El CNI tiene en su lista a quienes disienten de salud, ciencia, globalismos y otros objetivos de la Agenda 2030

Magdalena del Amo.- Es harto sabido que los gobiernos y sus ejes mediáticos e institucionales, todos ellos al servicio de la gran falacia global, catalogan de bulo o fake news todo aquello que atenta contra las grandes mentiras fabricadas, unas impuestas por quienes diseñan y rigen el futuro del mundo y otras de producción propia para sostén de las anteriores. Resulta difícil hacer un análisis político en profundidad teniendo el dosier del globalismo abierto sobre la mesa, con todos sus planes perversos al descubierto, que las marionetas políticas ocultan o disfrazan con un rebozado de almíbar. ¿Cómo hacerlo sin caer en una aparente esquizofrenia o ejercer un papel de silentes tibios, cuando no de hipócritas opinantes a sueldo?

En los últimos tiempos, sobre todo en los sectores de la disidencia, hemos dicho y oído incansablemente que todos los políticos son iguales, que una vez consolidados los partidos pasan a formar parte de la casta. Nosotros hemos criticado a VOX y le hemos pedido explicaciones a Abascal por no pronunciarse sobre los temas realmente importantes para el futuro de la humanidad; hemos cuestionado que tengan un personaje como Steegmann en sus files y, en cambio, prescindan de otros más acordes con el ideario que un día presentaron; hemos criticado su inacción ante los pucherazos y el recuento de los votos, así como su falta de valentía al no atreverse a contravenir las órdenes “de arriba”.

A lo largo del periodo pandémico se ha ido formando una corriente de decepción y desencanto que está dando lugar a un nihilismo absoluto. Incluso se han creado movimientos que promueven la abstención, con rotura de papeleta ante las urnas. Está bien como teatrillo adolescente, pero nada más. Suponen los ingenuos que es un detalle de rebeldía para cambiar el paradigma, y que una abstención del 80% echaría abajo el sistema. Perdonen, pero eso es jugar a los síes, a las utopías sin esfuerzo. En el estado durmiente de la sociedad, esta actitud no cambiará nada. Las cosas no funcionan así. Los ejemplos del pasado que proponen en las redes, están cargados de buenas intenciones, pero no sirven en estos tiempos. Creo que el sistema hay que cambiarlo desde dentro, con sus mismas armas: participando en la toma de decisiones. Y eso solo se consigue con los votos. Hoy más que nunca hay que dejar a un lado el componente emocional y utilizar nuestra razón y discernimiento.

Es cierto que los partidos políticos están en decadencia y que VOX, en quien habíamos puesto nuestras esperanzas, también nos ha decepcionado. Sin embargo, en honor a la verdad, sería injusto decir que Abascal, Sánchez y Feijóo son iguales. Hemos dicho en escritos anteriores que algunos políticos se encuentran felices y realizados martirizándonos con leyes manipuladoras y normativas absurdas, mientras otros acatan a regañadientes y se unen al juego de lo políticamente correcto para sobrevivir e ir penetrando en el sistema; es decir, para no ser ilegalizados. Esto es, VOX no puede ir de frente ni hablar de los temas tabú de obligada creencia y cumplimiento. Es necesario conocer la intrahistoria de los hechos. Escribí sobre esto en el 2020, a propósito del Observatorio Elisa, un programa del CNI para espiar a quienes no se someten a la censura, se atreven a hablar claro o se oponen a las doctrinas globalistas. He aquí el texto publicado:

“Y es aquí donde entra en juego el Centro Criptográfico Nacional (CNN), dependiente del CNI, ese organismo que se ocupa de salvaguardar los temas de Estado, […] este organismo ha creado un laboratorio, denominado Observatorio Digital Elisa, para analizar la desinformación, la descontextualización de noticias, los bulos o las fake news.

Este nuevo chiringuito del CNI tiene alistada a casi toda la “peña” de disidentes. El genérico disidentes abarca no solo a los antiglobalistas, antisionistas o a aquellos que no aceptan la gravedad de la epidemia y los embustes oficiales, sino a quienes manifiestan opiniones contrarias a la ciencia o a la historia oficiales.

¿Pero qué es la desinformación y los bulos, según la visión del CNI, redactada para favorecer al Gobierno socialcomunista? Según estos “sabios” al servicio de la nueva dictadura, la desinformación surge de los siguientes elementos: falta de transparencia u ocultación de la fuente, “distribución de noticias falsas, manipuladas o descontextualizadas; distribución recurrente y sistemática de narrativas basadas en erosionar la credibilidad de los principales pilares que sustentan el contrato social y la cohesión de un Estado democrático”. Estos pilares serían: confianza en el pensamiento científico, en las instituciones públicas nacionales, en el sistema económico y financiero y en los medios de comunicación tradicionales. Esto es totalmente orwelliano y no tiene desperdicio, créanme. Es de vergüenza, porque es el presidente con su vicepresidente imputado quienes, al alimón, están demoliendo todo el cuerpo institucional, dinamitando incluso los cimientos.

