domi Nuestra Historia incluye tópicos insostenibles desde una óptica científica. Miguel-Anxo Murado, autor de «Otra idea de Galicia», se centra en la España medieval y bucea en mitos y clichés para ilustrar «La invención del pasado»

En contra de lo que pintó Padilla en «La rendición de Granada» (1882), Murado sostiene que Isabel I no estuvo allí

Miguel-Anxo Murado, sobre la invención de nuestro pasado

Desde el ya clásico libro de Julio Caro Baroja sobre las falsificaciones históricas (1992) se han escrito no pocas obras dedicadas a cuestionar los fundamentos míticos del discurso oficial de la Historia de España. El concepto de «invención de la tradición» acuñado por Hobsbawm y Ranger se ha institucionalizado en nuestro país. Ciertamente, hay muchos mitos en la Historia de España, mitos entendidos como distorsiones interesadas de la realidad, construidas al servicio de unos determinados intereses ideológicos o de otra naturaleza. La Historia tradicional de España plantea multitud de tópicos y agujeros negros repetidos hasta la saciedad y difícilmente sostenibles desde una óptica científica.

El vendaval desmitificador, momentáneamente, lo cierra el libro del joven historiador gallego Miguel-Anxo Murado, autor de «Otra idea de Galicia». Su último ensayo se centra prioritariamente en la España medieval y desde luego busca demostrar los usos políticos y mediáticos de la Historia, la arqueología tramposa de muchos relatos, los problemas de acceso a la verdad que aspira a alcanzar el historiador.

Hay una repetición de clichés que proceden de la «Biblia» o de la literatura

Murado empieza por cuestionar la legitimidad científica de muchas de las fuentes consideradas como primigenias en la España altomedieval (fuentes árabes tardías, fuentes cristianas tan discutibles como la «Crónica mozárabe» de 754, fechas de identificación equivocadas, fraudes del obispo Pelayo en el siglo XII), que suponen el cuestionamiento de hitos básicos (significación de Guadalete y Covadonga, con toda la literatura de la traición de Don Julián o de don Opas, la historia de Abderramán I, etcétera).

Repetición de clichés

Después denuncia las repeticiones y analogías (anécdotas clónicas) que existen en la construcción de mitos tan operativos como la defensa de Numancia, la quema de naves de Cortés o frases arquetípicas como la de Felipe II tras el fracaso de la Gran Armada. Detrás de estos relatos se demuestra que hay una repetición de clichés que proceden de la «Biblia» o de la literatura clásica grecolatina, adaptados para la ocasión.

Su desmitificación alcanza al significado de restos arqueológicos

Asimismo se constata cómo se aplican las técnicas narrativas (caída-lucha-redención o esplendor-decadencia) a la construcción de los relatos. El autor del libro se detiene en los abundantes ejemplos de invención de un pasado de orígenes remotos para un reino nuevo, tanto en Castilla (los jueces de Castilla, la jura de Santa Gadea) como en Aragón (fueros de Sobrarbe), y recorre el proceso de la solidificación del canon histórico desde Mariana a Lafuente.

Demuestra tener auténtica obsesión por Menéndez Pidal como el gran arquitecto del discurso histórico español. Incluso denuncia los vínculos de la arqueología goticista con el nazismo y pone en solfael mito del crisol de las tres culturastan castrista. Su descalificación de la película del Cid rodada en Peñíscola es implacable.

La Tizona del Cid

Muy interesantes son las observaciones acerca de la visualización del relato en las pinturas históricas del siglo XIX y en el cine histórico. El cruzamiento del canon iconográfico con el discurso histórico hace que realidad e imaginario no tengan las fronteras bien delimitadas. Se demuestra el falso realismo de cuadros como la rendición de Breda o los fusilamientos de Goya.

Me habría gustado que aplicara su fino análisis al nacionalismo periférico

Su desmitificación alcanza al significado de restos arqueológicos como la dama de Elche o la Tizona del Cid, y desde luego a los presuntos lugares de la memoria, para acabar concluyendo deducciones muy pesimistas respecto a la utilidad de la Historia.

El libro de Murado se lee con auténtica delectación. Solo desearía destacar que me hubiera gustado que aplicara su fino análisis crítico a los mitos que los llamados nacionalismos periféricos han ido construyendo y que tenga en cuenta que más allá de tanta distorsión falsificadora y manipuladora existe una Historia crítica científica y veraz, que hemos de reivindicar. El libro puede hacer pensar que toda la Historia de España es una pura invención y, desde luego, no es así.

