El desprestigio del hogar

Por Ileana Medina Hernández

«Hogar es una sensación o estado de ánimo sostenido que nos permite experimentar sentimientos que no necesariamente están sustentados en el mundo mundano: asombro, visión, paz, liberación de las preocupaciones, liberación de las exigencias, liberación del constante parloteo.»
Clarissa Pinkola Estés

Dedicado a Caro, amiga e inspiradora

El mundo actual solo tiene una cara:la cara pública. Las mujeres nos hemos incorporado al mundo laboral, y todos salimos por la mañana de casa.
Dejamos a los niños en las «escuelas infantiles» a las 8 de la mañana. Salimos del trabajo, los vamos a recoger a las 4 ó a las 5 de la tarde, y de ahí nos vamos al «parque» y regresamos a las 8 de la noche. ¿Qué tiempo estamos en casa? Solo vamos a casa a bañarnos y a dormir.
Hemos abandonado el mundo doméstico. Las tareas del hogar no las quiere hacer nadie. Son ingratas e invisibles. Son símbolos de esclavitud femenina. Ahora, las hacen los equipos electrónicos o una empleada: hasta las familias de clase baja tenemos una termomix y alguien que nos «ayuda» con las tareas de la casa. Felizmente, nos hemos librado de algunas labores rutinarias muy duras.

Como dice el artículo del profesor Pinto que reprodujimos aquí, las tareas domésticas se vuelven «irritantes» para todos. Ya no queremos ni darles de comer a nuestros hijos, que coman en el cole. (Muchas madres -aunque no trabajen- llevan a sus bebés a las guarderías porque allí ¡»les enseñan a comer»!)

«Liberadas» (digo liberadas, porque los hombres siempre han estado libres de ellas) en buena parte de las labores domésticas, no sabemos muy bien qué hacer en casa entonces. La casa se vuelve un lugar donde no queremos estar, asociada a la pasividad, a la invisibilidad, a tareas monótonas o ‘degradantes’, o al aburrimiento.

Como consecuencia, nunca hay nadie en casa. Todo el día en la calle. Y en la calle no se hace familia. Es como si aborreciéramos el hogar. Como si no supiéramos qué hacer dentro de casa, nos sentimos «asfixiados» allí. Pero aborrecer el hogar es aborrecer la familia.
La importancia que le damos a los espacios físicos, es la importancia que le damos a lo que se hace en ellos. Por eso, la Iglesia Católica medieval construía inmensos templos. Por eso, la sociedad de consumo construye enormes centros comerciales, mientras las viviendas son cada vez más pequeñas.
El hogar es el espacio de la familia, de lo íntimo, de las emociones, de los afectos, de los abrazos, donde podemos ser nosotros mismos con libertad, sin máscaras ni atrezzos… Es el lugar donde podemos comportarnos tal como somos, donde podemos «perder el tiempo», hacer aquellas cosas que de verdad nos gustan,  y donde podemos cultivar los afectos, sin prisas, con corporalidad y contacto físico.
No hay que negar que la familia ha sido durante muchos siglos un importante instrumento de represión. Normas rígidas, patriarca autoritario, abusos, violencia. Quizás como rechazo a ese papel histórico tan represivo y violento de la familia es que hemos pensado que lo mejor es su extinción. Botar el sofá.

Pero los seres humanos necesitamos un espacio afectivo y calentito, forjar lazos sinceros, cariñosos y espontáneos. Las familias del siglo XXI estamos cambiando un poco, afortunadamente. Hoy tenemos diversos modelos de familia: familias monoparentales, familias homosexuales, familias reconstituidas, familias adoptivas… da igual, pero lo importante es que las convirtamos en un centro de equilibrio, tranquilidad y afecto, donde sus miembros puedan nutrirse afectiva y emocionalmente.

No es el matrimonio homosexual ni el divorcio exprés lo que acaba con la familia: es la falta de tiempo, la falta de vida privada, el tiempo dedicado en exclusiva al trabajo, a la producción y al espacio público.

