Es preferible que os advierta de inmediato que no soy una persona iluminada y que ninguno de los presentes en esta habitación llegará nunca a estar iluminado. Las personas iluminadas no existen, sería una contradicción en los términos.
También quiero decir que lo que se comunica aquí no es ningún tipo de enseñanza. Aquí no se enseña nada porque no hay nadie que necesite aprender nada.
Lo que sucede es que nos hemos reunido un grupo de amigos y estamos recordando algo. Aquí se trata, solamente, de recordar algo que casi todos tenemos la sensación de haber extraviado. De algún modo, muchos de los presentes en esta habitación han recordado, han percibido, han vislumbrado, eso que creen haber perdido.
Y en mi opinión, lo que creen haber perdido es el ser atemporal. Es muy simple, lo que más deseamos, lo que apetecemos por encima de todo, es totalmente asequible e inmediato y está siempre disponible. Lo verdaderamente sorprendente es que, aunque es lo que más echamos de menos, nunca nos ha abandonado.
Simplemente dicho, lo que sucede es que cuando somos niños pequeños solamente somos, sin ser conscientes de ello, solo hay ser. Pero entonces llega alguien y nos dice «tú eres Bill» o «tú eres Mary», «tú eres una persona». Y en ese preciso momento, el cerebro, el pensamiento «yo», la identidad, la idea de que «yo soy una persona», se impone sobre la energía del ser y este se identifica como Bill, como Mary, o como quien sea, el «yo» se impone sobre el ser y le asigna un nombre. Comienzan las palabras, comienzan las etiquetas, y la idea de «yo» se convierte en el núcleo vertebrador de la existencia.
En el mundo aparente en el que vivimos todo gira alrededor del «yo», alrededor de «la persona», de sus triunfos y sus fracasos. Crecemos creyendo y reforzando constantemente la idea de que ahí hay alguien y que ese alguien vive una vida que va a durar equis años. Estamos embarcados en un viaje llamado «mi vida» y lo que hay que hacer, nos dicen, es conseguir que esa vida funcione. Toda nuestra energía se canaliza en la idea «Soy una persona y tengo que controlar mi vida».
Es entonces cuando hacen acto de presencia las listas de obligaciones. La primera habla de ser un niño bueno, la siguiente de ser un buen estudiante… A continuación vienen una serie de listas que exponen los requisitos necesarios para ser un buen trabajador, un buen esposo, esposa, madre, padre, etc. Algunas personas se vuelven hacia la religión para tratar de descubrir en qué consiste esa carencia que perciben en sus vidas y, una vez más, se les presenta una lista de imposiciones que deben cumplimentar para poder llegar a ser merecedores de algo.
Existen tantas fórmulas para conseguir que una vida funcione como personas vivas en este mundo. Y también hay muchos niveles, muy sutiles, de logros personales ―algunos de ellos aparentemente negativos― ¡hay muchas personas a las que hacer el papel de víctimas les parece todo un éxito!
Estamos obligados a jugar ese juego porque estamos sinceramente convencidos de que somos personas, interiorizamos la ilusión, la pretensión, de que «yo soy una persona». Pretendemos ser esa persona y nos lo tomamos tan en serio que olvidamos que solo es una ficción y se convierte en lo más importante de todo, en el centro de todas las cosas. La mayor parte de la gente vive toda su vida de esa manera. Y está bien, no tiene importancia, también es divino, es el juego divino.
Pero hay personas que tras haber cumplido con las exigencias de todas esas listas siguen experimentando la sensación de que aún les falta algo. Entonces piensan «Quizá pueda hallarlo a través de la terapia, quizás un terapeuta sea capaz de decirme qué es lo que está mal, qué es lo que no marcha, qué es eso que tanto echo de menos». Y ya está, ya se han apuntado a otra lista… y una vez más aparece la compulsión de intentar llegar a ser algo.
Pero, por alguna razón, ninguna de las recetas contenidas en esas listas ―religión, terapia o lo que sea― parece funcionar. Entonces algunos oyen hablar de algo llamado iluminación y tienen la sensación de que quizás sea esa la última pieza del rompecabezas. Así que buscan a alguien que pretende ser un gurú y ellos pretenden ser sus discípulos. Y cada uno construye al otro. El maestro que les enseñará a iluminarse se va haciendo cada vez más grande y ellos se sienten más y más importantes porque su maestro se lo parece a ellos.
Por supuesto no se trata más que de otro fascinante juego de pretensiones. Y con el escenario viene incluida otra de esas listas sobre la meditación, la honestidad, etc… Uno de los ítems de esta lista habla de «vivir en el momento presente, estar aquí ahora», estar aquí ahora y dejar la mente en blanco. Es posible ir a escuchar a los tipos que dicen ese tipo de cosas e incluso se pueden leer sus libros… ¡Pero lo cierto es que también puedes estar aquí y ahora y como máximo serás capaz de no pensar en nada durante quince segundos!
Todo es una pretensión, una pretensión divina. Cada instante de nuestra vida, hasta este preciso momento, ha sido absoluta y perfectamente divino; nada podría haber sido de un modo diferente. La apariencia completa de nuestra vida ―la totalidad de la acción aparente, de la elección aparente― no solo es totalmente adecuada sino que es divina.
