Julian Casanova
Veintiocho países, euro, apertura de fronteras, bienestar, complicaciones, crisis, unión, guerras, diversidad… ¿Qué es Europa? Acudimos a la Historia para dar respuesta a esta pregunta que, pese a lo simple que pueda parecer, permite múltiples respuestas. Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y autor de numerosas obras, entre ellas, Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica, 2011), en la que analiza el devenir del continente desde la I Guerra Mundial hasta 1945. Casanova destaca el valor de la unión en un territorio forjado a base de luchas, sin embargo “ahora estamos ante la muerte de esa Europa ideal que no pudo ser”. Comenzamos un viaje por la historia europea.
Desde el punto de vista histórico, ¿cómo se crea Europa?
Europa es un continente de Estados muy diversos, forjados a través de guerras y luchas imperiales. La guerra va inextricablemente unida al desarrollo de Europa, aunque sigamos repitiendo que este continente es la cuna de las principales civilizaciones.
La inclusión de los países del Este o la posibilidad de que Turquía entre en la Unión Europea, ¿es fruto de la Historia o un invento político?
La experiencia de la posguerra de 1945, de la división del continente en dos bloques y de la guerra fría fue muy traumática y, desde la caída del bloque soviético, se pensó, con buena voluntad política y algún argumento sólido, que la unidad era la solución. El balance hoy día parece menos positivo. Lo de Turquía es una necesidad política, aunque algo muy difícil de conseguir si se atiende al legado histórico.
¿Existe una única Europa?
No, obviamente. Rusia tiene poco que ver con Europa y existen profundas desigualdades económicas, culturales y religiosas. Otra cosa es el funcionamiento de Europa como una unidad política o económica. Algo que incluso ahora está en discusión.
El discurso de los políticos españoles es proeuropeo y se confía en la Unión para salir de la crisis. Dadas las circunstancias del país y la coyuntura actual, ¿hasta qué punto estar dentro de Europa es bueno o malo para España?
El discurso de los políticos españoles es lógico. Europa fue el sueño de muchas de las corrientes modernizadoras de la España contemporánea, desde los noventayochistas a los republicanos. Fue un sueño frustrado hasta los años 80; y cuando se cumplió, durante al menos dos décadas, ha funcionado como un estímulo para la economía, política, sociedad civil… Si la comparación es entre esas dos décadas y las décadas anteriores del siglo XX, no hay duda: en Europa, mejor.
¿Es positivo, entonces, estar dentro de Europa?
Sin ninguna duda.
No obstante, debido a la crisis, a los recortes y a las políticas que impone la Unión Europea parece que el ciudadano ha salido perdiendo, que no todo es tan bueno como nos contaron. ¿Nos han engañado con tanta Europa?
Se supone que las sociedades civiles democráticas, avanzadas, con acceso a la cultura, al conocimiento y a la comunicación, tienen los medios suficientes para no dejarse engañar. Resulta muy tranquilizador pensar en algún organismo superior que nos manipula y engaña, pero en cualquier caso, sería un problema de los ciudadanos.
¿Qué ha ocurrido para que la Unión Europea viva una de sus peores crisis, la unión no ha hecho la fuerza?
El siglo XX fue extraordinariamente variado, “de extremos” como acuñó el historiador británico Eric J. Hobsbawm. Casi todo el mundo celebraba, a la hora de hacer balance y después de tanta batalla y finalizadas las grandes rivalidades ideológicas, que Europa era en el año 2000 más democrática y rica que nunca, menos violenta y más estable. El capitalismo parecía funcionar con reglas establecidas y respetadas por ciudadanos y gobiernos. Un buen sitio para vivir. Apenas una década después, dilapidada parte de esa prosperidad, reaparecen los fragmentos más negros de su historia. Estamos ahora ante la muerte de esa Europa ideal que no pudo ser, sometidos a la plaga de los mercados, a los desastres económicos y con millones de personas en ruina. Aparentemente, los políticos trabajan para tapar grietas, devolver la confianza, reconstruir la unidad. Sin embargo lo que sale a la luz, y lo que se sufre, es su incapacidad para elaborar un plan y hacerlo realidad. Todo lo demás está en el camino de convertirse en pura retórica europeísta, sólo útil para el reducido círculo que impone sus decisiones a los demás.
¿Por qué Europa no estaba preparada para afrontar esta situación económica?
La riqueza no se distribuyó de forma igualitaria en toda Europa y algunos países, con Alemania al frente, no quieren ahora compartir los privilegios económicos. Es probable que otros, los países mediterráneos por ejemplo, hayan hecho muchos méritos para su exclusión de esa comunidad de intereses y beneficios. Pero eso no era lo previsto, lo pactado en la visión europeísta de la unión monetaria, de la utopía comunitaria frente a las trágicas rivalidades nacionales e ideológicas del pasado.
La crisis está poniendo a prueba a las instituciones y políticos europeos, ¿saldrá fortalecida la Unión Europea?
Si la crisis se agrava, las democracias se vuelven más frágiles y los Estados dejan de redistribuir bienes y servicios; su principal aportación a la estabilidad social. Si esto sucede, estaremos de nuevo al borde del abismo, convertidas la economía y la mera subsistencia a un asunto de vida o muerte. Por eso necesitamos políticos comprometidos con la sociedad, con los más débiles, antes de que esta quiebra de poder europeo haga crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema democrático.
Da la sensación de que los organismos europeos están desapegados de los ciudadanos, ¿a qué se debe? ¿No se ha sabido comunicar de forma adecuada lo que es Europa y lo que representa?
