A unos 150 metros de la Plaza de Armas, en la calle Hatun Rumiyoq, de la ciudad peruana de Cuzco, se encuentra una de las rocas más fotografiadas del planeta. Recibe el nombre de la piedra de los doce ángulos (sobre estas líneas) y forma parte de la sede del Palacio Arzobispal de Cusco, en lo que previamente había sido la residencia del sexto soberano del Curacazgo de Cuzco, el Inca Roca.
Se trata de una piedra de diorita verde que llega hasta los dos metros de profundidad y pesa la friolera de seis mil kilos.
No obstante, lo que llama la atención de la misma es su ensamblado, que se ajusta perfectamente a las once piedras que la rodean; cuatro en la base, dos en cada lado y tres en la parte superior, lo que nos obliga a concluir que todas ellas fueron talladas “en la obra”.
Tallar a mano, con rudimentarias herramientas, los grandes bloques de una construcción a pie de obra, es decir, a medida que se necesitaban, es algo que desconcierta a ingenieros y arquitectos por igual. Ésta, además, es una pieza clave que, si por alguna razón fuese retirada, colapsaría el muro. Y, como verás a continuación, no es por casualidad.
Con todos los avances tecnológícos ahora no seríamos capaces de cortar, tallar y pulir bloques de piedra poligonales
El ingeniero Adolfo Marroquín que es, además, doctor en Física y Geofísico, señala que “la base de [las rocas] de arriba tuvo que ser tallada antes de subirlos y ensamblarlos; sin que fuera posible utilizar el clásico método de ‘prueba y error’, puesto que eso hubiera obligado a desmontar lo ya montado, cada vez que hubiera un error. La verdad –añade- es que resulta difícil de entender esa precisión en la ejecución del trabajo, sin maquinaria alguna y contando con las herramientas que contaban, pero allí están los miles de bloques en cientos de obras.”
La arquitectura inca, vigente hasta la conquista española, se caracterizó por ser un verdadero mosaico formado por bloques de piedra tallada que encajaban perfectamente, sin que entre ellos pudiera pasar ni un alfiler. Pero esta característica está presente, también, en otras civilizaciones de la antigüedad que, pretendidamente, no tuvieron intercambio cultural entre ellas. ¿Cómo es posible? No lo es, salvo que existieran unos “instructores” misteriosos que les enseñaran las mismas técnicas constructivas o los viajes transoceánicos fueran posibles en la antigüedad.
Llama la atención, en este sentido, el Templo de la Esfinge, en Egipto. Dedicado al dios Ra, el dios Sol, pues presenta la misma singularidad que la base del Palacio Arzobispal de Cuzco. Rocas de múltiples ángulos que encajan como un puzle, que son ensambladas formando ángulos imposibles. Y lo mismo encontramos en el misterioso Osirión del Templo de Seti I en Abydos.
Mi buen amigo Miguel Labrador, que ha recorrido el mundo escrutando los secretos de las construcciones de la antigüedad, ofreció una extraordinaria muestra gráfica de ensamblaje en el último Congreso de Misterio celebrado en Segovia. Mostró imágenes de la antigua Eleutherai, en Attica, Grecia, en Turquía, en Bolivia, en Perú y otros destinos singulares. Reparó en que muchos muros de mampostería, con las aludidas rocas poligonales, tenían una pequeña piedra que, según la tradición, soportaba la construcción, una suerte de clave de bóveda que actuaba contra los terremotos.
Un ejemplo de esto se ve perfectamente en los muros del castillo Edo, en Tokio (Japón). Construido por el samurái Ōta Dōkan en 1457, este enorme complejo militar de 16 kilómetros de perímetro, implicaron el trabajo de 300.000 hombres.
En los restos de la base del torreón principal del castillo de Edo, reconstruidos en 1657, tras el Gran Incendio de Meireki, están hechos de granito y en sus once metros de altura reconocemos tanto el patrón poligonal como la pequeña piedra antisísmica.
También en Perú, las piedras están estrechamente unidas, sin argamasa, y no sólo han soportado los ataques humanos y las agresiones medioambientales, a lo largo de los siglos., sino también los frecuentes terremotos de la región. Y es que durante la actividad sísmica, es mucho menos probable que los bloques de piedra poligonales se desprendan que los bloques de forma regular.
Las piedras de estas construcciones están estrechamente unidas, sin argamasa, y han soportado frecuentes terremotos
Aunque Marroquín apunta que los constructores incas, usaron maquetas, hechas con arcilla, que posiblemente reproducían exactamente el estado de la bancada en que se estaba trabajando, sigue siendo un misterio cómo y por qué las antiguas civilizaciones se decidieron por este método constructivo, un auténtico desafío a la ciencia actual.
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