La cultura china se adelantó en varios milenios a los demás imperios de la antigüedad. Sus orígenes son todo un misterio y es considerado como uno de los grandes enigmas que presenta la historia de las civilizaciones. Fue un Imperio, el Celeste, que surgió de pronto, lleno de perfección, sin aparente relación con las épocas precedentes.
Cuatro mil años antes de nuestra era los médicos chinos ya conocían las funciones de los distintos órganos de nuestro cuerpo, practicaban la cirugía y conocían la circulación de la sangre (este último concepto no se conoció en Europa hasta 1546, gracias a Miguel Servet) y que esta depende del bombeo cardíaco. Además, dominaban la astronomía, la aleación de algunos metales y manejaban con bastante soltura los fundamentos de la química.
ANTECEDENTES
En las llanuras centrales de China, en torno a la fecundidad del gran Río Amarillo, se han encontrado evidencias de una precoz civilización firmemente establecida ya en la etapa neolítica. El excedente de alimento generado por sus agricultores permitió el mantenimiento de una casta de sacerdotes, intelectuales y artistas que pondrían las bases de los posteriores imperios chinos.
GRANDES INVENTORES
Casi todos los inventos que han permitido el desarrollo de la cultura occidental, tal como los concebimos hoy, eran conocidos en China muchos siglos antes que en Europa.
En el siglo VI a.C. los chinos practicaban el cultivo en surcos y la eliminación de las malas hierbas, lo que les permitió mantener una agricultura floreciente. Este mismo sistema no se desarrolló en occidente hasta el siglo XVIII de nuestra era..
En el IV a.C. ya se empleaba uno de sus inventos más famosos, la brújula. No llegaría a Europa hasta el siglo XIV.
En el II a.C. se había generalizado el uso del papel para la higiene personal, en la industria de la laca y como envoltorio, antes que para escribir.
En el I a.C. comenzaron a perforar la tierra para obtener gas natural, llegando a instalar sofisticados sistemas de plataformas, torres y conducciones para canalizarlo. Con el gas obtenido producían luz y calor, que eran aprovechados por todos los habitantes de las zonas cercanas a donde estaban situados esos pozos. Estos métodos no se aplicaron en Europa hasta 1841.
En el VII d.C. crearon el reloj mecánico, un sistema por el que una rueda giraba a la misma velocidad que la Tierra de una forma mas o menos continua. A partir de aquí, los chinos construyeron relojes astronómicos que indicaban el movimiento del Sol, la Luna y los Planetas.
LA MEDICINA
La eficacia de métodos como la acupuntura, conocida por los chinos desde hace al menos 6.000 años, radica en la existencia de canales por donde circula el chi, la energía que se manifiesta en el Universo y en todos los seres vivos. El desequilibrio entre la energía yin (lunar, femenina, húmeda y fría) y el yang (solar, masculina, seca y cálida) produce las enfermedades, que se curan pinchando en esos puntos y redistribuyendo esa energía. Este concepto del chi se encuentra en la base de toda la medicina china, al igual que en todas sus concepciones religiosas, filosóficas e incluso científicas.
Se adelantaron en más de dos mil años a la bioquímica moderna, sabían aislar las hormonas sexuales y pituitarias de la orina humana, fabricando medicamentos para tratar enfermedades del sistema endocrino. Igualmente conocían las carencias vitamínicas, y curaban diabetes y bocios…
UN ERARIO ESPIRITUAL
Son incontables las parcelas en la que los chinos han destacado como pioneros: cartografía, artes, geología, transporte, física, agricultura, ingeniería, medicina, tecnología doméstica e industrial…Pero lo verdaderamente misterioso de esta portentosa sabiduría, que asombra todavía hoy a Occidente, es que procedía, según la tradición china, del paraíso perdido de P’eng Lai, una isla que fue sepultada por las aguas. Los libros sagrados hablan de un lugar paradisíaco situado en la cima de una montaña de esta isla, en los Mares Orientales, es decir en el Pacífico. De allí, según cuentan, llegaron unos sabios, los “Hijos del Cielo”, que podían surcar los aires con mágicas naves voladoras y que dominaban las energías de los truenos y los relámpagos, y que les harían partícipes de sus conocimientos.
Los primeros mapas elaborados por los chinos estuvieron destinados a representar esta isla, cuyos contornos se grabaron asimismo en relieve sobre incensarios y vasijas. Enviaron varias expediciones para tratar de localizar ese paraíso perdido, pero todas regresaron sin poder dar noticias ni de su ubicación ni de los supuestos habitantes que allí moraban. No obstante, los chinos nunca perdieron la memoria de sus orígenes y por eso se dieron a sí mismos el calificativo de “Hijos del Cielo”.
Lógicamente cuando atendemos a este mito no podemos dejar de pensar en Mu, una legendaria isla-continente que habría existido en el pacífico hasta hace unos diez mil años. O en Lemuria, otra tierra de semejantes características que la tradición ubica en el Índico. Sus habitantes, según la memoria que de aquello ha quedado, habrían alcanzado un elevado nivel de desarrollo. Sin embargo, ambas se habrían colapsado como consecuencia de una gran catástrofe geológica que produjo su súbito hundimiento.
Lógicamente, hoy por hoy, es muy difícil demostrar que cualquiera de ellas pudiera ser ese mítico País del Sur. Sin embargo, recientemente se han encontrado los restos de dos ciudades sumergidas en las costas asiáticas. Fueron tragadas por las aguas hace, al menos, cinco mil años. Quizá fueran antiquísimas y desarrolladas civilizaciones que antes de quedar sumergidas bajo las aguas, se constituyeron en ese perdido eslabón que explicaría por qué esos avances técnicos de los chinos aparecieron de forma tan repentina y sorprendente.