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Cierra los ojos e intenta recordar ese momento en el que una pieza musical te puso la piel de gallina. Es probable que en ese preciso instante también sintieras un escalofrío que se extendía por todo tu cuerpo, desde la cabeza y a lo largo de la columna vertebral.
Se estima que aproximadamente el 86% de las personas han experimentado esta sensación como respuesta a una canción, aunque también se conoce que hay quienes son más propensos que otros a reaccionar de esa manera. ¿Por qué?
Un rezago ancestral
Para comprender qué ocurre en nuestro cuerpo cuando se nos pone la piel de gallina, tenemos que remontarnos en el tiempo. De hecho, la explicación se encuentra en los mamíferos. Especialistas de la
Universidad Estatal de Utah explican que cuando los mamíferos sienten frío, los músculos alrededor de cada folículo de pelo se contraen, de manera que los pelos se ponen de punta. Así crean una capa aún más gruesa que les protege del frío y les ayuda a entrar en calor. Obviamente, con el paso del tiempo hemos perdido la mayor parte del pelo que cubría nuestro cuerpo, pero hemos mantenido ese mecanismo ancestral.
Universidad Estatal de Utah explican que cuando los mamíferos sienten frío, los músculos alrededor de cada folículo de pelo se contraen, de manera que los pelos se ponen de punta. Así crean una capa aún más gruesa que les protege del frío y les ayuda a entrar en calor. Obviamente, con el paso del tiempo hemos perdido la mayor parte del pelo que cubría nuestro cuerpo, pero hemos mantenido ese mecanismo ancestral.
Sin embargo, lo curioso es que este mecanismo no solo se activa como respuesta al frío, sino también cuando se libera adrenalina, una hormona vinculada con el estrés cuyos niveles aumentan cuando creemos que estamos en una situación de peligro. Si nos sentimos amenazados, asustados o excitados, la adrenalina prácticamente inunda nuestro sistema y hace que los pelos se pongan de punta, poniéndonos la piel de gallina.
El cerebro procesa la música de manera muy especial
La música es un estímulo muy especial porque incide directamente en las zonas más antiguas de nuestro cerebro, precisamente las que están vinculadas con las emociones más básicas. De hecho, neurocientíficos de la McGill University han podido comprobar que la amígdala responde de manera especial ante las piezas musicales.
Una melodía sombría y tenebrosa, por ejemplo, puede activar la respuesta de miedo de la amígdala, desencadenando las consecuentes reacciones fisiológicas, como si estuviéramos ante un peligro real. De hecho, se nos suele poner la piel de gallina cuando ocurre algo inesperado en la melodía, como la entrada de un nuevo instrumento, cuando hay un vaivén en las notas o cuando aumenta el volumen de la música. En algunos casos, ese elemento sorpresa es el responsable del escalofrío que nos recorre y de que se nos pongan los pelos de punta.
Sin embargo, una pieza musical conocida también puede ponernos la piel de gallina. Obviamente, en ese caso no se debe a la sorpresa sino al placer que experimentamos al escuchar la melodía. De hecho, se ha descubierto que la música también estimula la liberación de dopamina, la cual inunda el cuerpo estriado, una parte del cerebro vinculada con la recompensa, la motivación y la adicción.
Lo más curioso es que el nivel de dopamina aumenta justo unos segundos antes de que llegue la parte álgida de la melodía, lo cual significa que nuestro cerebro se está anticipando a lo que ocurrirá y lo disfruta por adelantado.
La personalidad y la sensibilidad también cuentan
Una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Carolina del Norte añade nuevas luces para comprender por qué se nos pone la piel de gallina al escuchar determinados temas musicales. Estos investigadores creen que más allá del mecanismo ancestral y fisiológico que se encuentra en la base, la explicación radica en nuestra personalidad.
Estos psicólogos crearon una lista de reproducción en la que incluyeron temas musicales que suelen producir ese escalofrío, como los primeros segundos de la canción “Making Love Out of Nothing At All” de Air Supply.
Después de completar unas pruebas de personalidad, los participantes fueron conectados a un equipo que medía su nivel de su excitación fisiológica a través de la piel, mientras escuchaban las canciones. Además, tenían que presionar un botón cada vez que experimentaran un escalofrío.
Los investigadores descubrieron que quienes mostraban las reacciones más intensas tenían ciertas características de personalidad en común. Eran personas más abiertas a la experiencia y a las nuevas ideas, más sensibles emocionalmente, a las que les gustaba apreciar la belleza y de mayor imaginación.
Estos psicólogos están convencidos de que no se trata simplemente de una respuesta visceral o de una emoción ante un estímulo desgarrador o hermoso, sino que ese estremecimiento también tiene una contraparte cognitiva ya que, al fin y al cabo, son nuestros pensamientos los que facilitan esa compenetración.
De hecho, estos investigadores creen que las personas que se emocionan con la música y muestran signos de activación fisiológica perciben el mundo de manera diferente y procesan los estímulos de forma distinta. Estas personas son más abiertas a la experiencia y son capaces de dejarse llevar y fluir con la música, por eso reaccionan de manera más intensa.
Fuentes:
Salimpoor, V. N. et. Al. (2011) Anatomically distinct dopamine release during anticipation and experience of peak emotion to music. Nature Neuroscience; 14: 257–262.
Nusbaum, e. C. & Silvia, P. (2011) Shivers and Timbres: Personality and the Experience of Chills From Music. Social Psychological and Personality Science; 2(2): 199-204.
McCrae, R. r. (2007) Aesthetic Chills as a Universal Marker of Openness to Experience. Motivation and Emotion; 31(1): 5–11.
Blood, A. J. & Zatorre, R. J. (2001) Intensely pleasurable responses to music correlate with activity in brain regions implicated in reward and emotion. PNAS; 98(20): 11818–11823.