Archivo por días: abril 11, 2010

El misterio del Palacio de Justicia de Las Palmas


Nos remontamos en esta ocasión a uno de los lugares mas emblemáticos de la isla de Gran Canaria no sólo por el uso que se hace de él, sino también por su edad y acontecimientos que atesora en su interior; éste edificio no es otro que el Palacio de Justicia de Las Palmas de Gran Canaria.
Este antiguo edificio, situado en el barrio de Vegueta, en la capital grancanaria, es un inmueble de relativa nueva construcción, aunque sus cimientos fueron erigidos sobre un antiguo convento agustino. En su ala lateral posee una gran torre que une a dicho edificio con la iglesia de San Agustín, adyacente al palacio de justicia, aunque dicha torre pertenece al ministerio de justicia; y es en ésta torre donde suceden la mayoría de los acontecimientos que relatamos a continuación.

Según cuentan diversos testimonios, tanto de empleados del interior como de personas que esporádicamente han frecuentado el lugar, en su interior suceden una serie de manifestaciones de índole paranormal, que como relatan dichas personas van desde el movimiento de pesados muebles, al encendido y apagado de las luces del edificio, pasando por ruidos, voces y cánticos de procedencia desconocida.
Estos fenómenos llevan aconteciendo durante mas de 20 años en el palacio de la justicia, y a lo largo de los años son diversos los comentarios que han visto luz en la prensa local de labios de los funcionarios que trabajan en su interior, como «escuchar pasos, risas, luces que se encienden solas al paso de las personas, o incluso cánticos, a lo que el personal de vigilancia acude para comprobar posteriormente que no hay nadie en dicho lugar. Además de contemplar los funcionarios que ahí trabajan como se rodaban muebles o máquinas; y, en ocasiones en ciertas habitaciones, sienten como una energía que les observa, aunque nunca han visto nada mas allá de sombras en las paredes, que si bien son algo que les sobresalta, nunca le han visto ua silueta determinante o extraña como para sentenciarla como algo explícitamente paranormal».

El cuerpo de seguridad del lugar también vierte cierta veracidad al efecto de escuchar voces, ruidos y sonidos extraños, aunque se muestran algo mas reticentes en la creencia de algo fuera de lo meramente empírico a ciencia cierta, y tachan dichos acontecimientos con total seguridad a que pueden ser ruidos normales, bien por animales en el patio interior, o bien por el crujir de la madera del lugar.´Éste último dato es bastante curioso, ya que como se puede comprobar in situ en el palacio y varias personas lo han afirmado así, el edificio carece de cualquier estructura de madera, por lo que el origen de los crujidos de dicho material a partir de su estructura son meramente imposibles.
Es en este lugar donde ciertos testimonios se contradicen, los funcionarios de justicia de su interior, así como diversos testigos ocasionales afirman de movimientos, ruidos, risas y cánticos en su interior, a lo que el cuerpo de seguridad responde que nunca han presenciado nada a lo que no le pudieran dar una explicación lógica, aunque no desmienten que sean testigos de sonidos de procedencia incierta.

Y es en el origen de este lugar donde muchos orientan la explicación a los misterios que esconden sus frías paredes en un silencio sepulcral, ya que, como mencionábamos al comienzo de este artículo, el palacio de justicia fue construido sobre los cimientos de un antiguo convento agustino, lo que daría cierta explicación a los fenómenos de cánticos y diversos sonidos que algunos testigos coinciden que sucede en su interior, siendo las almas en pena de los agustinos muertos en dicho convento los protagonistas de esas fúnebres manifestaciones.
A pesar de que, en la actualidad, no se conoce a ciencia cierta el porqué de dichos fenómenos, lo que sí es cierto es que, bajo el techo del palacio de justicia grancanario se esconde un secreto que espera ser descubierto algún día.

El manuscrito Voynich

 

«En ese temible volumen yace el misterio de los misterios».
Sir Walter Scott

 

Días pasados, en una lista de correos, mi querida amiga y autora de sabrosos relatos de ciencia ficción, fantasía y horror Olga Appiani de Linares comentó una noticia acerca del Manuscrito Voynich, un antiguo conocido de los ocultistas, nigromantes y creyentes en seudociencias. Le agradecí el comentario, expresándole que hacía muchos años que no escuchaba nuevas sobre el tal manuscrito, que jamás ha podido ser descifrado. Ella, a su vez, se sorprendió de que yo lo conociera.

 


El Manuscrito Voynich

 

Pocos días más tarde, una noticia en Scientific American llamó mi atención: un psicólogo norteamericano —que no un lingüista, y esto es lo que más me asombró— había estado trabajando sobre el libro, hallando interesantes descubrimientos sobre él que muy bien podrían aplicarse en otros campos.

 

Pero comencemos por el principio.

 

El emperador estaba contento: su hijo había nacido. Maximiliano II y su esposa María, hija a su vez del emperador Carlos V, habían concebido y dado a luz a un pequeño que, andando el tiempo, estaba destinado a su vez a ocupar el serenísimo trono del Sacro Imperio Romano. Corría el mes de julio de 1552 en Viena.

 

De carácter cultivado y curioso, el niño evidenció desde siempre una personalidad similar a la de su tío, Felipe II de España. En aquel país peninsular el pequeño Rodolfo recibió una educación completa y de gran profundidad.

 

En 1572 Rodolfo fue coronado rey de Hungría, más tarde subió al trono de Bohemia, y en 1575 fue nombrado rey de Alemania. Por último, en 1576, a la muerte de su padre, fue coronado Emperador romano con el nombre de Rodolfo II.

 


Detallada foto que muestra la caligrafía del libro

 

El reinado de Rodolfo II es importante en la historia y en la ciencia por varios motivos, tanto encomiosos como negativos. Se lo recuerda, por ejemplo, como el soberano que no supo impedir las guerras religiosas y a quien se le fue de las manos el conflicto que culminaría conociéndose como Guerra de los Treinta Años.

 

Inversamente, la ciencia lo recuerda con respeto y agradecimiento, ya que fue este soberano quien ejerció el mecenazgo sobre Tycho Brahe y Johannes Kepler, y todos los historiadores de la ciencia están de acuerdo en que ninguno de ellos hubiese logrado lo que logró sin el apoyo político y económico de Rodolfo II.

 

Con una larga historia hereditaria de demencia y antecedentes de depresión y tendencia a la excentricidad, la salud del monarca fue decayendo sensiblemente hasta morir, casi loco y totalmente recluido en su palacio de Praga, en enero de 1612.

