«La psicología ya ha reconocido el Caos sin rostro y sin nombre, este «movimiento asustado y loco» del alma, como ansiedad, y al nombrarlo así, la psicología ha evocado directamente a la diosa Ananké, de quién deriva la palabra ansiedad»
–James Hillman
En nuestro tiempo asistimos al dominó del discurso psicológico que nos aborda en varios escenarios de la vida. Por ejemplo, en el trabajo nos capacitan con técnicas “psicológicas” para manejar el estrés y el colapso emocional. Nuestros amigos y cercanos nos dicen que debemos manejar “nuestras emociones”; Las parejas indican qué comportamiento debe ser tratado por un psicólogo calificado y qué norma de conducta deben seguir las relaciones afectivas. A su vez, existe un mercado en crecimiento de diferentes tipos de medicina farmacéutica que busca que las personas vivan más tranquilas y felices, que no es otra cosa que «vivir» más adaptados al sistema de consumo, un sistema enfermo.
Si bien el discurso de normalidad promulgado por cierta psicología es aliado del capitalismo, también hay otras visiones psicológicas de aquello que nos mantiene enfermos, ya sea a la psicopatología y/o al sistema de consumo. El fundador de la psicología arquetípica, James Hillman, nos invita a observar los desordenes del pensamiento y la conducta desde una perspectiva diferente. Su enfoque nos anima a reconocer que cada emoción —un influjo divino, como lo denomina el poeta William Blake— surge de una imagen psíquica en nuestro interior. Esto pone de manifiesto cómo nuestras acciones y conductas están guiadas por las imágenes que se presentan en el espacio psíquico, entendido como el espacio del alma, que es la expresión de la imaginación y la fantasía que nos gobiernan constantemente.
Por ejemplo, cuando estoy en el trabajo y me asignan más tareas, la situación evoca de inmediatas imágenes de angustia, desazón, maltrato y estrés. Sin haber comenzado a trabajar, me encuentro atrapado en el campo emotivo que esas imágenes me ofrecen. Cada vez que debo reunirme con alguien o recibir una noticia, son las imágenes las que me proporcionan un entendimiento de la situación. Estas no son simples signos, representaciones, símbolos o alegorías. Es a través de la imagen y de las vivencias que esta provoca que surge lo que denominamos experiencia. Estas imágenes son, de manera metafórica, la expresión y visión emotiva, o como diría Blake, un influjo divino que se presenta en la imaginación a la que estamos sujetos.
Hillman propone una visión que se remonta a diversas culturas, en la que las emociones —consideradas influencias divinas— orientan las acciones de los seres humanos. Estas emociones son la expresión de un dios: “El hombre es imagen de los dioses y diosas, tanto en su risa como en su ridículo, ira o sufrimiento”, nos dice. Cuando estas fuerzas nos poseen, a menudo decimos a los demás: “No fui yo, fue otro en mí”. Ese momento de “no fui yo” es el espacio en el que los dioses, a través de sus imágenes, nos toman y nos obligan a “ver” el mundo desde su perspectiva.
Reconocemos esta posesión a través de los lazos que establecemos con nuestros congéneres, lazos de necesidad que revelan nuestra patología. Con ella vienen lo enfermizo, lo morboso, lo anómalo y el dolor, a menudo acompañados de una sensación de encadenamiento, de estar atrapados y sometidos en la angustia y la compulsión. Si las emociones son influencias divinas, la necesidad también es una diosa; los griegos la llamaron «Ananké»: la necesidad.
Gracias a Alejandro Chavarría contamos con la traducción de un maravilloso texto de Hillman titulado «Atenea, Ananké y la necesidad de la psicología anormal». Este ensayo, presentado en el círculo de Eranos, propone la necesidad como un principio cósmico, tal como lo indica Platón en el Timeo . Las operaciones que surgen de este principio se describen con palabras como errante, dispersiva, perdida, irracional, irregular y aleatoria. La necesidad actúa a través de desviaciones y se puede reconocer en lo irracional, en lo irresponsable y en lo indirecto. Se asocia principalmente a aquella parte de la experiencia que no puede ser persuadida ni sometida al mandato de la Razón. La necesidad reside en el alma como una causa interna, generando en nosotros la sensación de estar sometidos, atrapados y encadenados.
Según Hillman, una forma de reconocer esta posesión divina en nuestras vidas es a través de la patología, que conlleva lo enfermizo, lo anómalo y el dolor. Esta experiencia suele ir acompañada de una sensación de necesidad, como si estuviéramos atrapados en la angustia y la compulsión, simbolizada por la diosa griega Ananké, que representa la necesidad.
