El abrazo del agradecimiento: cómo la gratitud cambia el cerebro y el mundo

Mata Amritanandamayi Devi, mejor conocida simplemente como “Amma”, es una activista de la caridad detrás de la construcción de más de cien mil hogares para pobres, hospitales orfanatos, refugios de mujeres víctimas de violencia, pensiones para viudas, centros para la atención del SIDA y clínicas oftalmológicas. La casa donde nació se ha convertido en un āśram o casa para renunciantes, la Organización de las Naciones Unidas le concedió el Premio Gandhi King a la no violencia de 2002 y ha representado al hinduismo en el Parlamento de las Religiones del Mundo. Pero es mejor conocida como la santa de los abrazos, o por las sorprendentes cifras de haber apapachado a más de cincuenta mil personas en un solo día y a unas treinta millones en los últimos 30 años. Amma reconoce todo lo que abarca abrazar:

La base de la felicidad es la gratitud.

¿Qué es la gratitud? Agradecimiento insuficiente y gratuidad injustificada, unas cuentas dosis de libertad para pegar ojo a pesar de todos los demás efectos del mundo. Diversas investigaciones sobre rendimiento cognitivo reconocen sus grandes beneficios para la salud humana y el bienestar organizacional. Sus correlatos neurocientífico y psicológico sugieren que mejora ostensiblemente la densidad neuronal y la inteligencia emotiva. Dar y recibir gracias deja una huella química de “dopamina” y “serotonina”, un regalo de los circuitos neuronales del tronco y de la corteza cingulada anterior de nuestros cerebros, respectivamente, el mensajero de emociones optimistas, y el resolutor de nuestros conflictos emocionales. La dopamina brinda un placer motivacional que nos pide más y ayuda a completar objetivos, académicos, personales o profesionales. La serotonina es un antidepresivo que reconforta y mejora nuestro estado de ánimo.

La repetición de acciones ligadas a ayudar y ser ayudado gratuitamente refuerza el reconocimiento de lo que va bien en lugar de mirar siempre a los problemas. Y desde el punto de vista de las neurociencias, esto contribuye a la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro de formar vías para responder de maneras distintas y sostenidas. De acuerdo con la “Ley de Hebb” sobre la autoorganización de las neuronas, aquellas que se activan juntas se conectan entre sí, o en otras palabras, esto hace difícil romper con malos hábitos, pero puede volverse cada vez más sencillo acostumbrarse a un enfoque hacia la gratitud y el reconocimiento. Cuando las personas se sienten más agradecidas, la sensibilidad en la corteza prefrontal medial, un área asociada con el aprendizaje y la toma de decisiones, termina distinguiéndose de la actividad cerebral relacionada con la culpa, e identificándose con favorecer a otros. Esto sugiere que las personas que aceptan ayuda con menos reparos se vuelven más atentas en cómo expresan gratitud y ayuda.

Estas conclusiones han derivado en una suerte de coaching que cuenta con neologismos como “neuroliderazgo”, “neuroinfluencia” y “neurorecruiting”. Sin embargo, esto reduce mucho esa polivalencia donde se confunden quienes son llenados de gracia y quienes la irradian. La plasticidad neuronal depende de la plasticidad de las experiencias, lo cual exige no solo nuevas o más palabras, sino las palabras correctas para lograr intercambiarse, relocalizarse, superponer sentimientos y beneficiar a una mayor extensión del mundo. Amma, que significa “madre”, advierte que este aprendizaje desde la cuna no es solo una relación entre incentivo y respuesta, sino la variación de nuestra vida que, al abarcar una creencia mayor sobre sí misma, empieza a creer que es bondad. La gracia es un gran espectro, o en sus propias palabras:

La gratitud es la capacidad de recordar todo el apoyo y la ayuda que hemos recibido, con una actitud de humildad. Es un estado mental. Cuando reconocemos con amor la bondad de otra persona, esto ayuda a despertar la bondad en nosotros mismos. Cuando miremos hacia atrás en nuestra vida con esta actitud, nos daremos cuenta de que le debemos mucho a miles de personas. Se necesitarían vidas para pagar estas deudas.

Y ese es el sentido de la gratitud: no se puede pagar. No solo porque no contamos con la suficiente reserva moral como para pagar actos buenos no merecidos porque se nos concedieron sin pedirlos. Esto es previo a la moral o está más al inicio de todas las genealogías. Incluye virtudes como la de una planta medicinal cuya existencia se agradece, aunque sea imposible tener un encuentro con un destinatario. En su discurso de aceptación del Premio Nobel de literatura, el poeta Octavio Paz nos hizo el favor de recordarnos que el fraseo la gracia es violento y sutil, tal y como lo es un universo que no necesita ser como es, y necesita con cada uno de sus contornos ser comprendido, no una versión de sí mismo, sino una certeza de que hay verdaderamente otro mundo diferente, capaz de modificar consigo mismo y por interacción algo tan aparentemente simple como lo que puede ser un abrazo:

Comienzo con una palabra que todos los hombres, desde que el hombre es hombre, han proferido: gracias . Es una palabra que tiene equivalentes en todas las lenguas. Y en todas es rica la gama de significados. En las lenguas romances va de lo espiritual a lo físico, de la gracia que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte a la gracia corporal de la muchacha que baila o la del felino que salta en la maleza. Gracia es perdón, indulto, favor, beneficio, nombre, inspiración, felicidad en el estilo de hablar o de pintar, además que revela las buenas maneras, bondad de alma. La gracia es gratuita, es un don; aquel que lo recibe, el agraciado, si no es un mal nacido, lo agradece: da las gracias.

La gratitud podría decirse que es una función en el mundo físico correspondiente a las funciones químicas de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina. Pero su trasparencia es la posibilidad de trasladarse hacia los mundos de este mundo.

https://pijamasurf.com/2024/04/el_abrazo_del_agradecimiento_como_neurotransmisor_y_traslado_al_mundo/

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