 


El mago y ocultista John Dee

 

Durante toda su vida, Rodolfo II se interesó por la magia, la alquimia, la brujería y los objetos y libros extraños. Su mansión de Praga se convirtió en el centro de reunión no sólo de astrónomos y científicos serios como Tycho y Kepler, sino también de religiosos como Giordano Bruno (luego quemado por hereje), magos negros como John Dee y mistificadores, aventureros y falsarios como Edward Kelley.

 

Rodolfo tenía una enorme habitación, la Kunstkammer, llena de libros y manuscritos de magia y alquimia, y abrazó la astrología como pasión y pasatiempo.

 

Se dice que la colección de textos que reunió sobre esos temas era soberbia, y aquí entra el Sacro Emperador en nuestra historia del Manuscrito Voynich.

 

El hombre por cuyo apellido iba a conocerse todo este asunto para la posteridad nació mucho después, el 31 de octubre de 1865 (algunos biógrafos dicen 1863) en Kaunas, Lituania, bajo el complicado nombre de Wilfryd Michal Habdank-Wojnicz. «Habdank» es el nombre de un clan heráldico polaco, ascendencia que nuestro héroe compartía, pero, dada la dificultad de la gente para pronunciarlo, pronto lo abandonó.

 


Wylfrid Voynich

Químico y farmacéutico, estudió en las Universidades de Varsovia y San Petersburgo, doctorándose en su especialidad por la Universidad de Moscú. Acosado por problemas políticos fue encarcelado, y en 1885 fue deportado a Siberia. Wilfryd soportó este suplicio durante cinco años, hasta fugar de su presidio en 1890. Wojnicz huyó a Alemania y se escondió en Hamburgo porque sabía que el largo brazo de la policía política del Zar era muy capaz de alcanzarlo también allí. «Sucio, hambriento y miserable», según sus propias palabras, el científico comprendió que si se quedaba en Hamburgo sería capturado nuevamente… o algo peor. De manera que vendió su abrigo y sus anteojos para, con la mísera suma que le dieron por ellos, comprar un pasaje de tercera clase en un barco de carga que transportaba fruta a Londres, un arenque ahumado y un pedazo de pan para acallar su hambre.

 

 


Una página de gran belleza

 

En Londres, Wojnicz se casó con una correligionaria irlandesa, que era nada menos que la quinta hija del matemático y filósofo George Boole (todos los que trabajamos en informática conocemos y hemos estudiado el Álgebra Booleana), Ethel, y ambos pasaron su tiempo escribiendo y enviando a Rusia literatura revolucionaria y traduciendo al inglés las obras de Marx y Engels.

 

Wojnicz (que a esta alturas había anglicanizado su nombre y ya firmaba «Voynich»), comenzó a interesarse por los libros, manuscritos y catálogos antiguos. En esta tarea prosperó, y pronto estableció un importante comercio de libros raros en Soho Square N° 1, Londres, a donde acudían todos los coleccionistas deseosos de adquirir un ejemplar largamente soñado.

 

En 1914, Voynich se mudó a Nueva York, donde continuó con su oficio de librero especializado en textos raros, y allí se quedó hasta su muerte, ocurrida en 1930 (o en 1931, según algunos biógrafos).

 

 


Una página del manuscrito

 

En 1912, Voynich viajó a Italia por segunda vez: ya había estado en ese país en 1898. En ese segundo viaje, totalmente dedicado a la adquisición de volúmenes antiguos para su negocio, recaló en la biblioteca del Colegio Jesuita de Villa Mondragone en Frascati, una población cercana a Roma.

 

Revisando un arcón que contenía los libros que los curas deseaban vender, le llamó la atención un volumen en cuarto escrito en unos extraños caracteres que Voynich no pudo identificar.

 

Pasando las hojas del manuscrito, observó que la mayoría de ellas estaban ilustradas con dibujos de diversas plantas, estrellas y figuras humanas, ninfas o mujeres desnudas.

 

Para colmo de las sorpresas, entre las páginas del libro Voynich halló una antigua carta en latín, fechada en 1666.

 


Página 43

 

Los sacerdotes se mostraron de acuerdo en vender a Voynich el manuscrito y su carta, y éste los llevó a su negocio londinense. Confundido por los extraños símbolos que cubrían las páginas, Voynich fotografió cada una de ellas por el anverso y el reverso (son en total 246), y envió las copias a los más reputados lingüistas de su tiempo: ninguno de ellos fue capaz de identificar la lengua, como tampoco el juego de caracteres con el que el libro está escrito. Era sólo el comienzo de una de las historias más increíbles y uno de los enigmas más sorprendentes de la historia de la ciencia humana.

 

El Manuscrito Voynich es bastante pequeño: sus páginas miden apenas 15 por 22 cm. Sus páginas son de vitela, una especie de pergamino hecho de cuero de cordero muy trabajado y fino, y todo el libro ha sido escrito por la misma mano. Contiene más de 40.000 palabras y la mayoría de las páginas incluye ilustraciones. Solamente 33 de sus páginas son sólo texto.

 

No tiene título, fecha ni indicación del autor. No está tampoco dividido en secciones ni capítulos pero, en base a la naturaleza de las ilustraciones, los expertos lo han dividido tentativamente en cinco partes, denominadas Herborística, Astronómica, Biológica, Farmacéutica y Recetario. Insistimos en que esta división puede ser totalmente errónea, por el hecho de que, desde el momento en que no se comprenden los textos, está basada exclusivamente en las ilustraciones. Muy bien la sección de astronomía pudiera tratar sobre historia de la hidráulica y la de herboristería contar una novela burlesca.

 


La página 86 no contiene ilustraciones

 

La sección herborística ocupa más o menos la mitad del manuscrito (unas 130 páginas). En cada página hay normalmente el dibujo de una planta, acompañada de una breve ¿descripción? de la misma. En algunos pocos casos se describen dos ejemplares en una misma página. Las ilustraciones, por supuesto, llevan casi un siglo sometidas al análisis de los botánicos y biólogos. La previsible pero no menos sorprendente conclusión es que la inmensa mayoría de ellas corresponde a plantas que no existen ni han existido nunca, o, dicho en otras palabras, a especies que no pueden ser identificadas por ningún botánico del mundo.

 

Esta norma, por cierto, tiene unas pocas excepciones: por ejemplo, la hoja dibujada en la página 42 vuelta pertenece a Rumex acetosa, una hortaliza que se come como hoja verde en ensalada. Se trata de la conocida «acedera», de sabor ligeramente amargo (de allí su nombre latino). Junto al dibujo de la acedera puede verse, en la misma página, una imagen más pequeña de una hoja perteneciente a una especie del género Oxalis Linneo. Lo único que ambas plantas tienen en común es el gusto amargo debido a que ambas contienen ácido oxálico, que en grandes dosis es sumamente tóxico. ¿Por qué figuran en el libro? Misterio.

