Hay familias que son como casas encantadas. Hay puertas que no debes abrir y temas de los que no se debe hablar. En la mía había un tema tabú y era el referente a la muerte de mi padre. Yo tenía catorce años cuando papá empezó a tardar demasiado en volver a casa. Mi madre llamó por teléfono a la empresa donde supuestamente trabajaba, y fue entonces cuando descubrimos que hacía casi tres semanas que lo habían despedido.
Al día siguiente, al volver del colegio, mamá estaba encerrada en su habitación, llorando. Mis abuelos y mis tíos me estaban esperando para darme la noticia. Mi padre había fallecido, pero nadie quiso decirme cómo. Fue durante el funeral cuando escuché todos esos comentarios entre susurros esquivos y en voz baja, que decían que él se había quitado la vida por todas las deudas que arrastraba.
Me enfadé como nunca lo había hecho, me enfadé con todo el mundo y en especial, con él, con mi padre por haberme dejado. Mi mente no podía entender cómo el día antes podía haber jugado conmigo al ajedrez, mientras me proponía ir de ruta el fin de semana siguiente con las bicis. ¿Por qué me habló del futuro cuándo él ya tenía previsto no estar nunca más en mi vida?
Yo tenía solo catorce años y procesé aquella tragedia con infinita rabia. Estaba tan indignado y atascado por tantas emociones, que mi familia, erróneamente, asumió que era mejor no tocar más el tema. Dejar que el tiempo me devolviera a mi vida de adolescente, como quien se rompe una pierna y a los meses el hueso se une de nuevo por sí mismo… Como si no hubiera pasado nada.
En mi familia cada cual hizo el duelo por la muerte de mi padre a su manera, la mía fue la peor de todas.
La inútil tarea de eliminar el dolor del que no se habla
Papá era muy hablador, era de los que inician una conversación y un tema le llevaba a otro y luego a otro más. Era como poner la radio, siempre tenía mil anécdotas que contar. Cuando él se fue, la casa se quedó sumida en un silencio atronador. Mis hermanos mellizos eran mayores y estaban todos los días en la universidad, con sus cosas. Mamá trabajaba en la panadería familiar, con mis tíos. Se iba temprano y volvía tarde.
Cada cual volvió a sus responsabilidades. Las rutinas parecían ayudarles a gestionar la pérdida. Por mi parte, intenté hacer lo mismo, volver a clase, volver a karate por las tardes y a quedar con mis amigos los fines de semana. Pero de un día para otro, empecé a odiar a mis amigos; ellos tenían padres y yo no. Yo tenía pendiente una excursión con las bicis de montaña con mi padre que ya nunca podría ser.
Me fui desconectando de muchas cosas como quien va apagando las luces de una casa y solo queda la titilante luz del salón. Ya he dicho que hay familias que son como casas embrujadas y la mía era una de ellas. Cuando cumplí los 16 se mezclaron muchas cosas, el fracaso escolar y la idea de que yo no era tan brillante como la de mis hermanos y también el bullying escolar. Me quedé a oscuras y nadie parecía verme.
Las primeras tentativas y la búsqueda de eludir el dolor
El día que decidí dejar de vivir acababa de llegar del cine de ver Inception, aquella película de Leonardo DiCaprio del 2010. Me fui hasta el cuarto de baño y cogí una cuchilla de afeitar. Recuerdo ver mi rostro en el espejo y pensar que era terriblemente feo, demasiado delgado y alguien a quien nadie echaría en falta si desaparecía.
Aquellas fueron mis primeras lesiones autolíticas. Nadie se dio cuenta durante un tiempo, hasta que una de aquellas heridas terminó infectándose y uno de mis hermanos la descubrió. Recuerdo su expresión, entre el desconcierto y la angustia, entre la repulsión y el miedo. -“¿Esto te lo has hecho tú? Uy, tío, tú no estás bien” -. Esas fueron las palabras que me dijo, después, habló con mamá.
