En los últimos dos meses millones de personas han estado subiendo imágenes de ellas mismas a las redes sociales en versiones altamente estilizadas, como héroes de fantasía o ciencia ficción, actores de cine o modelos de pinturas renacentistas, etc. En los últimos años hemos presenciado numerosas de estas tendencias en las que un filtro que recrea o modifica selfies se vuelve popular, pero esto es diferente en tanto a que utiliza tecnología de machine learning o inteligencia artificial para crear estas imágenes, las cuales son mucho más sofisticadas. La principal app que se utiliza es Lensa AI, la cual toma una serie de selfies que el cliente provee y las reimagina usando su enorme memoria visual. Hace una pintura de Van Gogh o un fotograma de Kubrick en el que el usuario es el modelo o actor, por ejemplo. Es como si un arsenal de ilustradores, artistas de maquillaje, creativos de publicidad, editores de fotografía digital y demás se dedicaran a ti y te hicieran un makeover literalmente épico. Pero lo hace una computadora en cinco segundos.
Lensa genera 50 avatares o 10 imágenes en cinco estilos diferentes por 3.99 dólares en un periodo de prueba y tiene también otras modalidades. Usa la tecnología de Stable Diffusion, una de las más populares aplicaciones que generan imágenes utilizando ciertos «prompts» o instrucciones (término que proviene del campo de la programación informática). Los estilos que incluye son: “Fairy Princess,” “Fantasy,” “Stylish,” “Light,” “Iridescent,” “Anime,” “Pop,” “Cosmic,” “Focus,” “Kawaii” y otros.
De manera común en este tipo de tecnología, las apps reproducen los mismos estereotipos que están ampliamente difundidos en la cultura, como versiones sexualizadas y fit de hombres y mujeres (el New York Times nota que la herramienta puede ser fácilmente usada para generar «porno de revancha»). Los que defienden la tecnología señalan a cambio que puede generar una especie de euforia de género o amor a la imagen propia (en lugar de disforia o body shaming, por ejemplo), haciendo que las personas se sientan más cómodas y orgullosas de su propia imagen. Pero no se repara mucho en que estas formas supuestamente positivas de autoevaluación están basadas en versiones irreales e idealizadas, fantasías dirigidas que son ejecutadas por máquinas sin ninguna brújula moral. Puede ser que las las imágenes hagan que las personas se sientan mejor con su apariencia por unos momentos, pero las personas se sienten bien de una imagen que no son ellos, de un desideratum visualizado inalcanzable de lo que quisieran ser. Uno fácilmente puede imaginar toda una industria en las que las personas pasan gran cantidad de tiempo generando y consumiendo entretenimiento en el que el protagonista es la versión idealizada de sí mismos.
Quizá las personas no lo notan, pero estas apps suelen producir versiones mucho más atractivas de ellas mismas: fit, musculosas, con la piel radiante y sin imperfecciones, etc. El mismo algoritmo parece entender que hay un deseo para producir imágenes estéticamente agradables, perfeccionadas y conforme con ciertos estándares culturales. La simetría es algo muy fácil para estas aplicaciones. Al tiempo mismo, las apps son suficientemente buenas para darnos la impresión de que estamos creando arte y finalmente poniendo en acción el mandato de Nietzsche de convertir nuestra vida en arte, ser nosotros mismos la sustancia de la creatividad artística Claro que no somos nosotros los que lo estamos haciendo realmente, por más que haya cierta creatividad en un prompt, pero queda la vaga sensación de ser parte de una forma de arte.
La fascinación de estas app que crean «avatares mágicos» de nosotros mismos es también que nos brindan una atención que se mantiene fija sobre nosotros mismos (un poco como el caso de las cartas astrales). Poco cosas son más adictivas que la atención sostenida y halagadora que otros dedican a uno mismo. Las apps explotan el autoinvolucramiento, algo que las redes sociales llevan haciendo de manera diligente por años, capitalizando la generación de dopamina digital. Facebook es un experto en esto, fomentando que publiquemos y republiquemos nuestras memorias y todos nuestros eventos de vida. Incluso vemos ahora una tendencia en la que las personas felicitan a los otros, pero lo hacen con una fotografía en la que ellos aparecen con su amigo, generalmente enfatizando un momento en el que ellos son los que lucen bien.
Todo lo que esto sugiere es un mundo de mayor obsesión con uno mismo, en el que la tecnología, cada vez más poderosa, explota la tendencia moderna al narcisismo (bajo las ideas tan en boga de amor propio, desarrollo personal, autorrealización, etc.) y nos brinda herramientas sumamente atractivas para editar nuestro propio yo. Y esto probablemente en confluencia con la moderna necesidad del entretenimiento como actividad cumbre, como un derecho universal del ciudadano secular.
Más entretenimiento, hecho a la medida de nuestras obsesiones y menos atención hacia lo que está allá afuera, realmente vivo, que reclama otro modo de mirar, menos utilitario y extractivo.
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