Tassili, macizo montañoso situado en el Sureste de Argelia, con una extensión de 800 kilómetros de largo por poco más 60 kilómetros de ancho, muy cerca de Libia, «tassili» significa meseta de los ríos en lengua tuareg o, meseta entre dos ríos, «tassili-n-azyer». En tiempos remotos vivió un pueblo que pintó en las cuevas más de 5.000 dibujos (5.000 catalogados, aunque se supone que esta cifra se puede duplicar en áreas no exploradas todavía), convirtiendo este conjunto de pinturas en lo que para algunos expertos es «la Capilla Sixtina del paleolítico».
En medio de uno de los desiertos más inhóspitos del mudo a partir, de una fecha que se estima en ocho milenios antes de Cristo, desconocidos pueblos prehistóricos que se sucedieron a través de largas épocas sin cronología, pintaron con estilo impecable miles de figuras en el interior de las grutas de la desolada meseta de Tasili-Ajjer, cercana del macizo de Ahaggar.
Las primeras noticias referentes a este maravilloso «museo» se conocieron en Europa en los años de la primera guerra, difundidas por asombrados oficiales de la Legión Extranjera que se habían aventurado hasta regiones situadas a más de 1400 kilómetros de Argel. Sin embargo, recién en 1933, los Arqueólogos y geógrafos franceses pudieron observar algunos apuntes de las pinturas, tomados por el Teniente Charles Brenans, a la sazón comandante del puesto de Djanet, quien al practicar un reconocimiento con su escuadrón de camelleros en la yerma meseta descubrió algunas cuevas cuyas paredes se hallaban cubiertas de pinturas. El entusiasmo se propagó de inmediato en ciertos centros científicos pues la existencia de antiguas poblaciones capaces de reflejar mediante diseño y el color, escenas de la vida material, espiritual y religiosa, constituían un indicio cierto de que e inhóspito Sahara no siempre había sido una inmensa extensión inhabitable. La hipótesis sostenida por varios estudiosos en el sentido de que el desierto fue hace 4.000 años una región fértil, poblada por numerosos grupos tribales hallaba así una sorpresiva confirmación.
EL INCANSABLE HENRI LHOTE
Luego de los primeros comentarios y especulaciones en torno del suceso, transcurrieron varios años hasta que un reducido grupo de especialistas en cuestiones saharianas efectuara una breve e incompleta recorrida por los peñascos del Tasili, verdadero reino de la desolación y del silencio opresivo. La guerra frustró cualquier intento serio de investigación y los exploradores retornaron a prestar servicios en las fuerzas Armadas francesas. Entre ellos se hallaba un personaje singular por su inquebrantable voluntad y su pasión por el desierto: el etnólogo Henri Lhote.
Huérfano desde niño comenzó a trabajar a los 14 años y luego de incontables esfuerzos un grave accidente malogró su carrera de aviador militar. A los 20 años buscó la manera de penetrar en el desierto y luego de varios intentos halló una insólita salida. El director de los territorios del sur le ofreció los 2.000 francos de la partida que poseía para combatir la langosta en el desierto. Con esta exigua suma, Lhote compró un camello, algunos libros sobre la langosta y tomó camino del desierto con un total desconocimiento de los peligros que podrían aguardarlo en ese océano de arena. Allí paso tres años completos alejado de la civilización. Recorrió el Sahara en varios sentidos en viajes que sumaron más de 80.000 kilómetros y trabó amistad con los tuaregs que pueblan la región de los ríos secos en el macizo del Ahaggar. Por su conocimiento del desierto y de los grupos sociales nativos, la sorbona lo premió con un doctorado. Estimulado por esta distinción y cuando se aprestaba a organizar una expedición para rescatar de la piedra la enigmática figura de los «dioses» del Tasili, estalló la segunda guerra.
Ya en servicio, una lesión en la columna vertebral redujo a Lhote a un lecho de inválido donde hubo de permanecer 10 años tendido de espaldas. El destino volvía a interponerse entre él y su sueño de trasladar al papel aquellos tesoros del arte arcaico que había admirado durante sus exploraciones en el corazón del Sahara.
A comienzos de 1956 luego de obtener la ayuda del gobierno francés y de diversas entidades científicas pudo al fin organizar la expedición. No sólo el viaje, sino también la permanencia en esas regiones de aridez implacable donde gran número de desfiladeros jamás habían sido hollados por el hombre, presagiaban toda clase de riesgos. Pero Henri Lhote había tenido que postergar varias veces su deseo, como para retroceder ante el peligro.
