Una de cada ocho personas en el mundo padece un trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes. En la actualidad, aproximadamente 301 millones de personas sufren algún trastorno de ansiedad y 280 millones padecen depresión, según la Organización Mundial de la Salud. Estas cifras no han hecho más que aumentar en las últimas décadas, dando razón a Erich Fromm cuando en la década de 1970 afirmaba que nuestra sociedad sufre un gran Trauma psicológico que genera un inmenso malestar, decepción y vacío existencial.
El fracaso de la Gran Promesa y la pérdida de nuestra mayor esperanza
El comienzo de la revolución industrial generó lo que Erich Fromm denominó la “Gran Promesa de un Progreso Ilimitado”. Los adelantos tecnológicos que produjo traían implícita “la promesa de dominar la naturaleza, abundancia material y máxima felicidad y libertad para el mayor número de personas”, una esperanza que se ha mantenido a lo largo de diferentes generaciones.
Creíamos que las máquinas nos convertirían en super hombres capaces de adaptar el mundo a nuestras necesidades. Las personas comenzaron a sentirse más libres de las cadenas que antes las ataban. Y aunque para muchos era solo un sueño, se aferraban a este pensando que el bienestar, la comodidad y la felicidad estaban a la vuelta de la esquina, que llegaría con el próximo avance industrial.
Así se formó “el núcleo de una nueva religión, una trinidad constituida por la producción ilimitada, la libertad absoluta y la felicidad sin restricciones. Esa nueva religión infundió mucha energía, vitalidad y esperanza en sus fieles”, según Fromm. La idea era alcanzar un nivel de automatización tal que generara bienestar y comodidad para todos, lo cual conduciría a un estado de felicidad y paz universal.
La sociedad industrial se caracterizó por despreciar la naturaleza y todo lo que no fuera producido por las máquinas. Se instauró la idea de que solo era necesario producir máquinas más eficientes para lograr esa sociedad ideal y lograr que todos fuésemos felices. Pensamos que si la máquina de vapor de Watt no produjo esa ansiada revolución lo haría la corriente eléctrica y como esta tampoco fue suficiente, lo será la Inteligencia Artificial.
Víctimas de esa ilusión, “el desarrollo del sistema económico ya no se condiciona a la pregunta ¿qué es beneficioso para el hombre? sino a la cuestión: ¿qué es beneficioso para el desarrollo del sistema?”, presuponiendo erróneamente que lo que es bueno para el sistema también lo será para las personas.
Sin embargo, el telar mecánico o la desmotadora no nos han hecho más libres ni felices y tampoco lo hará la Inteligencia Artificial simplemente porque estamos partiendo de los presupuestos erróneos. “El sueño de ser dueños absolutos de nuestra existencia llegó a su fin cuando comenzamos a abrir los ojos y a darnos cuenta de que nos hemos convertido en engranajes de la máquina burocrática, y que nuestros pensamientos y sentimientos e incluso nuestros gustos son manipulados por los gobiernos, la industria de consumo y los medios de comunicación de masa, que controlan los unos a otros”, señaló Fromm.
La constatación del fracaso de esa Gran Promesa – al menos a nivel del inconsciente colectivo – ha generado un trauma psicosociológico pues cada vez más personas se dan cuenta de que “la satisfacción ilimitada de todos sus deseos no implica vivir bien, ni es el camino para alcanzar la felicidad y ni siquiera el máximo placer”. Nos estamos despertando de un sueño que se ha convertido en una pesadilla de la cual no sabemos cómo escapar.
Los 2 errores psicológicos que nos impiden ser felices y encontrar la serenidad
Erich Fromm, que no solo fue un destacado psicoanalista sino también un brillante filósofo humanista y agudo psicólogo social, abordó en uno de sus últimos libros “¿Tener o Ser?” lo que considera los dos mayores errores en nuestra forma de pensamiento que nos condenan a la frustración como sociedad:
1. Pensar que el objetivo de la vida es alcanzar la felicidad, sobre todo cuando esta se entiende como el máximo placer y la satisfacción de cada deseo o necesidad.
