13 puntos para reembolsar una nación con la sabiduría de la tierra y de los ancestros

Victoriosas sobre las injurias y el desprecio de los extranjeros, se levantan aún las señales de aquel sistema espiritual de iluminación que construyeron nuestras antiguas ciudades. Allí el urbanismo, la ingeniería, la arquitectura, la escultura, la metalurgia, la pintura, las artes todas, allí las ciencias, la matemática, la astronomía, la medición del tiempo, florecieron obedientes al mismo entusiasmo del hombre seguro de sí mismo, orgulloso de ser fuente y camino ascendente de la perfección de la vida.

Ruben Bonifaz Nuño, Olmecas: Esencia y Fundación

Este escrito tiene como propósito reunir una serie de ideas que resuenan con el modo de ver la realidad  —y “caminar la tierra”— de diversos pueblos tradicionales. Lo que caracteriza a las culturas que señalamos aquí es una forma de vivir más equilibrada y con mayor conciencia del mundo físico y espiritual que las rodea. La intención es inspirar una discusión para establecer pilares de cara a una refundación o a un ressourcement, un regreso a las fuentes de vida y cultura enraizadas en una tradición de sabiduría ancestral. Encontramos un concepto notable en el pensamiento náhuatl, neltiliztli, palabra que se usa para referirse a la “verdad” pero que remite etimológicamente a “raíz”: sólo lo que tiene raíz es verdadero. La verdad, de alguna manera, está ligada a la tierra, a lo que se transmite desde el pasado y perdura en el tiempo, a lo que no se “desvanece en el aire” con cualquier viento “nuevo” o “moderno”.

Las sociedades que han perdido sus raíces son víctimas de la alienación y la explotación; se ven fácilmente seducidas por los objetos brillantes de la tecnología y por la ambición irresponsable de una economía neoliberal que está predicada en el crecimiento infinito. Para que siga creciendo es necesario crear buenos consumidores —los nuevos fieles de una religión nihilista—y esto, a su vez, requiere de que los individuos tengan identidades desarraigadas para aferrarse a productos y estilos de vida que proporcionan fáciles sucedáneos del sentido, la comunidad y el auténtico bienestar. Equipos de futbol, marcas de ropa, causas políticas, chismes de celebridades, series de entretenimiento basadas en algoritmos abducen su atención y su deseo. Lo que se consume en última instancia es una visión de mundo, una promesa de felicidad, de poder y riqueza material. Se trata de una especie de sueño: el sueño occidental de progreso y prosperidad que coloniza por segunda vez al mundo —ahora sin resistencia. Es una visión de mundo que ha cortado las raíces espirituales de su propia tradición y que por ello no tiene ningún reparo en desarraigar todo lo que toca.  «No hay nada sagrado; todo está permitido» es el «canto de guerra» del nihilismo contemporáneo, en el cual la gran mayoría de los ciudadanos participa, consciente o inconscientemente. Sólo merece promoverse aquello que asegura incrementar la riqueza material de manera inmediata y aquello que está libre de los atavismos de culturas tradicionales —que mostraron su ineptitud al no desarrollar poderosas tecnologías para imponerse sobre la naturaleza— y que, por sus creencias mágicas e irracionales, detienen el progreso de los valores de la Ilustración (el momento en el que ser humano finalmente salió de una milenaria oscuridad).

A diferencia del concepto de neltiliztli, que hunde sus raíces en un cosmos sagrado e interdependiente, con sentido, belleza y justicia inherente, el cosmos nihilista-materialista que se expande a través de la cultura de la globalización concibe el mundo como mecánico, sin sentido o propósito y a los seres humanos como individuos atomizados, esencialmente egoístas, orientados solamente a adquirir poder y placer. Este modelo, como todos saben, ha creado un desastre ecológico pero, como empieza a ser más evidente, también ha dejado una crisis espiritual de las mismas dimensiones. Esto en parte se puede explicar por la ausencia de un sentido de conexión y correspondencia entre el pensamiento y las acciones humanas y el cosmos (lo que fue expresado en ciertos adagios: como es arriba, es abajo; y como es adentro es afuera).

La naturaleza es vista como un campo de recursos; inerte y muda; no hay nada que provea sentido y contacto más allá del cerebro humano aislado en un cuerpo, como un homúnculo en una máquina. Bajo el dominio de esta perspectiva, se produce una crisis mundial de salud mental, más acentuada en países que han abrazado este modelo sin la contención de afianzar sus propias raíces, particularmente entre jóvenes que desdeñan la vida familiar y tradicional. A la par, en países que han sido sistemáticamente desarraigados, como México, hay una crisis moral: corrupción sistemática, crimen violento y una profunda ausencia de valores como el respeto y la honestidad. Al no encontrar una fuerte autoimagen en el grupo al que pertenecemos (nación, etnia, comunidad, etc.,) generamos complejos de inferioridad, vergüenza y falta de confianza, de la misma manera que le ocurre a los adolescentes que se comparan en las redes sociales con modelos y celebridades. En este estado de desequilibrio emocional y sin una educación que permita distinguir lo bueno, lo bello y lo verdadero más allá de lo que dicta la sociedad del consumo,  la sociedad entra en un proceso de estupor alienante.

