Desde la física clásica de Newton a la teoría de la relatividad de Einstein, la ciencia ha sido dominada por la idea de un universo determinista, acaso heredando ideas teológicas sobre la predestinación o la omnisciencia divina. Sin embargo, la física cuántica ha modificado radicalmente las nociones establecidas mostrando un universo más extraño e impredecible.
La narrativa dominante es la siguiente: en los albores del universo, el Big Bang puso en marcha una secuencia de eventos que llevó a la formación de la materia, las estrellas, las galaxias y, eventualmente, la vida tal como la conocemos. Y todos los fenómenos del universo están concatenados por una serie de causas -cada evento sigue lógicamente al anterior -que pueden rastrearse a este evento original (curiosamente parecido al génesis divino. Sin embargo, una comprensión más profunda de la física cuántica desafía esta visión, sugiriendo que el universo es mucho más aleatorio que determinista. La interpretación de Bohr, en oposición a la de Einstein ha probado ser verdadera. Dios sí juega a los dados. Cada instante es ese juego.
La física cuántica, el estudio de las partículas y fuerzas más pequeñas del universo, revela un cosmos que es fundamentalmente impredecible. A nivel cuántico, las partículas no siguen los caminos ordenados y predecibles que la física clásica sugeriría. En cambio, existen en un estado de probabilidad, solo tomando posiciones o estados específicos cuando son observadas. Esta aleatoriedad inherente a nivel cuántico sugiere que el universo mismo está construido sobre una base de incertidumbre.
Uno podría preguntarse cómo un universo tan aleatorio puede dar lugar a las estructuras ordenadas que observamos, desde las órbitas de los planetas hasta los intrincados diseños de la vida biológica. La respuesta radica en el concepto de selección. En un universo cuántico, las fluctuaciones aleatorias—como la aparición de una molécula simple—pueden ocurrir espontáneamente. La mayoría de estas fluctuaciones pueden ser de corta duración, pero ocasionalmente, surge una estructura que puede replicarse a sí misma. Si el entorno es favorable, este proceso de replicación conduce a la evolución de estructuras más complejas.
Este proceso de evolución, impulsado por eventos cuánticos aleatorios, es lo que da al universo su apariencia de determinismo. Con el tiempo, a través de la selección natural, los sistemas que son mejores para sobrevivir y replicarse se vuelven más comunes, y la aleatoriedad se filtra. Esto crea la ilusión de un universo determinista, donde todo parece tener una causa y efecto. Sin embargo, en su esencia, el universo sigue siendo fundamentalmente aleatorio.
Para ilustrar esto, considere el simple acto de lanzar una moneda. En un sistema verdaderamente aleatorio, se esperaría una distribución uniforme de caras y cruces con el tiempo. Sin embargo, si la moneda está cargada, se comenzaría a ver un patrón—más caras que cruces, por ejemplo. La moneda cargada crea una sensación de determinismo, donde el resultado de cada lanzamiento parece predecible. En realidad, sin embargo, el universo es más como la moneda no cargada, donde cada evento es independiente del anterior, y los patrones solo emergen debido a influencias externas que moldean los resultados.
La física cuántica proporciona el «combustible aleatorio» que impulsa este proceso. Es la fuente de las fluctuaciones y variaciones que permiten la replicación y la evolución. Sin esta aleatoriedad, el universo sería estático, inmutable y carente de la complejidad que vemos hoy. Pero gracias a la aleatoriedad cuántica, el universo es dinámico, en constante evolución y lleno de potencial para que surjan nuevas formas de complejidad.
Esta perspectiva desafía la visión tradicional del universo como algo determinista. En lugar de ver el cosmos como una máquina donde cada parte se mueve al unísono con las demás, ahora podemos entenderlo como una vasta red interconectada de eventos aleatorios, donde el orden surge no de la certeza, sino de la interacción entre el azar y la selección.
Bajo esta luz, el universo no es un mecanismo de relojería, sino una entidad viva y en evolución. Su historia no está escrita en piedra, sino que se reescribe constantemente por los procesos aleatorios en su núcleo. Esta aleatoriedad no es un defecto o un fallo del universo, sino su característica más fundamental, una fuente de creatividad y posibilidad infinitas.. El universo no es una historia con un argumento predeterminado, sino una sinfonía espontánea, donde cada nota es tocada por las fuerzas impredecibles de la aleatoriedad cuántica.
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