El escepticismo no es un destino, sino un camino; no es una conclusión, sino una herramienta. Ser escéptico es no contentarse con la primera respuesta que se recibe, cuestionar la verdad revelada, preguntar los qués y los porqués y los desde cuándos. El escepticismo no es estar a favor o en contra de la energía nuclear, de los transgénicos o de las vacunas, sino preguntarse qué hay de cierto en los argumentos a favor o en contra de esas y otras cuestiones; dónde están los fallos, si los hay, dónde los intereses ocultos, si pueden sospecharse, dónde las afirmaciones sin pruebas. Ser escéptico no es tener muchas respuestas, sino hacer siempre preguntas. Incluso cuando se cuestionan afirmaciones muy queridas. incluso (sobre todo) cuando las preguntas ponen en solfa lo políticamente correcto. O lo religiosamente, financieramente, futboleramente correcto. Y es por eso que el escepticismo bien entendido jamás podrá llevarse bien con la política.
Porque la política es el arte de convencer y de cambiar la sociedad, y fíjense que en esa descripción no aparece en ningún momento la palabra ‘verdad’. Una ideología política es por definición un destino, un producto terminado que alguien quiere que la gente ‘compre’ para instalarlo en el sistema operativo social con el fin de mejorarlo. Convencidos de que ese destino es el ideal para la sociedad en la que viven, los partidarios de una u otra ideología no dudarán en recurrir a todas las artes de la persuasión para conseguir que sea la suya la que prevalezca en el juego político. Y si eso implica decir alguna vez la verdad es solo porque mentir muy descaradamente (y que te pillen) puede verse penalizado en la opinión pública. Lo cual no excluye alternativas que, sin ser exactamente mentiras, sí que son afirmaciones distintas de la verdad.
Las medias verdades, las insinuaciones, las connotaciones y asociaciones subliminales; las emociones, los prejuicios, los malentendidos provocados, la confusión deliberada son armas de la política. Quien está convencido de que su opción de organización social es la ideal puede hasta convencerse a sí mismo de que usando estas artimañas está haciendo el Bien, dado que a la larga redundarán en la victoria de la Verdad. Y quién sabe; puede que hasta tenga razón… alguno de ellos (porque todos, es imposible). Pero en lo que todos coinciden es en que el escepticismo es Mala Cosa. Porque puede llevar a la gente a cuestionarse la Idea.
El escepticismo pondrá en cuestión todos los hechos y datos en los que se basen la Idea, sus teorías y su propaganda. E, inevitablemente, esto supondrá desenmascarar aquellos ejemplos en los que la adherencia a la verdad haya sido un poco menor de lo ideal. Si en su celo en contra de la energía nuclear algunos antinucleares han exagerado desmesuradamente los riesgos del terrible accidente de Fukushima, los escépticos lo dirán. Si deseando ayudar al mundo a librarse de la maligna plaga de la ingeniería genética algunos hechos sobre sus peligros y catástrofes se hinchan, deforman o deliberadamente se magnifican, será misión del escéptico destacarlo.Esto no quiere decir que el escéptico sea, necesariamente, pronuclear o defensor del Maíz BT; simplemente que a quien ha contraído escepticismo le desagrada que las opciones políticas hagan uso de hechos falsos para defender su pertinencia. Por supuesto, esto no gusta a los políticos, e incluso confunde a algunos sobre la esencia misma de lo que es ser escéptico. Porque los hay que preferirían desconectar su escepticismo cuando se trata de determinadas opciones de política social. Hasta el punto de considerar que el escepticismo es una idea política contraria a la suya, un enemigo, una ideología igual y de signo contrario.
Quienes así piensan hacen un flaco favor a sus causas, y entienden exactamente al revés lo que de verdad es ser escéptico. Poner en cuestión hechos falaces o dudosos no debería suponer un debilitamiento de una teoría política suficientemente sólida; si para defender una ideología hace falta faltar a la verdad es que esa ideología no es muy deseable que digamos. Pero sobre todo cuestionar el escepticismo en algunos casos, solo cuando nos conviene, es el inicio de un camino sin retorno que acaba en un desierto intelectual, puesto que supone en efecto subordinar la verdad a los intereses del partido, rendir los datos a las necesidades de la política. Y ya sabemos lo que ocurre en las sociedades que toman ese camino. Una sociedad sana es una sociedad escéptica que toma en lo posible sus decisiones políticas basándose en la verdad. Ninguna ideología religiosa, política o económica debe estar por encima de la verdad, por incómoda que pueda resultar. Y para llegar a ese hermoso destino el camino del escéptico es imprescindible.
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