Todo empezó a ir mal en mi vida desde que falleció mi padre. A partir de ese momento empezaron a suceder cosas que no sabía cómo manejar. Miraba el mundo con mucha rabia y mucho rencor, lo único que deseaba en aquellos años era dejar de sufrir.
El día que decidí dejar de vivir para no sufrir
Mi hermano tenía razón, yo no estaba bien; de hecho, llevaba mucho tiempo sin estarlo. Cuando mamá me vio los brazos y el surtido de cortes que se extendían en mi piel, se echó a llorar. Yo sentí mucha vergüenza y también rabia, porque era como si, de pronto, se expusiera a ojos de todos los sentimientos que escondía en mi interior.
Fue entonces cuando mi madre me llevó al médico y, tras hablar con aquel doctor entrado en años y de voz amable, me recetó mis primeros antidepresivos. No me dirigió a ningún psicólogo, ni mi familia pensó tampoco en buscar ninguno por su cuenta. Supusieron que con la medicación y con su apoyo todo se solucionaría. No era más que una mala época, se repetían a sí mismos, una mala época y nada más.
“Tienes que salir, animarte, ver las cosas de otro modo”. Me decían. Sin embargo, nada iba bien, porque mis notas no eran buenas y no iría a la universidad como mis hermanos. Me odiaba a mí mismo y mi mente, ya no podía soportar tanta cuota de ira, rabia y autodesprecio. El día que decidí dejar de vivir nuevamente tenía 18 años y acababa de romper con mi primera novia.
Ahora ya soy un hombre adulto, pero sé que el adolescente herido, el adolescente que se siente solo y abandonado sigue en mi interior. Por ello, cada día intento atenderlo y escucharlo, me apoyo en los demás y procuro tener un entorno sólido con quien desahogar mis pensamientos y pedir ayuda si lo necesito.
Hay que hablar de lo que duele para poder vivir
Ahora soy un hombre adulto, un superviviente de mi propio dolor que intenta aferrarse a la vida. Así que no, no dejé este mundo a los 18, ni tampoco a los 20. Porque desde el primer día que decidí dejar de vivir, llegaron muchos más. Pero tuve suerte, porque al final, muchos de los que sufrimos en silencio nos reconocemos y un amigo del trabajo me recomendó a un psicólogo.
A partir de ese momento descubrí muchas cosas. Entendí que hay familias embrujadas que esconden sus fantasmas, que viven de silencios y que, poco a poco, enferman y mueren de pena, como la mía. Me enseñaron desde niño a no hablar de lo que duele y, cuando a mí me dolía la vida, asumí que había algo defectuoso en mi persona que debía ocultar. Descubrí que detrás de toda mi ira y mi autodesprecio había una tonelada de tristeza no resuelta.
Tomé conciencia que debemos aprender a comunicarnos, a preocuparnos por los demás, a preguntarnos cómo estamos y qué nos duele. Ahora, intento atender al adolescente herido que aún vive en mí, le enseño a quererse cada día un poco más. Y he entendido también la importancia de saber pedir ayuda, de tener unas figuras de soporte válidas con quienes no esconder las heridas. Ahora, he decidido aferrarme a la vida… Espero que tú también lo hagas.
https://lamenteesmaravillosa.com/dia-decidi-dejar-vivir/
Supongo que toda intención de ayudar es de agradecer, y doy por hecho que la intención de este relato es muy loable. Pero dudo mucho de su utilidad más allá de los jóvenes que buscan llamar la atención. Por lo que sé, para los que realmente tienen intención de suicidarse, estos testimonios son tan útiles como las advertencias de desastres en las cajetillas de tabaco para los fumadores.
El suicidio es un tema serio, muy serio; y triste y preocupante. Y no le damos la importancia ni la dimensión real que tiene.
