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Un rezago ancestral
Seguir leyendo ¿Por qué se nos pone la “piel de gallina” al escuchar una canción?
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En biodescodificación hablamos mucho del inconsciente porque cuando tratamos una enfermedad física estamos tratando un contenido del inconsciente que se está expresando a través del cuerpo… y para entender qué es os propongo un viaje a las profundidades de nuestro ser para explorar sus diferentes capas y descubrir como funciona.
Los psicoanalistas fueron de los primeros en utilizar el término inconsciente para designar un “lugar psíquico”, desconocido para la consciencia, donde están un conjunto de contenidos reprimidos por la persona, que es básicamente su objeto de estudio y al que tratan de acceder mediante técnicas como la asociación libre, la interpretación de sueños, la hipnosis…
A mi me gusta pensar que en el inconsciente está todo (no sólo lo reprimido), para mi el inconsciente es una base de datos enorme y que constituye un auténtico tesoro que todos llevamos dentro y que contiene información muy relevante para nuestra vida… información acerca de nuestras emociones, acerca de nuestros ancestros, acerca de nuestra cultura, acerca de nuestra historia, acerca de nuestros primeros años de vida…
Se dice que el consciente es solo un 10% de nuestra actividad, así que el 90% restante forma parte del inconsciente y si asumimos que vivimos con todo, tenemos que asumir que en nuestra vida cotidiana estamos funcionando en base a un 90% de información de la que no somos conscientes, y eso es decir mucho!
Los hábitos no condicionan tu destino: lo son. Entonces, ¿cómo reemplazas tus hábitos limitantes por otros potenciadores? En este vídeo aprenderás eso y mucho más.
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Históricamente los desordenados llevaron las de perder. Siempre merecieron la condena de la mayoría convencida de que un cuarto o un escritorio ordenados significan una mente ordenada y que eso siempre es preferible al caos. Pues ahora aparece una teoría que derrumba esa creencia.
Harford, un economista, autor y periodista británico dice que a veces el desorden es mucho pero mucho mejor que la precisión y el orden.
Dice que el desorden, por definición, puede abarcar desde la desprolijidad, que puede funcionar mejor que un prolijo sistema de archivo, hasta la disrupción, la distracción, la colaboración inesperada y el cambio de contexto. Harford dice que todo eso puede ser extremadamente fructífero.
En el libro que acaba de publicar, «Messy: How to be creative and resilient in a tidy-minded world» (Desprolijo: cómo ser creativo y resiliente en un mundo prolijo), explica que hay muchas áreas donde conviene abrirse a la idea del desorden y no combatirlo.
Como ejemplo pone su cocina. Tiene mucho sentido, dice, tener un lugar para cada cosa porque cosas como los elementos para repostería son fácilmente identificables. Pero cuando uno trata de llevar esa lógica al escritorio ahí todo comienza a andar mal. Los contenidos del correo electrónico, o de los documentos o de las redes sociales son difíciles de categorizar y archivar. Si uno quiere pensar un sistema pierde mucho tiempo y tal vez no funcione. Mientras pierde tiempo en eso se acumulan las comunicaciones y las tareas.
Según Harford hay mucha gente desprolija que maneja mejor el flujo de información que le llega y que no se esfuerza por categorizarla. Las personas organizadas, en cambio, se atascan en un «almacenamiento prematuro» y se demoran creando sistemas que no son mejores que una simple búsqueda en la bandeja de entrada del mail cuando uno quiere encontrar algo.
Más allá del escritorio, el autor cree que hay muchas situaciones (como manejar un teatro, o redes de cables de electricidad) donde la estandarización es necesaria. Pero hay otras situaciones cuando las personas no saben apreciar el valor de la casualidad o del caos. Como ejemplo pone situaciones sociales. Como tendemos, dice, a buscar la compañía de personas que se nos parecen, descartamos de antemano el valor de las conexiones fortuitas e interacciones con extraños que pueden producir mejores resultados.
Hartford dice que su investigación lo hizo dejar de tratar de hacer que sus tres hijos ordenaran sus habitaciones. Lo que a él le parecía caos, para ellos tal vez tendría cierta lógica que consideran importante. Es probable, dice, que toda persona necesite un poco de desorden personal.
