Por qué los jóvenes están tristes y no cabreados

Un joven en un colegio.

“Si alguien quiere saber qué aspecto tendrá su barrio después del fin del mundo, no tiene más que salir el uno de enero por la tarde”, escribe Gospodínov en ‘Física de la tristeza’. Esa intuición evoca recuerdos de resaca y vacío. Quienes alguna época hemos deambulado por el Paseo de los Melancólicos de Madrid, en los días sin partido en el Vicente Calderón, sabemos qué aspecto tendrá el mundo después del fin del mundo. El final de las fiestas hace de todo el mes una larga e interminable pista de aterrizaje.

El psicólogo Cliff Arnall trató de establecer hace dos décadas unos parámetros para predecir racionalmente el día más triste del año, y conclusiones que es el tercer lunes de enero. La buena noticia es que el de 2024 ya ha pasado: fue el 15. Se sostiene con algunas generalidades: el mal tiempo, las escasas horas de luz, las deudas contraídas en Navidad, la pérdida de motivación con los propósitos de Año Nuevo… Naturalmente el peor día tenía que ser un lunes, con su inmerecido mal fario. 

Ha habido otros intentos de medir la tristeza. La revista The Economist lo ha hecho con Spotify, cuyo algoritmo evalúa la alegría de las canciones de cero a cien. Por ejemplo, Respect, de Aretha Franklin obtiene 97 puntos (muy alegre), mientras que Creep, de Radiohead, sólo obtiene 10 puntos (muy triste). Tras analizar lo más escuchado por la audiencia en 70 países, la conclusión de la revista británica es que febrero es el mes más triste. A lo largo de él las 200 canciones más escuchadas tienden a la tristeza, incluso en países cercanos al ecuador y, por tanto, con días largos y cielos despejados. 

¿Qué sucede con los factores personales de la tristeza? Una amiga sin pareja me decía no hace mucho: odio los viernes. En el tráfago del trabajo y las ocupaciones domésticas, de lunes a viernes se siente menos sola. La perspectiva de un fin de semana en que los demás tienden a hacer vida conyugal y familiar, y por tanto resulta difícil encontrarse, le amargaba la euforia universal del viernes. Dada la epidemia creciente de soledad, tal vez haya que revisar la mala fama de los lunes y la alegría forzosa de los fines de semana. 

La tristeza no es de los peores sentimientos, a mí me parece mucho peor la ira, que sin embargo goza de mucho prestigio en nuestros días. Quien no se muestra iracundo en sus redes sociales es, sin duda, un ingenuo que no se entera de cómo nos engañan. ¿Quien? Todos al mismo tiempo. Especialmente los poderosos, sean quienes sean, conchabados en una conspiración permanente. Sabemos que la rabia y el odio están bien vistos, porque en las librerías escasean los manuales de autoayuda del tipo: cómo estar menos enfadado con el mundo en diez pasos. ¿Menos enfadados? Al contrario, hemos de estarlo mucho más, los trolls dan prueba de ello. Sin embargo, abundan los manuales con métodos para salir de la tristeza y alcanzar la felicidad con unos cuantos consejos encapsulados.

Lo más revelador de todo esto es el singular papel reservado a la política. Bien sea porque se achaca la tristeza a factores personales, bien sea porque cuando se presta atención a lo colectivo es para hablar del mal tiempo, parece haber un tabú: la influencia de la política en nuestro estado de ánimo. La política es hoy el principal agitador de emociones negativas como la rabia, la ira y el enfado. Pero la realidad es que si queremos rebajar la tristeza y aumentar el bienestar, realmente debemos pedirrselo a la política. Entre los países más felices del mundo están los nórdicos. Desde luego la riqueza es un factor: no podemos ir a un campo de refugiados y decirles a quienes lo han perdido todo que cultiven el pensamiento positivo. Pero la riqueza no lo es todo, por eso en la lista de países más felices elaborada por Forbes, Dinamarca figura en el primer puesto y Estados Unidos en el 15º. La razón es evidente: la seguridad que brinda el estado de bienestar reduce numerosas causas de ansiedad. La evidencia empírica demuestra que muchos motivos de infelicidad son materiales y tienen un origen político: el desempleo, la pobreza, la inseguridad económica. Algo que también nos ilumina sobre esa aparente epidemia de salud mental entre la generación más joven. Porque las noticias sobre los altos índices de depresión y, en general, la mala salud mental en los jóvenes se publican un día teñidas de preocupación. Y las noticias sobre los ínfimos sueldos de los jóvenes y sus dificultades para independizarse se publican otro día, teñidas de perplejidad. Tal vez si atamos cabos… 

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/jovenes-tristes-no-cabreados_129_10848591.html

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