Parafraseando el texto, hay sociedades embrujadas que esconden sus fantasmas, que viven de silencios y que, poco a poco, enferman y mueren de pena, como la mía.
Hola Jose:
Estoy completamente de acuerdo con tu comentario, salvo por la importancia de hablar de estos temas.
El suicidio en las proporciones existentes en nuestra sociedad es un síntoma claro de que no vamos por buen camino.
El materialismo, el consumismo nos dice que la felicidad se encuentra fuera de nosotros, en la posesión de objetos que deseamos y por los que somos infelices.
Ningún objeto tiene la capacidad de hacernos felices. Muy al contrario una vez poseído, el foco de atención se desplaza hacia otro objeto.
La raíz de la felicidad, está en nosotros mismos no en el exterior.
Lo primero que tenemos que hacer, es saber diferenciar la auténtica felicidad y sus causas, de la aparente felicidad basada en posesión que sólo nos causa frustración.
Los objetos origen de la felicidad verdadera no nos causaran frustración nunca.
Tenemos que echar el freno, y salirnos de la autopista del materialismo que nos conduce al sin sentido.
Tenemos que hacerlo antes de que sea tarde y esta parada sea la salida falsa del suicidio.
Tenemos que aparcar, parar el motor de la tendencia, del ego, del apego y de la ignorancia.
Buscar un sentido a nuestra vida. Un sentido trascendente, un camino que persiga los orígenes de la verdadera felicidad.
Un camino que nos separe del sufrimiento, que nos de sabiduría para poder gozar de auténtica felicidad.
Pues fíjate que casi estoy convencido de todo lo contrario.
Pienso que es ésa enfermiza obsesión por la felicidad, sea material, emocional o espiritual, lo que lleva a la sociedad al borde del abismo. Ésa búsqueda tan de moda actualmente de respuestas trascendentes, de grandes ideas, de sentidos de la vida. Ésa percepción de » algo más » que nos inculcan desde niños, que nos lleva a una búsqueda incesante de respuestas que, tal vez, no existen pues las preguntas están equivocadas.
La gente busca un sentido, elevado, a la vida; no lo encuentra, se frusta y decide suicidarse. Toda esa conciencia que tanto alabas nos lleva a la tristeza de la soledad y el abandono de una existencia sin sentido en un mundo que no comprendemos.
Reflexionamos. Y pensamos que las cosas deberían ser » a «, pero vemos que las nuestras son » b » y no encontramos la manera, o la posibilidad, de convertirlas en » a «. Nos hundimos en la miseria emocional, en la renuncia por imposibilidad, abandonamos la lucha y nos matamos.
No creo que el suicidio tenga algo que ver con el materialismo, ya que se da en todo tipo de culturas y sociedades. Desarrolladas o no, ricas o no, espirituales o no. El invento de ser algo más que animales nos lleva a ello.
Los animales no se suicidan en ausencia de un bien mayor.
Leyendo tu comentario, me ha venido a la mente la imagen del perro que se enfrenta al depredador, aún sabiendo que tiene todas las de perder.
También me viene la de esas gacelas que en presencia del león, saltan y saltan aún sabiendo que esto les hace más vulnerables, con objeto de alertar a sus compañeros de manada.
Los animales son capaces de sacrificarse por los demás, incluso los que no son de su especie, algo que en la mayoría de nosotros no existe.
En ausencia de ese imperativo, parece que el animal lucharía hasta el final.
Cuando se habla de suicidio, se habla de índices preocupantes, que sobre pasan los casos por Depresión. Por ejemplo en los ejércitos. Algún compañero de mili tomo esa decisión. Esto se produce cuando la mente no puede asumir lo que la sociedad te pide y te rindes.
Hoy en día se habla de bullying, el acoso escolar. Es algo muy similar.
No creo que la gente se suicide por no encontrar un sentido elevado a sus vidas.
Creo que la gente se suicida cuando sufre y cuando ese sufrimiento traspasa las fronteras de su resiliencia.