¿Por qué todos nos esforzamos por ser más prolijos y nos cuesta mucho? Harford dice que no lo sabe pero tiene dos teorías. Primero, porque no nos gusta que los demás nos vean desordenados. Por eso es que ordenamos la casa cuando tenemos visitas. Un lugar de trabajo puede ser funcional, pero cuando nos juzgamos a nosotros mismos y especialmente cuando juzgamos a los demás simplemente pensamos que se ve mal. No vemos que funciona.
La segunda teoría dice que en lo que se refiere a estrés y desorden la gente pone la causa al revés. «Cuándo es que el escritorio luce más desordenado que nunca? Cuando estamos más atareados que nunca y comenzamos a sentirnos abrumados. Pero entonces comenzamos a culpar al desorden por sentirnos abrumados, cuando en realidad es al revés: está desordenado porque estamos abrumados». «Cuando finalmente ordenamos nos sentimos tranquilos pero no es tanto por el orden en sí sino porque se abrió el espacio y eso nos permite usarlo. La culpa que muchos de nosotros sentimos por ser desorganizados debería convertirse en causa de celebración, sugiere. «Sistemáticamente tratamos de ser más prolijos de lo que deberíamos, tratamos de ser más organizados de lo que deberíamos y nos sentimos muy culpables cuando nuestros sistemas de organización fallan, cosa que ocurre a menudo.»
Sin embargo, probablemente el desorden sea la forma más efectiva de organizar la información.
por David Topí
Publicado el: Friday 07 October 2016 — 15:03 Como muchos sabéis, en el pasado, las escuelas de Misterios del Antiguo Egipto guardaban grandes conocimientos, entre otros, los secretos de la propia naturaleza, las leyes que rigen la vida, las dinámicas y estructuras de como está hecho el hombre, etc., conocimientos que, por otro lado, no eran dados a cualquier persona, pues sólo unos cuantos, después de cumplir una preparación muy larga y muy rigurosa, eran considerados merecedores de que se les permitiera ingresar a estos templos del conocimiento para ser instruidos. Muchas veces, el tiempo previo al ingreso llevaba varios años, y ya una vez dentro, prácticamente, seguía toda una vida de perfeccionamiento continuo. Este tipo de crecimiento y evolución iba siendo guiado por aquellos que iban delante en el camino, así que podían, bajo un sistema de grados, niveles o escalafones, ir dando instrucción a otros que empezaban su andadura. Lo que impacientaba a muchos aspirantes que, desde fuera, pudieran intentar comprender como esa evolución iba a darse y como “podía medirse”, si acaso, era entender bajo que reglas o bajo que criterios uno asume que realmente está avanzando y creciendo, y como alguien podía medir algo tan subjetivo como el propio crecimiento espiritual. Las escuelas iniciáticas modernas siguen usando el rasero de los grados y niveles; enseñanzas como las de Gurdjieff hablan de “tipos de hombres” numerando a las personas en categorías del 1 al 7 según el desarrollo de su sistema energético, y se han “inventado” diferentes maneras de medir este crecimiento usando por ejemplo los elementos y su volatilidad o densidad (empezando por un estadio asociado al elemento Tierra y terminado en el elemento Fuego) o usando escalas asociadas a los diferentes niveles de la psique y de la consciencia para ello. Potenciales latentes que se van desarrollando paulatinamente Evidentemente todas estas escalas son subjetivas hasta cierto punto. Si me pongo a aprender, a sanarme, a transformarme a mi mismo, a cambiar mi vida, ¿cómo puedo medir en que estadio de ese camino me encuentro? En general, todo desarrollo psíquico, energético, mental, de consciencia, etc., corresponde a una evolución del ser interno de cada uno, y sólo se observa que se ha alcanzado un nuevo nivel cuando ese desarrollo se manifiesta exteriormente por haber cristalizado ya en todos los estratos de la persona y por haber probado experimentalmente, o vivencialmente, el nuevo potencial y grado evolutivo adquirido. Es semejante al poder contenido en un cartucho de dinamita. No se puede reconocer el alcance de su energía con sólo examinar el material externo con el que está fabricado. Dejar caer al suelo la dinamita tampoco pone a prueba la energía que contiene o lo que hay en su interior. Hasta que se manifiesta correctamente utilizando los métodos adecuados, no se muestra su verdadera naturaleza y aquello que existe latente en ella, no dejando entrever realmente que es lo que no estaba siendo revelado. Sucede lo mismo respecto al desarrollo psíquico, mental y místico. Todos los sistemas de diferentes técnicas