 

Miguel-Anxo Murado en su La invención del pasado (Ed. Debate), pone en duda ante el lector muchos de los mitos históricos que generalmente se dan por válidos e incluso forman parte del pasado aceptado de los españoles. Y lo hace vehementemente:
“El escepticismo es también un conocimiento. Puesto que la historia es algo natural e instintivo, una carga que estamos obligados a llevar, queramos o no, es importante saber quitarle importancia para que no nos aplaste. Junto a la imaginación, ese escepticismo ha sido siempre una de las herramientas de los historiadores. Lo único que falta es que la utilicen también los lectores.” Comienzo por su conclusión, da una buena idea de lo que es un libro que sabe llegar a cualquier lector no necesariamente habituado a la lectura histórica.
Y es que ya desde las primeras páginas Murado recupera a autores entre tantos que en su día fueron tan polémicos como Ignacio Olagüe que en los setenta argumentó magistralmente la imposibilidad de que en el 711 se produjera una invasión ni árabe ni musulmana e iba más allá sosteniendo que, en realidad se habría tratado de una sustitución de la casta gobernante en la Península Ibérica desde el más desarrollado culturalmente norte de África, que ello explicaría la rapidez y la ausencia de resistencia a este hecho, entre otras cosas porque ni tan siquiera habría habido un cambio forzoso religioso, que este habría llegado más adelante por la vía del proselitismo por parte de predicadores y comerciantes. Quizá ello explique que no exista texto alguno contemporáneo al 711 que cite invasión árabe alguna de la Península, tampoco de cronistas musulmanes o europeos de la época. ¿No resulta extraño en uno de los hechos fundamentales del imaginario histórico de los españoles? Y disculpen que me haya extendido en esta cuestión, pero aquel La revolución islámica en Occidente, tuvo una notable repercusión en quienes aprendimos a tratar la historia con el escepticismo que propone Murado.
Pero esperen, que casi todo lo que sabemos del Reino de Asturias (718-925) lo tenemos a través de los textos realizados en el siglo XII por el Obispo Pelayo de Oviedo, que tanto interés puso en inventar un pasado de siglos atrás molestándose hasta en imitar la caligrafía visigoda para hacerlos pasar por más antiguos. Ya ven, ateniéndose a la documentación real, podríamos poner en duda la misma existencia del Reino de Asturias.
Por entonces, a mediados del siglo XII, Alfonso VIII reina en la emergente Castilla y requiere un pasado legitimador que se encargará de hacer otro obispo, en este caso Ximénez de Rada, que imitando la que con ese fin había realizado su similar Lucas de Tui para entroncar la monarquía leonesa con la asturiana, no será diferente a las crónicas inventadas de Navarra, Aragón… y de otros reinos europeos. No solo se buscaba legitimar y adular al monarca de turno, a través de estos relatos unos territorios se arrogaban derechos y primacías frente a otros; la cuestión es que hasta hace muy poco tiempo han sido aceptados de manera literal como correctos y las consecuencias a la vista están.
Los ejemplos se suceden en este La invención del pasado, su autor explica como en relatos épicos de nuestra historia, como es el caso del suicidio heroico y colectivo de Numancia que probablemente no se produjera dado que aparece en diferentes cronistas romanos entre el siglo I a.C. y el II d.C. como lugar común a las ciudades asediadas: se trataría de un cliché literario, no de un hecho real.
“Este proceso metafórico es universal. Se da en los geógrafos antiguos y los cronistas medievales, pero también entre los historiadores modernos, aunque sea de un modo más sutil. Nuestra mente, la de los cronistas y la nuestra, opera por medio de analogías, paralelismos y reiteraciones. No somos seres “científicos” sino literarios, y nuestra manera de recordar, también la del historiador, funciona más como la de un novelista o un poeta que como la de un científico.”
Miguel-Anxo Murado sigue poniendo en cuestión el relato histórico común: la Armada Invencible de Felipe II no sufrió una tormenta destructora, muy al contrario, la acción de los barcos incendiarios y la artillería inglesa no logró destruirla en su totalidad gracias a otra tormenta menor. De vuelta tuvieron más problemas por el clima de la zona.
De cualquier manera será el siglo XIX el que reescriba sobre mitos la historia de España. El autor pone a la cabeza en ello a Modesto Lafuente, que en su Historia General de España,  será el máximo exponente en la dotación de relato histórico a la identidad española. Entre otros mitos, aquí se apunta la invención del concepto de Reconquista nunca utilizado hasta entonces, que “convertía la presencia musulmana en algo provisional y en constante retirada, y desplazaba el foco de la acción hacia los reinos cristianos. El resultado es una gran narrativa clásica, de unidad (reino visigodo), pérdida (conquista musulmana), lucha (Reconquista), y redención (toma de Granada).”
Peor lo tiene Menéndez Pidal en este libro, Murado no puede disimular cierta obsesión por tan erudito medievalista, aparece a lo largo del texto, incluida su portada, como la representación misma del mito y le acusa abiertamente además de fantasioso de manipular una idea castellanocéntrica de nuestra historia, no solo se habría inventado toda su aportación sobre el Cid Campeador, es que también sería entre otras muchas más manipulaciones, el autor de la idea del Imperio español que hoy tenemos hecha a medida del franquismo.
Tampoco se libra Sánchez Albornoz, que partía de “la historiografía alemana de las décadas de 1920 y 1930, fuertemente influida por el nacionalismo o incluso por el nacionalsocialismo.”  A él le atribuye la equivocada idea que de los godos tenemos, incluida la dichosa lista de reyes que trajo de cabeza a nuestros padres en las escuelas, y aquí se llega a plantear la posibilidad de que no fueran ni tan siquiera un pueblo como tal, sino simplemente un ejército nómada de mercenarios de diferentes procedencias.  Como habrá podido notar a estas alturas el lector hay momentos de la lectura en los que da la sensación de que Murado exagera tanto el juicio y revela una incapacidad para leer la historiografía en su contexto histórico que puede resultar excesivo, pero ello en ningún caso priva a quien lo lee de una divertida y provocadora puesta en duda de casi todo aquello que creía saber. Pero ciertamente, en la decostrucción de los mitos que aquí se hace hay que poner en práctica el mismo escepticismo que el autor solicita en la lectura de la historia, en esta también.
Y ahora le toca a Américo Castro, aquí toma partido por su enemigo Sánchez Albornoz  (solo a medias, niega la posibilidad de debatir sobre “el origen de los españoles”) y califica al mito de las “tres culturas” como inexistente; sostiene el autor que intercambio entre cristianos, musulmanes y judíos hubo, pero que Castro lo eleva a niveles disparatados.
Una conclusión insostenible y gratuita del autor que confunde la visión esencialista de la historia de parte del siglo XX con la del franquismo, simplemente resulta incomprensible que esta frase haya superado la más mínima revisión:
“El propio Pidal regresó pronto a la España de Franco y recuperó su cátedra en 1947. Sánchez Albornoz y Castro prefirieron no regresar nunca, pero sus ideas sobre el pasado fueron las del franquismo (también las de Castro, más de lo que sus admiradores están dispuestos a aceptar.”
Llegamos a los relatos ilustrados, la importancia de la pintura de historia del siglo XIX, fuente de las imágenes mentales de apoyo al relato histórico creado y premeditadamente reforzado artísticamente. Por ejemplo, durante el reinado de Isabel II se suceden las representaciones pictóricas de Isabel la Católica motivadas porque ambas llegarían al trono tras dudosas interpretaciones del derecho dinástico y además coincidían en el nombre, pero se citan numerosos casos de escenas que teniendo orígenes literarios se han convertido en testimonio del pasado y transformado en documentos.
La fotografía también ha cumplido su papel, comprobar que un clásico de la Guerra Civil como la foto Los caballos de Agustí Centelles en realidad es un posado, me ha resultado más decepcionante que las falsedades y anacronismos que encierran cuadros como La rendición de Breda de Velázquez o la imposibilidad de que Goya fuera testigo de las escenas que recrea en Los desastres de la guerra, o peor aún, nuestro imprescindible Los fusilamientos de la Moncloa  (más conocidos como los del tres de mayo), en realidad son una copia de una escena central del anterior Tres de mayo de Juan Carrafa. ¡No dejen de buscar y comparar ambas imágenes!
Objetos y lugares, la famosa Tizona, la espada del Cid que la Junta de Castilla y León pagara en pleno aznarismo por 1,6 millones de euros cuando varios expertos negaban su autenticidad y no valoraban en más de 7000 euros, la falsedad de las viviendas atribuidas a Cervantes en Alcalá de Henares, el Greco en Toledo o a Colón en Las Palmas, las reconstrucciones sin el más mínimo criterio histórico-artístico del siglo XIX donde primó la imaginación sobre la realidad, ¡incluida la Alhambra con la que Miguel-Anxo Murado es implacable!, las rutas turísticas que se identifican con episodios o leyendas históricas, las conmemoraciones y los recuerdos selectivos, cierran un libro que  concluye poniendo a la Historia en una descalificación a mi juicio excesiva y que injustamente ignora la gran cantidad de trabajo serio y riguroso que también se realiza a diario para el conocimiento de nuestro pasado.