El pensamiento náhuatl se revela sabio en este sentido, sin neltiliztli, sin lo que tiene raíz, no somos capaces de ver qué es lo bueno y lo verdadero, qué es lo que nos permite crecer de manera recta y sostenida; no logramos adherirnos a nada que tiene sustancia y perecemos persiguiendo espectros de placer inmediato. La educación moderna necesariamente motiva el desarraigo con su orientación a una supuesta prosperidad futura sin ninguna conexión con el pasado y los valores éticos que se encuentran solamente en el arte, la religión y la filosofía. Se basa en un modelo industrial capitalista y en una capacitación científico-técnica, que busca casi exclusivamente preparar individuos para el ámbito de trabajo. No para pensar críticamente; no para tener una vida interior; no para cultivar la percepción y la atención y educar el deseo; no para formar valores como la honestidad, la gratitud o el respeto;  no para ser responsables del entorno y de la familia, aunque sí para exigir derechos para el individuo; no para ser libre sino para tener bienes materiales, bajo la creencia de que la libertad se consigue a través del poder adquisitivo. Por si esto fuera poco, en países que no tienen un alto nivel de desarrollo, la educación consiste mayormente en preparar individuos para que puedan ocupar empleos en los niveles bajos de la jerarquía, pero, para hacerlo, exige que abandonen el campo, migren a las grandes ciudades, reduzcan su familia y participen en el ideal de la secularidad. El engaño consiste en cortar con el pasado para perseguir un sueño ajeno de riqueza, placer y poder materiales, pero bajo condiciones de extrema desigualdad que hacen casi imposible alcanzar este sueño.

La filósofa francesa Simone Weil escribió durante la crisis de la Segunda Guerra Mundial palabras que resultan proféticas: “¿De dónde nos llegará el renacimiento, a nosotros que hemos ensuciado y vaciado todo el globo terrestre? Sólo del pasado, si lo amamos.”

No es demasiado difícil notar que Weil habla con verdad. Todo renacimiento implica la recuperación y actualización de lo más noble y glorioso del pasado. De aquella corriente vital que necesitamos para nutrir no sólo el cuerpo sino el alma. El reto es, por su puesto, ¿cómo hacer que nazca o renazca ese amor en un mundo como el que hemos descrito arriba. No es fácil responder, pero ciertamente el eje central de este esfuerzo debe ser la educación. Una educación no hacia el poder o la utilidad material sino hacia el conocimiento. El hacer disponible la sabiduría que ha sido sepultada por lo que es mera información y opinión. Para ilustrar esto podemos hacer uso de dos palabras del náhuatl que son complementarias:  ixtlamachiliztli o la «acción de dar sabiduría a los rostros» y yolmelahualiztli,  la «acción de enderezar los corazones», que hace referencia a una purificación de la mente-corazón o a una metanoiaAquí el conocimiento está estrechamente ligado a la moral y a la responsabilidad. Por ello no bastará el mero aleccionamiento, sino que será necesaria la experiencia. El encuentro con las persona y las comunidades que viven este conocimiento, arraigados a la tierra, al maíz y a los conocimientos chamánicos, que siguen escuchando los ritmos de la naturaleza y cultivando el espíritu. Platón escribió que el ser humano es una «planta celeste»: sus raíces están también en el cielo, en lo divino. Y en la cosmogonía de los diversos pueblos de Anáhuac se habla del hombre-maíz, el maíz es la sustancia que encierra la chispa divina que permite crecer al ser humano, que lo conecta con su origen y le permite actualizar su potencial.

Las trece ideas que se esbozan en este texto plantean una revaloración y un regreso a las raíces de la cultura tradicional, en este caso a la esencia de la cultura de los pueblos de Anáhuac que comparten un modo de existencia o un ideal. Este ideal -o conjunto de virtudes- puede ser descrito de muchas maneras pero una de ellas, la cual encontramos en las fuentes primarias, es la de  “toltequidad”, palabra que remite a una “capacidad de edificar”, de hacer bien las cosas en un sentido material y espiritual. El verdadero tolteca es el hombre y la mujer que convierten su propia vida en una obra de arte y cumplen con su vocación de ser “flor y canto” (in xochitl in cuicatl), de ser aspectos a través del cual el universo mismo se conoce a sí mismo y se celebra en su misterio.

1. El respeto

El respeto es una palabra que se emplea mucho pero generalmente sin reflexionar sobre su significado. Respeto viene del latín re-spectus, literalmente “volver a mirar” o “mirar hacia atrás”. Hace referencia a considerar, apreciar o atender a aquello que nos rodea. Respetar es cuidar lo que ya existe, implica valorar lo que tenemos. Particularmente, interpretando la palabra como “mirar hacia atrás”, implica cuidar el pasado, lo que hemos heredado, lo que las generaciones consideran valioso. Esto incluye mirar con atención el conocimiento de una cultura específica, la tierra misma que la nutre y a aquellos sabios que la preservan. Esta sabiduría de vida merece respeto; no todas las cosas merecen el mismo respeto, pues algunas no contribuyen a hacernos vivir mejor, con mayor compasión, inteligencia y armonía.

Respetar es una palabra más fuerte y hermosa que “tolerar”. Lo que tenemos en nuestra cultura secular individualista es tolerancia, pero no respeto. El historiador Christopher Lasch enfatiza la diferencia:

Estamos tan ocupados defendiendo nuestros derechos, que le dedicamos poca reflexión a nuestras responsabilidades. Pocas veces decimos lo que pensamos, por miedo a ofender… olvidamos que el respeto debe merecerse. El respeto no es otra palabra para “tolerancia” o apreciación de “estilos de vida alternativos y comunidades”. Esta es una apreciación de la moralidad. Respeto es lo que se experimenta en presencia de logros admirables, caracteres admirablemente formados, regalos de la naturaleza bien aprovechados. Requiere del ejercicio de la discriminación y el juicio, no una aceptación indiscriminada.

