La mujer del vídeo mira fijamente la plancha y luego el enchufe del que acaba de desconectarla, antes de salir de plano. Unos segundos y vuelve a entrar en imagen. Saca su móvil, hace una foto («sí, la has apagado», parece decirse) y se va. No tarda en volver a entrar y meterse la plancha en el bolso. Problema resuelto: sus pensamientos ya no le harán dudar si está o no apagada.
El vídeo ni es un documental ni una performance artística. Es uno de esos vídeos humorísticos que circulan por el feed de Reels de Instagram y que triunfan. Si lo hace es porque muchas personas han sido en algún momento la mujer que no acaba de creerse que de verdad ha apagado la plancha. Puede ser la plancha, el horno o una sartén al fuego, pero la duda está ahí, como un runrún que no se apaga en el cerebro. ¿Lo has hecho o no lo has hecho?
En el fondo, todas esas personas temen que les ocurra lo que pasa en un episodio de Friends, en el que el piso de Phoebe arde porque alguien dejó una plancha de pelo encendida. Al fin y al cabo, sí es cierto que el 74% de los incendios domésticos empieza con sartenes olvidadas, así que temer ser una de esas personas que las han dejado sin vigilancia no parece tan raro.
Hacer una espiral de pensamientos con el tema es el siguiente paso. En cierto modo, cuando llegas al portal y no tienes la certeza absoluta de que has cerrado bien la puerta, una parte de ti se autoconvence de que esa será la razón para que ocurran toda clase de desgracias.
Aunque este tipo de pensamientos puedan estar conectados con diagnósticos de ansiedad anticipatoria o de un trastorno obsesivo compulsivo, lo más habitual es que no lo estén. Si Instagram o TikTok diagnostican rápidamente y para siempre alguno de esos trastornos, lo cierto es que este tipo de miedos son normales. Rayarse es tan común que tiene hasta jerga para hablar de ello.
Los pensamientos intrusivos son, por tanto, comunes, como recuerdan en un análisis de la BBC. Ahí entran desde esos momentos en los que asalta la seguridad de que si no se hace tal cosa pasará esa otra tan mala como estas visiones que insisten en que no se han apagado las cosas o se han dejado puertas y ventanas abiertas cuando no se quería hacerlo.
Todas las personas tienen pensamientos intrusivos; cambia el cariz y la intensidad con las que se perciben y se reacciona a ellos
Un estudio de la Universidad de Concordia, en Montreal, confirmó en 2014 que todas las personas los tienen. Cambia el cariz (a veces son positivos) y la intensidad con las que se perciben y se reacciona a ellos. «Sabemos que es más probable que las personas los noten o luchen con ellos durante los períodos estresantes», le explica a la televisión británica Adam Radomsky, su autor principal. «Pero creo que es solo un hecho de la humanidad que los tenemos. La mayoría de ellos probablemente no los notemos», suma.
Incluso, se teoriza que su existencia podría ser simplemente un daño colateral sobre cómo funciona –a altos niveles– el cerebro humano. Son un eco de las ideas que circulan por el cerebro. También se conectan con el contexto en el que se está: los pensamientos intrusivos en general subieron durante el inicio de la pandemia de coronavirus, aunque especialmente lo hicieron los relacionados con la higiene y las superficies. Los momentos de estrés y ansiedad los impulsan, aunque también cuestiones físicas (por ejemplo, ocurre tras el parto por los cambios hormonales).
Cuando sí es un problema
Vivir con el miedo a haber dejado la sartén al fuego o la plancha encendida es, por tanto, parte de la vida cotidiana. Solo cuando se cruzan ciertas líneas se convierte en una cuestión a tener presente a un nivel médico. «Sí, todos presentamos obsesiones y compulsiones en algún grado, con mayor o menor malestar e interferencia en nuestras vidas», escribe la psicóloga Montserrat Montaño Fidalgo. «Pero no, no todos tenemos un problema obsesivo-compulsivo», insiste.
Como señalan las fuentes médicas, no se debe asumir que implican necesariamente un problema en salud mental. Lo son cuando se convierten en un lastre para la vida cotidiana o cuando se cambia cómo se vive o qué se hace para evitar las consecuencias de lo que nos advierten. Entonces, sí hay que buscar ayuda sanitaria. Si el temor a lo que puede pasar cuando no estás en casa te impide salir de ella, sí sería un problema, por ejemplo. Ahí, los pensamientos intrusivos deben ser tratados por profesionales sanitarios.
A un nivel más básico, cuando simplemente son ese ruido de fondo –ese que se redobla en momentos de estrés–, la clave está en aprender a «gestionarlos», como recomiendan desde la app de relajación Calm. Establecer rutinas regulares, meditar, visualizar o acercarnos más a la naturaleza ayuda. También lo hace algo mucho más sencillo como externalizar, contar lo que ese pensamiento intrusivo hace temer. Es, justamente, lo que hace la mujer del vídeo de la plancha y las personas que dejan comentarios contando que «yo también».