o escuelas que ayuden al desarrollo del potencial humano tienden a formar una reserva de poder interior en la persona. La naturaleza de muchas de las facultades y poderes psíquicos del hombre es conservativa, y están destinados a propósitos específicos, es decir, sólo se expresan en determinados canales y en determinados momentos de necesidad, pero mientras esos canales no se abran o desarrollen, las facultades o habilidades dormidas, pero innatas en el ser humano, no se manifiestan. En general, esa caja de herramientas que todos poseemos cuando se usan en forma apropiada, tienen un valor incalculable pero, desde fuera, son difíciles de explicar, evaluar y medir, ya que solo la propia persona que las posee puede determinar como le son útiles en su vida o como dejan de serlo. Talentos innatos Solemos decir que cada uno de nosotros tiene una misión y propósito en la vida, y que no es otra cosa que la puesta en práctica de aquello que nos hace felices, porque nos gusta, porque somos buenos, porque lo hacemos bien, porque está alineado con nuestro camino y decisiones pre-encarnativas, etc. Y por experiencia y convicción, sé que cuando uno trae una misión que cumplir, también trae ciertos talentos y ciertas habilidades especiales que aplicadas en la actividad correcta nos hacen sobresalir en algún aspecto concreto. Nuestra evolución y crecimiento en la vida está generalmente apoyada en esas habilidades que vamos despertando con nuestro trabajo interior, y aquellos talentos que ya traemos de serie y los entrenamientos y aprendizajes que van aconteciendo en nuestra vida nos hacen perfeccionar muchas veces cosas que ya poseemos, quizás muchas veces más que despertar algo que está profundamente enterrado. Cada uno tiene unos valores y conocimientos que bajo las fuerzas y entrenamientos adecuados de diferentes enseñanzas y técnicas despiertan esas habilidades innatas, pero no todo el mundo, siguiendo las mismas herramientas, usando los mismos entrenamientos o andando el mismo camino en la misma escuela esotérica llega al mismo grado de desarrollo de las mismas, ya que los raseros para su medición son lo suficientemente genéricos y amplios para que puedan dar cobijo a una amplia gama de estados evolutivos del hombre que puedan ser catalogados bajo el mismo grado o misma nomenclatura. Evidentemente hay hechos que son objetivos, aunque no se puedan medir con instrumentos de la ciencia: uno puede tener una consciencia fragmentada en muchos Yos o puede solo tener un Yo unificado, eso denota un nivel evolutivo u otro, uno puede tener un cuerpo emocional o intelectual superior cristalizado, y manifestado, y otra persona no, eso implica un trabajo y un alto grado de crecimiento personal, uno puede tener los centros superiores de control activados y otros no, y eso provoca la activación de ciertas habilidades latentes. Pero como llegar a ese tipo de desarrollo pasa por tantos caminos distintos que las técnicas que le sirven a uno no le sirven para nada al otro, unas herramientas o formas de entrenamiento para algunos son perfectas y para otros poco más que una perdida de tiempo. Tu propio criterio personal Al final, el criterio para medir si uno está avanzando en su propia vida tiene que pasar necesariamente por la reflexión interior de preguntas tipo: ¿son mis puntos de vista más amplios que antes sobre la realidad de las cosas? ¿tienen mis problemas el mismo poder para deprimirme, hacerme sentir temor o indecisión? ¿tengo más herramientas para acometer mis objetivos o desafíos? Quizás al final solo exista una respuesta correcta cuando alguien intente medir nuestro nivel evolutivo, o nosotros mismos intentemos saber en que escalafón del mismo estamos, y es la respuesta a la pregunta: ¿estoy más alineado con el amor, con la verdad, con la paz, con la serenidad? Si a esa pregunta siempre nos nace decir si, entonces ya podemos estar tranquilos de que hemos avanzado en cualquier escala de medida que escojamos al respecto o podamos así juzgar si lo que estamos recibiendo de otros nos está siendo útil de verdad. un abrazo, |
Psicología/Valeria Sabater
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Si hay algo curioso que lleva a cabo nuestro cerebro cada noche sin que se lo pidamos, es un mecanismo esencial para ignorar información. Gracias al sistema glinfático elimina toxinas que podrían causarnos problemas neurodegenerativos. A su vez, mientras dormimos, ejecuta un sutil “borrón” de información innecesaria, integrando y clasificando aquella que sí juzga como relevante.