UN PAISAJE LUNAR EN MEDIO DEL SAHARA
En febrero el equipo Lhote se pone en marcha hacia lo desconocido. Treinta camellos , un guía tuareg, dos auxiliares y los especialistas:
George Le Poitevian (43 años), pintor apasionado por el mar y el Sahara .-Claude Guichard (23 años), minucioso fresquista .-Jaques Vilet (20 años), cumplidos en Tasili,
alumno de la Escuela de Artes Aplicadas .-Phillippe Letellier (20 años), fotógrafo y cineasta de lamisión .-Irene Montandon, diplomada en lengua beréber, que vivía entre
los tuaregs y que participaba durante tres meses en la expedición.
Las jornadas son agotadoras. Partiendo de Yanet comienzan los desfiladeros de montaña. Situada a más de 700 metros de altura la meseta del Tassili. Oigamos al propio Lhote cuando describe la dramática escalada: «Las bestias tienen cortado el aliento por el esfuerzo, la rampa es cada vez más empinada y la mole de pedruscos se va haciendo más imponente. Algunos camellos se desploman bajo la carga que cae rodando torrentera abajo; los hombres deben acudir a todas partes. En los guijarros se perciben huellas de sangre, pues sin excepción todos tienen despellejadas las patas y se han dañado las pezuñas en las aristas cortantes de las rocas. El animal que lleva las grandes cajas con los tableros de dibujo acaba de desplomarse bajo su carga que ha dado contra una peña y está claro que jamás podrá incorporarse. Mando sacar los tableros y tomo la decisión de que nos los carguemos al hombro. Cada uno recibe su parte y aquí comienza el calvario para todos, pues aún no se divisa la cima y el sendero se encrespa más y más bajo nuestros pies…»
Finalmente se cumple la hazaña y en plena meseta de arenisca cada día reserva sorpresas. Ciudadelas rocosas, cuevas acantilados, abrigos en las rocas. Gran parte del terreno donde están dispersas las cuevas
Semeja u un alucinante paisaje lunar «Lo deforme y lo fantástico de sus contornes finge graneros desfondados, castillos de ruinosos torreones, decapitados gigantes en actitud de súplica. Atraviesan ese dédalo y en él se entrecruzan desfiladeros de piso arenoso, angostos como callejas medievales. Quien allí se aventura cree hallarse en una ciudad de pesadilla». Pero Lhote ha llegado a su meta y comienza el trabajo sistemático de calco y coloreado.
En cada vuelta del laberinto aparecen nuevas colecciones del arte parietal. En general son muy raras las pinturas planas. Las grandes escenas, los cazadores, los arqueros,
las gacelas diminutas o los dioses descomunales y amenazadores se encuentran en superficies cóncavas o convexas. Para calcarlas centímetro a centímetro, es preciso permanecer de rodillas o tendido de espaldas en angostas salientes de roca.
De esa manera se registran cientos de paredes. «Estábamos literalmente trastornados por la variedad de estilos y de temas superpuestos -escribe Lhote-, en suma, nos tocó enfrentarnos con el mayor museo de arte prehistórico existente en el mundo y con imágenes arcaicas de gran calidad, pertenecientes a una escuela desconocida hasta el presente».
