Imagina que estás acostado haciéndote un escáner de resonancia magnética funcional, dentro de una máquina ruidosa y hermética que normalmente resulta bastante enervante. Por si fuera poco, tienes que resolver algunos problemas matemáticos bastante complicados contrarreloj.
Te estás esforzando, pero los investigadores no se dan por satisfechos y te piden que te concentres más, que respondas más rápido. Por si fuera poco, cada vez que te equivocas te dicen que lo has hecho fatal, destrozando tu autoestima y poniéndote de los nervios.
Ese fue el escenario que crearon investigadores de la Universidad de Heidelberg. El objetivo era generar una situación de gran estrés en esas personas, para ver cómo respondían sus cerebros. Y descubrieron que los cerebros de las personas que vivían ciudad no lidiaban muy bien con la tensión emocional.
Los cerebros urbanitas no saben gestionar el estrés
Estos neurocientíficos estaban interesados en dos regiones específicas del cerebro: la amígdala y la corteza cingulada anterior pregenual. La amígdala desempeña un papel esencial en la evaluación de las amenazas que provienen del entorno y la aparición de la respuesta de miedo, siendo la principal responsable de emitir la señal de alarma a nivel cerebral cuando algo anda mal.
En cambio, la corteza cingulada anterior pregenual está implicada en la respuesta autónoma y emocional ante los estímulos significativos, un área que, dicho sea de paso, se encuentra dañada en las personas que sufren un trastorno bipolar. Básicamente, está involucrada en las sensaciones emocionales y sus expresiones autónomas.
Los investigadores apreciaron que el nivel de reactividad de la amígdala dependía del tamaño de la ciudad. Es decir, las personas que vivían en las grandes urbes tenían una amígdala más activa que quienes vivían en ciudades más pequeñas y estas, a su vez, mostraban un nivel de activación mayor que quienes vivían en zonas rurales. Esto significa que la amígdala reaccionaba desencadenando una respuesta de estrés ante un mayor número de situaciones en las personas más urbanitas.
Sin embargo, los descubrimientos no terminaron ahí. Estos investigadores también constataron que la actividad de la corteza cingulada anterior pregenual no dependía únicamente del lugar donde vivían las personas sino también del sitio donde habían crecido. Quienes se criaron en un entorno rural tenían una corteza cingulada anterior pregenual menos activa. ¿Qué significa eso? Que podían controlar mejor la expresión emocional.
En cambio, quienes habían nacido y crecido en entornos urbanos tenían una corteza cingulada anterior pregenual más activa. Otro estudio realizado en la Universidad de Nuevo México sugirió que esta área del cerebro parece ser la encargada de mantener el mecanismo de conflicto. O sea, mantiene activo el foco de tensión, por lo que nos impediría pasar página, manteniéndonos en un estado de hipervigilancia y ansiedad permanente.
De hecho, no es casual que estudios anteriores hayan encontrado que nacer en una ciudad aumenta el riesgo de sufrir esquizofrenia. Un grupo de investigadores de la Universidad de Ámsterdam comprobó que vivir en una urbe duplica el riesgo de desarrollar esquizofrenia. Por si fuera poco, se ha encontrado que la vida urbana incrementa el riesgo de sufrir trastornos de ansiedad y del estado de ánimo en un 21% y 39%, respectivamente.
¿Por qué las ciudades afectan tanto nuestro equilibrio mental?
La vida urbana nos sume en una paradoja: la soledad en la multitud. Estamos rodeados de gente, pero mantenemos conexiones frágiles, por lo que muchas personas se sienten profundamente solas. Y la soledad no elegida suele ser precursora de trastornos mentales.
Estos neurocientíficos piensan que nuestros cerebros no están concebidos para vivir en entornos urbanos tan grandes como los actuales, sino en núcleos más reducidos en los cuales podamos establecer relaciones humanas significativas que nos permitan construir una red de apoyo sólida que nos sostenga en los momentos difíciles.
Si ya tenemos una predisposición, la tensión de la vida urbana y la fragilidad de sus vínculos pueden actuar como desencadenantes de trastornos psicológicos. O sea, el estrés en la ciudad y sus modos de vida agravan los problemas emocionales.
Por otra parte, un grupo de investigadores del Hospital Hammersmith, en Londres, apuntan hacia la dopamina. Se trata de un neurotransmisor que cumple diferentes funciones, una de ellas consiste en indicarnos que algo importante está sucediendo – ya sea bueno o malo. Curiosamente, muchas personas con esquizofrenia también tienen niveles muy altos de dopamina.
Estos neurocientíficos creen que las ciudades aumentan nuestros niveles de dopamina porque nos vemos bombardeados continuamente de estímulos que nos ponen en alerta, desde el claxon de los coches hasta la agitación que siempre sobrevuela en el ambiente. Ese estrés sostenido – combinado con la soledad – podría impedir que nuestro cerebro se relaje, mantiene la amígdala activa, como si viviéramos en una situación de peligro permanente, y se convierte en una bomba de tiempo para nuestra salud mental que puede estallar en cualquier momento.
Fuentes:
Wilcox, C., Pommy, J. & Adino, B. (2016) Neural Circuitry of Impaired Emotion Regulation in Substance Use Disorders. American Journal of Psychiatry;173(4): 344-361.
Tost, H., Champagne, F. A. & Meyer, A. (2015) Environmental influence in the brain, human welfare and mental health. Nature Neuroscience; 18: 1421–1431.
Peen, J. et. Al. (2010) The current status of urban-rural differences in psychiatric disorders. Acta Psychiatr Scand; 121: 84–93.
Drevets, W. C. et. Al. (1997) Subgenual prefrontal cortex abnormalities in mood disorders. Nature; 386: 824 – 827.
Lewis, G. (1992) Schizophrenia and city life. Lancet; 340(8812):137-140.
¿Las ciudades nos están volviendo locos? Los neurocientíficos creen que sí