El cerebro, como ves, se alza como una maquinaria precisa y casi perfecta que sabe eliminar de sus estructuras y procesos internos todo aquello que no es útil, y que por tanto, podría enfermarlo. Sin embargo, nosotros, cuando abrimos los ojos al día y a la conciencia, no siempre somos capaces de ignorar lo que no vale la pena.
No es fácil ignorar ciertas cosas, ciertas personas, ciertas situaciones. Las personas no siempre sabemos percibir que algo puede hacernos daño, no tenemos un radar, ni una señal de alarma. Nos limitamos a confiar, a dejarnos llevar. A vivir.
Si hay algo que también deberíamos tener en cuenta es que no solo están en el exterior muchas de las cosas que sería necesario ignorar. A veces, también está “ese ruído” interno, esos pensamientos obsesivos, esos miedos, esas dudas, la ansiedad… Enemigos propios que sería necesario reconocer y desactivar.
Por ello, te invitamos a reflexionar con nosotros, a comprender que en ocasiones, puede ser muy saludable practicar el sencillo acto de dejar atrás aquello que no enriquece, que no motiva, y que por lo contrario, pone muros en nuestro crecimiento personal.
Cómo aprender a ignorar aquello que no me hace feliz
Piensa en esta pregunta durante unos instantes: ¿Qué es lo que te hace realmente feliz? Puede que te sorprenda, pero hay quien llega a tal extremo en su vida personal, que ya no recuerda qué es eso llamado felicidad. Es un riesgo muy elevado.
A veces, no nos atrevemos, otras, tememos hacer daño a otras personas: a decepcionarles. No obstante, vale la pena tener en cuenta que ignorar es también responder con inteligencia. Es no dar relevancia a quien no la merece, es desactivar aquello nos hace daño.
Hay épocas de nuestra vida en que sin saber muy bien cómo, perdemos esa tranquilidad interna que antes nos caracterizaba. Puede que sean ciertas personas, ciertas relaciones. Puede también que se deba a determinadas situaciones, a presiones laborales e incluso a autoexigencias.
Perdemos el rumbo e incluso nuestras propias esencias. Mantener durante mucho tiempo esta sensación puede hacernos caer perfectamente en un estado depresivo, en una indefensión tan grave donde todo escapa a nuestro control. No lo permitas. Aprende a ignorar, a desactivar, a liberar cargas para andar más ligero/a en tu sendero personal.
Recuerda todo aquello que es significativo para ti
No pierdas el rumbo. No pierdas tus raíces ni aquello que te define, porque todo aquello que te emociona, que te arranca una sonrisa y acelera tu corazón, eres tú. Y la felicidad es lo que da sentido a nuestra vida. Así que si no la sientes, si no percibes ilusión en tu día a día, deberás pensar en estos aspectos.
Ve quitándote capas, una a una. Has pasado mucho tiempo llevando una vida en la que no te indentificas, así pues, realiza un ejercicio interno y descubre qué “piel” deberías dejar ir para volver a tu esencia.
Recuerda tus valores. No hace mucho te definía la valentía, el coraje, el respeto por uno mismo y por los demás. Dilos en voz alta, hazlos patentes.
La felicidad no son cosas, son sensaciones elementales inscritas en los actos sencillos. Si no los aprecias, será el momento de tomar decisiones.
Practica el arte de la sabiduría valiente, la sabiduría de saber ignorar
No es fácil. Ignorar lo que no favorece nuestro crecimiento personal requiere a veces cortar vínculos. Y más aún reformular incluso nuestras actitudes. De ahí, que se necesite también de un pequeño acto de valentía.
Si eres una persona débil buscaras venganza a tus despechos, si eres fuerte serás entonces capaz de perdonar. Ahora bien, si eres sabio te limitarás a ignorar lo que no vale la pena para disfrutar cada día de tu vida.