EL GRAN DIOS DE YABBAREN
Después de relevar la región de Tan-Zumaitak y la de Tamir, el equipo de Henri Lhote se dirigió al pequeño macizo de Yabbaren. «Cuando veas Yabbaren -le había dicho su viejo camarada Brenans- te quedarás estupefacto». Y así fue en realidad. Yabbaren que el idioma de os tuaregs significa «los gigantes» se distingue por las presuntas representaciones humanas, gigantescas y desconcertantes. «Cuando nos encontramos entre las cúpulas de areniscas que se parecen a las aldeas negras de chozas redondas- dice Lhote- no pudimos reprimir un gesto de admiración hasta el punto el caos es salvaje e impresionante». El conjunto constituye una verdadera ciudad, con sus callejas, sus encrucijadas, sus plazas; y todas las paredes están cubiertas con pinturas de los más diversos estilos, aunque sobresalen los «dioses de cabeza redonda», frescos de gran tamaño pintados en los tiempos prehistóricos, tal vez entre los 7.500 y 8.000 años antes de Cristo. Estas figuras que no reflejan evidentemente a los seres que habitaron aquel macizo de arsenica, se asemejan a posibles cosmonautas remotos. Tal vez se representen a Seres sensibles superiores que en una época prácticamente atemporal, descendieron en la entonces hospitalaria meseta y ante el temor reverencial de los nativos recorrieron su callejas observando la convivencia de los primeros grupos humanos. El mismo Lhote luego de observar al gran dios de seis metros de alto pintado en el techo combado de un abrigo profundo, escribió: «Hay que retroceder un tanto para verlo en conjunto. El perfil es simple, y la cabeza redonda y sin más detalles que un doble óvalo en mitad de la cara, recuerda la imagen que comúnmente nos forjamos de un ser de otro planeta. ¡Los marcianos! Qué título para un reportaje y qué anticipación . Pues si seres extraterrestres pusieron alguna vez pie en el Sahara, hubo de ser hace muchísimos siglos ya que las pinturas de esos personajes de cabeza redonda del Tasili, cuentan, por lo que colegimos, entre las más antiguas. Los «marcianos» -prosigue- abundan en Yabbaren y hemos podido trasladar no pocos frescos espléndidos referentes a su estadía. Brenans había señalado algunos pero las mejores piezas le habían pasado por alto pues son prácticamente invisibles y para volverlas a la luz ha sido menester un buen lavado de las paredes con esponja».
Entre estos descubrimientos aparece un gran fresco cuya figura central es el «dios astronauta» al que Lhote considera representante de un período algo anterior (cabezas redondas evolucionadas) al del «dios marciano» (cabezas redondas decadentes).
Henri Lhote clasificó en distintos grupos estos dibujos que, en algunos casos alcanzaban los 10.000 años de antigüedad y en los que se podían apreciar sorprendentes seres con escafandras, monos ceñidos, botas, extraños equipos e indumentarias, y en ocasiones, con un aspecto físico propio de los más imaginativos guionistas de películas de ciencia-ficción que ha dado Hollywood. En su estudio estableció los siguientes grupos:
A) Seres de cabeza redonda y cuernos de pequeño tamaño.
B) Diablillos.
C) Dibujos del Período Medio con hombres de cabeza redonda.
D) Hombres de cabeza redonda evolucionada.
E) Período decadente de las cabezas redondas.
F) Hombres de cabeza redonda muy evolucionada.
G) Período de los Jueces de Paz o terminal.
H) Hombres blancos longilíneos del período prebovidense.
I) Hombres cazadores con pinturas corporales del período bovidense antiguo.
J) Estilo bovidense.
K) Período de los carros.
L) Período de los caballos montados o de los hombres bitriangulares.
Del mismo modo, la aparición de algunos simbolos junto a los dibujos han hecho suponer a varios investigadores la posible existencia de una escritura de hace más de 5.000 años, un duro golpe para las tesis oficiales que siguen manteniendo a la región de Mesopotamia como la cuna de la escritura y de la civilización.
Sin embargo, los presuntos «extraterrestres» se repiten también en Azyefú, en Ti-n-Tazarif y en Sefar. En Ananguat, dentro de un fresco de estilos diversos se observa un extraño personaje a que con los brazos tendidos hacia delante sale de un curioso ovoide. Al respecto, Lhote ha escrito lo siguiente al describir el fresco. «Más abajo, otro hombre emerge de un ovoide con círculos concéntricos que recuerda un huevo, o más problemáticamente un caracol. Toda prudencia es poca para interpretar semejante escena, ya que nos hallamos ante unos temas pictóricos sin precedentes».
Estas palabras del célebre explorador que rescató el patrimonio artístico de desconocidos hombres prehistóricos, señalan con exactitud los términos en que se halla planteado el enigma de muchos frescos del Tasili. Cualquier afirmación puede ser aventurada.
Los «dioses de cabeza redonda» constituyen una hipótesis fascinante que se refuerza con múltiples indicios provenientes de distintas partes del mundo referentes a la posible irrupción de seres espaciales en el remoto pasado. La incógnita persiste. Aún hoy – la inhóspita meseta sahariana el gran dios astronauta permanece indeleble en la pared de roca. Su silueta recortada con cerco rojo duplicado con cerco amarillo, es acaso un testimonio mudo de seres que llegaron de las estrellas; de inteligencias superiores provenientes de algún lugar remoto del cielo, inconcebible para nuestras mentes. Condicionadas para percibir sólo un fragmento de la totalidad.-