.
En este contexto, existen dos elementos relevantes e inherentes de la condición humana: voluntad autónoma y deseo de aprender. El primero hace que la persona sea consciente de sí misma, identificando al mismo tiempo sus deseos; el segundo es la determinación auténtica por aprehender conocimiento, presente en el entorno social y cultural, que genera placer y satisfacción.
Es cierto que los niños, como esponjas, absorben fácilmente el conocimiento; en cambio, los adultos podemos desplegar de manera consciente estrategias que optimicen nuestro aprendizaje, pudiéndonos aprovechar para ello de un cúmulo de experiencias.
¿Cómo aprendemos?
En términos generales, las bases del aprendizaje están constituidas por nuestros sentidos, primer estadio del conocimiento, pues a través de ellos recibimos los estímulos que serán procesados y sintetizados por el entendimiento. Posteriormente, gracias a nuestra estructura del lenguaje, serán convertidos en discurso lógico -al menos, para nosotros-. Recordemos que el aprendizaje está condicionado por cómo percibimos y por los estados emocionales.
Aprendemos por observación-imitación, interacción, ensayo-error y repetición. Además, tenemos las estructuras a priori, filogenéticas, sin las cuales las funciones no tendrían una estructura con la que empezar a operar. Por ejemplo, sin el ojo no podríamos observar o sin el olfato, oler.
La herencia de nuestra especie nos dotó de estructuras filogenéticas para conocer el mundo y conocernos a nosotros mismos.
El cerebro humano adquirirá nuevos conocimientos a lo largo de la vida hasta su muerte. Ahora bien, ¿qué papel cumple el cerebro en el continuo aprendizaje del ser humano?
La plasticidad cerebral
El cerebro tiene el potencial de modificarse, gracias a la neuroplasticidad. Para entender cómo lo hace, es necesario comprender las conexiones nerviosas que se presentan como consecuencia de la nueva información a procesar, por medio de la estimulación sensorial, con todo lo que conlleva tener un componente afectivo subjetivo, inherente a la condición humana.
La plasticidad cerebral o neuroplasticidad es un proceso constante de remodelación de esquemas neurosinápticos de corto, medio y largo plazo. Su función es optimizar la actividad de las conexiones de las redes cerebrales, incluso, cuando el sistema nervioso recibe algún tipo de daño.
La neuroplasticidad se asocia al aprendizaje de los infantes. Sin embargo, como mencionamos antes, también existe y juega un papel importante en todas las edades. Según María Virginia y Juan Suárez: “la neuroplasticidad que se da durante la ontogenia para la elaboración de nuevos circuitos inducidos por el aprendizaje y el mantenimiento de las redes neuronales, tanto en el adulto como en el anciano, se denomina plasticidad natural”.
De forma global, el cerebro experimenta cambios internos o externos, que obedecen a modificaciones reorganizacionales de las neuronas, en especial, en la percepción y la cognición. Gracias a las nuevas conexiones neuronales, diversos componentes bioquímicos y fisiológicos tienen como consecuencia diferentes reacciones biomoleculares químicas, genómicas y proteómicas. De esta forma, gracias al cerebro, nunca dejamos de aprender.
¿Qué podemos seguir aprendiendo?
Con frecuencia, lo que aprendemos está íntimamente ligado con lo que deseamos. Ya sea de manera consciente o inconsciente, invertiremos recursos en este aprendizaje frente a otros potenciales.
Así, nunca dejamos de aprender; la neuroplasticidad es prueba de ello. Ahora bien, lo que aprendemos está íntimamente ligado con lo que deseamos y con nuestra condición emocional, más la auditoría que realice nuestra razón.
Por ejemplo, si eres una persona apasionada por la música no puedes pretender ser un genio en matemáticas, siempre y cuando no sientas una fuerte inclinación hacia ellas. Es fundamental para el aprendizaje saber en qué se tiene actitud y aptitud.
Si tenemos claro qué es lo que queremos, únicamente la muerte es la que puede poner límites a nuestro deseo de adquirir conocimiento. La clave está en la voluntad que poseamos para aprender, sin prescindir jamás de la disciplina y la constancia, que son vitales para reforzar la experiencia del conocimiento.
La emoción y el aprendizaje
Decir que “dejamos de aprender” es exagerado, ya que la percepción está siempre activa. Ahora bien, las emociones y los afectos no tan conscientes también tienen el potencial de condicionar nuestra forma de adquirir conocimiento.
Por ejemplo, no es lo mismo estudiar para obtener una buena calificación que para poder aplicar ese conocimiento en una futura práctica profesional. Afortunadamente, las estrategias asociadas a la segunda motivación también nos pueden ayudar a alcanzar el primer objetivo.
El segundo caso merece un párrafo aparte. Los autodidactas, por ejemplo, son más constantes en el aprendizaje porque precisamente el seguimiento de este aprendizaje lo realiza una persona motivada que siempre está con ellos: ellos mismos.
Otro ejemplo de motivaciones particulares lo encontramos en personas bajo una condición clínica significativa; con limitaciones impuestas precisamente por esa entidad clínica, tienen que enfrentarse al desafío de aprender precisamente para librarse de muchas de sus limitaciones.
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