Debemos tener muy claro que ignorar no es de débiles, que no supone ni mucho menos no hacer frente a determinadas situaciones. En ocasiones, lo más acertado es ignorar, dejar de dar relevancia a algo que no debería tener tanta presencia en tu vida.
Ignora los desprecios. No eres tú, no te definen, quita relevancia de tu vida a la persona que te los dirige. Camina ligero/a.
Ignora a quien practique el egoísmo, a quien nunca fue como pensabas, a quien te trae tormentas los días de sol.
Ignora a quien te quite la sonrisa. Asume el adiós, y deja ir para andar ligero/a.
Ignora los miedos que ponen muros en tus sueños, los prejuicios y actitudes propias que te impiden coger ese tren que siempre pasará para ti. Desactiva los pensamientos limitantes y corre ligero/a rumbo a esos proyectos que sin duda mereces…
Atrévete. Atrévete a ignorar lo que no vale la pena para entornar la cerradura de la felicidad.
por Mario Luna – Psicología del Éxito
¿Necesitas más tiempo? ¿Quieres ser capaz de lograr todo lo que te propongas? Agudiza tus sentidos, porque en este vídeo te ofrezco el secreto de la productividad extrema.
Toda la vida es un aprendizaje. Si dejamos de aprender, si dejamos de asombrarnos y nos abandonan las ganas de descubrir, comenzamos a morir lentamente. Sin embargo, aunque podemos aprender durante toda la vida, hay algunas lecciones que deberíamos aprender lo más temprano posible, para no tener que arrepentirnos más tarde de todo lo que nos gustaría haber hecho y no hicimos. Refiriéndose a esa terrible sensación, la escritora estadounidense Harriet Beecher dijo: «Las lágrimas más amargas serán las de las palabras no dichas y las obras inacabadas«.
Seguir leyendo 7 lecciones que no querrás aprender demasiado tarde en la vida
Desde que la concienciación sobre la importancia de preservar la naturaleza se ha extendido por el mundo, también lo ha hecho la idea de que estar en contacto con los entornos naturales es sano. La vida contemplativa asociada a los paseos por el bosque y el descanso bajo los árboles. Sin embargo, una cosa es creer que los paseos por la naturaleza sean agradables desde el punto de vista subjetivo, y otra es creer que pueden tener efectos objetivos sobre nuestra salud y bienestar.
Una reciente publicación en la revista Nature arroja algo de luz sobre el asunto. Según sus conclusiones, los paseos por espacios naturales alejados de la influencia del ser humano están asociados a una mejor salud mental y física, siempre que sean lo suficientemente largos.
Humanos en la naturaleza: algo más que un rato agradable
El estudio, basado en cuestionarios, incluía preguntas relacionadas con la frecuencia de las visitas a los entornos naturales y la calidad de los mismos (más o menos alejados de la intervención humana), así como cuatro dimensiones de salud: salud mental, cohesión social, actividad física y presión sanguínea. Estas cuatro dimensiones han estado vinculadas a hallazgos de estudios anteriores similares a este, y se pretendía comprobar si podían obtenerse resultados parecidos.
En cuanto a la muestra utilizada, el grupo de personas que se estudió estuvo compuesto por 1.538 individuos residentes en la ciudad australiana de Brisbane.
Una mejora clara en nuestra felicidad
Los resultados revelan que las personas que más pasean en solitario por entornos salvajes muestran una menor tendencia a presentar depresión e hipertensión (factor de riesgo de enfermedades cardíacas), además de sufrir menos estrés. Las personas que entraban en contacto con la naturaleza con más frecuencia, además, presentaron un nivel de cohesión social significativamente más alto.
Sin embargo, los beneficios asociados a la salud mental y la presión sanguínea se revelan siempre y cuando la duración de los paseos por la naturaleza sea lo suficientemente larga. Así, los posibles beneficios de los merodeos por zonas vírgenes se obtendrían con dosis de al menos media hora de paseo por la naturaleza, y no con menos. La frecuencia de estos paseos podría ser, al menos, semanal, y podría realizarse en grandes parques en los que escapar momentáneamente del entorno urbano que los rodea.
¿Cómo se explica esto?