Si bien tenemos necesidades biológicas o para sobrevivir –comer, dormir, tener relaciones sexuales–, nos podemos preguntar qué significa esta necesidad que nos atormenta, nos ataca y nos obliga. Las etimologías pueden darnos pistas al respecto. «Ananké» se relaciona con el alemán «eng» (estrecho), así como con «angina», «Angst» y «ansiedad», y con el griego «agchein» , que significa estrangular, así como con el sánscrito «agham» , que significa «mal». Incluso Platón, en su diálogo “Cratilo” (420c-d), imagina a Ananké mediante una metáfora de estrechamiento.
Además, esta palabra se refiere a los vínculos naturales, éticos y morales entre nuestros seres queridos, la comunidad y la naturaleza. Nos indica que mis relaciones familiares lazos que establezco en mi vida personal son maneras en las que experimento la fuerza de la necesidad, muy a pesar de mi falsa ilusión de libertad estos lazos me atan no depende de mí, y me obligan a vivir en la necesidad. Al respecto nos dice Hillman:
Mis intentos de liberarme de las ataduras personales son, en esencia, intentos de escapar del estrecho círculo de Ananké. Cuando me doy cuenta de que otros en terapia se sienten asfixiados por su entorno familiar, o que se sienten estrangulados por su pareja, o incluso que sufren patologías en la garganta y el cuello, todo esto resuena con la idea de Necesidad. Desde esta perspectiva, mi complejo familiar se manifiesta como una expresión de la Necesidad, y la servidumbre a los lazos de parentesco se convierte en una forma de reconocer sus exigencias.
En el Timeo de Platón se establece una conexión entre Nous (el intelecto o la parte divina del alma) y Anankñe, que se reconocen mutuamente. Un cosmos basado únicamente en la necesidad no podría permitir la existencia del mundo tal como lo conocemos. Platón nos indica que el Nous , a través de la persuasión, puede influir en la necesidad y crear un espacio en el que su fuerza coexista en el cosmos. Esta persuasión es una de las potencias de Atenea.
Si bien estamos sometidos a la necesidad, sentimos sus cadenas y cómo nos atan a relaciones enfermizas con nuestros seres queridos, la comunidad y la naturaleza. Es la persuasión la que nos ayuda a lidiar con estas ataduras, brindándonos la posibilidad de apaciguar las fuerzas cósmicas que nos gobiernan. Como dice una frase clásica, “en boca de Atenea, el discurso se convierte en un himno curativo”.
También encontramos refugio en Atenea cuando buscamos momentos de reflexión en situaciones que nos generan esa sensación de encadenamiento. Una de las técnicas más utilizadas por los psicólogos es la escritura y la conversación, ambas manifestaciones de la sabiduría de Atenea. En esos momentos de presión, a menudo buscamos hablar con un amigo, un terapeuta, un desconocido, un animal o incluso una estrella, en busca de la guía que nos permita salir a flote.
En uno de los libros más icónicos de la filosofía occidental, La consolación de la filosofía de Boecio, este autor dialoga con Atenea, quien lo consuela y le ilumina ante la inminencia de su muerte. Buscar estos espacios de diálogo con Atenea puede hacer más llevaderos los lazos que se sienten como opresivos y tortuosos. Gracias a Atenea, diosa del amor a la sabiduría, no encontramos solo guía, sino también consuelo. Ficino también reconoce en Atenea el amor que nos guía; ella, en su amor por la sabiduría, se conecta con la música, y la música, a su vez, se conecta con el cosmos.
Quizás las estrellas, que a menudo parecen distantes, están más cerca de nosotros cuando buscamos inspiración en ellas; sin saberlo, son Atenea quien canta, con la música que apacigua la necesidad y evoca la belleza. Como dijo Platón, el amor a la sabiduría también es amor a la belleza, una belleza que calma y orienta ante los caminos de la necesidad. Por eso, muchos buscan esta belleza en la meditación, en los parques, o en los bosques, en la naturaleza. Así, nos vemos persuadidos por ese eco en nuestros corazones que anhela armonía y paz. Estas imágenes también se expresan en el alma, porque, como dicen los neoplatónicos:
lo igual conoce lo igual; con la persuasión de Atenea, no solo calmamos los lazos de la necesidad, también se persuaden nuestros corazones al encontrar en la naturaleza y sus expresiones, el principio que permite que este cosmos cante y que cante en nuestros corazones como una huella también de la necesidad. .