domi Las mujeres del Quijote: erotismo, ingenio, fortaleza y liberación

Frutos de una época en que la población femenina era considerada poco más que un objeto de adorno o trabajo según su clase social, y un definitivo objeto sexual, sorprende que muchas de las mujeres del Quijote no pidan nada a nuestras modernas heroínas e incluso a las féminas del nuevo milenio.
Es uno de los libros más notables, extraños, profundos y sorpresivos de los que figuran con honores en las letras universales. No es libro de una sola lectura, y a pesar de eso, muchos de nosotros nos quedamos a la mitad, quizás porque al ser un libro obligado en las escuelas, esta aura de obligación le quita brillo e intención a lo que debería ser un auténtico descubrimiento.
Muy poco sabemos en general de la máxima obra de nuestra literatura; y sin embargo, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha campea desde hace cinco siglos por los paisajes de la imaginación como un espectro inmortal o, también, como una figura viva salida de la mente de un hombre que se anticipó siglos a su tiempo en muchas cosas.
¿Por ejemplo? En la concepción de la mujer. Producto de una época en que la población femenina del planeta era considerada poco más que un objeto de adorno o trabajo según su clase social, y un definitivo objeto sexual, es sorprendente que muchas de las mujeres del Quijote no pidan nada a nuestras modernas heroínas e, incluso, a las féminas del nuevo milenio.
Hay tres notables ejemplos de esto: la labradora Dorotea, la morisca Lela Zoraida y la pastora Marcela. Todas mujeres fuertes, independientes, con decisiones propias, con un valor que trasciende el ámbito de su género, y con una completa autosuficiencia de pensamiento.
Dorotea, labradora rica, burlada por Don Fernando, renuncia a todo y se interna en la Sierra Morena no por vergüenza, sino por despecho. Su primera experiencia erótica a manos de su seductor la ha marcado para siempre. Vestida de hombre, sobrevive a todo y encuentra a Don Quijote en un momento en que sus amigos, el Barbero y el Cura, quieren sacarle de su locura montaraz y devolverlo a salvo a su aldea.
Y es Dorotea la que urde el engaño: disfrazada de la princesa Micomicona, dama en desgracia, requiere de los servicios del bravo caballero para que le devuelva su reino, tomado a la mala por el descomunal gigante Pantafilardo de la Fosca Vista.
El recurso tiene éxito al principio, hasta que por un giro magistral en la estructura novelesca de la obra, Dorotea se reencuentra con Don Fernando, quien viene con Lucinda, la mujer que él le arrebató con argucias a su amigo Cardenio quien, por cierto, tomó con igual intención y mucho menos inteligencia la senda que Dorotea eligiera para olvidarse del mundo: perderse en la sierra.
Vuelto a conquistar no sólo por la belleza, sino principalmente por la inteligencia de Dorotea, Don Fernando se rinde al eterno femenino, con lo cual queda, como diría Sancho Panza, “cada oveja con su pareja”: Dorotea con Don Fernando y Cardenio con su amada Lucinda.
Lela Zoraida viene de un trasfondo cultural mucho más represivo: es parte de un harén. Pero, educada por una sierva cristiana, desea abrazar la religión enemiga de su pueblo. Y su forma de hacerlo, y de conseguir al mismo tiempo el amor masculino que su corazón y su cuerpo anhelan, va proveyendo de monedas de oro a Alonso, un noble prisionero de los baños de Argel, para que pueda pagar su propio rescate y huir con él a tierras desconocidas. Nuevamente, el ingenio femenino triunfa, y el ansia de libertad cobra alas mediante una decisión impensable para una mujer de su época: dejar su amada tierra, su familia, sus creencias, e internarse en territorios inciertos, tanto geográficos como espirituales, en los brazos del hombre elegido exclusivamente por ella.
La tercera mujer es Marcela,  huérfana de padres ricos, al cuidado de un tío, dueña de una belleza fatal que cautivaba a los hombres, llevando a no pocos a la locura e incluso a la muerte. No queriendo su tío casarla sin su consentimiento, dejó a Marcela la decisión. Pudieron más en ella el ansia de libertad y el hartazgo de tantos requiebros, y así se hizo pastora, negando su cuerpo, su alma y su inteligencia a todos los que la anhelaban. Al decir de Cervantes, pobláronse los montes de mancebos que decidieron volverse poetas y pastores para estar cerca de su ídolo. Cuando uno de ellos muere de amor, Marcela se enfrenta a sus enamorados apareciendo como una diosa de la montaña y dirigiéndoles un precioso discurso impropio de una criatura tonta como se suponía que era la mujer en aquellas lejanas épocas. En uno de sus fragmentos, Marcela habla con palabras que bien podrían pertenecer a una mujer moderna: “Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos (…) Fuego soy apartado y espada puesta lejos (…) Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme…”
Pasión, erotismo, sensualidad, libertad, independencia, autosuficiencia, raciocinio, ingenio, capacidad de decisión, coraje… Increíbles cualidades en personajes femeninos creados hace 500 años. ¿Qué heroína de nuestros tiempos no daría lo que fuera por parecerse sólo un poco a ésas, las no tan difundidas mujeres del Quijote?
http://www.operamundi-magazine.com/2010/11/las-mujeres-del-quijote-erotismo-ingenio-fortaleza-y-liberacion.html

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