Hay días en los que te asalta una duda aterradora. Cuando por fin te acuestas en la cama después de haber ido al trabajo, hecho la compra y atendido a tu familia, te preguntas si la vida que llevas es la que siempre habías soñado. Sabes la respuesta, pero no quieres pensar demasiado en ella. Porque duele. Entonces, cierras los ojos porque mañana llega una nueva jornada. Con las mismas rutinas.
Dejarse llevar por la inercia y el piloto automático tiene una gran ventaja: nos impide tener que pensar demasiado. Y a veces, es lo que deseamos, no reflexionar ni tomar contacto con lo que sentimos, con lo que hay en los abismos de nuestra mente. La frustración, la decepción y la infelicidad son elementos que guardamos bajo llave porque son demasiado incómodos.
Preferimos que los días pasen, que la vida avance, que las rutinas nos lleven como esas cintas automáticas de las fábricas. Así, y casi sin darnos cuenta, nos convertimos en personas autómatas que solo se dejan llevar, que no reaccionan y que eluden el sufrimiento. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que importa: ser funcionales, aunque seamos secretamente desgraciados…
“Toda la rutina diaria de la vida, nuestro vestir y desvestir, el ir y venir de nuestro trabajo o la realización de sus diversas operaciones, carece por completo de referencia mental al placer y al dolor”.
-William James-
La peligrosa costumbre de anclarse en las rutinas para no sentir las emociones
El British Film Institute, responsable de la publicación de la revista Sight & Sound establece una votación cada diez años para elegir la mejor película de la historia. Hace poco, la elegida fue Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Una producción de 1974 dirigida por Chantal Akerman. El argumento, de buenas a primeras, nos puede resultar poco llamativo.
Sylvain es una mujer viuda con un hijo adolescente. Durante las tres horas y veinte minutos que dura la película, la vemos llevando a cabo tareas de lo más rutinarias: planchar, cocinar, lavar, comprar y hacer de prostituta en algunos momentos. En ese universo de lo privado, lo íntimo y lo rutinario se filtra una ingente cantidad de sufrimiento encapsulado y también de sometimiento.
Pocas veces la monotonía de lo cotidiano refleja tan bien la desafección propia y también esa náusea de la que nos hablaba Jean-Paul Sartre. El automatismo del día a día nos convierte en zombis que se dejan llevar para no rebelarse ante la propia infelicidad. ¿Por dónde empezar cuando uno se siente del todo atrapado por una forma de vida de la que -en apariencia- no puede escapar?
Y tú, ¿vives? ¿O solo te dejas llevar por donde la propia vida te lleva sin reaccionar ni rebelarte?
El cerebro está programado para los automatismos, ese es el problema
El Instituto Max Planck reveló hace unos años en un estudio cómo funciona esa red neuronal que domina, prácticamente, buena parte de nuestro comportamiento. El cerebro está programado para actuar y reaccionar de manera automática. Esto nos ahorra una infinita energía y el no tener que detenernos a pensar en cada acto que llevamos a cabo.
Por ejemplo, todo aquel que sabe conducir un coche no necesita pararse para recordar cómo se cambian las marchas o qué significa cada señal de tráfico. Ese aprendizaje está automatizado. Lo mismo sucede con casi el 90 % de nuestras decisiones. Respondemos de acuerdo a nuestra experiencia, personalidad y sesgos inconscientes.
Anclarse a las rutinas para no pensar tiene mucho que ver con ese piloto automático inherente del cerebro. Ese que prefiere dejarse llevar porque practicar la autorreflexión requiere tiempo y puede revelar hechos incómodos. Lo más probable es que, si lo hiciéramos, si rompiéramos nuestros automatismos y nos preguntáramos cómo nos sentimos, llegaría el bloqueo y también el dolor.
De hecho, si hay una dimensión que desea esquivar el cerebro es el sufrimiento, por ello, nos anima a continuar sí o sí. Convertirnos en personas robóticas nos permite seguir funcionando al encapsular el malestar.
¿Cómo saber si estás viviendo en piloto automático?