Si algo caracterizó a las democracias europeas que se consolidaron tras la II Guerra Mundial fue el compromiso de extender a través del Estado los servicios sociales a la mayoría de los ciudadanos, de distribuir de forma más equitativa la renta. Superar el atraso en equipamientos colectivos, infraestructuras y sistemas asistenciales fue uno de los grandes desafíos de los países que, como Grecia, Portugal o España, se engancharon a ese carro durante el último cuarto de siglo. Los nuevos grupos políticos establecidos a partir de 1989 en el Este dejaron muy clara su intención de enterrar el sistema comunista. Era el triunfo de la ciudadanía, de los derechos civiles y sociales, tras décadas de sinuosos destinos, paradojas y contrastes. Esto es lo que ha fallado ahora o, en otras palabras, lo que algunos políticos muy influyentes y la clase dirigente de las finanzas han querido destruir.
El 25 de mayo se celebran elecciones al Parlamento europeo, ¿alguna idea de cómo reaccionarán los ciudadanos españoles? ¿Qué significado pueden tener estas elecciones en este contexto político y social?
Lo normal es que haya una mayor fragmentación del voto, producto del descrédito de los dos principales partidos. Pero las encuestas no anticipan un fuerte corrimiento de tierras. La gente, influida por los medios de comunicación, las ve como unas elecciones sobre la política nacional. Pero ése es un problema de todos los países. Hay parlamentos regionales, nacionales, y el europeo se ve lejano, incapaz de tomar decisiones en eso tan complejo que se llama Europa.
En ocasiones suele escucharse aquello de “qué tiene que ver un español con un alemán”. ¿Es posible crear un sentimiento europeo, una sensación de pertenencia más allá del Estado al que se pertenece?
No creo que ese sea el problema. Se trata de saber si queremos seguir unidos pese a la diversidad. Si esa expresión es ahora cierta, también lo era en los años 80, cuando la mayoría de los españoles tenía una fe casi ciega en Europa, tras una dictadura que nos había distanciado claramente de la cultura democrática.
La crisis ha puesto de manifiesto las grandes diferencias entre Norte y Sur, una Europa de dos velocidades, e incluso de europeos de primera y de segunda, ¿a qué se deben esas diferencias? ¿Será posible cierta convergencia?
En la Historia europea contemporánea, incluso en la más reciente, siempre hubo centro y periferia, países dominantes y dominados. La segunda mitad del siglo XX mostró caminos de acercamiento, pese a esas desigualdades. La crisis actual ha situado de nuevo la desigualdad y el temor al enfrentamiento en el centro del escenario. Parece que la Historia se acelera de nuevo, que no nos deja vivir sin sobresaltos, incluso con ciertas amenazas de conflicto bélico, como entre Ucrania y Rusia.
Su obra Europa contra Europa trata sobre las dos grandes guerras. Salvando las distancias, ¿nos encontramos en una situación de “Europa contra Europa”?
Lo repiten muchos historiadores. Todo se parece más a 1914 que al tiempo de odios que le siguió. Europa contra Europa era un título para ilustrar el conflicto (ideológico, político) entre naciones con un peso bastante importante del nacionalismo radical y del discurso racista.
El momento actual que vivimos -desapego político, elecciones, crisis económica, corrupción-, ¿se asemeja alguno anteriormente vivido? La Historia, entre otras cuestiones, sirve para aprender de los errores y entender el pasado. Europa, sus políticos e instituciones ¿han aprendido algo del pasado? ¿Estará Europa mejor preparada para una próxima crisis?
En expresión de Mark Twain, “la historia no se repite, pero a veces rima”. Eso es lo que pasa ahora: vuelven los ecos del pasado y algunos no hacen caso. La Historia puede ser maestra de la vida, del presente, pero para eso hay que conocerla. No se puede aprender de ella si se ignora.
El conflicto de Ucrania, ¿cómo pone a prueba la Unión Europea y su evolución?
Es el conflicto más serio que ha vivido Europa desde 1945, con resultados imprevisibles. Es probable que la Unión Europea no tenga una política clara y firme, como no la tuvo en los Balcanes en los años 90, con las consecuencias que conocemos. Y es probable también que sea Estados Unidos, como con Clinton en los 90, quien pueda marcar algunos pasos. Pero va a depender mucho de Rusia. Rusia tiene en sus manos la solución o la radicalización del conflicto hacia una guerra sin freno.
Si miramos a la Historia, ¿hacia dónde va Europa?
La Historia no sirve para predecir el futuro. Y resultaría muy fácil situarla en esas grandes interpretaciones de auge y caída de los imperios -en un futuro a medio plazo, según esa teoría, tocaría caída-. Lo mejor de Europa, con todos los problemas señalados, son sus sociedades civiles más fuertes y menos fragmentadas que en la primera mitad del siglo XX. Fortalecer esas sociedades todavía más a través de la educación, la inversión en conocimiento, la lucha frente a la desigualdad, el valor del trabajo… Sin eso, las nuevas generaciones no van a creer en Europa.
http://www.encubierta.com/2014/05/julian-casanova-estamos-ante-la-muerte-de-esa-europa-ideal-que-no-pudo-ser/#.U4B6p_l_uHh
Al ubicar el bienestar social como objetivo, valdría la pena considerar que el sistema de gobernantes y millones de gobernados es el problema y ha fracasado pero la democracia directa aún no ha sido probada, al menos en los países que se encuentran en situación de malestar social y merece su oportunidad. En todo caso, con los positivos ejemplos de Suiza e Islandia, resulta extraño que no exista un pronunciamiento en este sentido por parte de los pueblos en situación de crisis, que somos la gran mayoría.
Europa se dedica a tirar a la cloaca miles de millones de euros para llenar los bolsillos de los especuladores en los mercados financieros.