He vivido 30 días en una autocaravana sin móvil ni internet: me sentí en paz, pero necesitaba tener contacto humano

El autor y su gato, Willow.
El autor y su gato, Willow.Richard East

Richard East,

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  • Pasé 30 días aislado en medio de la nada en mi autocaravana para curar mi dependencia de los smartphones.
  • Esperaba que la experiencia cambiara mi relación con la tecnología.
  • En cambio, me di cuenta de que lo que más echaba de menos era la conexión humana, y eso ha cambiado mi forma de viajar.

Desde 2015, he pasado la mayor parte del tiempo viajando por Australia con mi gato en una furgoneta camper. De hecho, si no fuera por estos viajes, nunca habría conocido a mi mujer, Steph. Aunque durante este tiempo he tenido la libertad de hacer y ver lo que quisiera, cada vez dependía más de mi smartphone y del acceso a internet.

Durante el día, cada notificación me llamaba la atención y, por la noche, me dolían los ojos de tanto navegar. Lo que antes era un salvavidas con el mundo exterior, ahora me parecía una atadura que me privaba de la experiencia de viajar.

Me hacía una pregunta: ¿quién era yo sin mi smartphone? Así que decidí liberarme de la correa digital y pasar un mes solo en el interior de Australia sin acceso a internet. Lo que descubrí durante este viaje me sorprendió.

Después de 2.400 kilómetros de carretera, llegué a un lago y las barras de cobertura de mi móvil desaparecieron

Estaba en la remota Queensland, a más de 800 kilómetros de la costa, y había llegado para encontrarme el lago seco. Afortunadamente, cerca había un pequeño arroyo con algo de agua.

Como la tienda más cercana estaba a más de 160 kilómetros, había llenado la furgoneta con todas las provisiones necesarias para pasar un mes fuera: fruta y verdura, comida enlatada y una gran bolsa de comida para gatos.

Willow, mi fiel compañero felino de viaje, me recordaba que no estaba completamente solo en esta experiencia, pero mientras contemplaba la belleza del paisaje, me preguntaba qué estaba haciendo allí.

Acampé junto al lago y, mientras los dingos aullaban, me invadió una sensación de aislamiento. La ausencia de acceso a internet era palpable, y me enfrenté a mis propios pensamientos y emociones. Fue un duro recordatorio de lo dependiente que me había vuelto del mundo digital para distraerme y entretenerme.

A medida que pasaban las semanas, experimentaba una profunda sensación de paz, pero un vacío habitaba en mi interior.

Me acostumbré a los ritmos de la naturaleza: la luz cambiante, el ganado pastando y el olor característico. Aprendí a arreglármelas con menos recursos, racionando el agua y los alimentos, y encontré el placer de cocinar.

Lejos de la conmoción de la vida moderna, encontré la calma, pero inconscientemente echaba mano del móvil. Sin darme cuenta, me encontraba con el móvil en la mano y el pulgar listo para hacer scroll. El impulso era buscar la comodidad de navegar sin pensar, pero eso me hizo preguntarme qué estaba buscando realmente.

El interior de Australia no está desprovisto de gente, y cuando el cartero que recorría casi 500 kilómetros vio mi campamento, se acercó a saludarme. De repente, tenía un vínculo con el mundo exterior, y empecé a pensar en lo que realmente había dejado atrás.

Escribí una carta a mi mejor amigo diciéndole que estaba vivo y bien y que quería que le hiciera saber a Steph que la echaba de menos. Cuando el cartero volvió dos semanas después, le entregué la carta mientras me hablaba del mundo que había más allá del arroyo bordeado de árboles de mi campamento.

En cuanto a los autoexperimentos, este fue bastante absurdo

Cuando mi mes llegaba a su fin, me di cuenta de que había triunfado en mi ejercicio de aislamiento. Pero el logro de pasar 30 días desconectado del mundo no significaba nada cuando no tenía a nadie con quien compartir la experiencia.

Mientras conducía de vuelta a la civilización, recuperé la cobertura y llamé a Steph, que estaba en el extranjero, para decirle que la quería. Me llevó un tiempo asimilar el tiempo que pasé fuera y me encantaría decir que eso curó mi dependencia de los smartphones, pero no fue así. En cambio, he empezado a darme cuenta de que cuando cojo el móvil, lo que busco es la conexión humana, no la tecnología.

Ahora me esfuerzo más por formar parte de las poblaciones por las que viajamos y por mantener un mayor contacto con mis amigos. Es importante tener tiempo para desconectar del mundo, pero como he descubierto, el valor de la tecnología es que puede unirnos a todos.

Richard East y su mujer, Steph, siguen viajando por Australia con su gato. East comparte sus historias de viaje con Willow en su página web www.vancatmeow.com.

https://www.businessinsider.es/imposible-acabar-adiccion-smartphone-1294630

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