El intelecto es necesario. La Madre no dice que no lo sea. Pero el intelecto a menudo no sirve para realizar una buena acción. No emerge el intelecto discriminatorio, sino el egoísmo en primera línea.
El corazón y el intelecto no son dos cosas separadas. Cuando se tiene un intelecto discriminatorio, uno se torna de modo natural expansivo. Y de la expansión surge un espíritu de inocencia, humildad y cooperación. La palabra ‘corazón’ es sinónima de expansión. Solo con la mención de la palabra ‘corazón’ sentimos una calma suave. Sin embargo hoy en día la mayoría de la gente solo ve el intelecto corriente, no el discriminatorio. Es decir, lo que ve no es realmente el intelecto, sino el ego. El ego es la causa de todo sufrimiento en esta vida. A medida que el ego crece, la expansión se contrae y el espíritu de cooperación desaparece. No es posible vivir sin esas cualidades, tanto en la vida espiritual como en la mundana.
Supongamos que se establecen ciertas reglas en la familia: ‘Mi esposa debería vivir así, hablar así, comportarse así, porque ella me pertenece.’ Si insistís en que ella viva de acuerdo con estas reglas, no habrá paz en casa. Suponed que al regreso del trabajo no dirigierais la palabra a vuestra esposa e hijos; que entrarais directamente a vuestro despacho para seguir trabajando, actuando en plan ‘jefe’ como en la oficina. ¿Creéis que estarían contentos? Y si decís que es que sois así, ¿creéis que ellos lo aceptarían? ¿Creéis que habría paz?
Si por el contrario al llegar a casa saludáis afectuosamente a vuestra esposa, dedicáis un tiempo a vuestros hijos – si estáis disponibles en lugar de encerrados en vosotros mismos, todos estarán contentos. Cuando toleramos y olvidamos las faltas y carencias de los otros hay paz y felicidad en la familia. Y cuando perdonáis los defectos de vuestro cónyuge es por amor hacia esa persona. Incluso si comete errores la seguís amando, estáis dando más importancia al corazón. Estáis sintiendo que vuestros dos corazones laten como uno solo y que deseáis pasar la vida juntos. Esa es la actitud que la Madre llama ‘corazón’.
¿Qué sentido tendría insistir en aplicar esas reglas de comportamiento hacia vuestros hijos? ¿Se someterían ellos a vuestros cambios de humor? ¿No reaccionarían con testarudez? El amor por vuestros hijos os hace tolerantes con sus errores y, cuando es así, sentimos y damos felicidad en cada momento que pasamos con ellos. Así que también en este caso el corazón es más importante que el intelecto.
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