A estas alturas, por fortuna, al menos una pequeña parte de la población mundial muestra ya claros síntomas de desafección ante la presión constante de los medios de comunicación que tratan de explicar el mundo a los ciudadanos de forma tendenciosa y partidaria, y todo ello aplicando generosas dosis de miedo e incertidumbre. Dicho en otros términos, mucha gente ya se ha dado cuenta de que una élite gobierna el planeta a su antojo a partir de algo tan simple como el control mental masivo, hecho que a lo largo de los tiempos se basó en poco más que las costumbres, la religión, la educación y las leyes. Todo esto funcionó y funcionó muy bien, durante milenios.
Sin embargo, en los dos últimos siglos ha sido necesario reforzar este control por medio de una presencia constante en nuestras vidas: los medios de comunicación. Primero fueron los periódicos, luego la radio, después la televisión y el cine y finalmente las últimas tecnologías y tendencias que vemos implantadas a través de Internet, los teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos. La metáfora del Gran Hermano que Orwell presentó como un hecho futuro ya se ha hecho realidad: estamos todo el día conectados a una realidad prefabricada y manipulada que inunda nuestras mentes con los mensajes adecuados para que todo se mantenga en orden, esto es, para que todo el mundo tenga un concepto común de lo que es “normal” y “deseable”.
Otro tema sería plantear la creciente expansión de los sistemas de control, identificación y seguimiento basados en las últimas tecnologías que tienden a convertirnos en puras máquinas biológicas que pueden monitorizarse a distancia. Por esto, no es de extrañar que desde las altas esferas se procure que seamos cada vez más dependientes de sistemas electrónicos, lo que al final culminaría con la “natural” implantación de un chip electrónico. Y, por supuesto, todo ello por nuestro bien y por nuestra seguridad.
Volviendo a los medios de comunicación, varios expertos e investigadores ya han aportado algunas pistas muy certeras sobre los mecanismos que los rigen, y han podido demostrar que están diseñados para obtener el control mental de la población y crear así unos estados de opinión determinados a través de la manipulación de la realidad. Lo que presento a continuación es un compendio de estos estudios sobre los medios, sobre todos centrados en ese Gran Hermano que entra en todas las casas: la televisión.
Empecemos por lo más obvio. Ni en países regidos por una dictadura ni en los que se denominan “democráticos” existe realmente una información general desinteresada y objetiva, tanto si hablamos de medios privados como públicos. En los países sometidos a un régimen dictatorial esto es más evidente, pero en los países de larga tradición liberal, esto cuesta más de ver, sobre todo porque hay diversas cadenas de radiodifusión, agencias de noticias o cabeceras editoriales, aparentemente de distinto signo ideológico o político y bajo el estupendo paraguas de la libertad de expresión. Además, para reforzar la idea de diversidad, existe la llamada prensa alternativa, que parece oponerse a los grandes monopolios de poder y comunicación. Sin embargo, esto sólo es una diferencia superficial e ilusoria, no hay ninguna prensa independiente, pues todos los medios están controlados directa o indirectamente por los mismos centros de poder u oligarquías (la gran banca internacional, grandes multinacionales, élites político-financieras, etc.), según han probado varios investigadores independientes. En resumidas cuentas, el flujo o control de la información, a escala mundial, está en muy pocas manos.
La televisión lanza mensajes destinados no a informar a la audiencia,
sino a adoctrinarla.
Por tanto, ¿puede el ciudadano acceder a cierta información, supuestamente veraz y contrastada? La respuesta es no. El ciudadano normal no tiene modo de acceder a la “verdad” de los acontecimientos, sino que accede a la fachada, a la pura propaganda, esto es, la versión filtrada y sesgada de la realidad (o sea, la mentira) que los gobernantes desean imponer. Veamos qué dijo al respecto el maestro de la propaganda política, el Dr. Josef Goebbels:
«Si dices una mentira lo suficientemente grande y la sigues repitiendo, la gente finalmente llegará a creerla. La mentira sólo puede mantenerse durante el tiempo que el Estado puede proteger a las personas de las consecuencias políticas, económicas y/o militares de la mentira. Así, resulta de vital importancia para el Estado utilizar todos sus poderes para reprimir la disidencia, porque la verdad es el enemigo mortal de la mentira y por extensión, la verdad es el mayor enemigo del Estado.»