 

En la página 100 hay un dibujo de una planta que, dado el parecido, ha sido identificada por el botánico O´Neill como Botrychium lunaria Swartz. Su nombre común es «lunaria menor», y desde antiguo se la conoce como astringente y antidiarreica. También se la menciona en el Dioscórides, un célebre tratado de herboristería, como buena para la fertilidad de las vacas: «Así la pacen, se van derecho al toro».

 

En la sección «astronómica» encontramos dibujos de soles, de lunas y de estrellas, y algunas páginas muestran también símbolos astrológicos.

 


Una página del «recetario» del manuscrito

 

La sección biológica muestra enormes cantidades de dibujos de mujeres desnudas, casi todas bañándose en cisternas o piletas interconectadas por lo que parecen ser complejas instalaciones de plomería, con caños, sifones, derivaciones, etc. Una interpretación bastante lógica estima que estas conducciones de agua representan, en sentido figurado, a los vasos sanguíneos, el sistema cardiocirculatorio, el aparato digestivo y los órganos reproductivos.

 

La parte «farmacéutica» continúa con los dibujos de plantas y se ven numerosos frascos con etiquetas. Por último, la sección llamada Recetario consiste en breves párrafos, cada uno indicado con una estrella en el margen izquierdo, tal como nosotros destacamos párrafos con asteriscos (*) o viñetas (u ,l ,ª , etc.).

 

 

Muy clara es la semejanza del Manuscrito Voynich con un manual medieval de alquimia o magia: a pesar de que el idioma y los caracteres son desconocidos, muchas de las ilustraciones están relacionadas con símbolos y encantamientos utilizados en textos alquímicos perfectamente estudiados. Un manuscrito bizantino del siglo IX contiene un dibujo de una ninfa en el interior de un círculo con signos del zodíaco que es prácticamente idéntico a una imagen del Voynich, incluyendo la postura de la figura femenina (a pesar de que el otro texto ha sido realizado con una técnica, unas herramientas y materiales completamente diferentes del Voynich).

 


Extraordinario círculo astrológico. El animal del centro parece unSmilodon, el famoso Tigre Dientes de Sable, desconocido en tiempos del manuscrito

 

La fecha de composición del manuscrito es también bastante fácil de establecer. Ciertos aspectos de los caracteres definen a la caligrafía utilizada como «cursiva humanista», un estilo de escritura que estuvo en boga en Europa durante un par de décadas del siglo XV. Por añadidura, el estilo de los peinados que llevan las figuras femeninas es exactamente el de los que se utilizaron entre 1480 y 1520. No hay duda al respecto.

 

Pero aún no hemos hablado del significado de los textos, es decir, sabiendo bastante acerca del manuscrito, no hemos entrado aún en el campo más trascendente de su estudio: ¿qué significa?

 

Como hemos apuntado, al momento de ser redescubierto por Voynich en 1912, el extraño libro guardaba entre sus páginas una carta. Sin embargo, no es la primera que se escribió sobre el Manuscrito. Hubo otras tres, y, curiosamente, las cuatro estaban dirigidas al mismo hombre: Athanasius Kircher. Conservamos tres de ellas.

 


Una esfera celeste con un sol y constelaciones desconocidas

 

El destinatario de tanta preocupación nació en Ulster, Alemania, el 2 de mayo de 1601 (ó 1602), y toda la bibliografía referida a él lo reputa como el hombre más ilustrado de su tiempo.

 

Era hijo del filósofo Johannes Kircher, que además recibió un doctorado en teología por la Universidad de Mainz. Johannes hizo que sus seis hijos (tres varones y tres mujeres) ingresaran todos en diversas órdenes religiosas, porque la familia era demasiado pobre como para costearles los estudios.

 

Científico, matemático e inventor, Kircher desarrolló un instrumento para medir el campo magnético terrestre (considérese la época de la que hablamos), un eficiente anemómetro, y diversos tipos de relojes solares. Fue astrónomo, geógrafo, sismólogo y vulcanólogo, y lingüista experto en idiomas orientales. Tanto, que fue el primero en traducir el texto alquímico La Tabla Esmeralda del árabe al latín. Fue experto en antigüedades egipcias y reputado descifrador de jeroglíficos, disciplinas ambas sobre las que escribió varios libros.

 

A los 16 años, Athanasius ingresó en el seminario jesuita, y en 1628 fue ordenado sacerdote en de la Compañía de Jesús. Fue dentro de su orden que aprendió griego y hebreo a la perfección. Estudió luego, en otro colegio jesuita, humanidades, ciencias naturales y matemática, complementándolas con filosofía en Colonia. En 1623, en Koblenz, enseñó griego, mientras que alcanzó lo que hoy llamaríamos un posgrado en lenguas en Heiligenstadt. Al tiempo de ordenarse sacerdote, había recibido ya su doctorado en teología.

 


Athanasius Kircher

Fue el primer lingüista en comprender que el copto era una lengua derivada del egipcio antiguo, y fue comisionado por el Papa para traducir los textos de un obelisco egipcio que se llevó a Roma. Tras el éxito en esta tarea, el pontífice lo colmó de ricos presentes y atenciones como premio. Hallada la Piedra de Rosetta varios siglos más tarde, y traducida la lengua egipcia por Jean-Francois Champollion, sabemos hoy que la traducción de Kircher estaba completamente errada, pero en su tiempo, su reputación de lingüista y orientalista llegaba al punto de llamarlo universalmente «el hombre capaz de leer cualquier texto».

 

Kircher murió en 1680 en París, luego de haber pasado la mayor parte de su vida convertido en una especie de superestrella o celebridad científica internacional en numerosas ramas de la ciencia, pero especialmente en la lingüística y la filosofía.

 

Es a causa de ello que uno de los primeros propietarios del Manuscrito Voynich, Georg Baresch, pensó en Kircher como el único hombre capaz de interpretar sus extraños caracteres. Así, Baresch le escribió una carta en 1637, en la que le pedía estudiara el texto y tratara de hallar una solución al problema. Esta primera carta se ha perdido, y no parece que Kircher le haya dado mucha importancia, porque tampoco se halla una respuesta.

 

Aún esperanzado, Baresch volvió a escribir al erudito dos años más tarde. Esta segunda carta —que sí se conserva— reitera el pedido de que Kircher se ocupe del manuscrito, aprovechando el viaje de algunos religiosos amigos de Baresch desde Praga (donde estaba Baresch) hacia Roma (donde estaba Kircher). La carta está actualmente en los Archivos de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en el armario APUG 557, folio 353.