La lectura de La invención del pasado es un sanísimo ejercicio de puesta en duda de casi todo, un alegato de independencia intelectual que podía haberse extendido a otras deformaciones de la Historia que padecemos actualmente en España, y ello a pesar de que el autor en su obsesión por destruir el relato histórico aceptado mayoritariamente no duda en descalificar y generalizar, presumir las intenciones maléficas del legado historiográfico recibido sin la más mínima empatía contextual, y en muchas ocasiones escudarse en la negación por duda más que en la afirmación alternativa.

La edición de Debate, impecable, bien dotada de bibliografía, notas, créditos, alguna ilustración… hace justicia a un libro que hará las delicias de los lectores que se acerquen a él con el mismo escepticismo que Miguel-Anxo Murado pide para la historia que pone en cuestión.

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Un comentario en “domi Nuestra Historia incluye tópicos insostenibles desde una óptica científica. Miguel-Anxo Murado, autor de «Otra idea de Galicia», se centra en la España medieval y bucea en mitos y clichés para ilustrar «La invención del pasado»

  1. Por supuesto que cada uno cuenta la feria como le va. Incluso si fuésemos testigos presenciales de cualquier hecho histórico, cada uno lo contaríamos de una manera, según nuestra pupila y nuestras huellas dactilares Incluso sin mediar presiones político-comerciales, que es lo mismo, o de cualquier otra índole.

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