OPINIÓN: ¿Por qué se ha enfriado la amistad entre Irán y Brasil?

Nota del Editor: Eduardo J. Gómez es profesor asistente en el Departamento de Política Pública y Administración en la Universidad de Rutgers, en Camden.

(CNN) — Después de casi un siglo de relaciones amigables, Brasil ha decidido enfriar su relación con Irán.

Se han ido los días en los que el líder de Brasil, el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva (2002-2010), se esforzó para hacer más fuerte la sociedad de Brasil con Irán, defendiendo los intereses iraníes, compartiendo y aprendiendo de las experiencias políticas similares acompañados de un cafezinho.

En una época en la que Brasil ha buscado cada oportunidad para atrapar a la comunidad internacional y aumentar su influencia como mediador de conflictos y paz, ¿por qué la nueva presidente de Brasil, Dilma Rousseff, se abstuvo de fortalecer los lazos gubernamentales con Irán?

La respuesta radica en las experiencias personales de Rousseff y sus ambiciones geopolíticas.

Como alguien que experimentó violaciones a los derechos humanos de primera mano bajo las dictaduras militares de Brasil (1964-1985), Rousseff ha estado firmemente comprometida con los derechos humanos. Ha dejado muy claro que no apoyará a Irán a menos que el presidente Mahmoud Ahmadinejad tome en serio este tema.

Es impresionante qué tan rápido pueden distanciarse dos naciones que comparten intereses económicos y geopolíticos similares, y cómo esto afectará negativamente la relación de Irán con otros países.

Lo que esto sugiere también es que las relaciones amigables entre naciones similares nunca son una garantía, y que un cambio repentino en los intereses y aspiraciones del gobierno pueden revertir sociedades históricas y tener implicaciones geopolítcas más amplias.

Para Rousseff, las experiencias personales importan.

Como estudiante de preparatoria en la ciudad de Belo Horizonte, se unió a un grupo revolucionario marxista llamado Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares (Var-Palmares), que buscaba derrocar al gobierno militar que violaba repetidamente los derechos civiles y humanos.

En 1970, la arrestaron, fue interrogada y encarcelada. Mientras cumplía su condena de tres años, Rousseff fue torturada regularmente: sufrió choques eléctricos, fue golpeada sin parar y agredida verbalmente; la colgaron de cabeza entre dos plataformas de acero en lo que los militares llamaban pau de arara o “percha de pericos”. Para cuando fue liberada, a los 25 años, había perdido más de 22 libras y sus glándulas tiroides casi estaban destruidas.

No es necesario decir que estas horribles experiencias dejaron una huella permanente en las visiones de política internacional de Rousseff.

De hecho, en 2009, cuando era cuestionada acerca del tema Irán durante la campaña, las primeras dos palabras que salían de su boca eran las de «derechos» y «humanos». El atroz historial del régimen iraní por las miles de muertes de disidentes, junto con las órdenes de la Corte de Irán de matar genta a pedradas por violar la ley, fue vista por Rousseff como un «comportamiento medieval». Por si fuera poco, la decisión del régimen de encarcelar a oponentes políticos, tocó una fibra sensible de Rousseff.

Ella dejó en claro que antes de que se llevara a cabo cualquier tipo de negocio con Irán, Ahmadinejad necesitaría detener esos actos de barbarie. Sin embargo, esto puede ser difícil porque la influencia política de Ahmadinejad por lo general se percibe como limitada por la presencia del Ayatola Ali Jamenei, líder supremo de Irán.

Tampoco ayudó el ser acusada y esencialmente ignorada por Ahmadinejad. El año pasado, el asesor de medios de Ahmadinejad, Ali Akbar Javanfekr, fue citado diciendo que Rousseff había “destruido años de buenas relaciones” entre ellos.

Durante el gobierno de Lula, Brasil fortaleció sus lazos políticos y económicos con Irán a través del comercio (indirectamente a través de Dubai, con un estimado de 1,250 millones de dólares en el 2010) y de la inversión en el sector petrolero de Irán. Pero cuando Ahmadinejad visitó Latinoamérica en enero, evitó reunirse con Rousseff. Aparentemente, se arrepiente de haberlo hecho y planea reunirse con ella más adelante en este año.

Las aspiraciones geopolíticas de Rousseff también le han llevado a alejarse de Teherán. Después de que Lula se aliara con Turquía en el 2010 para votar en contra de las sanciones de la ONU en contra de Irán por no informar acerca de su reactor nuclear, ignorando la petición de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, parece que la postura de Rousseff de distanciarse de Irán es una forma de fortalecer la relación de Brasil con Estados Unidos.

A través de estos esfuerzos, parece que Rousseff busca obtener el apoyo de EU para tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, al igual que aumentar la influencia de Brasil en instituciones financieras de peso, como el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Sin el apoyo de Rousseff, Ahmadinejad se enfrenta a problemas en Latinoamérica.

Irán ha tratado de fortalecer lazos con Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba y, hasta hace poco, con Brasil. Y ha abierto seis embajadas en la región desde el 2005, sin Brasil. Pero Ahmadinejad puede olvidarse esencialmente de obtener el apoyo de los aliados económicos cercanos de Brasil como México, Argentina y Chile. Ahmadinejad también ha fallado en cumplir su promesa de ayudar a estimular el desarrollo económico en la región.

En una época en la que él está tratando de aumentar su legitimidad, dada su relación hostil con Israel y los esfuerzos para desarrollar sus reactores nucleares, Ahmadinejad no podría darse el lujo de perder a sus amigos latinos, porque ellos lo han defendido en el pasado y su apoyo lo hace ver menos aislado en el mundo.

Este enfriamiento en su relación con Brasil, y la pérdida gradual de aliados de Irán en la región, también le abre una oportunidad a la ONU para imponerse y aplicarle sanciones adicionales a Irán. Si esto pasa, Ahmadinejad se enfrentaría con el espectro de otros aliados que están cuestionando su relación con Irán, lo que pudiera tener serias repercusiones políticas y económicas para Irán.

A pesar de la rica historia que comparten estas dos naciones, parece poco probable que Rousseff quiera reforzar sus lazos con Ahmadinejad.

Con sus aspiraciones de aumentar la influencia internacional de Brasil y su importancia geopolítica, es más fácil que ella le apueste a fortalecer sus lazos con Estados Unidos y con otras naciones que forman parte de las Naciones Unidas. A menos que Ahmadinejad cambie su discurso en cuanto a los derechos humanos y decida cumplir por completo con las reglas de la ONU, las pérdidas de Irán van a ir más allá de Brasil.

Las opiniones recogidas en este texto corresponden exclusivamente a Eduardo J. Gómez.

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