Este no es el primer estudio que vincula la toma de contacto con la naturaleza y los beneficios psicológicos. Por ejemplo, una investigación relaciona la integración de las escuelas en espacios verdes con un mejor rendimiento académico de sus alumnos. Sin embargo, es importante señalar que este estudio no se basa en un experimento, y solo se limita a presentar correlaciones entre variables.
Entre las ideas que proponen los miembros del equipo de investigación está la de que si todo el mundo visitase un parque durante media hora una vez a la semana, los casos de depresión podrían reducirse en un 7%, pero lo cierto es que esto no es seguro. Las personas que pasean por zonas naturales presentan menos depresión, pero esto no tiene por qué significar que sean estos paseos los que produzcan estas mejoras: a lo mejor hay algún factor aún desconocido que suele estar presente en las personas que realizan esta actividad y que es lo que produce el buen estado mental y físico que se ha encontrado en este estudio. Correlación no implica causalidad.
Sin embargo, también hay explicaciones sobre posibles mecanismos por los cuales pueden ser estos paseos los que mejoren directamente el nivel de vida de las personas. Entre ellos, el hecho de que en zonas naturales el aire es de mejor calidad y está menos contaminado, que las zonas salvajes tengan más desniveles y atravesarlos conlleve realizar más actividad física, la protección contra el sol de las zonas con sombra. Todo ello se traduciría en una mejor salud, relacionada con la aparición de trastornos mentales.
Estas posibilidades hacen que las conclusiones de este estudio sean relevantes de cara a programas destinados a prevenir enfermedades y hacer que su prevalencia disminuya. Teniendo en cuenta lo barato que resulta pasear por parques, merece la pena que tanto nosotros a título individual como las instituciones de salud le den una oportunidad a esta opción.
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En las relaciones humanas parece ser el conflicto una dimensión que se mantiene presente. En su latencia todo va bien, todo fluye y es armónico, pero en su despereza todo se desencaja, todo chirría y nada parece volver a reajustarse.
El conflicto puede surgir al cruzarse intereses, al chocar puntos de vista dispares, pareceres antagónicos. Es su esfera un marco que representa división, lejanía en las personas, el inicio de confrontaciones. El conflicto puede perdurar o ser puntual, reconciliable o incurable, ser pasajero o permanente.
Todos tenemos y pasamos por conflictos. No sólo entran en juego los que se reproducen en el marco externo, también están los conflictos internos, los desgarros de dentro. Pero la inclinación al conflicto es algo que merece indagación.
Hay personas que tienden a agarrarse al fuego antes que esperar a que se apague, y así, la vida se consume en una fuente inagotable de insatisfacción de la que no se es consciente. La externalización en conflictos exteriores no es más que la celebración del conflicto que se mantiene dentro. A veces es inevitable caer en un conflicto, en una discusión, pero otras se torna como una válvula de escape para sacar el malestar de dentro.
El conflicto externo es la representación teatral de la función escenificada de los adentros, que surge de una retroalimentación de dolor y miedo. Toda la carga de confusión, de sufrimiento, de insatisfacción, de baja estima, entre otras, son las anillas que se tiran cuando provienen circunstancias adversas del exterior. Entonces estalla la bomba de dentro y se vierte en las relaciones, en la interactuación con los demás.
La necesidad de ese conflicto surge cuando nos hemos identificado tanto en ese mecanismo de dolor que parece ser nuestra verdadera identidad. Como una parte más de nuestra personalidad, buscamos alimento en el conflicto para nutrirlo, para mantener viva esa identidad que se ha ido construyendo en nosotros. Entonces la capacidad de estar en perfecta armonía se corrompe, se disuelve, el malestar se sitúa en primera fila y se manifiesta en la conducta, en la contrariedad, en el inconformismo crónico, en la irritabilidad permanente.
Todo se vuelve motivo de conflicto, todo merece una discusión, nada escapa sin que se mastique con los dientes del remordimiento. Si no hay conflicto, se busca. Si no hay motivos, se encuentran. Se convierte el exterior, las personas, las relaciones, todo, como una gran confabulación orquestada para hacernos desgraciados. Salen las autodefensas, el ego permanente, la guardia siempre mantenida.