Lo que los gobiernos y ciudadanos de Latinoamérica suelen tener por las culturas tradicionales es a lo mucho tolerancia, pero no respeto. No existe respeto, porque no hay conocimiento. Porque la mente está cerrada -y encandilada por la banalidad novedosa— y no alcanza a poner atención a los admirables logros del pasado y a las formas de vivir que se distinguen de lo establecido por la modernidad. No hay diálogo verdadero, solo turismo y explotación.

De la mano del respeto, va la responsabilidad. Responsabilidad  es la cualidad de cumplir lo que hemos prometido o lo que se nos ha encargado como seres vivos en una comunidad. Es una forma de poner en acción y salvaguardar el respeto, entendida como la promesa, convicción o acuerdo de cuidar y servir lo que admiramos, lo bueno que nos ha sido dado. Si queremos vivir de manera recta y con posibilidades de sobrevivir a largo plazo, tenemos una responsabilidad con nuestros ancestros y con la naturaleza de cuidar una cierta forma de caminar, un pacto con la Tierra y con las fuentes de abundancia. Se habla mucho de los derechos, y se confieren derechos de manera liberal, pero, ¿quién habla de las responsabilidades?

2. La atención

La atención en su concepción más amplia es la cualidad con la que dirigimos nuestra mente a un objeto pero también la capacidad de seleccionar y discriminar entre los objetos que reclaman nuestra atención. Está ligada al respeto, pero particularmente en relación al cuidado de la mente, eso es, cuidar la propia mente y cuidar el tipo de información y actividades a los que una comunidad está expuesta. La selección y la fijación de la atención es lo que constituye los hábitos que no sólo forman nuestro caracter sino que se suman para conformar una «segunda naturaleza». La atención es el concepto clave de la actualidad, pues la economía digital basa su crecimiento en la captura de la atención de los usuarios, ya sea en redes sociales, juegos de video o demás formas de entretenimiento. De la misma manera que la economía tradicional explora los recursos naturales para obtener ganancias, la economía digital explota la mente de los usuarios: capitaliza sus momentos de atención.

Es común a las diversas culturas tradicionales el entendimiento de que aquello a lo que dedicamos nuestra atención nos transforma. Nos convertimos, hasta cierto punto, en lo que concentramos nuestra atención y deseo. Asimismo, es evidente que no podemos aprender nada con proficiencia sino somos capaces de dirigir y sostener nuestra atención. Así entonces, el cultivo de la atención tiene un aspecto doble. Por una parte una educación moral: saber discriminar qué es lo bueno o nutritivo para la mente. Y por otra parte: un entrenamiento de la mente para poder mantenerse con el objeto que juzga bueno y quiere contemplar —y que generalmente no es tan explícitamente atractivo. Mientras que pasar horas en Instagram no requiere mucho dominio de la atención —más bien lo contrario— aprender un idioma o un instrumento, por ejemplo, requieren cierto desarrollo de la capacidad de atender.

En ambos casos enfrentamos grandes retos, pues la cultura moderna hipertecnológica constantemente nos bombardea con objetos que secuestran fácilmente nuestra atención pero que no tienen ningún “contenido nutritivo”.  Al mismo tiempo, ya que no tenemos respeto por las tradiciones sapienciales que inculcan una capacidad de discriminación y una cultura mental  (incluyendo técnicas de concentración y pacificación de la mente), somos fácilmente víctimas de las empresas que se benefician de mantener cautiva nuestra mente en actividades superfluas. La atención implica, entonces, una dieta o una higiene mental, una discriminación de los medios electrónicos, estímulos y contenidos a los que las generaciones actuales están expuestos.

El cultivo de la atención, está ligado a un proceso de arraigo en una tradición, que es la tierra que nutre la mente. Sin el control y discriminación de la atención, la persona pierde autonomía y capacidad de dedicarse a lo bueno, verdadero y bello. Uno de los Huehuetlahtolli (palabras de la sabiduría de los viejos) advierte: “Pon atención a la palabra; cuídala, guárdala, y con ella toma tu camino de vida, tus obras. Aquí en la tierra vivimos, vamos por un sendero montañoso. De este lado hay un abismo, del otro lado hay un abismo. Si te vas de ese lado o si te vas de este lado, te caerás. Sólo en el medio uno debe ir, sólo en el medio uno debe vivir.” No nos damos cuenta, acaso porque vivimos en un mundo que reviste de falsas seguridades ese sendero peligroso por el que vamos, pero siempre estamos caminando frente a un abismo. Solo la atención nos permite andar por el sendero de la vida con total conciencia de la muerte y la impermanencia, cuidaando la llama sagrada de la palabra verdadera.

La importancia del cultivo de la atención no pasó desapercibida a los grandes sabios de la antigüedad. En el caso de Quetzalcóatl, vemos que uno de los tres principios básicos que Frank Diaz rescata significa básicamente el cultivo y discriminación de la atención:

1.“Amor concentrado a la divinidad, también traducible como tener amor o celo por la energía (de Teo, energía, y Tlasotla, amor)”. “Mente concentrada en lo espiritual.” “El amor por lo divino se manifiesta de diversas maneras. Una de las que más cultivaron los prehispánicos, fue una apasionada devoción por la Naturaleza.”

2.Paz o fraternidad con todos los seres

3. No perder el tiempo (literalmente, no detenerse, no abortar la obra).

En realidad también el tercer punto está relacionado a la atención. Pues obviamente no podemos aprovechar el tiempo si no somos capaces de concentrarnos y discriminar aquello que nos distrae.  Incluso el segundo punto tiene que ver con la atención, porque la paz, compasión y fraternidad, solo pueden ejercerse desde una mente atenta y calmada. Por esto Simone Weil entendió que en muchas casos amor y atención son sinónimos y el Malebranche observó que «la atención es la plegaria natural del alma».

