Enseñanzas psicológicas de Platón sobre el miedo y el valor

SOCRATES ¿El valor, no es una parte de la virtud, sino que es la virtud entera?
Laques o del valor

Por ser demasiado categóricos, y esclavos de las palabras en vez de sus dueños, cuando pensamos en Platón lo asociamos directamente a la Filosofía como una rama del conocimiento, y no como un amor a la sabiduría, que es su sentido real, estricto. Y así somos tan formales e hijos de nuestro tiempo que nos parece casi absurdo hablar de enseñanzas de psicología en Platón e imagino que a muchos lectores les habrá extrañado el título y aún quizás estén leyendo simplemente por curiosidad sobre qué es lo que se va a mencionar.

Evidentemente que esto es un error pues la mayor parte de las enseñanzas de Platón son de saber vivo, de filosofía aplicada y de este modo entran en la dimensión psicológica, en el conocimiento y uso de lo que hoy llamamos psique, que desgraciadamente es ya diferente del concepto de alma de Platón. Y si como decían los filósofos herméticos, «todo es mental», cuando entramos en el ámbito humano –y cómo no hacerlo– aquí todo es psicológico, pues todo mezcla la pura forma con la sustancia psíquica y aun física en que se expresa. Y el ser humano es el más puro ejemplo de esa encrucijada.

De este modo se podría hacer un fácil compendio de todo tipo de enseñanzas psicológicas, para conocer los propios meandros interiores, y para perfeccionar el difícil arte de vivir a través de la clara visión de lo que somos y de lo que aparece en el escenario de nuestra conciencia y en nuestros impulsos atávicos, tan sólo siguiendo a la letra, los textos literarios del Filósofo de la Academia. También olvidamos que, por ejemplo, el libro de Retórica de Aristóteles es, en su mayor parte, un tratado psicológico realmente apurado y validísimo tanto hoy como hace 2.500 años, pues el alma humana, si ha cambiado en su superficie –reflejando los siglos ¡o tempora, o mores!– como las olas empujadas por los vientos y el mar del color de la luz del cielo en ese momento, poco lo ha hecho en lo profundo.

Un ejemplo de estas enseñanzas psicológicas de Platón puede ser en lo referente al miedo y al valor, y por centrarnos un poco, pues el tema en Platón es desarrollado en varios de sus Diálogos, podemos elegir el Laques, texto que ha sido tradicionalmente llamado Del Valor, pues es un ejercicio de dialéctica platónica en torno a esta virtud y arquetipo (cuándo una virtud es arquetipo, y cuándo el arquetipo una virtud, es una pregunta que bien podríamos hacernos).

Hay una definición que va a recuperar Aristóteles y que es clave al respecto. En el Laques dice Platón que «el miedo no es más que la idea de un mal inminente». Antes dice que «el miedo no lo causan, ni las cosas sucedidas ya, ni las que en el acto suceden, sino las que se esperan». Evidentemente hay muchas formas de miedo: a lo desconocido, a la enfermedad, a la muerte, al abandono físico o social, a la opinión de los otros, a presencias invisibles imaginadas o sentidas, al futuro, al fracaso e incluso al éxito (pues significa que hay que mantener una posición o estatus adquirido); miedo a la muerte o al sufrimiento de los seres queridos, o a no tener fuerza para consolarlos, miedo a perder el control, miedo a errar, a no ver, o sea, no saber, etc…, etc. El Dr. Bach con sus famoso remedios florales también dejó un catálogo extremadamente sutil de diferentes tipos de miedos naturales en el ser humano.

Aristóteles apura esta definición de Platón y dice que es la «imaginación de un mal inminente», y quizás sea exactamente lo mismo y sea tan sólo un problema de traducción del griego.

Esta definición tiene tres factores, y como en un producto de términos, la ausencia de uno de ellos haría desaparecer dicho miedo:

Imaginación (o idea) x Mal x Inminente

Analicémoslos uno a uno, y sin que uno sea antes o más importante que el otro, pues siendo un producto, el orden de los factores no lo altera.

