Toda la vida es un aprendizaje. Si dejamos de aprender, si dejamos de asombrarnos y nos abandonan las ganas de descubrir, comenzamos a morir lentamente. Sin embargo, aunque podemos aprender durante toda la vida, hay algunas lecciones que deberíamos aprender lo más temprano posible, para no tener que arrepentirnos más tarde de todo lo que nos gustaría haber hecho y no hicimos. Refiriéndose a esa terrible sensación, la escritora estadounidense Harriet Beecher dijo: «Las lágrimas más amargas serán las de las palabras no dichas y las obras inacabadas«.
Los aprendizajes más valiosos para evitar el arrepentimiento
1. La vida es ahora. Pasamos demasiado tiempo quejándonos por el pasado y preocupándonos por el futuro, mientras el presente se nos escapa. Vivimos en dos épocas que no existen, mientras dejamos que lo único que tenemos, el “aquí y ahora”, se esfume. Mientras antes aprendamos esta lección, más provecho podremos sacarle a nuestro tiempo.
De hecho, aprender a disfrutar del presente, prestarle más atención a lo que nos rodea y a quienes nos rodean, nos evitará grandes arrepentimientos en el futuro. Cuando sabemos que hemos aprovechado al máximo nuestro tiempo, no tendremos de qué arrepentirnos.
2. No vivas pensando en lo que “debes” y “no debes” hacer. La familia, la pareja, los amigos y la sociedad en sentido general colocan sobre nuestros hombros muchas
expectativas. Los demás esperan que nos comportemos de cierta forma, que tomemos ciertas decisiones e incluso que nos sintamos de cierta manera. Sin embargo, dirigir nuestra vida intentando complacer a todos es la manera más segura de ser infelices.
En ocasiones nuestros deseos, sueños y decisiones no coincidirán con las expectativas de los demás. No pasa nada. No debemos sentirnos culpables por ello. Si somos felices, transmitiremos felicidad y haremos felices a quienes nos rodean. Y ese, es el verdadero fin de la vida, o al menos debería serlo. Y no necesitamos el permiso de nadie para ser felices o para que nos indique el camino porque cada senda debe ser diferente. Por eso, no limites tu vida a satisfacer las expectativas de los demás.
3. No hagas una tormenta en un vaso de agua. Tenemos un talento innato para la tragedia. Sin embargo, cada vez que ponemos en marcha nuestro pensamiento catastrofista nos hacemos daño. De hecho, es probable que en más de una ocasión, cuando hayas echado la vista atrás, te hayas dado cuenta de que te preocupaste sin razón o de que reaccionaste de manera exagerada, temiendo lo peor.
La vida normalmente se encarga de ponerlo todo en su lugar y nos enseña a asumir una perspectiva más realista y objetiva ante las situaciones. Sin embargo, si aprendemos a asumir esta actitud antes de cumplir los 80 años, nos ahorraremos muchísimos dolores de cabeza. Recuerda que cuando estamos inmersos en el problema, este siempre nos parece más grande, pero basta dar un paso fuera para ponerlo todo en perspectiva.
4. Enfrenta tus temores antes de que te consuman. Todos tenemos miedos, es normal y no hay que avergonzarse por ello. De hecho, el miedo es una emoción defensiva que nos alerta de que algo puede ser peligroso. Sin embargo, hay miedos que son paralizantes y nos impiden crecer. En esos casos, es necesario enfrentarlos y vencerlos.
En realidad, la mayoría de nuestros miedos son solo un producto de nuestra mente y de nuestras inseguridades. Refiriéndose a ello, un filósofo francés dijo: «El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo«. La buena noticia es que cada vez que vencemos un miedo ampliamos un poco nuestra zona de confort, crecemos como personas y alargamos nuestro horizonte.
5. Paso a paso se llega lejos. Cuando somos jóvenes queremos todo, y lo queremos inmediatamente. Nos planteamos objetivos y si no los conseguimos rápido nos sentimos decepcionados y nos damos por vencidos. En gran parte, esto se debe a los mensajes erróneos que transmite nuestra sociedad, en la que esperamos que nuestras ambiciones se materialicen como por arte de magia.
Sin embargo, filosofías tan antiguas como el
budismo nos enseñan que paso a paso se puede llegar muy lejos. La prisa casi nunca es buena consejera y las mejores cosas se logran teniendo paciencia y perseverando. Recuerda que a menudo no es la meta, sino el camino lo que cuenta. Por eso, a veces no importan los objetivos que hemos alcanzado sino la persona en la que nos hemos convertido mientras intentábamos lograrlos.
6. No postergues la felicidad. Alguien dijo que si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta. La felicidad, o al menos la felicidad cotidiana, no está en los grandes golpes de suerte sino en las pequeñas cosas. Por eso, el mayor error que podemos cometer es postergar nuestra felicidad hasta que logremos esa meta que tanto ansiamos, solo para darnos cuenta que al llegar, ya tendremos una meta nueva que consumirá nuestra energía.
No esperes a resolver los problemas para ser feliz porque otros surgirán y ocuparán su lugar. No pongas en pausa la felicidad porque es imposible poner en pausa la vida. Asume que cada día llega con cosas buenas y malas, pero que siempre es un regalo maravilloso que no deberías desperdiciar.
7. Aprecia todo, absolutamente todo, en la vida. Demasiado a menudo damos por descontadas muchas cosas, pensamos que siempre han estado ahí y que siempre estarán. ¡No es así! De hecho, a medida que envejecemos comenzamos a apreciar esas pequeñas cosas y comprendemos que todas y cada una de ellas son un inmenso regalo, incluyendo la salud, la vida y las personas que nos rodean.
Podemos aprender esta lección siendo aún jóvenes y experimentar
gratitud todos los días de nuestra vida, una sensación clave para sentirnos felices y satisfechos. Por eso, todos los días, asegúrate de dar gracias por algo, aunque sea pequeño. Muchas de las cosas que tienes no las pueden disfrutar otras personas, desde dar un simple paseo hasta ver los colores de una flor.
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