Notablemente las últimas palabras del Buda a sus discípulos fueron similares y enfatizaron la atención. “O monjes, los fenómenos son impermanentes, es a través de la atención que uno alcanza [el objetivo, la liberación].” La palabra en pali utilizada es appamada, que puede traducirse como «vigilancia» o «atención».

3. Autoconsumo

El autoconsumo es un elemento esencial, pues responde a dos necesidades siempre interconectadas: la salud de la Tierra y la salud individual. Es evidente que los procesos de producción actuales de la economía global, en la que en cualquier punto del año en cualquier punto del planeta una persona puede comprar aguacates y fresas, no es sustentable. El autoconsumo nos obliga a mantener el balance y a enarbolar otro valor importante: la moderación. Asimismo nos pide que creemos una relación virtuosa de respeto y responsabilidad con la comunidad inmediata en la que vivimos.

Concebimos el autoconsumo aquí en su manera más amplia. Lo ligamos a la nutrición y no sólo física sino mental. Debemos de reaprender a descubrir lo que realmente nos nutre. Y debemos de aprender a hacerlo nosotros mismos, dependiendo solamente de la tierra en la que vivimos y de la comunidad en la que vivimos. Este es un paso a recuperar la salud integral de la que la vida en sociedades post-industriales nos ha desposeído. Autoconsumo nos permite cuidar a la tierra y cuidar lo que consumimos, invitándonos a refinar nuestros procesos de cultivo y recobrar modos antiguos que existen en armonía con el entorno. Pero no solo en un sentido material sino también mental y espiritual. Significa aquí no consumir comida chatarra, pero también no consumir información chatarra. La autonomía del autoconsumo es una forma de protegernos de los contaminantes que están presentes en los alimentos procesados, en insecticidas y en demás productos, y al mismo tiempo de protegernos de ciertas influencias negativa de la cultura neoliberal que existen, en cierta manera, en la atmósfera de la sociedad y de los medios masivos. Esto no significa cerrarse al mundo, sino más bien consolidar el propio mundo para poder aceptar lo bueno pero también poder rechazar todo lo que viene de afuera que no contribuye al bien colectivo.

El autoconsumo es parte esencial de una “permacultura”, literalmente, una “cultura permanente”, o una cultura que conserva el arte de vivir en armonía con la Tierra, para poder extender el proyecto de vida humana por mucho tiempo.

El autoconsumo va de la mano de un esfuerzo de regeneración, tanto de la naturaleza como de la cultura, un proceso de revivificación del cuerpo y del espíritu.

4. La moderación

Ligado a los conceptos anteriores, la moderación implica el estado de equilibrio mental que está satisfecho con lo que tiene porque reconoce que la existencia es sagrada y agradece la vida que le ha sido dada. La moderación significa cursar el camino medio, libre de los extremos de la ambición y la apatía. Es entender que lo que hacemos tiene consecuencias, que el el mundo es impermanente y que la felicidad no es el resultado de la acumulación de posesiones.

La teoría médica de los toltecas y de los mexicas estaba sustentada en la noción de que la moderación era esencial para la salud. Esto es evidente en cierta forma para la ciencia moderna, aunque sólo en teoría, no en su práctica cotidiana. Sin embargo, las prácticas sanitarias antiguas consideraban que la moderación estaba ligada también a la relación con el entorno. Como explica Bernardo Ortiz de Montellano “Los aztecas sostenían la visión única de que la estructura y la función del cuerpo humano replicaban la estructura y la organización del universo.” La salud humana estaba ligada a los procesos de la naturaleza y viceversa. La falta de moderación o pleonexia -el deseo confuso de buscar la felicidad a través de tener siempre más- crea un desequilibrio en el cuerpo y en el cosmos. La moderación implica justicia, temple y tacto en la palabra, en la acción y en el pensamiento y conciencia de la interdependencia de todos los fenómenos.

5. El maíz: el axis mundi

El centro de la vida en muchas de las sociedades prehispánicas e incluso actualmente en América es el maíz, la planta más sagrada, el mejor alimento, el origen del ser humano (según el Popul Vuh). El maíz no sólo es alimento, es medicina y, más aun, es la continuidad mítica de un origen conectado a las fuerzas dadoras de vidas del cosmos. La poeta chilena Gabriela Mistral eulogiza a ese «Quetzalcóatl verde» que corre por la sangre de los pobladores de Anáhuac:

El maíz del Anáhuac,

el maíz de olas fieles,

cuerpo de los mexitlis,

a mi cuerpo se viene.

En el viento me huye,

jugando a que lo encuentre,

y que me cubre y me baña

el Quetzalcóatl verde

México se acaba donde el maíz se muere

De la voz y los modos gracia tolteca llueve.

Y el otro Nobel chileno, Neruda hace eco:

América, de un grano

de maíz te elevaste

hasta llenar de tierras espaciosas

el espumoso océano.