Imaginación

De ahí que el miedo se incremente en razón directa del poco control de nuestra imaginación, y como dice Shakespeare, los valientes mueren una sola vez y los cobardes mil, cada vez que su mente descontrolada percibe una amenaza, real o no. Lo ideal sería hacer cesar voluntariamente nuestra imaginación cuando quisiéramos, y que la mente permaneciera como el sonido de un gong que cesó, según dice el Dhammapada. Pero cuan pocos serán capaces de hacer esto, lo mejor es entonces que eduquemos la imaginación para que no haga ver lo altamente improbable como posible, o peor, como casi seguro. Los animales tienen el miedo que su instinto les otorga, ni más ni menos. Menos, no sobrevivirían en casi ninguna circunstancia. Más, sería la perpetuación incesante de un infierno. ¡Si el ciervo imaginara la persecución del león en vez de simplemente defenderse cuando esta llega…! El miedo comienza como una idea propia de la mente que vive en el mundo de los deseos y también de las esperanzas. Y todos recordaremos la escena impresionante del protagonista del cuento de Allan Poe, el Maelstrom, en que, cuando se da cuenta que la muerte es totalmente inevitable, desaparece el miedo, como por encantamiento, y sólo cuando reaparece la esperanza de salvarse, esta se conjuga con el miedo para buscar una solución. Nec spes nec metus es un lema latino, «sin esperanza y sin miedo», pues ambos forman parte del mismo reino humano en que la conciencia entra, o incluso nace, de la encrucijada, de las elecciones y muchas posibilidades. Nadie puede tener ni esperanza ni miedo de que 1 + 2 = 3, ni de los imperativos categóricos de Kant, pero sí de los hipotéticos, o de las sumas que pueden o no dar el resultado esperado. De ahí que el profesor Livraga dijera que uno de los grandes remedios contra el miedo es la fe, pues la verdadera fe es un fuego que absorbe la imaginación y la conduce como una llama hacia lo infinito.

Mal

Por ejemplo, el sabio no teme la muerte, porque tiene la certeza interior que esa es la puerta de su libertad, del fin de los trabajos, del retorno a la luz y a sí misma, fuera ya del contacto con las necesidades del cuerpo y sus aledaños. No sentimos miedo al placer, que nos ata, y siembra en nosotros el miedo futuro, pues no lo vemos como un mal. Sentimos miedo a situaciones en que imaginamos el dolor, y quizás si fuésemos estoicos veríamos que el dolor que no podemos evitar dignamente es un dolor que nos purifica, que nos libera. Sentimos miedo al fin de una situación sin salida, que sin embargo nos puede llevar a otra mejor. Al pensar que es un mal surge el miedo, si sabemos que no lo es, éste desaparecería. De nuevo, el profesor Livraga dice que otro remedio contra el miedo es el conocimiento, el conocimiento de las verdaderas causas, de los verdaderos hechos y de las verdaderas consecuencias, del sí mismo y de sus verdaderos poderes, del Karma y de su poder redentor, de manera que, como la «garra de la Diosa Leona Justiciera Sekhmet» nada se aparte de la corriente de Vida universal.

El Buda cura a una joven del terrible dolor de ver a su hijo muerto entre sus brazos al hacerle ver que la muerte es una ley universal para todo aquello que está vivo, en la bella y famosa parábola del Grano de Mostaza.

Inminente

Claro, lo que es o no inminente también es regulado por la misma conciencia y la razón, al hacer comparaciones. Aun así, es difícil tener miedo por saber que vamos a morir en cien o 50 años, pero si nos dicen seis meses, la situación cambia, y bastante. Y poco nos sirve decirnos que en realidad sólo vivimos el momento presente, y que la conciencia del tiempo es generada por la mente, pues como dijimos antes, es tan difícil dominar la imaginación.

Generalmente se tiene miedo antes de la batalla, y no en el momento en que ya comienza, pues como tan bellamente enseña Delia Steinberg Guzmán, «la acción vence al miedo».

En el Cratilo Platón halla la etimología de valor u hombría en el combate contra la injusticia, en mantenerse firme frente a esa corriente que todo lo disuelve y todo lo lleva al abismo y a la muerte. También lo relaciona con una corriente ascendente, como la virtud, Virya en sánscrito, de quien el texto Voz del Silencio dice que es «la energía intrépida que luchando abre su camino hacia la VERDAD suprema, desde el lodazal de las mentiras terrestres.»

En la República de Platón el valor no es simplemente audacia o temeridad ante el peligro, sino la firmeza para mantener el criterio de lo que es justo, de la ley, en medio de todo tipo de inclemencias y tentaciones, y lo identifica además con el conocimiento de lo que debemos temer o no. No se debe temer la muerte, ni la enfermedad, ni las dificultades, y sí la deshonra (especialmente si es justificada) y no hacer aquello que sabemos que es válido, justo y necesario, o hacer aquello que nace de lo peor de nuestra naturaleza y genera violencia y dolor a los otros.

Pues, aunque el valor donde encuentra su imagen perfecta es en la batalla, esta no sólo es en el sentido estricto, militar. Busquemos, dice Platón, «un hombre valiente en todos los sentidos: en todo lo relativo a la guerra, y también en los peligros de la mar, en las enfermedades, en la pobreza y en el manejo de los negocios públicos; un hombre valiente en medio de los disgustos, las tristezas, los temores, los deseos y los placeres; un hombre que sepa combatir sus pasiones, sea resistiéndolas a pie firme, sea huyendo de ellas, porque el valor, Laques, se extiende a todas ellas. Todos estos hombres son valientes. Los unos prueban su valor contra los placeres, los otros contra las tristezas, estos contra los deseos, aquellos contra los temores, y en todos estos accidentes pueden otros, por el contrario, dar pruebas de cobardes.»

Jose Carlos Fernández

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