Visto este ejemplo, uno podría pensar que la propaganda es propia de las tiranías, pero es obvio que todos los países difunden algún tipo de propaganda a la hora de movilizar a la ciudadanía hacia un determinado fin, sobre todo cuando es mucho lo que hay en juego. Sin salir de la Alemania nazi, cabe recordar también las palabras del jerarca Hermann Göring, que no admiten discusión por mucho que queramos condenar o matar al mensajero:
«Naturalmente la gente corriente no desea la guerra. Ni en Rusia, ni en Inglaterra ni en Alemania. Eso se entiende. Pero, después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y siempre es una simple cuestión de arrastrar a la gente tanto si es una democracia, como una dictadura fascista o un parlamento o una dictadura comunista. Con voz o sin ella, la gente siempre puede ser sometida al mandato de los líderes. Es fácil. Todo lo que hay que decirles es que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por exponer el país al peligro. Funciona igual en cualquier país.»
No hay que ser muy perspicaz para apreciar que este mecanismo descrito por Göring funcionaba –y sigue funcionando– gracias a la propaganda transmitida a través de los medios de comunicación. Por esta razón, incluso en los países supuestamente libres y democráticos, el concepto de prensa independiente se ha quedado en un mito, pues toda ella depende de poderes económicos y políticos que establecen cómo debe pensar y sentir el ciudadano, de tal modo que acepte y defienda el interés de los poderosos como si fuera suyo. Nuevamente es oportuno añadir una cita, en este caso una reflexión de John Swinton, un veterano periodista del New York Times, a sus compañeros de trabajo en el día de su jubilación:
«No hay tal cosa como libertad de prensa. Vosotros lo sabéis y yo lo sé. No hay uno de vosotros que se atreva a escribir sus opiniones honestas. El negocio del periodista es destruir la verdad, mentir, pervertir, vilipendiar […] y venderse a sí mismo, a su país, y a su raza, por su pan de cada día. Somos herramientas y vasallos de hombres ricos detrás de la escena.»
Evidentemente, los periodistas –en su gran mayoría– no son personas que intencionadamente practiquen la propaganda. Simplemente forman parte de una estructura que tiene unas reglas y unos métodos que deben respetar para poder ejercer su profesión. Por lo tanto, ellos se limitan a seguir el guión pautado, que es en definitiva la tarea de describir “objetivamente” una cierta visión del mundo, que ya viene “empaquetada” y que no puede cuestionarse en absoluto. Así pues, no sólo se trata de que los medios tergiversen o presenten los hechos de una manera parcial, sino que la propia realidad ya ha sido preparada para que una supuesta narración objetiva derive en el resultado deseado. No obstante, para ser justos, hay que señalar que unos pocos profesionales han sido capaces de superar con audacia este marco y han tratado de explorar y explicar el mundo que se encuentra tras la fachada. Algunos lo han pagado con la marginación y otros incluso con la vida.
Pero yendo un paso más allá, podemos ver que los medios de comunicación y muy en particular la televisión, cumplen otra inestimable labor de control que podríamos denominar “idiotización social”, que no es más que el resultado de aplicar una droga mental que tiende a uniformizar, distraer y atontar a la población en general. Esto se ha logrado colocando un televisor (o más de uno) en cada casa, ocupando los espacios de ocio y descanso de las familias, desde los niños más pequeños a los abuelos. De este modo, la televisión se ha convertido en la ventana del Gran Hermano, con su innegable poder de abducir, embobar e hipnotizar al espectador mediante la imagen y el sonido, ofreciendo todo tipo de estímulos para casi todos los gustos y edades. Con todo, hemos de admitir que al menos en parte este papel hipnotizador ya está siendo sustituido por Internet, los videojuegos, los dispositivos electrónicos, etc. que han aportado no sólo un cambio de formato, sino también de concepto, al introducir un fuerte componente interactivo.