Estos poemas nos hablan de la unión indisociable, en origen y destino, de América y el maíz.  Una comunión que encarna en el principio del cultivo de la milpa (del náhuatl milpan, de milli, «parcela sembrada» y pan, «encima de»), «el mandala de Anáhuac,» el centro del cosmos alimenticio que irradia vida en derredor. En la milpa conviven la trinidad de maíz, frijol y calabaza, el auténtico «pan de cada día» y la «piedra angular» de la alimentación y el bienestar de estos lares. Bien llevados se logran incluir policultivos intercalados con la milpa, como el cafetal con plátano en el perímetro o cultivos básicos como chayote, chile, hierbas medicinales y todo tipo de hortalizas. Lo esencial es que este método garantiza la riqueza, fertilidad y salud de la tierra, la autonomía de los productores y provee componentes esenciales para la dieta, que no pueden ser substituidos fácilmente. El maíz es una especie de sustancia mercurial, proteica e inagotable, fuente de más de 600 platos y columna vertebral de la energía calórica de México y, en menor medida, de muchos otros países en América y en el mundo (pues la mazorca se consume abundantemente en países tan distantes como India y Nepal).

Pero la milpa y la semilla se ven amenazadas por prácticas monopólicas y las elucubraciones egoístas de empresas transnacionales. Resulta esencial, entonces, defender el grano, cuidar su pureza y hacer frente unido en contra del refinamiento y el blanqueamiento de la tortilla. Exigir el acceso a maíz de calidad y no permitir que la usura y los intereses de ciertas empresas privadas destruyan el patrimonio cultural. Para preservar el maíz y participar en todo su manantial de abundancia, es necesario sacralizarlo y sacralizar nuestra relación con la Tierra que nos da alimento, energía y sentido.

6. Interdependencia

El reconocimiento de la interdependencia es la base de la convivencia entre seres humanos, animales, plantas y demás seres. Conciencia y atención a la interdependencia despiertan un sentido de responsabilidad y reverencia. Responsabilidad porque cada acto que hago resuena en la totalidad del telar de la naturaleza. Reverencia porque observo la compleja imbricación del tejido, como “todo respira junto”, y experimento conexión y belleza en la naturaleza de la cual soy parte.  Como afuera es adentro y como arriba es abajo. Sin una conciencia profunda de la interdependencia de todas las cosas en la tierra no puede nacer una responsabilidad ecológica genuina, positiva y poderosa. Pues esta acción no tiene eficacia o sustento si nace del miedo. A través de la atención a los procesos de la naturaleza, descubro que existe un delicado balance, un juego de reflejos y correspondencias. Me doy cuenta de todo lo que me une. Que yo he sido —y soy— piedra, planta, animal, hombre y mujer, río, nube y estrella.

La interdependencia es a la vez una teoría científica y una experiencia espiritual. Es un hecho empírico que mi cuerpo es el resultado de procesos universales, de las explosiones de estrellas distantes, de la energía del sol y de los minerales de la tierra. Y cada cosa es así. La vida es este delicado balance. Entender esta realidad permite desapegarse de la importancia personal —al ego, el miedo, el apego— y dedicarse a preservar este mágico tejido de relaciones. Ser nunca es ser separado. Siempre es ser-conInterser.

Muchas de estas ideas eran compartidas por otros pueblos prehispánicos, quienes a través de los toltecas y el ideal de la toltequidad, tuvieron estrecho contacto. Estas ideas tenían además una función de preservación de la vida comunitaria y cósmica, pues les hacían ver a los habitantes de estas comunidades que la vida era como una gran telaraña en la que todos los seres vivos estaban imbricados. La interdependencia desembocaba en corresponsabilidad, una deuda o un pacto mutuo entre plantas, animales, seres humanos y dioses. El reconocimiento de esta dimensión mineral, botánica y animal, de un valor no-humano, es parte esencial también del reconocimiento de un mundo espiritual y de una naturaleza que no es muda ni sorda. Quizá no sea coincidencia que en la medida en la que el ser humano ha truncado este diálogo con los animales y las plantas ha perdido acceso a la dimensión de lo invisible. El misterio se abre a partir del otro, del ser luminoso del jaguar y del colibrí, del maíz y del  maguey, del jade y la obsidiana. El universo mismo es el nagual, la plétora de transformaciones de Ometéotl.

7. La gratitud

La gratitud o agradecimiento es el resultado de la reverencia, el respeto y la atención. La gratitud es la respuesta natural a la belleza y el bien que recibimos como seres humanos en la Tierra. El hecho de que no sintamos frecuentemente gratitud habla de una especie de desnaturalización, de un proceso de alienación y desconexión de la vida misma.  La gratitud es tan natural como el amor que siente un bebé por su madre.

La gratitud nos vincula de una manera noble con una comunidad de seres humanos y con una comunidad de seres invisibles, de ancestros y divinidades (entre ellas la Tierra misma).  La gratitud es una forma sencilla de producir un estado mental virtuoso, atento al presente y abierto al prójimo  A través de la gratitud el corazón se abre y se vuelve suave. Agradecemos que tenemos vida y salud y posibilidad de crecer y encontrar la sabiduría. Pues nosotros no hemos creado el mundo, dependemos de la naturaleza y de los otros seres vivos.

Aunada a la gratitud están la humildad y la veneración. Humildad es una palabra que viene de la palabra humus, que significa “tierra”. La mujer o el hombre humilde son los que tienen la cualidad de la tierra y no viven engañados por su importancia personal. Están dispuestos a humillarse, a hacerse bajos, como la tierra, para rendir homenaje y obedecer el mandato del cielo: de lo que es divino y perfecto. La verdadera gratitud se demuestra en la capacidad de sacrificio, en el sentimiento de humildad.

El ser humano se convierte en la composta, la materia que enriquece a la tierra para que las plantas puedan crecer y dar fruto. Este era el sentido también del sacrificio en las culturas ancestrales: entregar la vida por algo superior, por algo que trasciende la condición individual.