No puede soportar más el acoso, la falta de aceptación, la baja autoestima, ….
El consumo de ansiolíticos, de drogas, de antidepresivos es un síntoma no de fallo de una búsqueda existencial, sino de un sufrimiento.
Si fuera como tu dices, altos índices de suicidio, se darían en comunidades religiosas.
Si quitamos a las sectas manipuladoras., Las comunidades religiosas de cualquier creencia logran una convivencia envidiable para la sociedad urbana.
Todo esto lo crea una sociedad materialista. El tfno dice que tenemos 500 amigos pero ninguno de estos pasa de ser un extraño, casi siempre.
Las redes son despiadadas, el nivel social, el éxito, la aceptación, el EGO, el liderato, el super yo….
Se valora a la persona por el éxito, por su capital, por su estética. Y se promueven trucos para engañar, parecer, simular hacer postureo de la felicidad que siempre nos invade.
Cuando pude contar con los beneficios de la sangha, (comunidad budista), me di cuenta de lo maravilloso que es tener de verdad, amigos, gente capaz de estar pendiente de ti, gente que te hace sentir bien, que te ayuda sin pretender prevalecer unos sobre otros.
«Los animales son capaces de sacrificarse por los demás, incluso los que no son de su especie, algo que en la mayoría de nosotros no existe.»
Al contrario, los humanos son muy capaces de hacer eso, a diario hay gente que lo hace. Piénsalo bien.
La humanidad lleva practicando suicidios desde que salimos de las cuevas, no es algo nuevo ni reciente. Por lo que el acoso, la exposición social, el estres, etc, todas éstas cosas que se suelen argumentar modernamente, no parecen ser la causa última ya que antes no existían pero el suicidio sí.
Pues mira hace cuatro días han tenido que cerrar un templo budista en Tailandia porque todos los monjes dieron positivo por consumo de metanfetamina. Y hace unos años expulsaron a 32 por el mismo motivo. No sé si tenían una convivencia envidiable.
¿ Y Japón ? Un país modélico en muchas cosas y con una amplia población budista que posee uno de los índices más elevados, si no el más alto, de suicidios del planeta. ¿ Cómo lo explicas ? parece que allí la sangha no resulta del todo.
Hay miles de desencadenantes del suicidio y, por ello, es sumamente difícil de abordar o explicar. Pero pienso que si la gente tuviera claro que esta es la única vida que van a tener………la valorarían más.
Es verdad que Japón parece tener un índice de suicidios alto.
He podido conocer a los japoneses y su sociedad de forma directa y compartir con ellos una temporada.
Me ha maravillado su increíble obsesión por la perfección, por la falta de ego en las personas, por su capacidad de sacrificio.
Me parece una sociedad maravillosa aunque como es lógico con sus partes negativas, sobre todo en las grandes ciudades.
He podido comprobar que si hay algo que no soportan y que les conduce al caos es el fracaso.
El fracaso colectivo, como grupo o el fracaso individual como persona les produce un dolor insoportable
Creo que esta característica, debe tener que ver con los suicidios.
Sí, es cierto. La japonesa es una cultura fascinante, siempre he querido conocerla en directo pero no ha sido posible y no creo que lo sea ya.
Los japoneses tienen un alto sentido de servicio a la colectividad, sea la empresa, la familia, el barrio, el país,….y se implican totalmente en el desarrollo y felicidad de todos ellos. Cosa que en occidente no ocurre.
Entiendo que el fracaso en sus objetivos los frustra y se entristece. Lo que no entiendo es por qué ante esta frustración eligen morir. Y es algo que se aplica a los no japoneses también.
Lo que no entiendo de un suicida, no son las causas del hundimiento, es el hecho de que consideren la muerte como una salida a ello.
Si entiendes la muerte como final absoluto de todo, es absurdo pensar que pueda ser solución de algo.