domi Una razón contraria al dogma y a la autoridad

Recuperamos otro texto, que vio la luz hace tiempo en algún medio libertario; aclaramos, adelantando la crítica, que cuando hablamos de «racionalismo», no lo hacemos en un sentido simplemente cartesiano, sino de un modo todo lo amplio posible, es decir, una corriente de pensamiento que prime la razón frente a otros factores como la fe, la autoridad o toda suerte de irracionalismo.



¿Son plenamente identificables el anarquismo y el racionalismo? Esta pregunta resulta bastante jugosa en la llamada posmodernidad, en la que los valores de la Ilustración se dan por periclitados. El anarquismo histórico, aquel que podemos considerar «institucionalizado» -a pesar de ser una palabra sobre la que el propio anarquismo advierte continuamente-, puede considerarse un referente importante, un hilo conductor que no puede obviarse, incluso es y debe ser una base sólida sobre la que construir el futuro. Sin embargo, el peligro de la imposición, el peligro del dogma, planea sobre cualquier «ismo». Las ideas libertarias niegan tal posibilidad y poseen una historia rica y fecunda en aras de una sociedad plural e igualitaria donde no tenga cabida la autoridad coercitiva, tienen unas señas de identidad poderosas que nunca deben negar la posibilidad de la especulación filosófica y las múltiples vías de acceso a la verdad y al conocimiento. Me explico. El anarquismo «histórico» es materialista y racionalista, por supuesto, y posee una gran confianza en la ciencia -en la Razón, si se nos permite usar la mayúscula inicia, en definitiva- para organizar el mundo según un sistema ético y sociopolítico. Pero esos «ismos» (materialismo, racionalismo, cientificismo…) que pueden actúar como constantes medidores en la realidad -palabra a la que podemos dar un sentido objetivo, sin obviar lo importante de la subjetividad en su elaboración-, jamás deberían actúar como cortapisas y sí admitir sus posibilidades de expansión y las diversas lecturas.

El materialismo, mi manera de entenderlo al menos, parte de la materia en el análisis de la realidad con el fin de proporcionar el adecuado bienestar «material» para todos los seres humanos. Nada de identificarlo, como se hace usualmente, con la acumulación de bienes materiales, es decir, con el capitalismo y el ánimo de lucro. Se trata de combatir de raíz un sistema económico pobre, embrutecedor y desigualitario, aparentemente triunfador -«solo» aparentemente-, no de buscar fáciles evasiones -muchas veces, consideradas «espirituales» en oposición- con el subterfugio de identificarlo con una manera reduccionista de entender el materialismo. Precisamente, una sociedad más libre, equitativa e inteligente debe dejar mucho más tiempo al ser humano para el disfrute y para potenciar sus posibilidades (tal y como las entienda cada uno, claro está). Progreso es otro concepto cuestionado y, si no podemos reducir la historia a una linealidad simplista en ese sentido, sí debemos seguir indagando para expandir la razón y la libertad; ello supondría un continuo enfrentamiento con la ignorancia -con cautela al utilizar ese apelativo, sin superioridades culturales de unos pueblos sobre otros-, con los prejuicios, con un mal concepto del egoísmo -que conduce a la desigualdad y a la atomización- y con la tiranía.

Ricardo Mella ya advirtió sobre los peligros de la enseñanza doctrinaria, incluida la llamada educación racionalista. Recordó el brillante teórico español que el fanatismo y los axiomas no debían tener cabida en el anarquismo, por mucho que se amparase en la ciencia o en la razón. No obstante, si puede considerarse muy cuestionable la razón como método de indagación de la verdad, y mucho más considerada como algo «trascendente» al ser humano y a la sociedad, todavía constituye un impagable contrapeso a los constantes peligros del dogma, de la revelación y de la fe (y recordaremos que estos conceptos tienen muchas caras, no solo la cristiana o católica). Es por eso que cuando oigo frívolas críticas al racionalismo en aras de legitimar no sé muy bien qué teorías o qué creencias, me pregunto si lo que se hace es abrir una nueva puerta al oscurantismo o al dogmatismo -siendo necesario que el que hace la nueva proposición presente un argumento sólido, no vale con que resulte incognoscible para la razón o el intelecto humano- o a una suerte de relativismo, en el que cabría un «todo vale», más bien involucionista en cuanto a lo que atañe al conocimiento, e iluso en lo subjetivo. Esas críticas al racionalismo y a la modernidad merecen una profundización; es el sistema capitalista el que se ha adueñado de ciertos conceptos, por lo que ahí deberían estar dirigidos los ataques, en primer lugar, a un sistema que deja la ética a un lado, instrumentaliza al ser humano y pervierte la naturaleza en nombre de una razón meramente formal.

 El racionalismo, tal y como yo lo entiendo -alejado de su acepción clásica y dogmática que habla de «soberanía» de la propia razón-, daría una importancia primordial a la razón humana; sería un punto de partida con posibilidades de ser constantemente ampliado y enriquecido -recordemos que antes del siglo XVIII era un concepto instrumentalizado por la religión-, pero jamás un garante infalible del conocimiento. El partir de los postulados de la razón en el análisis de la realidad no puede negar tampoco la importancia de otros aspectos del ser humano, como la pasión o la voluntad, y debe tener en cuenta siempre la ética y los juicios de valor (las críticas posmodernas van dirigidas, sobre todo, a una razón meramente formal, subjetiva, y el anarquismo siempre ha buscado coherencia entre medios y fines). Además, ahora sí en defensa del racionalismo tal como lo ha entendido la modernidad, me parece fundamental dejar a un lado la especulación sobrenatural, antesala, tantas veces, de la institucionalización del autoritarismo. La racionalidad en la modernidad ha generado monstruos terribles, pero su corrección y su expansión en aras de la ética y en lucha con la autoridad puede llevar el bienestar material a toda la humanidad.
Aunque nos empecinemos en identificar al anarquismo con el racionalismo -o, para ser más flexibles, consideremos sin duda que es una de sus señas de identidad-, y por muy importante que consideremos la instrucción científica en cada ser humano -otro punto de partida importante- como herramienta para un posible acceso al conocimiento y a la verdad, lo libertario no debería caer nunca en el doctrinarismo, afirmando la fe ciega o la «indudable» superioridad de lo cientifico y lo racional -insisto, un medidor o un contrapeso importante, pero no un nuevo dogma-, y sí propiciar el estudio de las diversas verdades adquiridas. A mi modo de entender las cosas, es una manera de ir construyendo una sociedad libertaria.

http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.