Es la muerte del hogar: todo el día inmersos en la vida pública, en el escaparate, donde parece que hacemos «vida social» y en realidad, estamos solos, todo el tiempo alertas, estresados, apurados, pendientes de lo que piensan los otros, cultivando relaciones superficiales, llevando una máscara políticamente correcta que agrade a los demás. El mundo doméstico está totalmente desprestigiado, en favor de un mundo público lleno de prisa, de competencia, de hipocresía y de apariencias.
Todo el mundo pendiente de la «socialización» de los niños, desde los 0 meses, para que empiecen a entrar rapidito en la guerra del consumo, de la velocidad, del tengo más que el otro. Lo único importante lo de afuera: el vestido, el maquillaje, el tamaño y la marca del coche… Una fachada que a la vez que se adorna cada vez más de pacotilla consumista,  esconde dentro más soledad, más desamparo, más incomunicación, estrés y depresión.
Salimos huyendo de casa con nuestros niños, porque parece que dentro de casa no se puede hacer otra cosa que ver televisión. La pantalla del televisor -mientras más pulgadas mejor- resplandece en medio de nuestros hogares, donde antes estaba el fuego alrededor del cual se reunía la familia. La amamos y la odiamos a la vez, le ofrecemos el lugar principal de nuestra casa y luego no queremos que los niños la vean -o la ven demasiado-, hablamos mal de los «programas del corazón» -que ya copan totalmente los horarios televisivos- a la vez que tienen grandes audiencias, y hasta parece que todo el mundo quiere salir en ellos.
El mundo antes estaba dividido con un muro infranqueable: hombre fuera de casa, mujer dentro de casa. Sufríamos las mujeres, dependientes económicamente, humilladas, confinadas dentro del mundo doméstico, desvalorizado totalmente. Lo privado por un lado, lo público por otro, con una frontera bien definida que, con la inestimable ayuda de los medios de comunicación de masas, se ha dinamitado.
Ahora estamos todos fuera de casa. La intimidad ha desaparecido. Sí, hemos alcanzado la igualdad: todos estamos igualmente alienados en el mundo unidimensional de la productividad. El ocio, ese nuevo privilegio de las clases medias, también se articula en torno a lo externo: en los lugares sociales de consumo.

El triunfo de la igualdad no puede cercenarnos la mitad de la vida, y quedarnos solo con el trabajo. Lo ideal sería que ambos, mujeres y hombres, pasemos una parte del tiempo trabajando y otra parte del tiempo haciendo hogar (jornadas laborales más cortas para todos, permisos de m(p)aternidad más extensos…).Que todos, hombres y mujeres, volvamos a cocinar, a elegir alimentos sanos para nuestros hijos, a hacer manualidades, a compartir las tareas del hogar, a dedicar tiempo diario a jugar, a reír o a no hacer nada… juntos y en familia.

Ese es el camino hacia la verdadera «igualdad de género», pero además, es lo único que garantiza una crianza de calidad para nuestros hijos, y un equilibrio entre la vida pública y privada, entre la vida laboral y personal, entre lo masculino y lo femenino, entre lo productivo y lo afectivo, que nos permita llegar a ser personas plenas y felices. Incluso que permita un reparto mejor del empleo y de las riquezas materiales.

La construcción de un mundo más justo pasa por que todos, hombres y  mujeres, dediquemos más tiempo, al hogar, a la familia, a los afectos… que es donde se fragua el carácter, la felicidad y la plenitud del hombre.

http://www.tenemostetas.com/2009/10/el-desprestigio-del-hogar.html

7 comentarios en “El desprestigio del hogar

  1. Exelente!!! Idea que muchas veces comparto con mujeres amigas y conocidas, pero sus respuestas son : Sos una MACHISTA !! Asi estamos 🙁

  2. Tengo 62 años y mi esposo me llevaba 14, hagan las cuentas…Cuando le conocí con 16 añitos era una niña «pija» que iba a la universidad y cuando enfermó tuvímos que recortar gastos y mientras trabajaba él llevaba el hogar, porque no edificamos una casa sino un HOGAR
    No se puede meter a todo el género masculino en el mismo saco.

  3. Se ha de recuperar la vida familiar en el ámbito doméstico desde donde cada cual sienta que puede prescindir de las imposiciones del mercado…
    La felicidad no se mide ni por los metros cuadrados de tu tele de plasma, ni por el número de teles que cada cual tenga, etc…
    Se ha de retomar ese calor familiar que propicia bienestar, comunicación, libertad, discusión de ideas e incorporación de otras nuevas, mejoras personales, familiares, sociales, etc…
    Y, esa «merma en la calidad familiar» ha sido el triunfo de esta sociedad que está diseñada para llevarnos a la insatisfacción permanente.
    Hoy, esa insatisfacción puede recuperarse desde algo tan simple como el retorno a los valores de la familia dentro de estos parámetros.
    Un saludo.

    Gracias maestro.

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