 

La carta fue primeramente traducida al inglés por M.J. Gorman, del Museo e Instituto de Historia de la Ciencia de Florencia, Italia, así como al italiano por la profesora R. Mugellesi del Instituto de Filología Clásica de Pisa. Según René Zandbergen y su colaborador Mark Sullivan, la versión inglesa se corresponde exactamente con la italiana y la latina. La traducción castellana que aquí se expone me pertenece, así como los comentarios entre paréntesis.

 

Dice en su parte relevante: «En ocasión de la partida hacia Italia y Roma de cierto religioso, obtuve permiso de él para llevar a Usted esta carta, con la cual quisiera recordarle cierto escrito que le envié desde Praga a través del Reverendo Moretto, de la Compañía de Jesús. La razón de haberle enviado esos escritos es la siguiente: Después de la publicación del Prodromus Copti (un célebre libro de Kircher sobre la lengua egipcia), Su Reverencia se hizo famoso en todo el mundo, y en ese libro Usted solicitó ayuda para encontrar material adicional para otro libro que pensaba publicar», de lo que se desprende que Baresch parece creer que el libro está escrito en copto o en jeroglíficos egipcios.

 

Más adelante pone: «Por lo tanto he decidido repetirle este pedido. Moretto me ha dicho que llegó felizmente a Roma, de lo que me complazco, y más complacido estaré cuando el contenido del libro mencionado nos sea revelado gracias a Su Reverencia, de modo que las buenas gentes puedan compartir los buenos conocimientos que hay en él. De los dibujos de hierbas, de enorme número dentro del Códex, de varias imágenes y estrellas y de otras cosas que aparentan ser secretos de la química, he conjeturado que todo él es de naturaleza médica».

 

Luego de rogar varias veces más a Kircher que libere los portentosos secretos científicos enterrados en los pliegos del manuscrito, Baresch se despide y firma: «Pragae A[nn]o [Domini] 1639. 27 die Aprilis, quo olim Romam, in Universitate Sapientiae Romanae, Predicae Sapientiae operam daturus, apprili A[nn]o [Domini] 1605. V[estr]ae R[everen]dae Paternit[ate], Ad obsequia, P[er]oratissimus, M. Georgius Baresch» («En Praga, a los 27 días de abril de 1639, en el mismo día en que, en abril de 1605, comencé mis estudios en la Universidad de La Sabiduría de Roma»).

 

La pertinacia de Baresch, al parecer, no tuvo éxito.

 

Hemos dicho que dentro del libro en sí, Voynich encontró una carta. La misma, por cierto, también está dirigida a Kircher y está fechada en 1666 (aunque algunos estudiosos leen la fecha como 1665).

 

Como sea, el autor de la misiva es Johannes Marcus Marci de Cronland, rector de la Universidad de Praga. Sabemos (porque se conserva) que Marci también había escrito una carta anterior a Kircher sobre el mismo asunto, cuyo original puede encontrarse asimismo en los Archivos Gregorianos, armario APUG 557, folio 127.

 


Johannes Marci de Cronland, autor de la carta hallada en el libro

 

Tantas cartas al mismo hombre sobre el mismo tema nos llevan a conjeturar que Kircher era perfectamente consciente de que no podía ni podría descifrar el manuscrito y que, siendo una celebridad científica y lingüística mundialmente respetada, tenía vergüenza de responder a sus corresponsales diciéndoles que el asunto superaba su conocimiento. En consecuencia, hizo lo único que podía hacer sin sacrificar su orgullo: guardó silencio y jamás le contestó a nadie.

 

Pero la segunda carta de Marci, la que Voynich encontró dentro del Manuscrito, es especial porque aporta, por primera vez, elementos internos de la historia del libro e, incluso, ensaya una hipótesis acerca del autor de la extraordinaria obra. El original se encuentra en la Biblioteca Beinecke, está escrito en un latín muy culto y ha sido traducido al inglés por John Tiltman. En esa versión he basado mi traducción castellana. La carta (conocida en los ambientes académicos como «Carta Marci») comienza con las palabras: «Reuerende et Eximie Domine in Christo Pater. Librum hunc ab amico singulari mihi testamento relictum, mox eundem tibi amicissime Athanisi ubi primum possidere coepi, animo destinaui: siquidem persuasum habui a nullo nisi abs te legi posse» («Reverendo y distinguido Maestro, Padre en Cristo: este libro, que heredé de un íntimo amigo, estuvo destinado a ti desde que llegó a mis manos, mi muy querido Athanasius, porque estoy convencido de que nadie más que tú será capaz de leerlo»).

 

Vana esperanza la de Marci, a juzgar por los resultados.

 

Marci continúa diciendo: «El propietario anterior de este libro (a quien, aunque Marci no nombra, nosotros ya conocemos: se trata de Georg Baresch) pidió una vez tu opinión por carta (error: la pidió dos veces, sin obtener respuesta), copiando y enviándote un extracto del libro, del cual pensaba que serías capaz de leer el resto, pero en ese momento no quiso enviarte el libro en sí».

 

Dos párrafos más abajo, Marci revela a Kircher algunos datos trascendentales. Dice textualmente: «Retulit mihi D. Doctor Raphael Ferdinandi tertij Regis tum Boemiae in lingua boemica instructor dictum librum fuisse Rudolphi Imperatoris, pro quo ipse latori qui librum attulisset 600 ducatos praesentarit, authorem uero ipsum putabat esse Rogerium Bacconem Anglum». Traduzco: «El profesor de lengua bohemia de Fernando III, entonces rey de Bohemia, el Señor Doctor Rafael, me ha contado que el antedicho libro perteneció al Emperador Rodolfo (se refiere a nuestro ya conocido Rodolfo II de Bohemia), que pagó por el libro a su poseedor la cantidad de 600 ducados. Él (no está muy claro si se refiere a Rodolfo, al desconocido que se lo vendió, al tal Rafael o a Baresch) creía que el autor era el inglés Roger Bacon».

 


Página 78 vuelta

 

Concluye despidiéndose: «Reuerentiae Vestrae. Ad Obsequia. Joannes Marcus Marci a Cronland. Pragae 19 Augusti AD 1666 (¿1665?)». «A las órdenes de Su Reverencia, Johannes Marcus Marci de Cronland. En Praga, a 19 de agosto del Año del Señor de 1666 (ó 1665, según otros)». Todos los comentarios entre paréntesis son míos.