La televisión procura el entretenimiento “para todos los públicos”
Dejando a un lado la faceta informativa, el resto de la programación –la que debe “formar y entretener”– que puede verse en todos los países tiene unas marcadas características de agente estupefaciente (esta palabra quiere decir literalmente “hacer estúpido”). Veamos cómo funciona.
En primer lugar, lo más evidente es el efecto evasión, pues los programas de televisión buscan intencionadamente distraer a los ciudadanos de los problemas de fondo y de sus inquietudes más profundas. Para ello, se les bombardea con espacios bálsamo de entretenimiento más o menos banal, que va desde las películas o series de ficción hasta los programas de diversión más superficiales como los magazines, los concursos, los deportes (San Fútbol y otros santos afines), etc. Incluso en los informativos cada vez ha ido aumentado más el número de noticias o sucesos del todo irrelevantes o anecdóticos, que son más bien puro entretenimiento. En todo caso, el objetivo es llegar a la mente del máximo de espectadores y no dejarles tiempo para pensar o reflexionar. Actualmente en la mayoría de países existe un gran abanico de cadenas generalistas y de canales especializados que emiten las 24 horas ininterrumpidamente. Así, si alguien quiere estar conectado a su distracción particular, puede hacerlo sin ningún problema, de forma gratuita o con un coste reducido (y nos quieren hacer creer que nuestra máxima satisfacción en este mundo es poder ver cómodamente en casa la Champions League y la Liga por un módico precio…). Por otro lado, para guardar las formas, se procura incluir una programación más culta con documentales de varias temáticas, los cuales, por cierto, sólo representan la versión de la ciencia oficial y no otra.
En segundo lugar tenemos el triunfo de la mediocridad. Hoy en día, vemos en todas las cadenas una tendencia general a la mediocridad, a la vulgaridad y a una cierta infantilización de la audiencia. Y lo que es más, culminado esta vulgaridad, en los últimos tiempos se ha venido explotando el efecto morbo de una manera escandalosa en espacios de muy dudosa ética, casi siempre centrados en el mundo rosa y el famoseo. Este campo es especialmente perverso debido a la creación de modelos o estereotipos sociales de ciertos triunfadores caracterizados por su avidez por el dinero, la belleza, el éxito fácil, la ignorancia, la desfachatez, la provocación, etc. Todo el mundo tiene en mente de qué tipo de personajes se trata… Pero tampoco debemos olvidar que los propios informativos no han dudado en recurrir al morbo en escándalos de todo tipo, grandes desastres, tensiones sociales, sucesos luctuosos o escabrosos, etc. para crear su propio impacto emocional y distractor. Todo este fenómeno es lo que ha venido llamarse “telebasura”, que de alguna manera se ha exportado a Internet y a las redes sociales.
En suma, los medios de comunicación, en sus múltiples formatos, actúan como una verdadera droga colectiva, a fin de presentar a la audiencia una realidad distorsionada (por no decir falsa) que mate dos pájaros de un tiro: por una parte, que permita el control mental de la población orientando sus opiniones y actitudes sociales, políticas o ideológicas hacia los comportamientos deseados, y por otra parte que actúa como relajante o sedante según las situaciones, esto es, para provocar un estado de evasión ante una realidad más bien gris. Enormemente simple, pero muy efectivo.
Finalmente, me gustaría terminar con unas palabras muy directas y contundentes del lingüista Noam Chomsky sobre el poder y la influencia de los medios de comunicación o, más concretamente, sobre su razón de ser. No son afirmaciones agradables ni fáciles de digerir pero constituyen un juicio bastante afinado acerca de lo que se esconde detrás de las apariencias:
«En estas circunstancias [problemas sanitarios, delincuencia, marginación, desahucios, desempleo, etc.] hay que desviar la atención del rebaño ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. Acaso entretenerles con la final de Copa o los culebrones no sea suficiente y haya que avivar en él el miedo a los enemigos. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso, ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.»
¿Qué todo esto es palabrería? Querido amigo o amiga, haga el favor de encender (o prender) el televisor y vea las noticias de los informativos. Luego me lo cuenta.
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Xavier Bartlett – Licenciado en Prehistoria e Hª Antigua por la Universidad de Barcelona
LA CAJA DE PANDORA