La virtud para las tradiciones sapienciales, no es la independencia, el libre albedrío, el poder o la imposición de la propia voluntad. La virtud es la serenidad y la entrega del ser humano a lo trascendente o superior, a un orden que subyace a la existencia, que es armonía y perfección.

La veneración, ligada a la gratitud pero con un énfasis en el asombro, es la respuesta espontánea a lo sublime, a lo divino, a lo que es perfecto. Es la celebración de la vida, a través del canto y la ofrenda (la ofrenda suprema es darse uno mismo).  Todas las culturas tradicionales celebran la naturaleza y la divinidad con himnos, cantos, pinturas, templos, etc., — pero la la cultura occidental moderna es tan arrogante que no celebra nada superior que ella misma. Considera denigrante humillarse y postrarse a los pies de maestros y divinidades. Considera supersticioso y primitivo adorar y ritualizar a la naturaleza.

Dar gracias es abrirse a la gracia, a recibir la luz del cielo que es la vida y la conciencia en la tierra.

8. Quetzalcóatl

La culturas para crecer necesitan modelos de perfeccionamiento, héroes, seres divinos que los inspiran y a los cuales pueden aspirar. La gran figura aglutinante de Anáhuac es sin duda Quetzalcóatl, una figura histórica y divina que tiene paralelos con los grandes maestros religiosos que han inspirado grandes civilizaciones, como el Buda y Jesucristo.  Lo esencial, sin embargo, es que además de tener un poder arquetípico universal, Quetzalcóatl encarna aspectos particulares que resuenan con el caracter y la experiencia de las culturas ancestrales de Mesoamérica. Quetzalcóatl es la divinidad de esta tierra. Pero, importantemente, es también antes que nada un ser humano. Un ser humano que a través del trabajo, de la compasión, de la sabiduría, se ha transformado en un ser divino, alcanzando una unidad con la fuerza dadora de vida del universo. Esto hace que su condición sea accesible a todos los seres humanos: todos somos quetzalcóatls (en potencia). De la misma manera que en el budismo de habla del “tathagatagarbha”, palabra sánscrita que significa literalmente “el embrión del que ha alcanzado la realidad”, pero que implica el potencial de convertirse en un Buda o la naturaleza búdica esencial de todos los seres, podemos decir que todos tenemos en estas tierras particularmente el embrión o semilla de Quetzalcóatl, la capacidad de desdoblar o desocultar un estado de perfección natural, que es nuestro potencial, nuestra herencia como seres vivos que participan en la naturaleza de teotl, la energía divina que se manifiesta como un cosmos de dualidad, pero que tiene siempre latente una prístina realidad no-dual.

Encontramos ampliamente documentada la historia de vida de Cē Ācatl Topiltzin Quetzalcóatl, el hombre que se convirtió en gobernante de los toltecas, abolió el sacrificio animal y llevó esta cultura a su máximo esplendor. Un hombre “recibía el título de Quetzalcóatl” cuando encarnaba “el origen de todo lo bueno que abarca el término toltecáyotl”(León Portilla); esto sugiere que existieron varios Quetzalcóatl, quizá de manera similar a los avatares de Vishnu en la tradición hindú.

El pináculo de la «cultura» o de lo que llamaron «toltecáyotl” no es convertirse en un CEO o en una celebridad, es el arte y la divinidad misma, la actualización del potencial de bondad y sabiduría que es la naturaleza más alta del ser humano. Este punto merece subrayarse. La divinidad para las culturas que rastreaban sus orígenes a los toltecas (o que se querían asociar con ellos), no era la propiedad de seres esencialmente diferentes a los seres humanos. Era una transfiguración de la propia naturaleza que se producía gracias al merecimiento del individuo. El ser humano encarnado, con todo sus defectos, si tomaba un camino de sabiduría podía exaltarse y alcanzar niveles de conciencia y energía inusitados. El sufrimiento de la condición humana podía transmutarse en conocimiento, para ser, en las palabras del clasicista e indigenista Bonifaz Nuño, «fuente y camino ascendente de la perfección de la vida.»

Es esencial recuperar las historias y las enseñanzas de Quetzalcóatl, para inspirar la vida de los ciudadanos de las tierras de Anáhuac. Refabular y reencantar la existencia con un modelo de vida ideal, no falsamente limitado o espiritualmente castrado por las ilusiones del materialismo nihilista de nuestra época. Más aun, es necesario tomar esto no como mera leyenda sino como una realidad latente, pues el éxito de un proyecto así depende siempre de que el discurso pueda pasar a la experiencia. El potencial de Quetzalcoatl debe actualizarse. La Mujer Dormida debe despertar, el águila y la serpiente deben unirse en el templo interno del ser para refundar la ciudad sagrada, la Tollan perenne, la ciudad en la que  «el conocimiento humano, la felicidad, el acuerdo con la generosa naturaleza llegaron a altísimos niveles bajo la guía de un príncipe sabio.» (Bonifaz Nuño)

9.. La danza de lo femenino y lo masculino

Son numerosas las culturas ancestrales, entre ellas los mexicas y los toltecas, que conciben el universo como una manifestación de dos principios cósmicos básicos: lo femenino y lo masculino. La existencia puede considerarse como una danza erótica, un juego creativo de estas dos energías que se manifiestan en pares de opuestos como el agua y el fuego, el sol y la luna, la acción y la contemplación, recolectar y esparcir, etc. La divinidad máxima era llamada Ometéotl, el dios doble, masculino-femenino. Leemos en los Anales de Cuauhtitlán que en su meditación Quetzalóatl halló a esta divinidad última y descubrió que era la unión de lo masculino y lo femenino, el que a ‘la tierra hace estar en pie y la cubre de algodón”. Según comenta León Portilla: Quetzalcóatl tuvo una visión de Ometéotl vestido de negro y de rojo, identificado con la noche y el día. «Descubrió en el cielo estrellado el faldellín luminoso con que se cubre el aspecto femenino de Ometéotl y, en el astro que de día hace resplandecer a las cosas, encontró su rostro masculino y el símbolo maravilloso de su potencia generativa.» La unión que realiza Quetzalcóatl, de la serpiente y el quetzal, la unión del cielo y la tierra, es esotéricamente la unión del principio femenino y masculino, la alquimia de la conjunción de los opuestos, la llamada «agua quemada; unión que ocurre tanto en el exterior como dentro del cuerpo.