 

La carta Marci es la pieza de información que enlaza, entonces, al Manuscrito Voynich con Rodolfo II, introduciendo además en el ya de por sí complicado asunto al sacerdote franciscano del siglo XIII, monje, matemático, filósofo y alquimista inglés Roger Bacon.

 

Y tiene sentido, porque fue Bacon quien permanentemente preconizaba en sus trabajos que los conocimientos científicos no estaban destinados al público en general, sino que los sabios harían muy bien en publicar los libros en códigos cifrados. La carta de Baresch dice algo parecido, aunque sin mencionar el nombre de Bacon.

 


El franciscano Roger Bacon

 

Roger Bacon nació en Ilchester, Somerset, Inglaterra, en 1214, y murió en Oxford en 1292. Sus padres, terratenientes venidos a menos, deben haber tenido un afán de progreso inédito para la época, ya que dos de sus hijos llegaron a ser académicos y uno, Roger, conocido universalmente hasta hoy.

 


Frasco de medicinas con una raíz parecida a la mandrágora

 

Roger estudió matemática y latín con el párroco de su aldea antes de trasladarse a Oxford para presentarse en la Universidad, porque sabía que allí toda la enseñanza se impartía en latín. Bacon se convirtió en estudiante universitario a la edad de trece años, y se destacó en gramática, lógica, retórica, geometría, aritmética, música y astronomía. Pronto fue convocado a enseñar en Oxford, y siguió como profesor allí hasta 1241. El joven Bacon llegó a ser en la mayor autoridad sobre Aristóteles, y, cuando fue llamado para enseñar en la Universidad de París, introdujo la aristotélica como ciencia central dando incansables (e interminables) clases que comenzaban a las 6 de la mañana y dejaban a sus estudiantes extenuados. Tan ducho en meteorología, botánica, ciencias naturales y medicina como en teología y filosofía, alargaríamos innecesariamente este artículo si citáramos todas las obras y logros de Bacon desde entonces hasta su muerte a los 78 años de edad.

 

Baste decir que muy bien pudo haber sido el autor del Voynich, pero que la opinión del corresponsal antiguo no se condice con nuestras modernas teorías acerca de la fecha del libro. Hasta donde sabemos, Bacon vivió más de dos siglos antes de la aparente composición del Manuscrito Voynich.

 

La historia posterior del manuscrito es también sorprendente.

 

Desde que Rodolfo II se lo cedió (¿vendió?) a Baresch y desde que éste se lo heredó a Marci, perdemos su rastro durante la friolera de 246 años, hasta que Voynich lo redescubre en el monasterio jesuita. ¿Cómo llegó el manuscrito hasta allí? Es probable que nunca lo sepamos.

 

Una vez en Londres, el manuscrito permaneció en manos de Voynich hasta la muerte del librero.

 

Ethel Boole Voynich, su viuda, aparentemente lo vendió. Esto resulta extraño, porque la fecha que se maneja es 1961, pocos meses antes del fallecimiento de la dama. Si el matrimonio había conservado celosamente el documento durante casi medio siglo ¿qué sentido puede tener venderlo poco antes de morir? Se trata de otro de los misterios inexplicables en la incomprensible historia del libro.

 

Como sea, el Manuscrito Voynich aparece posteriormente en manos del experto en libros antiguos H.P Kraus, de nacionalidad norteamericana. Kraus manifestó haber pagado por él a Ethel Voynich la suma de 24.500 dólares, con la intención de revenderlo por una cantidad superior.

 

Tasó el volumen en 160.000 dólares y lo puso efectivamente en venta, pero durante 8 años de esfuerzos fracasó en su empeño. Jamás logró encontrar un comprador interesado.

 

Descontando el fallido —y acaso ni siquiera intentado— esfuerzo de Kircher y las fotos que Voynich envió a los especialistas de principios del siglo XX, fácil es imaginar que los esfuerzos por develar la incógnita del contenido del manuscrito no cesaron.

 


Detalle de los desnudos femeninos

 

El primer intento serio de decodificarlo llegó en 1921, de la mano del Profesor Newbold de la Universidad de Pennsylvania. Newbold observó que en cada caracter había unos trazos misteriosos, tan pequeños que sólo podían ser vistos con lupas muy potentes. Creyó identificar esos trazos como caracteres griegos, y concluyó que había un subtexto griego oculto por los caracteres desconocidos. Por razones no muy bien aclaradas, Newbold afirmó que el texto griego microscópico era el verdadero contenido del Manuscrito Voynich, que databa del siglo XIII y que su autor era Roger Bacon. Estos dos últimos asertos siguen obviamente la carta de Marci, pero lo de las letritas griegas fue desestimado científicamente menos de una década más tarde. Lo que el académico creyó que eran «trazos griegos» no son más, en realidad, que grietas microscópicas en la capa de tinta de los caracteres, provocados por el mero paso de los siglos.

 

Los fracasos continuaron. En 1940 Joseph M. Feely y Leonell C. Strong, ambos criptógrafos aficionados, intentaron aplicar una técnica llamada «cifrado de sustitución», que no es más que asignar a cada caracter del texto una letra del alfabeto latino. Es la simple técnica utilizada en «El escarabajo de oro», de Poe. Según ellos, lograron traducir todo el manuscrito, salvo que… el resultado no tenía ningún sentido.

 

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el equipo de criptógrafos que rompió el código de la Armada Imperial Japonesa pasó bastante tiempo descifrando textos antiguos encriptados. Tuvieron éxito con todos menos con el Voynich.

 

En 1978 el filólogo aficionado John Stokjo aseguró que el texto estaba escrito en ucraniano pero sin las vocales. Su traducción, desafortunadamente, no se correspondía con las ilustraciones ni tenía que ver con la historia de Ucrania. Contenía frases tan «claras» como «La Vacuidad es aquello por lo que lucha el Ojo de un Dios Bebé» (¿?) —la traducción es mía—.

 

Un médico llamado Leo Levitov afirmó en 1987 que el documento había sido escrito por los cátaros, secta herética que floreció en la Francia Medieval, y que estaba escrito en una mezcla de palabras de varios idiomas. La traducción de Levitov, sin embargo, entraba en franca contradicción con la teología cátara, que se encuentra perfectamente documentada.

 


Ilegibles caracteres

 

Más aún: todas las traducciones mencionadas usaban mecanismos que permitían, por ejemplo, que una misma palabra fuera traducida con un significado en una parte del manuscrito y con otro diferente en otra. Una muestra: uno de los pasos del razonamiento de Newbold echaba mano de los anagramas, método impreciso si los hay. Así, el anagrama de caso puede ser tanto cosa como osca, saco ó asco. La mayoría de los académicos están de acuerdo en que los intentos de decodificación del manuscrito Voynich están irremediablemente teñidos de un inaceptable grado de ambigüedad. Peor aún, es imposible, usando cualquiera de esos métodos pero a la inversa, codificar un texto llano para obtener nada que se parezca ni remotamente al Manuscrito Voynich, y ya se comprende que un sistema capaz de decodificar un texto en clave tiene que ser capaz de funcionar a la inversa.

