La pregunta por la verdadera vida o la autenticidad de esta. He aquí una de las grandes cuestiones de la filosofía contemporánea desde Nietzsche. En su último libro, De vera vita, el filósofo francés François Jullien nos ofrece una posible respuesta: una que pasa por rebasar el conformismo al que nos lleva la seudovida que vivimos y tomar consciencia de lo que somos. Y para ello la filosofía será una herramienta fundamental.
Por Irene Gómez-Olano
«Una mañana —cuando el día aún no ha impuesto su curso, no ha proyectado su fatalidad— se alza insidiosamente una sospecha: que la vida podría ser algo muy distinto a la vida que vivimos. […]: que la vida que vivimos tal vez no sea realmente la vida». Con esta insidiosa sospecha comienza la reflexión de François Jullien en su último libro, De vera vita. Un pequeño tratado para una vida auténtica.
La cuestión de la verdadera vida ha atravesado la historia de la filosofía; un recorrido que no le es desconocido a Jullien, que esboza algunos peldaños de la larga escalera hasta el presente. Pero esa escalera no siempre fue de subida: más bien parece que lo propio del quehacer filosófico ha sido el olvido —consciente o no— de lo vital.
El pensamiento antiguo griego se desocupó del vivir para darle prioridad al ser. Es decir, se deshizo de lo concreto y encarnado para ocuparse de lo abstracto y modélico. Para Platón, de hecho, la vida elevada era equiparable al punto de vista elevado, un punto de vista que supera la vida anterior (una falsa vida caracterizada por la falta de consciencia). Pero Jullien denuncia que esta visión es metafísica que ya no podemos permitirnos: nos promete un paraíso de conocimiento que no está claro que exista. Nada de esto puede darnos pistas sobre lo que sea la verdadera vida.
El abandono de la verdadera vida continuó durante gran parte de la historia de la filosofía. En ese contexto no es raro, opina el autor francés, que fuera la religión la encargada de hacerse cargo de la vida: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», leemos en el Evangelio de San Juan.
La novela moderna tuvo más sensibilidad con la vida. Pero la novela no es filosofía y ha sido incapaz de elevar su reflexión a concepto. De lo que se trata, para Jullien, es de desarrollar una filosofía de la verdadera vida que reflexione conceptualmente, pero sin ceder a tentaciones metafísicas que nos alejen de lo concreto.
Pensar después de la muerte de Dios sigue siendo un reto para el autor. Pero un reto que hemos de proponernos. Pensar la vida en sus coordenadas de «verdad» no puede ser equivalente a pensarla en términos de Verdad metafísica y en mayúsculas. Lo que reivindica no es una verdad sobre la vida, sino un «vivir verdaderamente».
Y es que, volviendo a la sospecha con la que comienza su reflexión, parece que ante lo que estamos hoy no es siempre la verdadera vida (no lo es, de hecho, casi nunca), sino una seudovida conformista, tras la cual se esconde una enorme sospecha: que la vida podría ser una cosa muy diferente.
«La verdadera vida comienza a emerger en la vida cuando empiezan a fracturarse los marcos constituidos, codificados, delimitados y asimilados de la experiencia que la repliegan a una normalidad que es siempre facticia, que encierra en la seudovida». De vera vita
El problema no es individual, sino colectivo. Existe un espíritu de época atravesado por el entretenimiento vacío y la imposibilidad de conocer mundos nuevos: atravesado por el smartphone y los resorts con todo incluido que impiden (o le ponen un obstáculo añadido) al acceso a la verdadera vida.
Pero cabe preguntarle al autor si, en un momento histórico convulso como el nuestro, el gran problema vital al que se enfrentan las nuevas generaciones es reducible a la alienación de bajo perfil a la que nos somete el teléfono mal llamado inteligente. Parecieran suficientes dos años de crisis sanitaria y de auge de nuevos conflictos bélicos, que se suman a dos décadas de crisis económica y de amenaza de crisis climática, factores más determinantes en la infelicidad e inautenticidad vital colectiva.
