Se dice que señalar con el dedo es de mala educación. ¿Mala? Más bien, es de “poquísima”, ya que ése es de los primeros gestos que aprendemos todos para llamar la atención de los mayores.
Los papás y mamás nos invitan a señalar lo que queremos o lo que nos duele:
Y, una vez que aprendemos a hablar, hemos de deshacernos de ese gesto tan útil, porque se nos dice que no es de buena educación.
Ya creciditos, no tenemos la excusa de que nos faltan palabras y el dedo apuntando sólo es bien visto en casos extremos, como que te estés atragantando y señales el vaso de agua.
Porque, además, el gesto de señalar con el dedo índice se ha ganado una mala reputación. Si bien, todavía es peor la que tiene señalar con el dedo corazón en nuestra cultura (y eso que en algunos lugares de la India utilizan este dedo para señalar, en lugar del índice).
En definitiva, un gesto natural e inocente, que forma parte de nuestro repertorio infantil, se transforma en una expresión de las menos deseables. Porque… ¿a quién le gusta ver un dedo apuntando?
Un gesto hostil y acusador
– La culpa la tienes tú.
Nos señalan para acusarnos, para criticarnos, para que nos quede clara la regañina. Y también, para dejar en evidencia un fallo: – Te lo dije.
Utilizan el dedo cuando nos despistamos: – ¡Que te he dicho que es por ahí, mendrugo!
Lo utilizan cuando no recuerdan nuestro nombre (o no quieren acordarse) y nos quieren identificar ante otros: – Éste es el responsable.
Los que creen que nos falta un tornillo, avisan a los demás señalándose la cabeza mientras ponen cara de enajenados.
Los árbitros señalan el punto de penalti para indicar la infracción: – ¡Oh, no!
Y los políticos, durante sus amenos discursos, mueven el dedo índice para enfatizar su mensaje y que así nos quede claro que van en serio (o ésa es la intención).
Por todo lo anterior, no es de extrañar que señalar con el dedo se haya convertido en uno de los gestos más antipáticos que cualquiera pueda hacer a lo largo del día.
Gracias por señalar
Sin embargo, hay contadas situaciones en las que alguien dirige nuestra atención con su dedo índice y llegamos a agradecérselo.
Que se lo digan si no a los profesores o a quienes realizan conferencias presentando diapositivas con flechitas y viñetas. Todo muy bonito, pero menos efectivo que el uso del dedo, según los estudios.
Como el gesto del dedo es tan familiar para todos, capta antes nuestra atención que cualquier símbolo abstracto que haga de sustituto: – Se puede ver en esta parte de la gráfica… Ahí, nada reemplaza a un dedo bien puesto.
Personalmente, a mí no me disgusta que me señalen algo que me estoy perdiendo y mi acompañante sabe que me encantaría mirar: – ¡Mira, una estrella fugaz!
Total, que al final uno mismo es el que decide cuándo le gusta ver un dedo apuntando y cuándo no, y suele quedarse con determinadas ocasiones en las que no se intuye agresividad, sino la buena intención de aquél que señala.
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