 

La conclusión es que, luego de 90 años de esfuerzos de parte de varios de los mejores especialistas en códigos, nadie fue capaz de descifrar el «voynichés», como a veces se lo ha llamado. Es por ello que la naturaleza y origen del manuscrito permanece en el misterio.

 

El más serio de los intentos recientes, y posiblemente el único que ha aplicado un razonamiento abarcativo, inteligente y creativo, es el del doctor Gordon Rugg, que comenzó a interesarse en el Manuscrito Voynich alrededor del año 2000. Lo interesante es, como se apuntó al principio, que Rugg no es filólogo, lingüista ni historiador, sino médico y psicólogo, recibido en la Universidad de Reading en Inglaterra en 1987. Hoy se desempeña como profesor de la Escuela de Computación Matemática en la Universidad

 


La flor superior se parece a la pasionaria (salvo que aquella es roja). Las demás son desconocidas

 

Keele es, además, director de «Sistemas Expertos», periódico internacional especializado en Ingeniería del Conocimiento y redes neurales. El campo de investigación de Rugg es, precisamente, la naturaleza del conocimiento y los modelos de información, conocimiento y creencias. Al fin había llegado alguien capaz de atacar el enigma del manuscrito desde un ángulo nuevo y original.

 

Al principio, Rugg se aproximó al problema considerándolo sólo un rompecabezas interesante: más tarde comprendió que podría convertirse en un caso testigo de una profunda investigación sobre las maneras de reexaminar problemas complejos.

 

Rugg comienza especulando acerca de que el fracaso de los intentos de decodificar el libro puede significar que tal vez no haya ningún código que descifrar: después de todo, el manuscrito muy bien puede no contener mensaje alguno, siendo tan sólo el fruto de una elaborada broma.

 

Los críticos de esta hipótesis han argumentado que el voynichés es demasiado complejo para no tener sentido. ¿Cómo podría un bromista medieval producir 230 páginas de un texto con tantas sutiles regularidades en la estructura y la distribución de las palabras?

 

Sin embargo, Gordon Rugg ha descubierto que cualquiera puede reproducir la mayor parte de las extraordinarias características del manuscrito utilizando una sencilla herramienta criptográfica que ya era bien conocida en el siglo XVI, como veremos más adelante. Dice: «El texto generado por esta herramienta parece voynichés, pero en realidad no es más que jerigonza que no transmite ningún mensaje oculto. Este hallazgo no pruebaque el manuscrito sea una burla, pero refuerza el rumor de que un aventurero inglés llamado Edward Kelley habría pergeñado todo el asunto para defraudar al crédulo Rodolfo II, ya que se dice que el emperador pagó la suma de 600 ducados por el libro —algo así como 50.000 dólares de hoy».

 

Pero supongamos por un momento que el manuscrito no es un engaño ni está escrito en código. La tercera posibilidad sería: ¿podría corresponder a un idioma desconocido?

 

Rugg responde a esta pregunta de la forma siguiente: «A pesar de que no podemos descifrarlo, sí sabemos que el texto muestra una desacostumbradamente alta tasa de regularidad. Por ejemplo, las palabras más comunes a menudo aparecen dos o más veces por renglón. Para representar las palabras, utilizo el Alfabeto Voynich Europeo (EVA), una convención para transliterar los caracteles voynicheses al alfabeto romano. Un ejemplo de la página 78 vuelta del manuscrito dice: qokedy qokedy dal qokedy qokedy. Este grado de redundancia no se encuentra en ningún lenguaje conocido. En sentido contrario, el voynichés contiene muy pocas frases donde dos o tres palabras diferentes aparezcan juntas. Estas características hacen muy improbable que el voynichés sea una lengua humana: sencillamente, es demasiado diferente de todos los demás idiomas conocidos».

 

La posibilidad de que el manuscrito sea sólo un muy bien tramado engaño con intencionalidad económica o, sencillamente, los delirios de un alquimista loco vuelve, pues, a estar en discusión. «La complejidad lingüística del texto parece argumentar en contra de esta teoría», afirma Rugg. «Además de la repetición de palabras, hay numerosas regularidades en la estructura interna de los vocablos. La sílaba qo, muy común, sólo aparece al principio de las palabras. La sílaba chek puede aparecer al comienzo, pero si la palabra contiene también qo, entonces qo viene antes de chek. La sílaba dy, también común, aparece normalmente al final de las palabras y en ocasiones al principio, pero nunca en el medio. Un método simple de ´elegir y mezclar´ que combinase las sílabas al azar nunca podría producir un texto con tal grado de regularidades. El voynichés es, asimismo, mucho más complejo que el discurso patológico observado en pacientes con daños cerebrales o desórdenes psicológicos. Incluso si un alquimista loco diseñó una gramática para una lengua inventada por él, y se pasó luego años y años escribiendo un manuscrito que empleara esa gramática, el texto resultante no presentaría las características estadísticas que encontramos en el Voynich».

 


Distribución binomial de las palabras del manuscrito, según Jorge Stolfi

 

Es verdad: en el Manuscrito, los tamaños de las palabras toman la forma de una distribución binomial, o sea, las palabras más comunes tienen cinco o seis caracteres, mientras que la frecuencia de aparición de las palabras más largas o más cortas cae bruscamente para formar una curva en forma de campana simétrica, conocida como «campana de Gauss». Dice el experto: «Esta clase de distribución es extremadamente inusual en las lenguas humanas. En la práctica totalidad de los idiomas conocidos, la distribución de las longitudes de palabras en mucho más ancha que una campana de Gauss y por añadidura asimétrica, con una clara preeminencia de las palabras relativamente largas. Es altamente improbable que la distribución binomial del voynichés haya sido deliberadamente incluida como parte del engaño, simplemente porque el concepto estadístico en que se basa no fue inventado sino hasta siglos después de que se escribió el manuscrito».

 

En suma, el Manuscrito Voynich parece ser o bien un código extremadamente inusual, una lengua extraña y desconocida o bien una mentira altamente sofisticada, y no hay una manera fácil de resolver esta disyuntiva, lo cual es el motivo de que el misterio haya persistido casi cinco siglos.