Para el autor, el marco ideológico del marxismo ya no tiene vigencia, porque las contradicciones de clase han disminuido desde la escritura de la obra de Marx. Pero no queda claro que Jullien nos hable de un mundo que todavía sea el nuestro. Tal vez a principios de siglo todavía podíamos tener una vana ilusión de estabilización del sistema (en los países del norte que parasitan recursos y fuerza de trabajo de los del sur), pero hoy parecen ser la precariedad, la inestabilidad, el paro, la uberización de la economía, las nuevas formas de totalitarismo, la polarización política y las crisis sanitaria, económica y climática lo que más aliena y aleja a las personas de una verdadera vida.
El autor nos ofrece una alternativa interesante a la seudovida en que nos hallamos atrapados que puede ser el punto de partida de un proceso personal hacia la emancipación y la toma de conciencia: la verdadera vida, para Jullien, es aquella que busca la vida auténtica, más aún que aquella que la encuentra.
La autenticidad no es, por tanto, ningún paraíso al que debamos acceder, sino la ruptura radical con el conformismo al que todo nos empuja. Una transgresión desde la vida que convierte a la obra en un verdadero manifiesto inconformista. Inconformista porque la seudovida es la vida socialmente aceptada, hacia la que todo los empuja. Romper con ella es un verdadero acto filosófico, en el sentido de racional y profundamente consciente.
La filosofía aquí emerge exigiendo un papel protagonista: su desaparición de la reflexión en torno a la verdadera vida ha dado lugar a un enorme «mercado de la felicidad» y del «desarrollo personal» que el autor denuncia como seudofilosofía. La verdadera vida debe emerger no solo contra la seudovida, sino también contra esta seudofilosofía que se ha erigido como ideología dominante.
Jullien nos propone que hagamos un ejercicio consciente de rebeldía y resistencia ante la seudovida: que nos levantemos contra aquello que nos convierte en seres conformistas y alienados, y que además lo hagamos de la mano de la filosofía. Esta resistencia tiene claros límites: para el francés, no se nos descubre otra vida, sino que más bien el ejercicio se limita a descubrirnos el peso opresor de la antigua y a ponernos en un camino de búsqueda perpetua.
«Vemos, con asombro, prosperar en Europa desde hace algunas décadas ese campo, que durante tanto tiempo ha estado en barbecho, de la ‘sabiduría’. Bien es cierto que podremos denunciar con razón el aspecto mercantil y manipulado de tal operación, pero también tendremos que decir qué vacío pretende colmar hoy la proliferación de ese mercado de la felicidad». De vera vita
Este ejercicio rebelde implica, en primer lugar, hacerse cargo de la muerte y renunciar a la posibilidad de un paraíso. Una verdadera vida consciente solo puede serlo si sabe que un día acabará y que debe renunciar a las promesas de eternidad.
Por eso, Jullien reivindica un concepto de verdadera vida «mínimamente metafísico»: rebasa los límites de la experiencia y lo empírico elevándose a reflexión crítica conceptual, pero se resiste a recurrir a explicaciones que vengan del más allá de lo físico.
Pero enmarcar la posibilidad de acción individual en el terreno de la mera resistencia es, en cierto modo, sucumbir a un cierto espíritu de época caracterizado por la alienación extrema. Vivimos tiempos de derrotas: derrota del movimiento obrero del siglo XX y retroceso en derechos de todo tipo, derrota de muchos de los procesos de emancipación que tuvieron su mejor momento en el siglo pasado y pérdida, en general, de un horizonte revolucionario. Todo ello es un obstáculo para pensar la verdadera vida.
La obra de Jullien nos abre la puerta a reaccionar contra las seudovidas que nos ha tocado vivir, pero restringe demasiado las posibilidades de movimiento que nos plantea esa discrepancia, que son, en realidad, enormes, tanto como lo son las capacidades creativas humanas. Es por eso, tal vez, por lo que reivindica la vida académica de forma nostálgica, como si la vida académica de los filósofos no hubiera sido, en gran medida, una filosofía de alcoba y sillón, en soledad y desconexión con la vida.
Esta conclusión, ciertamente conservadora, choca con el espíritu de la obra: de contestación, rebeldía, crítica y compromiso filosófico con la realidad. La obra de Jullien es un primer paso para poner en marcha una filosofía inconformista que permita la entrada a la posibilidad de vivir otra vida, una más consciente y auténtica. Tal vez lo que falte en ella sea el atrevimiento de ver qué posibilidades ofrece traspasar ese umbral.