¿Alguna vez has visto un vídeo o una película solo porque YouTube o Netflix te lo recomendó? ¿Has utilizado la opción autocompletar de Google cuando buscabas algo? ¿O has hecho clic en las historias, noticias y anuncios que redes sociales como Facebook o X han decidido mostrarte en tu feed?
Las plataformas online funcionan con algoritmos cada vez más complejos que utilizan nuestros datos para recomendarnos contenidos que, según ellas, se adaptan a nuestras preferencias. Eligen los anuncios e historias más persuasivos, los que podrían interesarnos en base a nuestros comportamientos pasados. Pero si nos limitamos a elegir entre las opciones que nos muestran los algoritmos, ¿decidimos libremente o estamos siendo manipulados sin darnos cuenta?
Nos están perfilando: casi todo lo que vemos está hecho a nuestra medida
Un algoritmo no es más que un código que, siguiendo una serie de reglas establecidas por sus desarrolladores, utiliza nuestros datos para perfilarnos. Recopila toda la información disponible, desde los “me gusta” que damos hasta las páginas con las que interactuamos y, por supuesto, muchos de nuestros datos personales, ya sea la edad, el nivel educativo o nuestra situación sentimental, para intentar predecir nuestras necesidades, valores y preferencias.
De hecho, hace algunos años Cambridge Analytica, la empresa implicada en la mayor filtración de datos de Facebook conocida hasta la fecha, confirmó que podía crear perfiles psicológicos muy completos para enviar publicidad política con el objetivo de influir en la decisión de voto.
¿Cómo lo hacen? Fundamentalmente a través de las “cookies”, pequeños fragmentos de datos de los sitios web que rastrean nuestra actividad. Las empresas usan los registros de lo que hemos hecho en Internet, desde los clics hasta las webs visitadas, y los combinan con datos provenientes de múltiples fuentes. Actividades online aparentemente inocuas, como publicar fotos, actualizar estados o hacer compras se integran con potentes herramientas de análisis de datos para crear perfiles, generalmente con fines publicitarios, para animarnos a comprar algún producto o adquirir un servicio.
No obstante, nuestros perfiles, generados fundamentalmente a partir de esa huella digital que vamos dejando, también pueden ser utilizados para mantenernos conectados durante más tiempo a la plataforma, así como para empujarnos en una dirección u otra, contribuyendo muchas veces a que nuestras opiniones y, como resultado, nuestro comportamiento, sean cada vez más radicales y extremos.
La psicología detrás de los algoritmos
“Quitarle a un hombre la libertad de elección, aunque sea la libertad de hacer la elección equivocada, es manipularlo como si fuera una marioneta y no una persona”, escribió Madeleine L’Engle. Esos algoritmos de recomendación pueden influir en nuestras decisiones mucho más de lo que estaríamos dispuestos a reconocer o incluso aceptar.
Algunos de esos algoritmos no se limitan a persuadir, sino que están diseñados para influir deliberadamente en las personas, haciendo que tomen determinadas decisiones proporcionándoles información falsa o medias verdades sin su conocimiento. Así explotan nuestras vulnerabilidades sin que seamos conscientes de ello e incluso antes de que podamos ejercer cualquier forma de autonomía sobre el proceso decisional, como explicó la socióloga Shoshana Zuboff.
En este sentido, investigadores de la Universidad Técnica de Dinamarca comprobaron que cuantas más veces nos expongamos a una idea en Internet, más probable es que la asumamos como propia y que la difundamos. O sea, la exposición repetida a los anuncios, pero también a noticias similares, puede terminar haciendo mella en nosotros.
Como la gota metódica termina erosionando la piedra, exponernos continuamente a cierta información puede hacer que cambiemos de opinión, empujándonos a tomar decisiones que creemos propias, pero que realmente han sido manipuladas.
Algunos algoritmos están específicamente diseñados para apuntar a nuestras vulnerabilidades y atrapar nuestra atención guiándola hacia ciertos objetivos, en lugar de permitir que tomemos decisiones más informadas en otro momento, cuando nos sintamos más lúcidos. La información manipulada cuidadosamente y adaptada a nuestro perfil puede cambiar la forma en que percibimos determinadas circunstancias, lo que conduce a su vez a cambios en nuestros sistemas de creencias, decisiones y comportamientos.