 


Comparación de Stolfi de la distribución de palabras según su longitud. En azul, el Manuscrito Voynich. Las otras curvas representan al Antiguo Testamento en latín, al Nuevo Testamento en griego, al Don Quijote en castellano y a un texto etíope.

 

Cuando Rugg y su colega Joanne Hyde comenzaron a buscar un problema como éste, porque estaban desarrollando un método para evaluar críticamente el tipo de conocimientos y razonamientos utilizados en la resolución de difíciles problemas de investigación, se toparon con el Manuscrito Voynich. Comenzaron por determinar qué tipos de conocimiento habían sido aplicados previamente al problema.

 

«La afirmación de que las características del voynichés son inconsistentes con cualquier idioma conocido se basaban en conocimientos lingüísticos sustanciales. Esta conclusión parecía correcta, por lo que continué con la hipótesis del engaño. La mayor parte de la gente que había estudiado el manuscrito estaba conciente en que el voynichés era demasiado complejo para ser un chiste. Sin embargo, esta afirmación se basaba más en opiniones que en evidencias firmes. No hay ningún corpus de conocimientos que trate acerca de cómo reproducir un texto cifrado medieval muy largo, por la sencilla razón de que, dejando de lado los engaños, difícilmente se encuentren ejemplos de un texto tal», escribe Rugg.

 

Varios investigadores, como Jorge Stolfi de la Universidad de Campinas en Brasil, han dudado acerca de si el Manuscrito Voynich se produjo utilizando tablas de generación de textos al azar. Estas tablas tienen celdas que contienen caracteres o sílabas; el usuario selecciona una secuencia de celdas —por ejemplo tirando los dados— y las combina para formar una palabra. Esta técnica puede generar algunas de las regularidades internas de las palabras voynichesas. Bajo el método de Stolfi, la primera columna de la tabla contiene los prefijos, como qo, que sólo se presenta al comienzo de las palabras; la segunda contiene las sílabas que aparecen en el medio de las palabras (como chek) y la última las sílabas que sólo aparecen al final, como por ejemplo y. Eligiendo sílabas de las tres columnas en secuencia, el investigador producirá palabras con la estructura característica del voynichés. Algunas de las casillas pueden quedar vacías para que puedan existir palabras sin prefijo, medio o sufijo.

 

Pero esto no es suficiente: hay muchas otras características estadísticas del voynichés que no pueden reproducirse con tanta facilidad. Por ejemplo, algunos caracteres son comunes considerados individualmente, pero rara vez o nunca aparecen uno junto al otro. Los caracteres transcriptos como ae y l son comunes, al igual que su combinación al, pero el es casi inexistente. Este efecto no puede lograrse combinando caracteres de una tabla al azar, por lo que Stolfi y otros rechazan esta explicación. La cuestión capital aquí es la alocución «al azar». Para los investigadores modernos, la aleatoridad es un concepto muy útil y común. También es un concepto desarrollado mucho tiempo después de la creación del manuscrito.

 


Dibujo de una flor inexistente, aunque se parece a un girasol (detalle)

 

Rugg está en contra de la teoría del azar: «Un bromista medieval hubiera usado, probablemente, una manera diferente de combinar las sílabas, que no habría sido ´aleatoria´ en el estricto sentido estadístico moderno». Rugg comenzó a sospechar si algunas de las propiedades del voynichés no serían efectos de algún método largamente olvidado y obsoleto.

 

Volvió entonces a la hipótesis del engaño para investigarla en profundidad. El paso siguiente fue intentar producir un documento falso para ver qué efectos colaterales aparecían. La primera pregunta era, entonces: ¿qué técnica utilizar? La respuesta dependía de la fecha en la que el manuscrito fue producido. Habiendo trabajado en arqueología, un campo donde la datación de artefactos es una preocupación fundamental, Rugg conocía el consenso general acerca de que el Voynich fue creado antes de 1500. Las ilustraciones eran del estilo de las de fines de 1400, pero este atributo no demostraba necesariamente la antigüedad del material: los trabajos artísticos a menudo presentan el estilo de períodos anteriores, tanto inocentemente como para hacer aparecer un documento como anterior a lo que realmente es.

 

«Busqué entonces una técnica de encriptación que fuera de uso común durante el más ancho rango posible de fechas de origen del Manuscrito Voynich: de 1470 a 1608. Una posibilidad muy buena era la Grilla de Cardano, desarrollada por el matemático italiano Girolamo Cardano en 1550. Consiste en una tarjeta con ranuras recortadas en ella. Cuando se apoya la ´grilla´ sobre un texto aparentemente inocuo (pero escrito con una tarjeta igual), las ranuras permiten leer el texto oculto en el mensaje». Rugg comprendió que una grilla de este tipo permitía seleccionar permutaciones de prefijos, medios y sufijos de una tabla, a efectos de generar palabras similares a la voynichesas.

 


Mujeres desnudas, animales, caños, cisternas…

 

Una página típica del Manuscrito Voynich contiene entre 10 a 40 renglones, cada una compuesta pòr entre 8 a 12 palabras. Usando el modelo de tres sílabas del voynichés, una tabla de 36 columnas y 40 filas contendría suficientes sílabas como para producir una página completa del manuscrito con una sola tarjeta ranurada. La primera columna contendría los prefijos, la segunda las partes centrales y la tercera los sufijos de las palabras; las columnas siguientes repetirían el mismo patrón.

 

El psicólogo nos explica el procedimiento: «Uno puede alinear la grilla contra el ángulo superior izquierdo de la grilla para generar la primera palabra y luego moverla tres columnas a la derecha para hacer lo mismo con la siguiente, o moverla más hacia a la derecha o a una fila inferior. Ubicando la tarjeta en distintas posiciones de la tabla, el investigador puede crear cientos y cientos de palabras en voynichés. Y la misma tabla podría usarse con diferente tarjeta para generar las palabras de la página siguiente».

 

Quedaba por probar el tiempo que se tardaría para escribir un libro como el Manuscrito Voynich. Uno de los argumentos utilizados y socorridos por los ocultistas para desestimar la teoría del fraude siempre fue, precisamente, que un falsificador medieval hubiera tardado años o décadas en completar un manuscrito tan complejo y elaborado. Nunca nadie se había puesto a cronometrar un intento serio.

 

¿Cuánto se tardaría utilizando el método de Cardano?