Hablábamos hace un momento de la película Jeanne Dielman, considerada por muchos como la mejor de la historia. La vida de esta mujer nos sirve como obligado reflejo. Porque anclarse en las rutinas para no pensar y silenciar las emociones es algo que podemos estar haciendo sin darnos cuenta.
Estas serían algunas características:
- Tu día a día está lleno de las mismas actividades que cumples sin reflexionar. El hecho de cambiarlas o hacer algo diferente te genera ansiedad.
- Tu mente solo tiene dos estados: estar conectada a las rutinas o distraída. Nunca está centrada en lo que sientes, piensas o necesitas.
- La mayoría de las veces vives orientado a los demás. Complacer es una rutina más.
- Tienes la sensación de que la vida se te escapa, de que el tiempo discurre demasiado rápido. Darte cuenta de esto te genera incomodidad, pero al instante dejas ese pensamiento y vuelves a tus tareas.
- Llegas muy cansado a la cama y cuando lo haces, solo esperas dormirte en seguida para no pensar en nada.
Es cierto que las rutinas son buenas para la mente, pero cuando estas dominan toda nuestra existencia corremos el peligro de acabar viviendo en piloto automático. Es entonces cuando surge la ansiedad y la depresión al darnos cuenta de que no tenemos el control sobre nada.
¿Cómo escapar de la monotonía para no convertirnos en autómatas infelices?
Anclarse a las rutinas para escapar de nuestras necesidades pone en jaque nuestra salud mental. Así, aunque el hecho de tener unos hábitos cotidianos y unos horarios fijos para ciertas tareas es bueno para nuestro bienestar, no conviene llevarlo al extremo. No hasta el punto de enfundarnos en esa vida zombi que carece de esencia y de propósito.
Detrás de quien se ancla a una vida rutinaria hay, a menudo, grandes cuotas de ansiedad y hasta la bruma latente de una depresión. La existencia no consiste solo en dejarnos llevar, también exige actuar para tener sensación de control. Solo cuando sentimos el dominio de nuestra capacidad para elegir qué queremos y qué no en cada momento, recuperamos las energías, la motivación, el bienestar.
¿Cómo lograrlo, cómo detener a nuestro piloto automático?
1. Párate y reflexiona durante una hora
El mundo puede esperar durante una hora. Busca un lugar tranquilo y hazte las siguientes preguntas; aunque duelan:
- ¿Qué estoy haciendo?
- ¿Cómo me siento con esto que hago?
- ¿Se ajusta lo que estoy haciendo con mis metas y objetivos?
2. Clarifica tus propósitos vitales
Es de obligado cumplimiento que, cada poco tiempo, revisemos nuestros valores, significados y propósitos vitales. Solo entonces tomaremos conciencia de dónde estamos y de cuánto nos estamos alejando de aquello que deseamos y nos define.
3. Haz una cosa diferente cada día
Tener rutinas es básico y necesario para el ser humano. Sin embargo, no es lo mismo cumplir rutinas que tener una vida rutinaria. Procuremos establecer en nuestras jornadas alguna actividad diferente que nos despierte interés, placer y motivación.
4. Desacelera y conéctate contigo mismo
Quien vive en piloto automático habita en una especie de vehículo que avanza a una velocidad supersónica. Lo hace tan rápido que apenas puede mirar por la ventanilla para ver el paisaje. Para saber dónde se encuentra. Ni siquiera es él/ella quien lleva ese medio de transporte. Es otra entidad que decide por todos nosotros llevándonos donde desea; no donde queremos.
La solución es sencilla. Debemos desacelerar, bajar el ritmo de nuestra vida y tomar el control de nuestra cotidianidad. Para ello es conveniente entrenar la mente en atención plena, en la capacidad de focalizar la atención en el momento presente. También en ese mundo interior descuidado que tanto necesita de ti mismo. Escúchate.
Volver al asiento del conductor y dejar el del copiloto exige compromiso y valentía. La valentía de quien decide ser responsable de sí mismo y llevar a cabo los cambios que necesita para alcanzar la satisfacción. La rutina debe dejar de ser ese mecanismo que arrastra y subyuga, que enmudece el dolor, haciéndonos creer que, por ser funcionales, todo está bien. Evitémoslo.
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