Y la viralidad no hace sino empeorar ese fenómeno. Un estudio publicado en la Universidad de Harvard demostró que somos más propensos a compartir una información si vemos que ha sido compartida muchas veces y es menos probable que la pongamos en entredicho, aunque provenga de fuentes dudosas. El simple hecho de ver las métricas nos vuelve vulnerables y más sugestionables, en gran parte debido a nuestra tendencia a alinearnos con los demás. A fin de cuentas, pensamos que “tantas personas no pueden estar equivocadas”.
No todo está perdido: ¿cómo evitar que manipulen tus decisiones?
Si las tecnologías utilizan nuestros datos para proponernos información sesgada, acabarán promoviendo cambios de forma encubierta, gradual y persistente en nuestras creencias y valores, lo que hará que tomemos decisiones y actuemos en base a una realidad distorsionada. Sin embargo, aunque parezca que los algoritmos están erosionando nuestra capacidad de pensar libremente, no tiene que ser así necesariamente.
Una primera barrera física
En ese contexto, no debe extrañarnos que el uso de las VPN se está expandiendo. El 43% de las personas en todo el mundo siente que carece de control sobre su información personal, por lo que el año pasado, aproximadamente un tercio de los usuarios de Internet usaron una VPN.
Una VPN es una herramienta de ciberseguridad que generalmente cifra la conexión a Internet para ocultar nuestra ubicación e impedir que otros intercepten el tráfico web. Una de las funciones de la VPN consiste precisamente en asegura nuestra privacidad y anonimato en línea mientras navegamos, compramos o realizamos operaciones bancarias.
Es una especie de filtro que nos permite ocultar nuestra dirección IP y cifrar el tráfico de datos, de manera que es más difícil para los motores de búsqueda, agencias de publicidad, sitios web, proveedores de servicios de Internet y otras plataformas rastrear nuestras actividades, historial de navegación y mensajes, como explican desde VeePN.
Con esa “barrera física” reducimos la cantidad de datos que los algoritmos pueden recopilar sobre nosotros, lo que limita su capacidad para crear un perfil detallado de nuestras preferencias y comportamientos para mostrarnos contenido que pueda influir más en nuestras decisiones.
De cierta forma, una VPN nos permitiría acceder a contenidos y resultados de búsqueda más neutrales, que no están personalizados en base a un historial de navegación específico, ayudándonos a evitar la manipulación y el sesgo en la información que consumimos en Internet y evitando que nos encerremos en cámaras de eco.
Una segunda barrera mental
Por supuesto, las VPN son solo un primer escudo de protección. También es fundamental desarrollar una conciencia crítica. Y eso comienza por comprender cómo funcionan los algoritmos de las redes sociales y motores de búsqueda, asumiendo que a menudo emplean técnicas psicológicas para influir en nuestras elecciones y comportamientos.
Es fundamental no caer en lo que se conoce como ilusión de privacidad, un fenómeno particularmente dañino que “se ha convertido en un medio crucial para que las empresas y plataformas digitales ‘manipulen’ a los usuarios y creen una ilusión de control”, como concluyó un estudio realizado en la Universidad de Huaqiao.
En práctica, experimentamos una paradoja del control: cuando pensamos que somos inmunes a la manipulación y creemos comprender bien cómo se usarán nuestros datos, bajamos la guardia y somos más vulnerables. En cambio, investigadores de la Universidad de Ámsterdam comprobaron que los usuarios que mejor se protegen son conscientes de la persuasión algorítmica y han desarrollado su pensamiento crítico. Por desgracia, se estima que solo el 14,7% de los internautas pertenecen a ese grupo.
La clave, por tanto, consiste en comprender que podemos ser vulnerables y hacer todo lo posible por salir de las cámaras de eco en las que pretenden encerrarnos los algoritmos alimentándonos con contenidos que pueden reflejar la persona que fuimos, pero que probablemente no nos ayuden a convertirnos en la persona que deseamos ser. Debemos ser conscientes de que el hecho de que muchos recomienden o compartan algo, no lo hace más válido o cierto. Para reducir la influencia de los algoritmos en nuestras vidas, no debemos apagar nunca el pensamiento crítico.
Referencias Bibliográficas:
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¿Manipulan los algoritmos online tus decisiones? Así puedes protegerte