[…] lo que el Gobierno cataloga como bulo o desinformación podríamos definirlo como toda verdad u opinión que vaya en contra de sus intereses, y, por tanto, debe ser censurada. De facto, así es. Algo totalmente contrario a la misión del periodista, que es precisamente “contar aquello que el poder quiere ocultar”.

En cuando a la “ocultación de la fuente”, el periodista tiene el DEBER de publicar verdades incómodas de interés público, así como el DERECHO a proteger sus fuentes. Son códigos deontológicos internacionales que funcionan en todo el mundo excepto en regímenes totalitarios como Cuba, China, las dictaduras bolivarianas y, ahora, España. Como suena. En España, de hecho, no existe libertad de expresión y esto va a peor. Se acaba de aprobar en el Congreso el control de las redes sociales. Cualquiera de los inquisidores de “maldita” tiene la facultad de dictaminar qué contenidos son los adecuados, es decir, “legales” y cuáles no, en función de cómo afecten al Gobierno totalitario y a los intereses del sistema. Se trata de vigilar, perseguir y quién sabe si cosas peores a quienes disientan no solo de los gobernantes, de su ideología, sus decretos, su despilfarro público o sus gastos sibaritas en el Falcon o en la Mareta, sino que será punible opinar de muchas otras cuestiones relativas al Nuevo Orden Mundial, o la Nueva Gobernanza como así le gusta llamar al mentiroso maniquí de Aló Presidente, o mostrarse en contra del globalismo salvaje de las élites y de sus personajes siniestros, como Soros, Rothschild, Rockefeller o Gates, por citar a los que más suenan. Es decir, que nos fagociten, pero nosotros calladitos. Por esta misma norma, tampoco podríamos informar y criticar la tesis falsa del presidente del Gobierno, o decir que fue pillado metiendo votos en la urna, que se fue en helicóptero a la boda de su cuñado, que hace el hortera acudiendo con un séquito de cuatro docenas de coches, al estilo del sultán de Brunéi, o que los marqueses de Galapagar se han enriquecido con el dinero del narcotráfico. Todo esto no ayuda al sustento de la cohesión del Estado democrático al que se alude, creo yo. Sin embargo, los hechos son los que son. En el próximo artículo continuamos hablando sobre el informe del CNI, su persecución a los disidentes y su fijación con VOX por atreverse a posicionarse contra el globalismo feroz de las élites y haber mancillado el nombre de Soros.

El observatorio Elisa tiene diferentes apartados, pero vamos a centrarnos en lo mollar, y cito textualmente: ‘Las narrativas antiglobalistas tienen una naturaleza antisistema contraria a las instituciones democráticas y pueden suponer una amenaza directa para la cohesión social, la estabilidad, incluso la salud del país. La crisis de la Covid-19 ha favorecido un gran crecimiento de estas narrativas, así como de las fuentes digitales que difunden este tipo de contenidos. Sólo entre el mes de abril de 2020 y septiembre de 2020, el ‘Observatorio Digital Elisa’ ha detectado 1.808 contenidos antiglobalistas difundidos en 157 plataformas’.[…]Y eso pone en peligro sus intereses. Por eso hay que callar al mensajero que viene con verdades salvadoras.

Y continúa el informe: ‘Su núcleo principal [refiriéndose a los disidentes o prensa alternativa] consiste en afirmar que las democracias no obedecen a las necesidades de los ciudadanos, sino que están al servicio de unas élites ocultas –¡¡¡bingo!!!—que son las que toman las decisiones, ajenas a la voluntad de los mismos. Buscan culpar a un enemigo externo (imaginado e imaginario) de los problemas sociales, políticos o económicos que afectan a un país’. El enemigo no es ni imaginado ni imaginario. Se trata de enemigos reales. Salvo eso, el resto lo afirmamos y, además, con datos. ¿Cui prodest? Al ciudadano que no se dedica al cabildeo, no. Muchas de las consignas incluso leyes que afectan a nuestra vida cotidiana son elaboradas en oscuros despachos, por personajes que ni conocemos ni votamos –la Comisión Europea, sin ir más lejos—, al servicio de los lobbies de las multinacionales de los grandes magnates que dirigen el mundo. Esos indeseables sin conciencia que nos cuelan el glifosato y la hormona recombinante del crecimiento bobino, rBGH. ¿Alguien se atreve a refutarme? Adelante.

El antiglobalismo es una de las grandes preocupaciones de los gobiernos títeres. Así, tras tildar a las plataformas de “maliciosas”—ni siquiera el beneficio de la duda de estar equivocadas—, el Observatorio del CNI las acusa de proponer ‘recuperar la soberanía de los Estados con agendas políticas nacionalistas e identitarias’. ¿Y desde cuando defender la Constitución es un delito? Es delito y oprobio para aquellos que la vulneran sistemáticamente. Si sustituimos maliciosas por patriotas podemos suscribir el aserto completo. Es más, se pretenden muchos otros cambios revolucionarios, entre ellos, hacer desaparecer a toda la gentuza política, con sus engañadores profesionales, sus planes antivida y su corrupción sistémica. Pero no con bombas ni malas artes, sino con las palabras y la demostración de los hechos.

El CNI tiene en su lista a quienes disienten de salud, ciencia, globalismos y otros objetivos de la Agenda 2030

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