Fromm alude a cómo las élites de todos los tiempos, desde la antigua Roma hasta Inglaterra o Francia del siglo XVIII, han intentado encontrar la felicidad a través de los placeres, abrazando un hedonismo radical.
Sin embargo, es un error pensar que los placeres y la satisfacción de todos los deseos nos conducen a la felicidad. De hecho, los grandes filósofos instaban a diferenciar entre los deseos cuya satisfacción solo aporta un placer momentáneo y aquellos radicados en la naturaleza humana cuya satisfacción conduce al crecimiento personal y nos permiten alcanzar la eudaimonia.
Fromm nota la dicotomía de nuestros tiempos: el hedonismo radical se contrapone al trabajo obsesivo, de manera que pasamos del trabajo extenuante al ocio extremo sin pasar por el saludable punto medio. Sin embargo, esa polaridad es fundamental para que el capitalismo sobreviva porque promueve tanto el consumo de los bienes y servicios que en teoría deben brindarnos la felicidad como el trabajo alienante.
Como resultado de ese ir y venir entre los extremos sin encontrar auténtica satisfacción en ninguno de ellos, “nuestra sociedad está compuesta por individuos evidentemente infelices: solos, ansiosos, víctima de estados depresivos e impulsos destructivos, incapaces de ser independientes. En resumen: seres humanos encantados de poder matar el tiempo que tanto se esfuerzan por ahorrar”, escribió Fromm.
2. Pensar que se puede alcanzar la armonía y la paz a través del egoísmo, intrínseco al funcionamiento del propio sistema
El segundo axioma en el que se sustentaba la Gran Promesa de la era industrial es que se puede alcanzar la paz y la armonía, ya sea a nivel personal o social, a través del egoísmo y el individualismo que promueve un sistema que se enfoca en acaparar posesiones y obtenerlas lo más rápido posible, a despecho de los demás.
Según Fromm, cuando nos imbuimos en esa búsqueda de lo material, cuando nuestro objetivo es tener, caemos en el error de pensar que somos más cuanto más tengamos. Anclamos nuestra valía personal a nuestras posesiones, de manera que nos cegamos intentando acaparar siempre más en un banal intento por encontrar la aprobación social o demostrar nuestro valor.
Fromm señala que ese pensamiento también conduce a una competencia sin sentido, desarrolla una sociedad en la que creemos que “debemos sentir antagonismo por los demás”, de manera que “los clientes se convierten en personas a engañar, los competidores en objetos a destruir y los acreedores en entidades de las cuales aprovecharse”. Vemos el mundo como una inmensa competición que no nos da tregua, por lo que es difícil que podamos sentirnos relajados y no sobrevenga la ansiedad.
Al mismo tiempo, esa concepción competitiva y materialista hace que “nunca me sienta satisfecho porque mis deseos son infinitos: debo sentir envidia por quienes tienen más que yo y protegerme de quienes tienen menos. Al mismo tiempo, debo reprimir todos esos sentimientos ante quienes son como yo si quiero parecer la persona sonriente, racional, sincera y amable que todos fingen ser”.
Obviamente, “nuestra forma de vida es patógena y termina por producir una personalidad enfermiza y, por ende, una sociedad enferma”, concluía Fromm. No podemos relajarnos si creemos que todos son nuestros competidores. No podemos sentirnos satisfechos si tenemos que acaparar siempre más. No podemos encontrar la serenidad si pasamos del trabajo extenuante al ocio desmedido. No podemos ser felices si no sabemos siquiera qué es la felicidad. Y darnos cuenta del complejo laberinto en el que nos encontramos genera auténtico pavor.
El cambio es imprescindible, como decía Fromm, porque “no es solamente una exigencia ética y religiosa, no es fruto únicamente de una aspiración psicológica derivada del carácter patógeno de nuestro carácter social actual, sino una condición para la propia supervivencia humana. Por primera vez, nuestra supervivencia física depende de la transformación radical de nuestro corazón”.
Fuente:
Fromm, E. (2001) Avere o essere? Mondadori: Milano.
El gran Trauma que arrastra nuestra sociedad y nos impide ser felices, según Erich Fromm