Los hombres y las mujeres, bajo esta cosmovisión, son entendidos como aspectos de este principio universal integrador de la dualidad. Aunque cada uno es una imagen entera de la totalidad, tiene un dominio mayor de uno de los dos aspectos. Hay una notable semejanza entre estas ideas y la visión del cosmos tántrico hindú, en el que Shiva y Parvati (o Shakti) son asimismo los dos principios del universo, en ese caso entendidos fundamentalmente como conciencia y energía, en una relación erótica cuyo escenario es el universo mismo. Esta pareja divina encarna en todas las cosas, ejerciendo una especie de magnetismo cuyo sentido último es el goce del triunfo por encima de la dualidad y la ignorancia de la separación.

De aquí que concibamos la relación entre el hombre y la mujer arquetípicamente como una danza creativa que sostiene a la vida misma y no como una lucha de poderes y de autoafirmación. Una relación sagrada entre lo masculino y lo femenino -definidos como formas cambiantes pero no meramente culturales sino también naturales y arquetípica- no basada en el poder sino en el amor y la justicia. Preferimos hablar de justicia, de equilibrio y armonía, que de igualdad en un sentido absoluto, porque celebramos la diferencia; la gloria de la luz se hace patente en los colores del espectro. Pero reconocemos que ambos sexos tienen la misma capacidad de desempeñar los puestos más altos de una sociedad y que deben tener las mismas oportunidades de ocupar los mismos y ejercer su libertad.

Esta concepción sagrada de los sexos y de la sexualidad es esencial para reconciliar la dislocación actual y las heridas que han sido inflingidas debido a un desequilibrio histórico, que ha priorizado la fuerza y la conquista de la naturaleza. El hombre debe respetar y venerar a la mujer e igualmente la mujer debe respetar y venerar al hombre. No debe haber enemistad entre hombres y mujeres pues de sus relaciones depende la vida, la creatividad y toda la poesía y la dulzura d la existencia. La amistad entre los sexos es la base de la educación de los niños -quienes son las grandes víctimas de la enemistad y de la ruptura de las bases familiares- y de una existencia plena, llena de goce, ternura y seguridad.

10. La dimensión vertical

Las bases de un proyecto de vida colectiva arraigada obviamente dependen de una vida comunitaria fuerte, que estreche la amistad, el respeto, la responsabilidad y que brinde sustento material.  Esto es lo que llamamos una dimensión horizontal. Pero es igualmente importante cultivar una dimensión vertical. Mientras que podemos ver la primera como una relación con la tierra y la materia, la dimensión vertical es una relación con el cielo y el espíritu. El extendernos y enraizarnos horizontalmente debe permitirnos dedicarnos a la vida superior: el conocimiento, el arte, la espiritualidad, la trascendencia Sin una dimensión vertical es evidente que el ser humano pierde sentido y significado, su vida se vuelve mecánica y difícilmente encuentra inspiración moral duradera. Asimismo, el crecimiento material y la expansión económica tienen un límite, pero el crecimiento espiritual no tiene límite y es esta misma dimensión vertical la que debe ordenar, guía y limitar la vida material. La vision materialista-nihilista concibe al ser humano como un ser unidimensional, meramente material. La dimensión vertical requiere de una nueva antropología, una más cercana la antropología tradicional, en la que el ser humano no está separado de la naturaleza, pero la naturaleza misma no es solamente el conjunto de objetos del universo visible. Es el punto de encuentro de lo trascendente en lo inmanente, de lo relativo y lo absoluto. Como escribió el poeta Ralph Waldo Emerson, «la naturaleza es el símbolo del espíritu», es aquello que hace transparente el fondo espiritual de belleza y poder que ilumina al mundo. O, como señaló uno de los «abuelos» que participó en el encuentro Maíz Raíz: «la materia [o la naturaleza] es la discreción del espíritu», es decir, es la manifestación concreta del espíritu, es aquello que es capaz de contener la fuerza volátil de lo espiritual.

El ser humano no sólo vive de pan: vive de belleza, de significado, de una orientación hacia algo infinito. No sólo debemos resolver las necesidades del cuerpo: también de la mente y el espíritu (e integrarlas).

La modernidad científica le ha dado un mal nombre a la religión, pero sin la vida espiritual, el mundo no tiene sentido, rápidamente se degenera y solo impera el egoísmo, se reduce la belleza y la poesía de la existencia, que solo es capaz de florecer dirigiéndose hacia lo sublime y trascendente.