Sin embargo, la idea de «tú» se refuerza constantemente. Este mundo pone el énfasis en que ahí hay alguien, la mayoría de las cosas coinciden en recalcar que ahí hay alguien. La pretensión del «yo» se refuerza incluso con la búsqueda de la iluminación porque lo que cualquier autodenominado maestro te dirá es que él ha sido iluminado «Soy una persona iluminada y tú también te puedes convertir en una persona iluminada». Tú ―ese pretendido «tú»― es una falacia total porque el despertar es la comprensión de que no existe nadie, es tan fácil como eso. Es muy sencillo pero al mismo tiempo es muy difícil entenderlo.
El despertar es la visión de que todo lo que has estado creyendo hasta ahora, todo ese asunto de que hay un «yo», es una farsa. De hecho, ahora mismo pretendes que estás ahí sentado mirándome, crees que estás ahí sentado mirándome, escuchándome y tratando de descubrir algo.
En realidad no hay nadie ahí sentado y no hay nada que descubrir.
Si quieres puedes cerrar los ojos y sentir esa energía que piensas que eres «tú». Es la sensación de estar vivo, de existencia… es la sensación de «yo existo».
Pero esa energía, esa sensación de ti mismo estando presente, no eres tú en realidad. Esa sensación de quien tú crees que eres, esa sensación de viveza y energía, es la vida, es solamente la vida. Nunca vino y nunca se fue, nunca te ha dejado, siempre ha estado ahí. Pensabas que eras tú, pero es sencillamente vida. No se trata de quién eres, sino de lo que eres. Y lo que eres es simplemente vida, presencia, existencia. Eres vida, vida que sucede, pero no le sucede a nadie. Estar sentado en esa silla no te está sucediendo a ti, estar sentado en esa silla es lo que le está sucediendo a nadie. Es solamente existencia. Eres existencia, eres existencia eterna, divina, trascendente.
Y lo increíble es que a donde quiera que vayas hay existencia. Sea lo que sea lo que aparentemente hagas es existencia. Lo que aparentemente no haces, es existencia. Siempre ha habido solo existencia, sea lo que sea lo que aparentemente hayas hecho o dejado de hacer, y lo indigno, neurótico, ignorante o egoísta que creas ser. Todas esas cualidades emergen en lo que eres, que es solamente existencia, vida. Todo lo que hay es existencia. Y lo que surge en esa existencia es la idea de que «tú» existes. Solo es una idea, solo es una convicción, la convicción de que ahí hay alguien.
Así que piensa, ¿cómo es posible que alguien necesite hacer algo para que suceda el despertar? Ahí no hay nadie, solo existencia, ¿así que cómo podría alguien hacer algo? ¿Por qué debería alguien tratar de llegar a ser algo, cuando todo lo que hay es una pretensión? ¿Debería tratar de llegar a ser una pretensión mejor? El despertar no tiene nada que ver contigo, eres simplemente un papel en una obra. Tony Parsons no es más que una combinación de características, eso es lo que está aquí sentado, una combinación de características y un organismo cuerpo-mente. Pero lo que verdaderamente somos es el ser, la quietud de la que todo proviene. En realidad, lo que está aquí sentado es quietud, vida, existencia, presencia consciente, vivacidad, llámalo como prefieras.
El despertar es sencillamente el abandono de la idea, la convicción, de ser alguien. Pero no hay nadie que sea capaz de abandonarla. Lo que está sucediendo aquí es que hablamos a un determinado nivel y la mente trata de comprender lo que se dice, pero a otro nivel existe una sabiduría más profunda (que todos conocemos) que está comunicando un mensaje que está resonando y que es reconocido, pero que no es posible expresar con palabras.
Una vez que se comprende ese mensaje, el «yo», sencillamente, desaparece. La idea de «yo», la pretensión de «yo», se disuelve y queda lo que siempre hay, simplemente existencia.
Es tan sencillo como eso. Es lo más evidente que hay. Y está aquí, no tienes que ir a ningún sitio a buscarlo. Ni siquiera tienes que comprenderlo, sobre todo, por nada del mundo trates de comprenderlo. Y no te imagines ni por un momento que alguien quiere que te lo creas, esto no tiene nada que ver con las creencias. Lo que sí es posible es sentirlo… es simplemente vida, vivacidad. Lo que está aquí sentado es vida.
La mente seguirá dándole vueltas y vueltas, y está bien. Si la mente quiere hablar o hacer preguntas hay que dejar que eso suceda. Lo que ocurre es que las preguntas no tienen respuesta y la mente termina por darse cuenta de que no puede ir a ningún sitio porque este es el sitio. La mente dice «Si pero…», y está bien, es divino. No es necesario preguntarse si se trata de una tontería, lo que surge en la mente necesita ser expresado y que se le dé respuesta.
Pero llega un momento en que la mente se rinde y percibe que lo único que hay es solamente esto, vida.
Cuando se cierran los ojos lo que queda son sensaciones. Las cosas suceden de una en una, el cuerpo sentado en una silla está sucediendo, la brisa que entra por la ventana está sucediendo, el crujido de la madera está sucediendo, los coches que pasan por la calle están sucediendo… No hay una historia, no hay continuidad. Esa historia que crees que es tu historia no es más que un espejismo porque lo único que hay es esto, siempre. Esa fábula, la historia de tu vida, no te lleva a ninguna parte, todo lo que está sucediendo es simplemente una invitación a que te des cuenta de que lo único que hay es esto. La vida siempre te está diciendo «Date cuenta, esto es solamente vida. No hay historia, solo hay vida, simplemente vida».