 


Página 36 vuelta

 

Rugg dibujó tres tablas a mano, lo que le tomó dos o tres horas por tabla. Recortar cada tarjeta o grilla le llevó de dos a tres minutos, y se fabricó 10 de ellas. Escribe gozoso: «Hecho esto, pude generar de 1.000 a 2.000 palabras, comprobando que mi método me permitía reproducir fácilmente la mayor parte de las características del voynichés. Por ejemplo, uno puede cerciorarse de que ciertos caracteres nunca aparezcan juntos diseñando cuidadosamente grillas y tablas. Si las grillas sucesivas están siempre sobre distintas filas, las sílabas de las celdas adyacentes en sentido horizontal nunca aparecerán juntas, incluso aunque sean muy comunes individualmente. La distribución binomial en Campana de Gauss puede lograrse mezclando sílabas cortas, medianas y largas en la tabla. Otra característica del voynichés, que es el hecho de que las palabras iniciales de los renglones tienden a ser más largas que el resto, puede reproducirse simplemente colocando más sílabas algo más largas en el lado izquierdo de la tabla. Parece ser, entonces, que el Manuscrito Voynich pudo escribirse utilizando el método de la Grilla de Cardano. La reconstrucción realizada por mí y mis colegas sugiere, por ende, que una sola persona pudo haber compuesto el manuscrito completoincluyendo las ilustraciones, en sólo tres o cuatro meses«.

 


Sorprendente diagrama astrológico

 

Pero subsiste la cuestión crucial: ¿es el libro sólo jerigonza incomprensible o contiene un verdadero mensaje codificado?

 

Rugg encontró dos maneras o métodos de emplear el sistema de grillas y tablas para codificar y decodificar texto plano. El primero consiste en un cifrado de sustitución que convierte las letras del texto normal en sílabas mediales que quedan empotradas entre un prefijo y un sufijo sin significado, utilizando el método indicado más arriba.

 


Los girasoles del Voynich

 

El segundo asigna un número a cada carácter del texto original y luego usa esos números para especificar la ubicación de la grilla sobre la tabla. Ambas técnicas, sin embargo, producen textos con mucho menor nivel de repetición que la que presenta el Manuscrito.

 

Este hallazgo indica que si en realidad se usó la Grilla de Cardano para redactar el Manuscrito Voynich, el autor probablemente creó un gran volumen de texto sin ningún significado en absoluto —aunque soberbia e inteligentemente diseñado— en vez de un texto verdadero cifrado.

 

Rugg no encontró ninguna evidencia de que el texto contenga en realidad un mensaje.

 

«Esta ausencia de evidencia no prueba, por supuesto, que el manuscrito sea una broma, pero mi trabajo demuestra que la construcción de un engaño tan complejo como éste es muy fácil de lograr. Esta explicación enlaza con ciertos intrigantes hechos históricos: el académico isabelino John Dee y su socio Edward Kelley visitaron la corte de Rodolfo II en la década de 1580. Kelley fue un notorio falsificador, místico y alquimista, que probadamente conocía bien el método de Cardano. Durante mucho tiempo los expertos han sospechado que Kelley fue el autor del manuscrito».

 


Detalle de un folio del Manuscrito

 

Una alumna de Rugg, Laura Aylward, está investigando hoy si las peculiaridades estadísticas más complejas del Voynich pueden ser también reproducidas con la técnica de Cardano. Para contestar estas preguntas, será necesario generar enormes cantidades de texto usando tablas y grillas de distinto diseño, por lo que Rugg está escribiendo el software necesario para automatizar el proceso.

 

Es fácil entender que, siendo Rugg un psicólogo, la traducción del Manuscrito le importa muy poco. Sus intereses son otros: «Este estudio muestra invalorables aprendizajes, empero, acerca del proceso de reexaminar problemas dificultosos para determinar si cualquier posible solución ha sido pasada por alto. Un buen ejemplo de este tipo de problemas es buscar la causa del Mal de Alzheimer». Rugg planea examinar si el mismo criterio de aproximación al Manuscrito Voynich puede usarse para reevaluar la investigación previa sobre este desorden neurológico. La preguntas a formular deben incluir, por ejemplo, las siguientes: ¿han los investigadores olvidado algún campo o grupo de conocimientos relevantes? ¿Hay algunos sutiles malentendidos entre las diferentes disciplinas involucradas en el estudio de la enfermedad en cuestión? Las cosas que se admiten como ciertas, ¿han sido suficientemente probadas?

 

Si este proceso puede usarse para ayudar a los investigadores del Alzheimer a encontrar nuevos rumbos de investigación, entonces un manuscrito medieval que parece un manual de alquimia puede probar, eventualmente, haberse convertido en un regalo para la medicina moderna.

 


 

En efecto, es posible que los métodos utilizados para analizar el misterio de Voynich pudieran ser aplicados para resolver importantes cuestiones de otras áreas. Armar el complejo rompecabezas del manuscrito requiere grandes conocimientos en varios campos, incluyendo criptografía, lingüística e historia medieval. Como investigador en el campo del razonamiento experto Rugg ve su trabajo sobre el Manuscrito Voynich como un test de aproximación informal que podría ser aprovechado para identificar nuevas formas de aclarar cuestiones científicas no resueltas desde hace mucho tiempo. El paso clave es la identificación de las fortalezas y debilidades de los conocimientos que se poseen sobre los campos relevantes a la cuestión.

 

Si el método de Rugg se muestra eficiente en otros campos, el desconocido autor del Manuscrito Voynich habrá «regalado» a la ciencia una herramienta fabulosa e invalorable, sin haberlo pretendido ni sospechado nunca.

 


¿Una galaxia espiral en un manuscrito del siglo XV?

 

Mientras tanto, el volumen causante de toda esta investigación y tantos desvelos duerme hoy en una vitrina. Pasaron por el misterio, a los largo de 500 años, las figuras de Rodolfo II, Roger Bacon, Voynich, John Dee, Kircher, Kraus, Marci, Kelley, Baresch, y los investigadores modernos Stolfi, Cardano, Joanne Hyde, Aylward y el propio Rugg. Todos ellos estuvieron presentes, pero, como lo haremos usted y yo, pasaron y desaparecieron en el polvo de los siglos, o lo harán (y haremos) cuando llegue el momento. Pero el misterio persistirá, porque, a estas alturas, los expertos guardan muy pocas esperanzas de que el Manuscrito Voynich pueda ser descifrado alguna vez.

 

En 1969, harto ya de intentar venderlo, H.P Kraus donó el Manuscrito Voynich a la Universidad de Yale, la que lo archivó, junto con la Carta Marci, en su Biblioteca Beinecke de Libros Raros.

 

Allí sigue, rotulado con el número de catálogo MS 408, junto a la carta de Marci (MS 408A).

 

Dicen los que lo han visto que parece sonreír y guardar silencio, como si supiera un secreto que no somos ni seremos capaces de develar.

 http://axxon.com.ar/rev/140/c-140Divulgacion.htm