La necesidad no es sólo en cuanto a discutir con alguien, también hay personas con la necesidad de, precisamente lo que más teme, sacarlo a relucir para roer ese cierto malestar, sentir que hay un motivo que le empuja a ello, y autoconvencerse de su desdicha.
Por no mirar de frente al dolor, al malestar que está sin drenar, el sufrimiento que tanto queremos evadir, todo nos zarandea y nos acaba atrincherando. Lo que más tememos que se repita, acabamos generándolo a través del conflicto. Lo que más queremos tener lejos, más lo acercamos a través de propiciar el conflicto. Al final el dolor se alimenta una y otra vez, y parece que todo se coordina para nuestra fatalidad.
Primero, el conflicto debe resolverse dentro. Así, la identidad del dolor no se perpetúa a través del conflicto. Se puede sentir dolor al soltar esa parte nuestra a la que tanto nos aferramos, y empero, comenzamos a ser conscientes de lo negativo que resulta mantener su hospedaje en nosotros. Se requiere también bajo esa mirada de autoconocimiento, no hacer responsables al resto de cómo nos sintamos, y neutralizar de ese modo los factores de discordia.
Cuando el conflicto es crónico como su necesidad de expresarlo, no es más que el reflejo de un tornado que se crea en un océano agitado de dentro. Son personas víctimas de sí mismas, albergando en ellas una naturaleza de crispación que deroga la verdadera esencia de una personalidad solapada por un manto de ofuscación. El conflicto acaba convirtiéndose en adicción; se necesita del mismo para satisfacer el impulso incontrolado de saciarlo. Se crea en uno una parcela destinada a recrearlos, un área de atención al conflicto, para así, disponer de recursos y poder ser resolutivos con ellos dentro del margen de la contraposición.
Entonces del conflicto ya no se evade, produce en el sujeto una atracción. Todo es una constante disputa, un reproche permanente, una altura a la que nadie está. Toda comunicación es una intransigencia, un ¨como deben ser las cosas¨ en lo que nada encaja.
Ninguna armonía de fuera va a resolver la inarmonía de dentro. Por ello, el trabajo debe ser interior para deshacer el nudo de lo conflictivo. Debemos rellenar el vacío que se recarga de debates fuera de tono, pérdidas de maneras, chismes continuados, olfateo constante de disputas.
Resolver esa identidad desgarradora que busca el enfrentamiento para sostenerse, es soltar una parte que ha secuestrado la que mira por la concordia, la ausencia de problemas, la capacidad de acuerdos, y el afán resolutivo. Surge entonces otro tipo de presencia, sujeta en uno, afincada al ser, y no presta a perderse enseguida en el círculo repetitivo del conflicto. Al ir poco a poco desligándonos de esa emanación de constante dolor, sufrimiento y queja, el conflicto carece de atractivo, deja de ser estimulante, y cuando aparece es como un tren que dejamos pasar porque sabemos que en la mayoría de los casos no nos conduce a nada y crean un campo de negatividad
Eso no significa evadirlos y evitar mostrar la defensa de intereses lícitos en uno, sino determinar la prioridad de que la paz interior y la dicha no deben de alterarse por participar en rencillas que no nos transforman en nada y que nos desgastan por completo.
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Hay quien llora en silencio, durante un breve instante y en discreta soledad. Sin embargo, el único modo de reiniciarnos, de drenar tristezas, frustraciones y tensiones es a través del llanto emocional. El desahogo auténtico solo es posible mediante esas lágrimas que se derraman como océanos templados por una voz rota.
Los expertos en psicobiología nos indican que pocos comportamientos nos hacen tan humanos como la risa y el llanto. De hecho, ambas expresiones emocionales tienen muchos aspectos en común. Disponen, por ejemplo, de un componente de “perseveración”. Es decir, cuando se inicia la risa o las lágrimas tienen una duración determinada que no puede acortarse con facilidad. Además, ambos consiguen un mismo fin: hacernos sentir mejor.
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Piano instalado en el campus de la Universidad Concordia durante el verano de 2015. Fuente: Universidad Concordia.
Horas sin fin en la barra. Largas tardes practicando escalas. Todo ese tiempo en clases de piano y de baile pueden parecer dolorosas a un joven, pero una nueva investigación confirma lo que decían sus padres: es bueno para la mente y el cuerpo.
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