La dimensión vertical incluye el arte como una forma sagrada de vinculación con el cosmos. No el arte como una forma de expresión de la individualidad, sino de lo impersonal; no de mis propias obsesiones, sino del universo que en mí se vuelve consciente. Desde tiempos ancestrales se concibió que la vida llegaba de arriba, era un soplo que se transmitía del cielo. Asimismo, la creatividad y la inspiración artística han sido entendidas como algo que llega del cielo, del aire o del viento, literalmente, del espíritu. Establecer una orientación vertical —llamar al espíritu del cielo, al águila del sol, al condor de los picos nevados— es lo que puede manifestar la imaginación que trasciende el aprieto existencial en el que estamos, este impasse que no nos permite concebir otro modelo de vida más allá del consumismo voraz y el desierto espiritual del capitalismo tecnocrático.

11. El tiempo

La concepción mecánica, digital del tiempo indica que todos los momentos son iguales, son solamente cantidades discretas. Contrariamente a esto, existe una concepción cualitativa del tiempo, ligada a culturas tradicionales. Según esta visión, no todos los momentos son iguales, el tiempo es cualitativo, expresa ciertas energías o tonos. Hay tiempos para sembrar, para cosechar, para retirarse, pero también para crear, para iniciar proyectos, para celebrar y unirse, etc. El tiempo es siempre un eje rítmico. El ritmo es lo que nos permite conservar y acrecentar energía. El ser humano moderno, al estar desconectado de la naturaleza está fuera de ritmo, en un estado de arritmia y disautonomía crónica. No sabemos escuchar nuestro propio cuerpo, no sabemos respirar, porque no sabemos escuchar a la tierra, leer el libro de la naturaleza.

Pueblos como los mayas y los aztecas se destacaron por la riqueza y precisión de sus calendarios, mismos que eran sensibles a la cualidad del tiempo, no sólo al tiempo que los griegos llamaron chronos (tiempo secuencial cuantitativo), sino al aspecto que llamaron kairos (tiempo cualitativo). Estos calendarios permitían llevar una vida consciente de los ritmos lunares, tener celebraciones y rituales en relación a los procesos naturales y medir periodos más largos de tiempo para actuar de manera adecuada. Pues, de la misma manera que no todos los días son iguales, no todos los años eran iguales.

Cabe enfatizar la importancia de un calendario que incluya fiestas de auténtica comunión, ritos e iniciaciones. El calendario debe tener la función de conservar energía pero también de regenerar las relaciones de la sociedad a través del juego, la fiesta y la veneración.

12. Las lenguas

La preservación y, sobre todo, la revitalización de las culturas tradicionales no puede lograrse sin preservar las lenguas, en las cuales yace el patrimonio cultural y los viejos modelos de existencia. Esto significa designar fondos para que se enseñen las diferentes lenguas, especialmente el náhuatl, que puede servir como un nexo hacia el pasado. Asimismo significa cultivar la palabra, el uso de la lengua culta y el conocimiento de la literatura mexicana, desde Nezahualcóyotl a Octavio Paz y aquende y allende.

Como menciona Frank Díaz: «Es necesario elevar la cultura en general pero en particular la lengua, que es el ancla y el pivote. Si la lengua está sana lo demás funciona. Por ahí habría que empezar, aprovechando las lenguas mesoamericanas que tienen escritos, porque nos permiten entender cómo ha sido la deriva de la lengua y ensayar reconstrucciones.» Díaz cree que es esencial unificar el náhuatl. Aunque pueda parecer impráctico y en contra de la tendencia mundial de las escuelas como semilleros de negocios, sería interesante un esfuerzo sostenido por promover el náhuatl y otras lenguas antiguas de Anáhuac, pero también quizá el griego y el latín (y no sólo el inglés). Vemos por ejemplo que en India existe un fuerte revival del sánscrito, al igual que en algunas escuelas en China en donde se retoma la enseñanza del sánscrito y por supuesto del chino clásico, o en Italia donde florece la excelente Academia Vivarium Novum. Recordemos que todo Renacimiento es un regreso a la cultura y a la lengua de las cimas culturales del pasado.

13. Merecimiento

El merecimiento (macehualiztli) es un concepto náhuatl ligado al rol que las personas tienen en la sociedad y al sacrificio (y sus resultados). Es un concepto de justicia cósmica, no del todo distinto al karma hindú o a la diké griega. Particularmente se habla de que Quetzalcóatl se sacrificó para que los hombres merecieran la existencia. Y que es por su merecimiento alcanzó el potencial último de su naturaleza, se volvió divino, por trabajar y merecerlo. Quetzalcóatl exhorta de esta manera: lo divino “nada exige, nada pide. Solo nuestro esfuerzo, solo nuestro espíritu: eso le ofreceréis.”

El macehualiztli también era la danza (de merecimiento) que se hacía como ofrenda a lo divino, una actividad que conectaba con el orden invisible. Era un acto ritual de purificación, que transformaba el cuerpo y la mente, para merecer recibir la vida y el conocimiento.

De manera sencilla podemos tomarlo como el hecho de que cosechamos lo que sembramos, y de que somos responsables de lo que nos ocurre en la tierra. Es también un llamado a actuar para merecer, entendiendo que existe una posibilidad sublime de alcanzar una existencia más plena. La vida es un precioso regalo de Tloke Nawake, «dueño del cerca y el junto», o si se quiere, del universo mismo y de toda su maravillosa complejidad. Si no actuamos ahora, es probable que mañana sea demasiado tarde. La vida es como una gota de rocío en el verano, como un arcoíris, como una flor en una tormenta. Pronto pereceremos, en verdad estamos poco tiempo en la tierra. Y al mismo tiempo, está vida tiene un potencial inmenso, infinito. La naturaleza es justa e imparcial y es la matriz de una energía que es la posibilidad de sabiduría y deleite. Es nuestra responsabilidad estar a su altura.

Imagen de portada: Pin and Travel

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